domingo, 31 de enero de 2010

ABRAZOS (Sexta etapa)

Apenas hacía un instante, estaba caminando ajeno a todo esto; mis pensamientos ocupados en preocupaciones que ya se me habían olvidado. Aunque agotado, contento; bajo el sol justiciero; concentrado, para no dispersar el esfuerzo por todos esos caminos polvorientos. Aarón se había quedado en Logroño por la mañana, para conocer el lugar con un viejo colega. Se había bajado del carro el primero, por voluntad propia; de cinco pasamos a ser cuarteto; y yo les iba a dejar en trío... Ellos seguirían juntos, yo me volvería a casa a reencontrarme, por un día, con amigos y seres queridos de la otra realidad, la que con estos sólo he compartido en silencio.

Aún me está doliendo el abrazo eterno de Eny, ha ahondado en la herida abierta por el llanto; el que yo he estado reprimiendo, el que ella no ha podido sujetar en sus pupilas. Destrozada mi fortaleza de cartón piedra, ha resistido el embate en apariencia; el apretón de manos de Enrique, sincero, enérgico ha amenazado seriamente mi compostura; me estaba asfixiando, huiría. Txomin había acudido a mi llamada raudo y veloz, para salvarme de la zozobra en la que estaba a punto de naufragar.

Temo que el camino no vaya a ser lo mismo al regresar. ¿Y si no nos volviésemos a ver qué?; por mucho que yo me impusiese correr; aunque ellos se paren más de lo habitual. Me han propuesto que me salte una etapa, que coja un autobús; pero eso yo no lo puedo hacer, va contra mis principios, haré el recorrido completo y a pie. A mi pesar, que sea lo que tenga que ser. Ya echaba de menos la compañía que me iba a faltar en cuanto, un par de días después, reanudara mi aventura, de nuevo solo. Me siento vacío, no les quería abandonar.

¿Me estaré retractando de lo que hasta hace nada era mi lema?, ¿por qué mi escudo ya no me sujeta?. Un compañero, otro peregrino; dos o tres, o tres o cuatro; ¿bendición o condena?. La noche anterior aparecen, cuando les apetece se esfuman; antes o después, me atraparon; no dejan de asomar allí hacia donde se me ocurra dirigir mi mirada. Las canarias, un plátano; el jersey y Enrique al lado, Aarón que se ha quedado rezagado; ¿dónde estará Tiziana y sus lecciones sobre plantas?.

No sé si esto será lo que exija un Camino bien hecho, ¿cómo se hace un Camino correcto?. Perder toda una vida para ganar un instante; soltar compañeros que creía permanentes y agarrar otros, inconvenientes. ¿Despacio o corriendo?; paso a paso, sin presupuestos. Te doy hoy la mano porque quiero, porque me apetece; porque aquí no tengo nada de que protegerme. Porque me siento a gusto contigo, y se lo duro que es hacer el camino solo, caminando sobre un mar de ampollas; no están en los pies las más dolorosas . Viendo que avanzas disfruto, mañana si te necesito, a gusto, recibo tu ayuda... Mañana, posiblemente mañana...

Mañana será otro día. Txomin, mañana ahora no existe. De vuelta a casa.

sábado, 30 de enero de 2010

DECEPCION (Sexta etapa)

Ayer, atravesando Viana, un escaparate me escupió la cruda verdad; algo me tendría que revelar. Alguien que me sonaba conocido tras aquel disfraz me miraba sin pestañear; una silueta familiar se difuminaba, fundida con los productos artesanos que se exponían en aquella urna de cristal. El caminante, atrapado como pez en la pecera de la que no le dejan escapar, y el gorro que le protegía del sol; apoyado en sus bastones me miraba con una cara indeterminada barbada, entre la sorpresa y la calma; alguien a quien quise reconocer pero que no se quiso mostrar. Creo que aquel desconocido pugnaba por encontrar al peregrino que aún se escondía dentro de mi carcasa de rígido metal.

Y hoy arde el ambiente, también; y a las cuatro de la tarde hasta las sombras permanecen ausentes; la primavera ha presentado sus armas, sin compasión, tras casi seis meses de crudo invierno. Se agradece el retorno del Astro Rey medio año después, aunque quien me conozca sabe lo poco que me gusta exponerme a su rigor; y mi gran obsesión por la protección de la salud. En casa, un día cualquiera, no me habría arriesgado a quemarme la piel caminando sin ton ni son; ¿a las tres de la tarde a pleno sol?, ¡no, por favor!. Pero llevo dos días asándome en este horno natural y no parece sentarme mal. Y es que hasta la sombra de lo que fui se ha debido retirar de este recipiente hostil.

Aceptación; todo forma parte de lo que hay que aprender; las enseñanzas del Camino que nadie sabe como, cuando ni donde se han de encontrar. Confío en el ejemplo de otros recién conocidos, al momento viejos amigos que se adelantan o se quedan atrás; en un instante rastros perdidos que me empeño en seguir; husmeando cada desliz. No temer lo que vaya a pasar, aunque parezca que fuera a ser perjudicial; no temblar ante las circunstancias adversas; fueran cuales fueran, en vez de enemigas, aceptarlas como compañeras de fatigas. Sufrir y disfrutar la climatología, haga calor tórrido o gélido frío; húmedo o seco, un gorro y el chubasquero. Nada se parece a la vida normal, lo que allí sienta fatal, aquí es medicamento y manjar. Quiero continuar, andando sin dudar, apoyado en los demás; ofreciendo mi hombro a quien amenace recular. Sumar determinación en el zurrón, para que la desesperación, si asomase, no cotizara en detrimento del coraje general...

Los ojos llorosos de Ceci me han despertado de un sueño irreal; en el fondo sabía que todo esto no era verdad; tarde o temprano se acabaría, ya sabía que hoy tendría que para. En seis días si no quisiera fallar; lo dudaba antes de empezar, ¿en seis días nada más?. Había ajustado los plazos para llegar a tiempo a la consulta médica que tengo que pasar. Logroño era la primera meta; Logroño, esta mañana lo he dejado atrás. En teoría un descanso no me iba a venir mal, pero me apetece someterme a la rutina de empezar cada mañana a recorrer caminos sumergido en esta energía especial. Veinticinco kilómetros más allá, desde Najera... Sé que pasado mañana recuperaré en esta localidad todo esto que hoy voy a dejar; pero pasado mañana ya no sé lo que será.

viernes, 29 de enero de 2010

TOCAPELOTAS (Quinta etapa)

Lo sabía... He estado a punto de arrepentirme de mi desconfianza recalcitrante; me he juzgado impertinente, intransigente...; pero en esta ocasión tenía razón. Detrás de aquella sonrisa perenne no había nada, sino una lengua bífida, experta en embaucar. No era más que un falso tenderete; tantos viajes, tantos peregrinajes, tantas y tantas personas que decía conocer y que aseguraba que le conocían a él, tantas labores hospitalarias; tanto respeto que merecía entre tantos compañeros que le conocían del uno al otro confín. Además de bocazas y fanfarrón, mentiroso.

En veinticuatro horas ha transcurrido una vida entera; dos jornadas intensas, de sufrimiento y de risas; de ampollas, heridas y alegrías. Veinticuatro parecen muchas, han sido menos pero parecen tantas. La vida a cámara lenta; aquí el reloj cunde, como cuando de críos los días se hacían infinitos; el tiempo parece no avanzar, y se hace eterna la amistad. Mi grupo, mis amigos, casi hermanos, apenas hace dos días que nos conocemos; en el mejor de los casos, dos medios días largos, pero parecen tantos. Diego no podía ser uno de ellos, el iba a su rollo, a lo que le interesaba; mi grupo no se merecía su deslealtad.

Al lado de casa; aunque no quisiera depender de ella contaba con la posibilidad, la tentación ha sido intensa. Y si no hubiera cama para todos, el suelo sería suficiente; para acomodar los sacos de dormir no hacen falta ornamento. Les ofrecería mi casa, y una ducha de agua, que aunque fuera fría nos reconfortaría; un refugio para no pasar la noche a la intemperie. Al fin y al cabo, somos peregrinos; el peregrino no exige. ¿Qué pensarían si no les ofreciese mi hospitalidad?

Cuatro kilómetros, cuatro de verdad, a cuatro está mi pueblo; a estas alturas una hora más caminando no era mucho más; a punto de exponer lo que acababa de pensar; estaban enfadados y no querían escuchar; había desaparecido Aarón; ¿por qué no se callarían de una vez?, no me han dejado hablar; hasta albergaban la opción de continuar... ¡trece kilómetros más...!, tras los casi treinta que llevábamos ya bajo un calor infernal!. Necesitábamos un milagro que nos demostrase que existía Dios.

Vicente; el desconocido que nos ha recibido, poco después; otra hilera de dientes impolutos; pero su mueca era diferente, era una carcajada sincera, y es que los chinos ríen siempre. No se llamaba así, por supuesto, pero su nombre real era un jeroglífico impronunciable para el castellano decente; Vicente suena familiar, y contundente. Un tío curioso, un poco pesado, algo chulito, pagado de sí mismo; un corazón orgulloso con patas generosas. Cocinaba para nosotros, porque sí; nos han dicho los hospitaleros que un día había llegado, como llovido del cielo, cuando más lo necesitaban... y se había prestado a cocinar sin pedir emolumento a cambio; aqui todo se hace por la cara. Desde aquel día se hizo dueño de la cocina este cocinero, además de vagabundo, exquisito; también ahora que ha dejado de errar por los estercoleros. Milagro concedido, Aarón no estaba perdido.

Por fin, un albergue de verdad; aunque a mi la religión me siente mal; es un albergue parroquial, es un albergue especial al que, por desgracia, sólo le es permitido abrir sus puertas cuando el oficial da un portazo en las narices a los peregrinos que le sobran; aquí cabrían todos aunque se tuviesen que amontonar. A cambio de la voluntad, anónima y voluntaria, aunque parezca una redundancia no es tal tontería; lo he podido comprobar en más de una ocasión. Comida y desayuno incluido, todos juntos, todos lo mismo; y con el donativo que hoy hayamos ofrecido comerán, desayunarán y dormirán los que mañana vengan detrás. A cambio de alguna incomodidad; incómodo es caminar, y lo es la sinfonía fatal de ronquidos sin cesar; lo es también el crujido del compañero de litera cuando no tiene una noche discreta, literas e insomnios sin engrasar. Aquí, ese problema no es tal, una colchoneta echada al suelo no produce tal chirriar. Además, hay que colaborar; a medias cada tarea, y al remolón le toca fregar, al final. Pero... hay un ambiente singular; de este tipo de albergues, por favor Señor, que haya muchos más.

Un albergue de los de antes, en los que se respira el peregrinaje; un albergue de verdad. Si no hubiese sido porque el “tocapelotas” de Diego, al enterarse de nuestra felicidad, la ha venido a fastidiar... ¡No se puede pedir más!; ha merecido la pena todo el tránsito por todas las dificultades que nos ha ofrecido llegar tan tarde a este lugar.

jueves, 28 de enero de 2010

COMPLETO (Quinta etapa)

Al llegar a Logroño, el primer contratiempo serio; nos ha puesto contra las cuerdas aquel cartel que, colgado de la puerta de entrada, decía: “EL ALBERGUE ESTA REPLETO”. Hemos entrado a la carrera, como si corriendo fuéramos a cambiar las cosas. Eny le ha insistido al hospitalero, Ceci a repetido los mismo: “si aquí no tenemos sitio... ¿qué coño hacemos?. Aarón y yo mirábamos boquiabiertos... Los cuatro hemos recibido como respuesta un encogimiento de hombros, acompañado de un apenas audible “lo siento”.

Si no nos hubiéramos entretenido tanto tiempo en Viana comiendo. No habría sido demasiado de no habernos parado, poco antes, una hora en aquel arroyo de ensueño; ¿quién se habría resistido a remojarse los pies abrasados en aquel agua, tan fresquita que manaba?. Se estaba tan bien, tumbados en aquel río, y después en el parque tras haber comido. Y a las cuatro de la tarde por estas tierras, entre riojanas y navarras, hacía un sol de justicia; qué menos que parar un rato a refrescarnos en La Virgen de Cuevas. El primer día caluroso del año, después de seis meses nublados, invitaba a estos albedríos; necesitábamos un respiro... Estábamos en ese embrollo metidos porque habíamos querido; no nos hemos dado mucha prisa, y de la pausa al abandono hay un suspiro. Una retirada a tiempo sería la mejor victoria, allí afuera, pensaríamos.

Allí afuera estaba nuestro Dios protector, sentado... ¡qué alegría!. Lo habíamos perdido de vista, a primera hora de la mañana, justo a la salida; recién empezada la jornada, tras haber desayudando todos juntos, había desaparecido. Mira que no me daba buena espina cuando me lo habían presentado, ayer por la tarde, apenas llegado a Los Arcos. No me pareció trigo limpio, me he quedado apartado, tres pasos atrás que mis compañeros porque me he sentido culpable. Por seguir siendo un desconfiado, por haberlo prejuzgado a destiempo; porque no me gustó su moreno intenso, ni su mezcla de idiomas de trotamundos políglota; porque no soportaba su aspecto de bohemio exitoso que a mi tanto me apetecía. Se nos ha alegrado la cara, hemos respirado aliviados al verlo.

He pensado en un instante, el instante en el que Eny, quizás haya sido Ceci, se acercaba para pedirle ayuda; y me estaba arrepintiendo cuando le he visto sonriendo con esa ristra de dientes sin mácula. El, del Camino de Santiago, y de todos los caminos lo sabía casi todo. Nos había garantizado que en ningún albergue se dejaba a un peregrino tirado; ¡mucho menos, si el estuviera presente!. Me lo había imaginado porque no quería oírlo, no podía soportar que nos solucionara la papeleta ese tío tan perfecto; iba a volver a regalarnos su experiencia, en esta ocasión, para sacarnos del atolladero.

Y va el capullo y nos dice que no queda más remedio... que hasta el albergue siguiente sólo nos quedan cuatro kilómetros... Yo sabía que hasta Navarrete había al menos trece.

miércoles, 27 de enero de 2010

PLATANOS DE CANARIAS (Cuarta etapa)

Ellas también habían encontrado su premio. Pablito; yo no tenía ni idea de quien era, pero la guía de Enrique le señalaba como una institución del camino que no se le aparecía a cualquiera. Regalaba palos a la medida, y alguna que otra cosa, incluidos consejos de gran valía para continuar haciendo el Camino. También les había sonreído la fortuna. Creía que no volvería a encontrarlas, me había despedido de ellas cuando salí del albergue de Estella de estampida, sin despedirme... ni de ellas, ni de nadie.

Allí estaban sentadas las dos canarias, como si me estuvieran esperando; en el punto exacto donde confluían el camino oficial y el nuestro, bastardo. El destino tiene estas cosas. Ayer compramos unos plátanos a medias, para compartirlos; con los dos que me tocaban en la mano, me han mirado sonriendo, diciéndome; “¡ya era hora de que llegaras, justo ahora estábamos pensando en ti”. Y es que según parece, aunque te esfuerces en evitarlo, siempre ocurre lo que tienen que ocurrir.

martes, 26 de enero de 2010

UN CHICO MAJO (Cuarta etapa)

Salvo un esloveno, que de orientación no parecía saber demasiado, no nos habíamos encontrado a nadie. El pobre había hecho varios kilómetros de más por no ver aquella señal que apunto estabamos, también nosotros, de pasar de largo; menos mal que él se había equivocado antes y venía rectificando. Tal vez, fuera nuestro mensajero de la fortuna, porque nos ha dicho Javier que afortunado era el escaso cinco por ciento de peregrinos que pasaba por allí.

No lo habíamos elegido, tampoco teníamos motivos para evitarlo, pero el otro era el recorrido correcto, según apuntaban las guías en las que nos apoyábamos. Ha tenido que ser la conversación; o, tal vez, haya sido esa fuente que manaba vino gratis nada más comenzar la etapa, que nos haya nublado la visión para perdernos. Sea como fuera, se ha disipado enseguida el árido calor con el que nos ha recibido La Rioja, a punto de teñirse de amarillo; y hemos avanzado, según parece, a tontas y a locas. No sabemos cuando ha venido a desviarnos el despiste.

Lukin, según nos ha contado Javier, era el paso obligado para los peregrinos que antaño atravesaban estas tierras navarras, el camino más recto como nos ha mostrado desde lo más alto del pueblo. Sin embargo, aunque se diera un gran rodeo, Villamayor de Monjardín había sido elegido como punto de paso, supuestamente originario. Una bodega importante habría tenido algo que ver en la tergiversación de la historia a golpe de interés mercenario; desde el año 813 miles de peregrinos habrían estado errando. Nos hemos sentido dichosos por ser dos de los pocos agraciados que enderezasen el itinerario borreguil falso; no eramos como el resto que seguían la ruta oficial, aunque no genuina.

Todo esto nos ha ido relatando ese hombre con gran parsimonia, no sé si tendría algún interés especial, salvo ser un hijo de ese pueblo; pueblo, que, por cierto, no era feo. No tenía prisa y presumía de haber dado cobijo en su propia casa a quien le hiciera falta. La verdad es que este señor nos ha tratado muy bien, nos ha ganado el corazón; quizás por eso le diéramos la razón; los dos. Enrique y yo.

Los tres canarios, el chico de las ampollas y yo mismo; habíamos cenado por la noche, juntos, en el albergue de Estella. Mientras tanto, una voz se imponía sobre todas las demás. Sobre la de aquel alemán que no quise conocer en Obanos, porque no me había caido bien. Sobre la de Rainer, al que para mi sorpresa había alcanzado y sobrepasado; por fin me he enterado de que ese era el nombre de aquel alemán que había salido a la carrera de Roncesvalles para hacer más de 40 kms. de media; parecía resignado, como Manu tendría que reposar sus ampollas parado, creo que por correr demasiado; su compañero debía ir por delante, no me atreví a preguntarle. Sobre la de aquella argentina que conocía a una de mis dos compañeras de viaje recién estrenadas. Su voz destacaba en cuanto no permanecía callado; desde la otra esquina de la mesa, no recuerdo que decía de la final de la Copa de Europa y de su Barça. No se había dirigido a mí directamente pero, desde ese instante, sabía que no me iba a ser indiferente. Ese creo que es el primer recuerdo que tengo de Enrique.

Por la mañana quería haber partido con el grupo que habíamos formado, pero no había encontrado la forma. La impaciencia solía jugarme estas malas pasadas, yo ya había acabado mientras ellos apenas habían empezado su desayuno; me sentía ridículo allí, esperando pasmado; haciendo como que seguía comiendo; sobraba, todos conversaban, no tenía nada que decir; se me han hecho los minutos eternos. No sé ni como ni por qué me vi saliendo por la puerta principal, huyendo quizás; tampoco sé porque estaba colgado en el perchero el jersey que había perdido ayer. Me había dado cuenta tarde; había decidido no darme la vuelta para ir a por el. Por algún motivo extraño había sentido algo raro: la pérdida sería necesaria y no regresaría a casa sin él. Le he saludaado, por cortesía; estaba allí, al lado del perchero y mi jersey, pero apenas le conocía. Mi segundo recuerdo, le he reconocido, amigo.

Una conversación interesante; un día extraordinario el que estoy pasando. No sé si habré sido un afortunado por haber estado en Lukín, lo que sí que tengo claro es que he tenido suerte de habérmelo encontrado. El itinerario menos transitado, el que aún no esté trillado. Es lo mismo, me quedo con la relación establecida. Enrique es un chico majo y locuaz.

lunes, 25 de enero de 2010

SIN BOTAS (tercera etapa)

Ha vuelto a desaparecer; iba a resultar ser una bruja de verdad. La he perdido de vista un instante y ya no estaba allí, aún no sé donde se habrá metido la italiana. Habíamos parado en la fuente de Lorca para tomar un respiro, me he quitado las botas y los calcetines para refrescarme los pies, como de costumbre; había llegado su amiga suiza enseguida y hemos estado hablando los tres. No recuerdo cuándo, ni cómo fue... Así como había llegado, así había desaparecido; sin darme cuenta, como aquí parece acontecer todo, por arte de magia.

Ha debido darme el cambiazo ese loco que ha llegado de puntillas sobre unas chancletas, unas chancletas de plástico, ni siquiera eran sandalias para ir paseando. Llevaba las botas colgadas de la mochila, balanceándose de lado a lado, mortificando su tranco, ya dificultoso. Luego me he enterado de que, obligado por las ampollas, no le había quedado más remedio; para él hacía ya un par de días que llovía sobre mojado. Bajo una grande, le había crecido otra enorme, ambas cubiertas por callos duros; desaguisado descomunal que aderezaban otras cinco, una por dedo, que, alrededor le comprimían el pie derecho hasta la extenuación; el pie izquierdo tampoco ofrecía un panorama halagüeño.

Entre los dos garantizarían un recorrido equiparable al de nuestro Señor Jesucristo el día de su Pasión. Manu, que así se llamaba el portador de tal engendro, se había tomado en serio el fundamento de la experiencia que había escogido; tendría que ser un martirio perpetuo en el que el dolor persistente eliminara, por las buenas o a la fuerza, cualquier atisbo de vanidad. Al salir de Puente la Reina no se habría planteado llegar tan lejos; el ardor insufrible de los primeros pasos no le habrían dejado programar la jornada de haberlo deseado. La compañía de Aarón y su bastón había endulzado el trance amargo; después de cada paso, otro paso sin anticipar nada más. Aarón es un chico canario que parece majo; gracias a su paciencia, la agonía se prorrogaría hasta Estella; todo un triunfo para un lisiado.

A Manu no le iba a venir mal otro apoyo, ni a Aarón alguien con quien repartir el peso. Aunque yo me fuera a quedar más cerca, y puesto que había desaparecido la italiana, he decidido tomar el papel de buen samaritano. Como mis pies seguían caminando inmaculados podía permitirme el alarde, no tanto por exceso como por defecto; no es fácil caminar muy despacio cuando uno lleva tantos kilómetros en sus piernas. Cinco kilómetros compartiendo con ellos anécdotas y experiencias divertidas me han hecho dudar al dejarlos; pero pensaba albergarme allí porque veinte kilómetros ya eran muchos. No iba a rectificar; me he despedido de ellos; si tuviésemos que volvernos a encontrar, nos encontraríamos. ¡Qué tontería!, no los alcanzaría; yo no quería avanzar.

Esas dos chicas que hacían gimnasia al lado de la iglesia han confirmado las sospechas que, tras un montón de vueltas sin respuesta, había empezado a albergar; su guía dejaba claro mi error de apreciación; mirando con más detenimiento, la mía tampoco tenía una cruz en el cuadrante en la que yo creía haberla visto; en Villatuerta no había albergue. Mis nuevas compañeras de viaje, por casualidad, si la casualidad existiera, también eran canarias, y para más señas, amigas de los dos chicos que yo había abandonado hacía un rato. He dado el tema por zanjado, lo había visto claro; a mi pesar, aquí no decidía nadie sino el mismísimo Santiago. He continuado caminando.

Y ha vuelto a aparecer, acoplado a su paso errante, ¿me esperaría arrastrando su letargo?. Aarón ya se había cansado de llevar su paso mortecino, y al recibir la carta de libertad por los servicios prestados, se había adelantado. Manu, necesitaba el último empujón; y esa parecía ser la misión que me había encomendado el Santo para la jornada. Ceci y Eny han continuado, yo me he quedado.

“¡Aguanta, que estamos llegando!”. Cada sutil movimiento un nuevo pinchazo, además de sus pies se estaba rasgando su ego; aunque serena, la cara le delataba; doscientos metros eran un mundo, medio kilómetro, para él, el Universo. Sabía que su esfuerzo estaba siendo tremendo y que el dolor le calaba los huesos; podría haber avanzado, haberme marchado, pero no he querido; he recordado la hora y media que ayer yo había pasado acurrucado, suplicando que un ángel de la guardia me acompañara... Al llegar a Estella, nos ha dado las gracias; porque sin nuestro aliento, no habría llegado ten lejos.

domingo, 24 de enero de 2010

UNA TORRE DE BABEL (Tercera etapa)

Había comenzado El Camino de Santiago preocupado, tendría que llegar a Logroño enseguida; no estaba seguro de ser capaz de cubrir los 160 kilómetros que había desde Sant Jean Pied de Port en seis etapas . Gracias a Dios, salí desde Roncesvalles y la media se había reducido a tan sólo 25 kms. por jornada. Entonces, eso también me parecían una burrada.

El primer embate había cumplido las expectativas, sin problemas. Ayer, el segundo había cojeado conmigo por las calles de Pamplona; atascado en Zariquiegui, no las tenía todas conmigo; estuve seguro de que fracasaría; no llegaría a tiempo. Al final cayeron 39, en unas pocas horas había cambiado el cuento por completo. Destrocé todas las barreras, me bastarían poco más de 20 kms. para llegar a la cita. Estaba contento, me lamentaba perplejo; me he propuesto no avanzar en exceso, sería una tontería tener que esperar, un día o dos, parado en mi pueblo por haber llegado con demasiado adelanto. Me impondría unas cuantas paradas para que la aventura se arrastrara a gatas.

Dicho y hecho. En algo más de tres horas, ni siquiera había cubierto la quinta parte del recorrido previsto. Me he sometido voluntariamente al ritmo plomizo de todas aquellas personas con las que he fingido conversaciones interesantes; he disfrutado de cada árbol, de cada flor incipiente, de cada rama invisible; he dibujado nubes inexistentes en el cielo despejado... Me he escudado en el Románico Navarro, un estilo peculiar; y extraordinario, donde los haya; siendo uno de los pocos con adjetivo propio, iba a ser extraordinario tener tanto tiempo para apreciarlo. He prestado atención inquisitorial a todos sus escudos grotescos, hay muchos por estos pueblos; con medias lunas, estrellas y supuestos payasos, ¿qué sería todo aquello?. No lo entiendo, no creo que fueran caricaturas; debían proteger secretos ocultos de alguna logia vetusta. He examinado cada resquicio buscando indicios inexistentes, he imaginado conspiraciones de señores feudales contra la historia; he buscado el significado de cada muesca...

Excusas; ¡como cuesta, pararse cuando el cuerpo pide marcha!; posiblemente fueran muescas impresas por la climatología adversa. Tendría que haber continuado andando, hasta donde hubiese llegado. Puente la Reina es, además de hermosa, valiosa; punto de confluencia de varios caminos que llegan, de la mano, a visitar al Santo; Mañeru, aunque diminuto, también interesa pero... ¿Qué hacía allí sentado?, ¿qué buscaba?, ¿a qué o quién estaría esperando?. Tras hora y media mirando como un palurdo tantos blasones de armas, estaba harto de hacer el tonto.

Menos mal que ha llegado la italiana a la que había conocido ayer, cenando. Creo que se llama Tiziana, compañera de Mª Cristina, una suiza residente en Italia; aunque en ese instante no venía con ella. Creo que, aunque la apreciara, para ella estaba siendo un estorbo; era una señora mayor que ella, que avanzaba demasiado despacio; ella era una joven entusiasmada. Hacía como que la esperaba, quizás no supiera como espantarla sin hacerle daño. Aún no sé cómo acabé en esa mesa, compartiendo mantel y conversación con toda aquella gente. Era un peregrino de verdad y tenía claro lo de la austeridad; me iba saltando a las primeras de cambio todas las reglas fundamentales: no podía permitirme comer en restaurantes sin un presupuesto acorde.

Una Torre de Babel impresionante; un laberinto de idiomas sin rejas. Además de las susodichas, que aportaban suizo, inglés, italiano y alemán, un teutón que no sé si era tal, pero era grandullón y también hablaba alemán. También había dos españolas que, además de español, hablaban inglés. Y aquel viejo francés, que sólo hablaba, justamente, francés. Una Torre de Babel que se quería comprender, haciendo traducciones en grupos de tres, cuatro y hasta cien. Chapurreando una mezcla de no sé que... ¿Intérpretes, quiénes de quién?. Por desgracia, acababa de decidir que ya era suficiente, ya estaba marchando; aunque me apetecía no podía darme la vuelta y esperarla; no tenía tanta confianza. La italiana se ha quedado sentada en el banco en el que yo había dejado consumir al reloj los minutos que me sobraba.

Pero necesitaba agua, la hidratación es importante, en estos casos, y ya no me quedaba ni una gota de agua. He tenido que dar media vuelta; retroceder sobre mis pasos en busca de la fuente por la que había pasado hacía ya una hora. Allí estaba el viejo francés sentado, el que había aumentado el trío a cuarteto, el que me había invitado ayer a cenar caliente; me he sentido culpable por no haberle esperado, por no haberle acompañado; no tenía buena cara. Me ha dicho que caminaba despacio porque tenía los pies destrozados, parece que aunque no se habría quejado si que le pesaba la marcha; ayer ya venía fastidiado. Me ha invitado a que continuara, y me he sentido aliviado; no sería necesario acompañarle, ni esperarle.

Aunque había insistido en que me había invitado por que quería, sin compromiso, me he despedido un poco angustiado. Otra relación recién comenzada que empezaba a ser pasado, y otra que daba sus primeros pasos, apenas sin darme cuenta. No recuerdo ni dónde ni cómo, Tiziana me había alcanzado; y ya hacía un rato que me hablaba de sus plantas, mientras comíamos unos hierbajos que ella aseguraba que eran extraordinarios contra las flatulencias . Más valía, iba yo pensando mientras tanto, que fuera una bruja avezada, y buena, esa mujer que caminaba a mi lado.

sábado, 23 de enero de 2010

POR FIN, OBANOS (Segunda etapa)

Se han quedado extrañados, mis ángeles de la guarda no me habían reconocido; supongo que no esperarían volver a encontrarse conmigo. Al menos haría cinco horas que les había pasado como una moto tras haber compartido con ellos unos kilómetros. Era una pareja muy maja; él, andariego experimentado; aunque viejo se movía como pez en el agua por aquellos sube y baja; corría como una gacela entre arbustos y charcos; tan pronto se adelantaba perdiéndose entre la maleza como reculaba para ser alcanzado por su esposa. Ella, aunque acompañada, caminaba en solitario, no se quejaba pero le pesaba la caminata; era una pareja curiosa. Por eso, me había quedado un rato con ella. Por eso y porque han sido los primeros españoles que me he topado por estos lares. Esto no parece España, por aquí no hay más que extranjeros; merecían un trato diferenciado.

Les había abandonado a las diez de la mañana porque ya me estaba aburriendo de ir tan despacio; y porque ella me había dado permiso, al darse cuenta de su ritmo cansino y de mi cara de hastío. Creo que ha hecho como que se paraba para librarme de compromiso, y así me fuera tranquilo. Se lo he agradecido en silencio; me había cansado y necesitaba ir a mi aire.

El segundo día..., no me había dado tiempo a tener motivos. El run run mortecino del paso mezquino, el aburrimiento continuo, la mochila y sus diez kilos, el silencio cetrino; ¿la soledad del camino...?, la paciencia agoniza. Quizás estos sean los obstáculos, que aquí llaman retos; se han rebelado los fantasmas que yo creía muertos. Recluido en lo más profundo del griterío me había creído valiente; lo siento, parece que aquí no soy tan fuerte como rodeado de comodidades y de gente. Apariencias, una coraza para un corazón reprimido; la lección no se aprende recostado entre algodones; no es un camino de rosas, son necesarias las espinas de aquella corona infame.

Zariquiegui, el monte Calvario, y en lo alto de una cuesta mi cruz. El segundo día, y el tormento me estaba devolviendo ciento. ¿Ni siquiera una ampolla?; la envidia de tantos, la estocada certera en lo más profundo de... Me creía veterano, aunque apenas hubiese empezado, pero era un lerdo novato. Mis ampollas estaban supurando pus en lo más profundo del alma. Tras una hora y media postrado, antecedida por otro tanto cojeando, han llegado a mi altura para librarme de la condena. Les he dado las gracias sin haber mediado palabra; a ellos y a Dios, por supuesto, aunque dudo que Dios me haya oído.

Ahora me parece un sueño evocar esta pesadilla desde este rincón tranquilo. Una caña de medio litro, disfrutando de esta terraza de delicias y sus ninfas; ninfa cualquier peregrina. Todo ello compartido con un francés desconocido que ha aparecido por sorpresa, y que ha transformado nuestro trío en cuarteto. A trece kilómetros de mi bloqueo mental, ya lejano; unos veinticinco más allá de la Plaza del Castillo; casi cuarenta kilómetros recorridos, ¿quién lo habría imaginado tan solo hace un rato?. Este pueblo se llama Obanos, Obanos tampoco era, para hoy, mi destino preferido... Pero aquí, en el Camino de Santiago, así funcionan las cosas. El hombre propone y cada paso dispone...

viernes, 22 de enero de 2010

SOBRE ZARIQUIEGUI (Segunda etapa)

He estado aferrado a mis rodillas más de una hora y media; aterrado, acurrucado en la iglesia de aquel pueblo, casi abandonado. Mi mente sólo abrigaba una idea, una obsesión abrasiva: suplicaba al Señor que, por favor, me concediera compañía, para beber el trago amargo, para que me sacara de aquel pozo. La compañía que había rehusado alegremente no hacía ni siquiera un día. Todo se me revolvía; mi cabeza, el corazón, las entrañas; me latían las sienes, amenazaban detenerse, y yo me agarraba con uñas y dientes al banco de madera, bajo la sombra ardiente; Dios, los apostoles y su iglesia. No sé lo que hubiera dado por haber recibido unas cuantas llamadas, pero las había prohibido; ¿por qué no me desobedecían?. En la quiebra grotesca, no se lo habría tenido en cuenta. Rogaba que alguien me salvase de esa locura cuerda, pero el móvil se resistía; no quiso sonar su melodía. ¿Dónde estaban todos los caminantes con los que me había cruzado un instante antes?; un alma siquiera, aunque fuera un fantasma, nada... ¿Por qué aseguran que en este camino, tan conocido y transitado, por estas fechas, nadie está solo?. ¿Por qué no acudía, entonces, nadie a rescatarme de las garras de aquel rincón siniestro?.

El día ya había empezado torcido, si hubiera escuchado sus quejas no me habría encontrado con ello. Hasta ese instante grotesco, diez kilómetros de casas, y semáforos por todos los lados; los vehículos ya me parecían extraños, un día había bastado para acostumbrarme a no tenerlos. He querido correr; para atravesar cuanto antes el caos urbano; apenas lo había recuperado y ya echaba de menos la calma de los paisajes dejados atrás. Verdes de todos los colores, árboles enormes, el barro pringoso, el agua y sus arroyos, fuentes y puentes de piedra; los pueblos pequeños, esas iglesias, aquellos personajes añejos; pasa todo tan lento, y lo siento tan lejos. Todos aquellos parajes que, mientras he pasado por ellos, no he sabida apreciar, para mi desgracia. Porque la mente exigía más y mi cuerpo se dejaba arrastrar, todo ritmo me parecía lento, perder el tiempo. Antes de llegar a la ciudad, unos cuantos peregrinos me han tenido que dejar marchar, incapacitados para seguirme. Me sentía fenomenal, pero entre la cara y la cruz no hay más que un filo sutil.

De repente, tras un descanso leve en Burlada; el reposo del guerrero impuesto, porque mis piernas caminaban fuertes y no me han reclamado pausas. Una sensación incómoda, un sentimiento de culpabilidad extraña me ha obligado; quería correr pero no quería; me he parado a beber un trago. Al arrancar, por una tontería solemne, sin motivo aparente, no había hecho ningún movimiento inoportuno, todos y cada uno de ellos medidos; pero la ingle ha empezado a dolerme. Al principio una ligera molestia, sin importancia; después me ha preocupado su insistencia; enseguida el dolor intenso amenazaba incapacitarme para continuar caminando. Tendría que llegar como fuera al albergue más próximo; y allí tendría que esperar, como poco, hasta el día siguiente; ojala que el día siguiente fuera mañana.

Pero primero tendría que llegar, lo cual no carecía de dificultad; hasta entonces ni siquiera una pequeña ampolla, ni tendinitis siquiera; era la envidia del resto, comenzaba a arrepentirme de no haber sabido apreciar la balsa de felicidad que me acababa de abandonar. Se estaba imponiendo la realidad, cruda de verdad. Entreteniendo a la lesión meditando, concentrando mi equilibrio en el cambio correcto de los pesos, para que no me hicieran daño mis huellas; a mi pesar, poco a poco fui arrastrando un montón de pensamientos perversos.

No entraba en los planes de mi orgullo recibir semejante humillación tan temprano. Pero no me había sentado bien cambiar el medio rural navarro por al cemento de la capital y su entorno. Pamplona iba a ser el final de esta etapa; cuarenta y tantos kilómetros habrían sido demasiados, pero quince no serían nada. Toneladas de hormigón habían destrozado algo más que soberbias disfrazadas de falsas modestias; un músculo magullado solo requería descanso; en Burlada el camino me había colocado el tercio de varas.

No se me ocurrió, mientras cojeaba por La Estafeta imaginarme lo que me esperaba, poco después, en Zariquiegui. De haberlo hecho habría dado por bien empleada la parada temprana.

jueves, 21 de enero de 2010

LARRASOAÑA (Primera etapa)

Se había ido apagando la ilusión del principio, cada paso había empezado a suponer un martirio, he visto alejarse la meta aunque siguiese viendo su iglesia; estaba ahí, tan cerca, el último tramo se me ha hecho eterno. La impaciencia ha vuelto hacer acto de presencia, durante mucho tiempo fue mi compañera de viaje habitual; la responsable de que nunca hubiera acabado nada y de que dejase de emprender cualquier plan.

Y la misma estrofa desinflando mi castillo hinchable sin cesar: ella merecía la pena, ella merecía la pena, ella merecía la pena. Había caminado con ella a gusto, ejecutando errores a diestro y siniestro, riéndonos de tonterías en idiomas distintos. Había logrado que fueran fáciles los veinte primeros kilómetros de mi aventura. Pero no podía pararme, tenía que dejarla atrás y pasar de largo.

Tengo que seguir caminando a solas, sin permitirle una oportunidad a la pereza. La compañía agradable acomoda pero, antes o después, estorba; no quiero a mi lado ladrones perpetuos que roben otros contactos furtivos, fugaces, especiales. No soportaré más mordazas que me amarren a lo normal aparentando felicidad. Para ese viaje no harían falta estas alforjas, la mochila aún me pesa un quintal. Sin aferrarme a nadie, ni a nada; para enfrentarme a pecho descubierto a los acontecimientos. He venido al encuentro de dificultades para crecer.

Un caminante solitario, y nada más; enfundado en mi concha, santo y seña, mi bandera; una de esas que todo peregrino hemos de llevar para identificarnos como tal. Un loco, como otros muchos, avanzando hacia el abismo, un lugar impreciso que no quiero saber donde está; allí donde el corazón me quiera llevar. Dejar que me recorra el camino; algo así creo que quiere decir el título de mi guía: “Lo importante no es llegar, sino que te llegue”. La verdad es que el lema es hermoso; ¡quién pudiera!. No puedo evitarlo, no sé como lograrlo; ¿qué tengo que hacer?. No quiero ser yo quien mande, y me esfuerzo en ello continuamente. Quiero fiarme, sea quien fuera ese ente abstracto; que mis decisiones sean las que él vaya decidiendo. Pero sigo controlando todo el rato, y pierdo el dominio de la situación a cada tropezón, así no me recorrerá ni siquiera un escalofrío.

Por fin..., he respirado aliviado al divisar el puente que tanto había añorado; no sabía que me esperara un puente a la llegada de Larrasoaña, pero el cartel que le acompañaba le ha delatado; se titulaba como el final de mi etapa. Lo he alcanzado hace un rato; y es curioso, ya es otra historia olvidada. ¿Y esa señora? ¿qué hace ahí apostada?. Tapada a medias, tras el visillo, a través del ventanuco; pareciera que me vigilara, cuan vigía que desde la almena proteja su fortaleza. Mira que viste rara, ataviada con esos trajes gruesos... Seguramente que ella no piense diferente: ¿por qué vestirán así estos tipos tan raros?. Al fin y al cabo, ella es la que está aquí desde siempre; yo soy el intruso. Ahora somos muchos, antes dicen que eran menos y que el trato entre lugareños y peregrinos era otro; mucho más próximo, mucho más educado. Los primeros peregrinos tenían las c osas más claras, no venían a lo que venimos ahora.

Ayer, al solicitar la credencial en Roncesvalles, me preguntaron los motivos; tuve que contarles una mentira porque así me lo habían aconsejado..., para no tener problemas futuros. Aduje razones espirituales y, aunque ya no me sienta tal, puse la cruz en el escaño cristiano. No sé si he empezado bien; si bien fui sincero, tal vez ocultara parte de la realidad. El otro día, antes de salir de mi pueblo unos amigos me habían preguntado lo mismo: “¿por qué coño vas a hacer el camino?”. Lo único que sé es que hasta aquí no me han arrastrado fundamentos materiales y que ellos, aunque lo parezcan, tampoco son santos; en un descanso, ojeando la credencial me enterado que pagué dos euros por obtenerla, cuando lo estipulado es no cobrar más de medio.

“Buen camino”, peregrino; estoy respondiendo a un colega. Ya me enterado, por cierto, que no es un saludo cualquiera. Lo repiten todo el rato los extranjeros para desearse buena suerte, ellos vienen bien aleccionados. Camino, en boca de uno de ellos, suena muy distinto. Es un Camino con mayúsculas, el nuestro no suena lo mismo. El “Keminou” que estoy recorriendo. “Buen “keminou”, por eso, me desea buena suerte.

miércoles, 20 de enero de 2010

ZUBIRI (Primera etapa)

Me he sentido aliviado al ver reflejado en mi móvil las seis de la mañana; era la hora indicada para despertar la jornada. Para entonces ya había mirado el reloj al menos un millón de veces; por fin, la enésima ha acabado con mi desesperación. El calor y el run run de la calefacción no me han dejado conciliar el sueño, hacerlo habría sido una quimera en aquel ambiente empalagoso; pringoso, asqueroso. ¡Menuda, la que me esperaba!; aunque haya venido advertido, no por ello fue menor la tortura; ante concierto tan desatinado de ronquidos y soplidos no ha habido forma; he dormido poco y retorcido.

He intentado vestirme en silencio para no molestar a los que habían arruinado mi velada, pero el ruido de las bolsas han desarticulado mis cuidados. El estruendo insoportable que he metiendo me ha lo dejado claro: el ruido, entre tanta gente, formaría parte de la rutina (matutina). Por fin he conseguido salido de la habitación, un barracón para un montón; arrastrando una mochila que pesaba demasiado. Y, casi a la vez, lo han hecho aquellos dos; a duras penas me he enterado de que eran dos alemanes curtidos, profesionales de no sé qué deporte.

Ayer me rendí ante aquel francés al que no entendía nada, no sé que me quiso decir y asentí por asentir, por cortar el sofocón que me estaba produciendo no entender; hoy lo tenía claro, algo tendría que hacer para remediarlo. He perpetrado por eso, con el mío anquilosado, un atentado contra su inglés fluido; ¿seis años para qué me han servido?. No recuerdo ni la centésima parte de lo que creía haber aprendido, tantas horas estudiando un vocabulario tan rebuscado y lo he olvidado todo; ni siquiera soy capaz de componer las estructuras más sencillas. Eran alemanes, ellos lo dominaban a la perfección, tuvieron paciencia y compasión; pero ni siquiera he preguntado sus nombres, para no molestar más, me ha dado vergüenza, no me atrevido a hablar. Profesionales o aficionados, eran unos tíos fornidos.

Mientras desayunaba un poco de pan, chocolate y frutos secos, me he enterado, también, de que venían del otro lado de los Pirineos. Se habían perdido, debió de ser ayer. Me han dicho que habían hecho trece kilómetros de más, que su jornada fue de cuarenta y cuatro, y que hoy llegarían hasta Pamplona, querían hacer otros tantos. ¡Qué burrada!; me he sentido enano, y envidioso; tendría que conformarme con no más de veinte; cuarenta y tantos eran demasiados. Me han deseado “Buen camino”; yo no conocía ese saludo; no he añadido nada, les he dicho en silencio: hasta luego; a su paso, a mi pesar, hasta nunca. Tenía claro que no volvería a verles.

Con esa idea, aún rondando mi cabeza, me he puesto en marcha. Los primeros pasos de uno cuantos; iba pensando; buscando, también, como protegerme del aliento gélido de la madrugada... ¡La flecha amarilla, idiota!”; sin haber comenzado me he perdido por primera vez. Ahora ya lo sé, no lo volveré a olvidar, esa señal ha de ser mi punto de atención, mi única obsesión. Al fin y al cabo, comparándolo con el precio que pagaron los alemanes por su despiste, a mí me ha salido barato: trescientos metros en aquella selva navarra salvaje no han sido tantos. He llegado al primer pueblo sin ningún otro sobresalto.

Pasado el primer escollo; un hito que no he celebrado; me quedaban demasiados que ir añadiendo a mi rutina recién estrenada. Ya había dado el primer paso; he pensado, mejor ni pensarlo; ha aparecido Luis para evitarlo; pero con él acudía el demonio levantando el mismo muro. Era brasileño y yo no hablaba portugués, parecía interesante pero, a él, el español tampoco se le daba bien. Habría que resignarse, ¿qué otra cosa podríamos hacer?. Dos horas o tres después y unos cuantos pueblos dejados atrás, chapurreabamos los dos en inglés; perpetrando una gramática soez. A mis profesores no les habría sentado bien pero nos ha permitido comprender quiénes eramos y por qué. He agradecido su compañía mientras sus zapatillas de deporte le han amarrado a mi vera; empantanado, apenas se mantenía en pie por aquellas andurriales. En cuanto le han soltado los barrizales se ha marchado. Creo que los alemanes y él ya deben ser un grupo de tres; yo me he quedado, de nuevo, herida mi soberbia y totalmente humillado intentando convencerme de había venido a pasear.

No cabía duda, la chica rubia me iría mejor; su chubasquero amarillo amarrado a la cintura. Llevaba tiempo llamándome la atención; sujeto al ritmo del brasileño ella se había quedado detrás. Una mujer madura, no tendría menos de cincuenta años, pero andando parecía una muchacha treintañera. Con ella he dado el primer salto, sin saber como me he hecho su aliado. Yo le he regalado palabras de mi vocabulario, y ella me ha recordado algunas de las que yo del suyo había olvidado. Era una canadiense anglófona empeñada en aprender castellano. Gracias a su paciencia he ido recuperando mi inglés atrancado; gracias a la mía ella ha afianzado el español que nunca había aprendido.

En Zubiri se han separado nuestros caminos. Quizás tendría que haberme quedado a practicar tai chi a su lado. ¿Y si fuera una de esas señales de las que tanto he leído?. Pero también lo practicaba uno de los dos alemanes. Me apetecía, pero no podía; las prisas de las que huyo; ¿la competición impresa en mi cuna ?; mi orgullo desde el inicio herido. Los dos alemanes, el brasileño; quizás, en el fondo, habría deseado que aquel trío se constituyera en cuarteto que a la carrera se comiera el Camino de Santiago en una semana y media, como mucho.

martes, 19 de enero de 2010

DESDE RONCESVALLES

A decir verdad, yo habría preferido otro lugar; aunque hasta hace dos o tres días no hubiera oído hablar más que de Roncesvalles como única posibilidad. Ya estaba convencido, y nadie lo podría evitar; éste no era el punto de partida original. Como sugería Paolo Coelho en su libro, Saint Jean Pied de Port es comienzo oficial de esta aventura que tiene Santiago de Compostela como cumbre final. Si él así lo había hecho, así habría de ser; no sería yo quien le fuera a quitar la razón.

Dicho y hecho. ¡Mira que hay que ser cabezota!. Había decidido ponerme en manos del destino y asumir el riesgo que conllevase dejarme llevar sin cadenas. No había tirado todos mis planes por la borda por una idea peregrina, para peregrinando seguir bordando vainica a mi medida. No tocaba y, por lo tanto, al final no he llegado; se ha hecho tarde, así lo han dispuesto las circunstancias. Tendrán que esperar los consejos de ese señor tan importante para una mejor ocasión; yo que le consideraba en estas lides una autoridad... Parece que hay quien manda más. El azar ya había escogido mucho antes que yo eligiese “El Peregrino de Compostela (Diario de un Mago)” como guía y conductor.

Y aquí ha empezado lo peor, me sigue doliendo la contradicción; decir esto y lo contrario; y que lo contrario me arrastre a la zozobra. Así son las cosas, aunque así no quiera que sean; una aventura que desde el principio me humilla; hasta donde la casualidad dicte, hasta que el orgullo naufrague. Me propondré olvidar, mucho mejor.

Al menos mi amigo Rubén habrá descansado aliviado, ya estará tranquilo; un poco menos asustado que cuando me abandonó en el surtido de Viana; me sorprendió con su exceso de celo; que se mostrara tan receloso un tío al que tengo por valiente y que lo exhibe continuamente; aquella cara de conejo asustado me parecía querer suplicarme: “arrepiéntete, no te vayas”; como si se sintiese responsable de alguna desgracia que vaticinara.Apenas he podido hablar con él, lo justo para avisarle de que, al menos esta noche, dormiré, sano y salvo. Porque aquí de poco sirve estar movilizado, y ciertas otras comodidades que brillan por su ausencia; creo que todo lo que en la civilización es un derecho impuesto, por aquí me va costar esfuerzo adquirirlo. En estas tierras la cobertura del móvil es una tortura.

Es curioso, me escucho pensando en un pasado remoto... Pero no hace ni cinco horas de todo esto; ha pasado el tiempo lento, se desvanece el papel preponderante del reloj. En cuatro horas, no me lo creo; no habría sido lo mismo de haber claudicado a las primeras de cambio; habría sido mi ruina, empieza a funcionar el espectáculo y los enanos recuperan su tamaño.

Aquí va a dar comienzo mi Camino de Santiago... ¿o, tal vez, estaré de nuevo equivocado?. Esta nueva perspectiva me juega malas pasadas; las apariencias me engañan, no se que es fundamento ni que ornamento. ¿Y si ya ha empezado en Viana?, no me salen las cuentas. Creo que, en realidad el camino habrá empezado en la puerta de mi casa.

lunes, 18 de enero de 2010

APROXIMACIÓN

Se estaba consumando el fracaso, nadie hacía ni siquiera el amago; me sentía un leproso apestado, tostado vuelta y vuelta, en aquel horno de metal. Una hora en una gasolinera bajo el sol justiciero habían dictado sentencia; condenado por el Rey de los Astros, y el reloj de impaciencia preñado, a volver a casa humillado, y con el rabo entre las piernas.

Amagaba su golpe el drama, la llama inicial ya apenas brillaba; sin haber empezado casi nada, todo se acababa. Y es que ya me lo había avisado algún amigo bien intencionado: “nadie se fía en estos tiempos tan complicados; y haciendo dedo, no llegarás a ninguna parte; ¿por qué no haces las cosas como las hace la gente que no es tan rara?”.

Si al menos me hubiera puesto a hacer autoestop en mi pueblo..., pero no me había atrevido, por aquello del que dirían, por no someterme a las miradas que he prejuzgado inquisitivas. Me estaba arrepintiendo, ¿cómo regresaría?; me tendría que recoger un amigo, ¿qué excusa inventaría?. El orgullo, la memoria; ¡Dios no lo quisiera!, ¡qué vergüenza si alguien enterara!.

¡Qué tío más majo el conductor del autobús de Tudela!. Aunque no era su obligación ha parado a mi lado para advertirme de que la línea de Pamplona pasaba por el centro del pueblo; según sus indicaciones aún faltaba un rato para que partiera. No me habría hecho gracia renunciar a mi idea primera, pero mejor habría sido aquello. Como aún tenía algo de tiempo he decidido aguantar allí mismo, por si acaso. En el Camino de Santiago la esperanza es lo último que ha de perderse; y lo mismo me daba esperar arriba, que hacerlo donde estaba, sentado.

¿Un moro?, ¿uno de esos desconfiados de los que ni Dios habría de fiarse?. Me he montado receloso, rogándole a Santiago, que por favor no se diera cuenta; al fin y al cabo, él había sido el Santo que más colegas suyos se cargó. Me arrepiento, consejos doy que para mi no tengo; los prejuicios no son buenos compañeros; no se diferenciaba tanto de otros con los que sí que comparto religión. Era un joven agradable, como ha sido tan generoso conmigo le he querido regalar un presente; lo ha rechazado; quizás tras su aplastante cordialidad ocultara él, también, su gran inseguridad; aquel libro no debía ser para él, o tendría que ser para otro, tal vez.

Viana, una etapa superada; a Estella una hora y media; un poco cruda se presentaba la media. Y para el siguiente trayecto... ¡Lo que faltaba, esta vez un ecuatoriano!, otro de esos desechos de nuestra sociedad radical; y la cara con la que me ha recibido habría dado la razón a quienes de ellos no suelen tener muy buena opinión. A él no le he ofrecido mi presente, por algún motivo habrá sido; ¿quizás no le creyera inteligente?, de nuevo me han traicionado mis prejuicios larvados en los rincones de mi inconsciente. Un rato después me he arrepentido, tras mil rectificaciones, calle abajo, calle arriba, en Pamplona perdidos, buscando como fuera una salida; se ha deshecho en amabilidad para acercarme al lugar donde me viniera mejor. Me alegro por ello, gracias Señor; aunque yo como otros ella cometido el mismo error en mi juicio, por precipitación.

Cuatro coches más... ¡y todos del tirón!. Uno porque le venía de paso, otro al que llevarme no le torcía el rumbo; el siguiente más de lo mismo. Y, sobre todo, como colofón, aquella enfermera en día de fiesta, que para acercarme a mí, pasó de largo diez kilómetros su pueblo (destino), de balde. Me indicó, que aunque ella fuera del Espinal, me acercaría a Roncesvalles.

Gracias a todos por llevarle la contraria a los consejeros agoreros, y a mis propios miedos.
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