domingo, 28 de febrero de 2010

SEÑALES (Décimo novena etapa)

Mucha paciencia y bastante fe; y capacidad de adaptación, también. Habría que dejarse llevar por las señales, que para eso las enviaría Santiago a sus fieles de la forma más natural; escuchar el mensaje que el trueno me trajese, y caminar hacia donde apuntase el dedo del rayo veloz debía ser mi misión. A mí las tormentas me mojaban, y poco más; para no equivocarme, mejor seguía las costumbres establecidas, que para algo debían estar.

Una de ellas decía que había que llevar a la Cruz de Ferro una piedra recogida en cualquier tramo del recorrido anterior. Según la tradición, cada peregrino tendría que dejar una, que para él fuera singular, en el punto más alto del Camino Francés. A menos de 20 kilómetros de ese lugar yo no había encontrado la mía; ninguna había llamado mi atención...; porque mi atención tuvo otras preocupaciones más urgentes que atender. ¿En el último tramo, tal vez?, dedicaría los seis kilómetros que separaban El Ganso y Rabanal a buscar con denuedo inusitado mi talismán. Todas me parecían buenas, todas eran especiales; pero todas eran demasiadas, y no necesitaba más que una; no era capaz de escoger. Me he vuelto a agotar, creo que de tanto pensar, no sé qué hacer... Reencuentros y despedidas, ¿elegidos o fortuitos? No sé cuando se me ha olvidado, ya no buscaba; quizás, después.

Aquí, el tiempo avanza tan lento, como cuando era un niño y un minuto parecía un día entero; como si hubiera sido peregrino toda la vida, pero toda la vida habría estado huyendo. Algo así creo que quiso comunicarnos la monja que se había dirigido a nosotros en “La Bendición del Peregrino”, en la misa que nos regalaron “Las Carbajalas” en el albergue de León. Según ella, todos los que estábamos allí, escuchando su sermón, habíamos respondido a una llamada que habría parado nuestro reloj... ¿Que llamada sería esa que no recordaba yo? El reencuentro con Aarón... me había devuelto anécdotas pasadas en su ausencia, y me mantenían lejos de la realidad; caminando por caminar. Haber perdido tan pronto su rastro, otra vez, estaba sembrando más preguntas de las que era capaz de recoger. No necesitaba tenerlo siempre pegado, no me esforzaría en seguir sus pasos; tan solo un instante, y esa especie de sonrisa que dibujaba mi cara al volver a verle. ¿Y todo eso, por qué?

Llamadas, llamadas extrañas... Como la esquela de la valla que había camino de Rabanal, escrita del puño y letra de un buen amigo de uno que ya debía estar muerto. También les había unido un instante; sus dos corazones se habían hecho uno en el albergue de Logroño, un rato había sido suficiente. La casualidad o el destino, parecía una señal; de nuevo me había hecho un guiño el azar, no lo dejaría pasar; Logroño es el punto del Camino de Santiago más cercano al pueblo donde resido, por eso me he parado a leer el escrito completo; por si tuviera algo que contarme. El peregrino le daba las gracias a un hospitalero que le había animado cuando su hazaña amenazaba morirse de inanición; llegar desde Roncesvalles hasta Santiago en once días no era tontería. A casi 70 kilómetros por día..., le faltaba alimento espiritual; gracias a la ayuda de un buen samaritano había logrado superar la depresión.

Al enterarse de las dificultades por la que estaba pasando su mentor quiso publicar su aliento para, entre todos, darle una fuerza superior. Un cáncer, a los pocos días del encuentro y despedida que relataba, la resignación. Hoy es día tres de Junio de 2009, el escrito creo recordar que databa del 2007. Las más de cien cruces de madera que rodeaban a la esquela, no anticipaban otro desenlace que no fuese el peor.

Cruces de madera, como aquellas que llegando a Navarrete se multiplicaban en cantidades y modas; pasados seis o siete kilómetros de Logroño, al lado del Parque de la Grajera; allí me había encontrado las primeras. Una valla entera crucificada; un kilómetro, al menos, que soportaba miles de ellas. Dos palos cruzados; dos troncos, dos ramas, un par de flores, dos cordones de zapatos; de todas las formas y estilos, escorzos imposibles o vainicas dobles y simples... ¿Quién habría sido el primero? ¿Tal vez, el hospitalero generoso?, ¿o, acaso, el peregrino agradecido?; los dos al cruzarse sus vidas. Debe hacer muchos años de aquello. Sea quien fuera, anónimo; como desconocidos serían el resto de los mas de mil siguientes. Símbolos esparcidos, dispuestos con mimo, en rincones escogidos al azar, en el lugar oportuno para abrir otras puertas que... No sé, al abrirlas, ¿dónde me transportarán?

Pensando en esas cosas y en nada más; confundido por la naturaleza en mi deambular por regiones del más allá... Cuando ya habían empezado a hablarme las flores, amarillas y lilas; ya no me esforzaba en escuchar. Flanqueado por el bosque a mi derecha, y el campo abierto a mi izquierda, me han entrado unas ganas irresistibles de mear; lo siento, no me he podido aguantar. Brillaba bajo los rayos del sol, húmedecida por la orina que la estaba regando me ha dedicado su sonrisa dorada; aun mojada la he tenido que coger, no lo evitaría; otra llamada, una señal, ¡ahí está...! Lo he tenido claro, esa sería la piedra escogida, la que plantaría en la montonera de más de un millón que me habían dicho que había a 1.500 metros de altura.

La roca que no deja de rotar, y que a veces se queda quieta, sin respirar; todo estaría en su sitio, aun completamente revuelto; ¿aferrado al desarraigo?; Aarón y el caos... ¿Por qué estoy mezclando todo esto? Una meada, y un rayo de sol empapado en urea. ¡Qué señal tan sin sustancia! ¡Pura casualidad!. ¿Cuál sería mi piedra, de verdad?

sábado, 27 de febrero de 2010

DESTELLOS (Décimo novena etapa)

Como había llegado, como solía llegar, igual que se fue; se había ido sin avisar; Aarón, había vuelto a desparecer, otra vez. Y a cambio regresó Castel, al que aún no he logrado entender. Aún era de noche, le debería haber dejado marchar, pero no sé por qué me había ido con él, renunciando al placer...

Detrás de los destellos de las luces de los frenos y sus urgencias; y enfrentados a los deslumbramientos de parabrisas teñidos de negro. He amanecido cruzando mi mirada con las de conductores hipnotizados por el asfalto, en otra carretera más que sumar a las que Santiago me había mantenido atado durante las últimas dos semanas. Sus caras contraídas, reflejos de hombres y mujeres estreñidos, aferradas a las prisas de obligaciones cotidianas variadas... Me estaban hablando a gritos, ellos también se creían señores de sus aceleradores potentes; rugiendo a mil por hora creían amordazar las voces de sus conciencias perplejas. No tenían más remedio, no podían hacer otra cosa, tenían que llegar cuanto antes, cuando menos al próximo atasco, donde sus frustraciones encontrarían las excusas convenientes. Que la queja perpetua, que la pitada ostentosa, recayese sobre la mala sombra del de enfrente... Allí, las suyas propias estarían a cubierto y su enfado con el mundo, contra ellos confabulado, estaría justificado.

¿Por qué no se enterarían? ¿Por qué, si yo lo tenía tan claro? ¿Por qué me vería en sus arrugas reflejado? Actuando así se alejarían de su meta; a 250 kilómetros de la mía... ¡Aún Santiago de Compostela estaba mucho más cerca!. Por fin, había pasado Astorga, capital de la Maragatería y sus cocidos exquisitos... ¡Joder, allí, qué bien olía!

La Castilla árida, inhóspita y circunspecta, había preparado su despedida, ya nada sería lo mismo tras abandonar estas tierras. Se acercaba el Bierzo, y su promesa de castañas para otoño; y el verdor y los cerezos ya estarían perdiendo su flor; quizás habrían dado ya fruto. Una explosión de amarillos intensos, de aromas ácidos prestos estaban abriendo sus puertas. A lo lejos se adivinaba Galicia, y empezaba a oler a lluvia. En aquel cruce de caminos, pasado Murias de Rechivando, todo estaba cambiando; un enorme bofetón me acababa de despertar del ritmo cansino imprimido por casi quince jornadas de rectas anodinas... Cuesta menos subir pendientes tortuosas que arrastrarse por la meseta... Y eso me ponía contento.

Thomas y Jurguel, y Casel que venía a mi lado... Tres alemanes y un destino; tres alemanes, conmigo cuatro personas; cuatro mendigos del mundo plantados en aquella encrucijada, cuatro caminos unidos por otro de esos instantes furtivos. Yo también creía que todos eran iguales, cabezas cuadradas que no darían lugar a improvisaciones; pero son como los españoles, cada uno de su madre y de su padre. Thomas, que había arrancado soberbio y esquivo junto a Rainer, aquel compatriota que se había tenido que parar en Estella; entonces lo debía tener claro, no he querido preguntarle por lo sucedido, pero ahora camina tranquilo. Jurguel, que sigue con su paso machacón; ya no cojea pero sigue avanzando con tesón, concentrado en ese punto abstracto que hace tiempo había clavado en su frente, supongo que para no rendirse. Casel, con el que hoy he caminado, del cual ya estaba harto; en este cruce de caminos, por fin me he librado de él. Buen, viaje peregrino, si quieres márchate... ¡Por fin, se fue!

Y es que dicen que el Camino es hacedor de justicia. A quien lo necesita pone frenos, y al que no confía le regala unas alas de pega; todo ello de doble sentido, al libre albedrío de las piedras con las que tropiece el fugitivo. Señales discretas, deseos y ambiciones, un rastro de humillaciones; los esguinces del alma, impulsos irracionales, ampollas y heridas hacen acto de presencia por mandato divino. Miles de caminos y ritmos, tantos como personas, multiplicados por sus pasiones, por sus miedos, por tantos accidentes inconsistentes. Tres, cuatro... o mil, mis oportunidades.

Hoy quería dormir en El Ganso, otro pueblo elegido; su nombre, que me traía recuerdos extraños, evocaciones que no eran mías. Pero allí me esperaba otra trampa de la partida de cartas que con mis pasos estaba jugando el destino. Treinta kilómetros que se tendrían que prorrogar hasta casi superar los cuarenta, por segundo día consecutivo. Habían clausurado, hacía apenas unos días, el albergue parroquial que buscaba; y el otro, el privado, no me convencía. Ochenta kilómetros, en dos jornadas consecutivas, me parecían una barrera infranqueable, pero no me quedaba más remedio que llegar hasta Rabanal del Camino, acompañado por una vieja conocida que estaba presentándome su reverencia; después de tanto tiempo amenazaba de nuevo tormenta. ¿Qué le podría hacer sino adaptarme a las circunstancias?

viernes, 26 de febrero de 2010

AARÓN (Décimo octava etapa)

Aunque un sol de justicia desaconsejara seguir adelante, la angustia me había impedido parar; me llamaba poderosamente aquel puebloque indicaba la guía, pasado San Martín del Camino. Éste último sería el elegido por Alexandra, Tiziana, sus compatriotas italianos; y Ian... Quise creer que la huida no sería tal, y que me sentaría bien dejarlos atrás. Un esfuerzo más, por olvidar... Seis kilómetros y medio y todo se iba a volver a acabar.

Momentos mágicos... Un instante extraordinario, muy distinto, tan distante... Silenciados, de repente, todos mis embrollos letales. Uno de esos reencuentros que anhelo, le echaba de menos; habían merecido la pena todas las rectas áridas, ardorosas... frías; y las adversidades y penas soportadas.

¡Éste sí que era de los míos!. Aunque fuera un conocido de hacía menos de veinte días, y no hubiera compartido con él más que unos pocos kilómetros. Este desconocido, se había erigido en el punto de referencia de mi camino, la señal con la que me identifico. La persona de confianza que me devuelve casi siempre la alegría, aunque este triste. Creo, quiero pensar que para él ha supuesto lo mismo; al menos eso me ha dicho. Sin haber coincidido tanto tiempo con él, lo sentía mi hermano.

Lo dicho, una conspiración en toda regla, judeo-masónica y contra mi persona; he podido confirmarlo, y no rectifico... Ya no me cabe ninguna duda. Lo quisiera o no, Hospital de Órbigo estaba marcado para hoy en su agenda. Allí, aquí, me estaba esperando Aarón, un amigo de toda la vida.

jueves, 25 de febrero de 2010

CONSPIRACION (Décimo octava etapa)

Tan solo quería despojarme del disfraz, de sedentario habitual atascado en la espiral de mezquindad... Y, ahora, quiero quitarme de en medio al “turigrino” estrafalario que recién acabo de estrenar. Más de treinta kilómetros hablando sin parar, conmigo mismo, con mi realidad, con todas las mentiras; rechazando la verdad. Enfocando en la miseria; continua, congénita, más de lo mismo. Mi imaginación fue adiestrada para descubrir todas las aristas, y cada uno de los recovecos, aún en las superficies planas. De cada sortija más de diez taras, de las oportunidades sus riesgos, de las aventuras los peligros; no habría deseos sin quiebras, ni aplauso sin precio; cada individuo que se me acercara supondría una amenaza segura; porque su dedo portaba una saeta certera.

Conspiraciones de novela y confabulaciones contra mi persona; todos los peregrinos me acosaban, y ese tenía cara de espía. Ellos escuchaban mis silencios y leían mi mente delincuente, seguro que tambíen me echararían la culpa de que ese avión se cayese en el mar. Me anticiparía, por si acaso; yo no había sido, yo no he sido, tenían que creerme, lo he sentido. Y después, el mismo reproche, ¿por qué no me atrevo a ponerlo en mi boca?: “¿Por qué seré tan idiota? Seguramente, Ian será un buen alemán, y una persona extraordinaria; no tiene mala cara y me cae bien Alexandra. Ellos son amigos, y los dos iban juntos en el lote..., ¿por qué él habría de ser el ejecutor de tan maquiavélico plan? Yo no tenía por qué dudar, me lo había encontrado por casualidad; y con otros había coincidido mucho más. ¿demasiadas miradas, ?, tal vez fuera yo el promotor, tampoco había dejado de mirar. ¿Por qué no era capaz de librarme de este calvario atroz?

No sé si soy yo el que piensa, o si son mis pensamientos los que a mí me van manejando a su voluntad. Me gustaría ser quien decidiera, durante mucho tiempo he defendido esta posición, pero me tendré que resignar, no era ni siquiera una opinión, soy otra marioneta de este teatrillo mental... Alguien me tenía secuestrado, en un rincón de una memoria que no soy capaz de dominar; el principio de autoridad, el pánico continuo a haber hecho algo mal; dentro de mí reside el agente policial que me tiene aún preso en una cárcel, aunque dorada, fatal. O puede que fuera mi defensa inconsciente para no volver a atar el mismo nudo que ya tanto me había costado soltar.

Aquel “ten cuidado”, repetido mil veces antaño y, que ya creía olvidado. Habían despertado, de repente, y por triplicado: ten cuidado por esto, ten cuidado por aquello, ten cuidado por lo de más allá; anclado a la desilusión permanente por el rigor excesivo del pánico a todo lo que se moviese afuera y adentro; por unas entrañas podridas que debería orear. La mejor forma de no equivocarse, no hacer y tender a tirar por tierra a aquel que fuera capaz. Desde lo que espero y no consigo, desde aquello que temí, aunque nunca ocurriera; desde la repetición recurrente del mismo error. Siempre tomar la misma decisión, volver a tropezar contra la misma piedra... Preocuparme de todo, sin hacer nada de nada, sino desconfiar.

No pedía más que una oportunidad, dejar de vivir queriendo tener bajo mi control, hasta al controlador. No volver a dudar de todo, y de todos; de fantasmas y monstruos que no veía nadie más que yo. Ya no más espejismos de cristal; no más reflejos que pareciesen de verdad, no soporto malvivir quebrado por la mitad. Yo que ya los creía aniquilados; en la vida cotidiana habían dejado de rechistar. No eran el problema; ni pensaba que el mundo entero conspirase contra mí; me sentaba perfectamente acomodado en mi sofá, aunque no fuera feliz.

Por suerte, el destino cruel me había abandonado en manos de la casualidad; puro y duro, el azar reflexionaba mejor; fiel reflejo, tenaz, insistente, cabezón, de lo que mi agenda quiso ocultar. Este Camino peleón estaba destrozando mis expectativas, estructuras edificadas sobre fundamentos que yo creía sólidos. Para abrir una ventana a las sorpresas hay que derribar barreras. El tío Agapito ofrece avituallamiento en la puerta de su casa, unas pocas galletas baratas, algún que otro caramelo, de ésto y de lo otro... Se queja porque añora sus tiempos jóvenes, porque el peregrino de ahora abusa, porque ya nada es lo mismo, porque ve que se le escapa el tiempo. En Valverde de la Virgen, mirándole a la cara a aquel hombre viejo, he visto clara la respuesta: a mis cuarenta años aún me asusta la historia del hombre del saco... ¡Mira que soy idiota!, los sacos ya no sirven más que para acarrear patatas.

Pasada la mediodía, ha avanzado la tarde; el sol, sobre su corcel alado, ya ha dejado atrás oriente, y desde lo más alto de su atalaya está declinando hacia poniente... Ha recortado sus requiebros, no eran tan grandes aquellas cumbres borrascosas que asomaron por lontananza; rechoncha, también mi sombra parecía otra cosa... Ya no alzaba su mano, sino para pedirme clemencia; ella también creía que iba siendo hora de dar la jornada por concluida. Hospital de Órbigo, sería un buen sitio para dar por zanjadas todas estas contiendas, por fin estábamos de acuerdo en algo... ¡Ambos necesitamos una tregua!

miércoles, 24 de febrero de 2010

MALA SOMBRA (Etapa décimo octava)

Me habría clavado aquella instantánea en el entrecejo... Si con ello hubiera rechazado todas esas burradas que me estaban atrapando en su tela de araña, lo habría hecho sin dudarlo. Sin argumentos, la capacidad de razonamiento me estaba fallando de nuevo, me empezaba a preocupar tanta intriga repetida... Ya estaba harto de tantos pensamientos negros, y de que no me dejara ni un respiro este camino guerrero... ¡Qué tormento! Tener que huir, otra vez, a la carrera de la calma que tanto anhelaba, y que tan caros vende sus servicios; una puta casquivana que volvía a amenazar mi destierro, si no pagara el precio... Apenas conquistada la plaza, la plaza ya había pedido la cuenta, y se estaba despidiendo.

No me importaría que me dolieran más ampollas, repetidas y de todas las formas, de tamaños variados; de las que dejan los pies en carne viva, y socavados por muchos hoyos... Si a cambio me librara de otras; quizás porque de esas no he tenido, y porque dicen que ya sería difícil que las tuviera. Aquel espejo difuso, el escaparate de aquella tienda de Viana, muy cerca de casa; y otros muchos escaparates de otros lugares remotos que me han devuelto la misma imagen... La que le pone rasgos a mi sombra: un rostro que no reconozco propio. ¿Quién sería aquel payaso barbudo que caminaba encogido bajo una mochila enorme? ¿Y cómo habría osado salir a la calle cubierto con tan extravagante sombrero?

Caminando, casi siempre, por delante; en este viaje me antecede, a menudo. Adherida a las piedras, suele retorcerse entre las hierbas, aparece y se esconde lamiendo cada árbol que deje a mi paso; le haría mil arrumacos a cada poste de la luz al que yo le hiciera ascos, por hacerme la puñeta... Se desliza flexible y grácil, repta cuan serpiente dañina siseando su susurro ininteligible. Es lo mismo, me persigue oculta tras el velo de la envidia ciega; tras aquellos nubarrones cerrados, de tempestades y tormentas, mensajeros; sutil, adversaria y compañera, ¿quién dice que es aliada?... envidia sana reconocida, falsa modestia fingida, en realidad soberbia corrompida; ¿quién no se exhibe orgulloso de su bandera? Era mentira, me faltaba valor para afrontar la competición que exigía ser el primero, en busca de la perfección... Las creencias no son buen motor, yo creía que... mejor, no creo... mucho mejor. Inyectada con destreza sibilina, por mis venas deben correr litros de avaricia enquistadas en trombos de incompetencia.

No quise percatarme de su presencia permanente; quizás si le diera la espalda pasara de largo, posiblemente si no la viera dejaría de incomodarme... Hasta que el sol no rozara la aurora, a oscuras no existiría, y no la verían mis ojos; lo mismo que en invierno, congelada por las temperaturas frías. Cada día, por estas tierras leonesas; por aquellas palentinas, navarras, burgalesas y riojanas..., la realidad se ha mostrado cruda; mi sombra, la desgracia, la muerte... No he logrado esquivarla; al despertar, a primera hora de la mañana, los primeros rayos de primavera... Lorenzo clava sus dagas incipientes, aún débiles pero certeras, recortando mi mala sombra en una tira de más del triple de mi estatura. Estampada contra el asfalto, me recuerda a aquellos molinos de viento que la locura de Don Quijote transformaba en monstruos enormes.

Cuatro rayas garabateadas hasta el infinito en una hoja de papel arrugada, el berrinche de aquel niño cabreado al que se le habría negado su capricho. Un borrón emborronado, una masa tiznada de gris ceniza perfectamente perfilado, tal vez por las garras de la ira... Podría ser aquel payaso del albergue de Bercianos del Real Camino; y si lo fuera quizás me mofara sin amargura; pero empiezo a sentirla mía, y por eso me callo... Por eso, y porque me apena; no es tan fácil, ni placentero reírse de la estampa de uno en pose tan grotesca... La caricatura perfecta del amo de estos pies que no tienen más remedio que arrastrarse, detrás de su mala sombra perpetua.

Una fotografía, calco perfecto de aquel momento, de muchos sentimientos revueltos; del peregrino a oscuras deslumbrado por su ceguera, de luces y sombras, de brillos y reflejos, de complejos y penumbra. De desconfianzas y alientos, un retrato que ayer había tomado Alexandra, por casualidad, para mi sorpresa; había dos siluetas largas. Monstruos, un rato en el suelo, en mi cabeza toda la mañana, toda la tarde, o el día entero.

martes, 23 de febrero de 2010

POR SI ACASO (Décimo séptima etapa)

Una mochila pesada..., mi casa reducida a la capacidad de lo que mis rodillas permitan; cuánto menos, más. De la mía, aún quitaría unas cuantas cosas; muchas cosas prescindibles, en realidad pesos muertos de las que no soy capaz de desprenderme, por si acaso... Por si acaso, arrastro una esterilla que aún no he utilizado y que sé, a ciencia cierta, que no la voy a utilizar; en realidad, sé que no dormiré a la intemperie, como tenía pensado cuando la compré. No sería mal techo una noche estrellada, pero me da pereza. Esta noche, otra almohada improvisada, en una habitación prestada volverá a ocupará su lugar. Incomodidades, incertidumbres, y tantas dudas... Mañana lo pienso, mejor.

El día posterior, y muchos días después. Hacer planes..., ¿para qué?; tener objetivos, metas y propiedades por doquier; porque un patrimonio hay que tener. Quise por anticipado, antes de necesitarlo, porque alguien me lo había enseñado, porque alguien dijo que era requisito “sine qua non” para considerarse tal, cualquier ser humano. También, porque se me había advertido: “tienes que tenerlo, por si acaso...”; por lo que pueda acontecer, por tanto. ¿Y si no pasase nada qué?

Por si acaso, lo único que no hacía escalas era el tiempo... Y seguía pasando por delante de mi cara de tonto, petrificada como aquella peana que decía el hospitalero de Mansilla de las Mulas que seguiría amarrando a Santiago, por los siglos de los siglos... Que así sea, por lo tanto; mis rodillas y mis pensamientos lloraban por tantas oportunidades desperdiciadas. Había soñado con todo esto, con estar disfrutando este momento, y recorrer estos lugares; y sufrir dolores si fuera necesario... Durante doce años me había ido convenciendo, tirita socorrida para aquellos casos: “es que ahora no puedo, en algún otro momento”; lo haría, pero... ¿quién podría haber acertado cuando?... Aquella idea descabellada llevaba ya tres años durmiendo en el rincón del olvido con la intención clara de seguir así el resto de mi vida escasa. Mochilas, y multitud de cosas... Situaciones, personas, creencias, uno mismo, que lastran en exceso.

Como la catedral de Burgos y tanto ornamento ostentoso. Más que lugar de culto parecía construida para capricho de algún rico poderoso con un zurrón enorme, repleto de recursos sobrantes. La de León no era lo mismo; he leído que en algún lugar, en el espacio que ocupa su planta, hay un manantial antiguo sobre el que había levantado un menhir, o algo parecido, algún pueblo de antaño. ¡Qué hermosura!, sin florituras, simple como un boceto perfecto. Su construcción debió ser parada en muchas ocasiones, justamente por ser más urgente acabar antes la otra. Lo importante no siempre coincide con lo vehemente, parece; y parece que siempre se imponen los actores secundarios, si fueran adinerados.

Me había dado tiempo a admirarla, con Alexandra y con Ian; que parecían querer ocupar el lugar que habían dejado Ceci, Eny y Enrique. No sé si merece la pena resistirse, me está resultando tan complicado desembarazarme de la gente que quiere caminar conmigo; ¿será que son necesarios?, parece que más vale renquear por el camino correcto que volar por uno equivocado; entre tantas piedras y gente a veces uno no se da cuenta de lo importante... Y por eso mismo, ninguno de los tres, habíamos visto a Tiziana, quizás por ser tan intermitente como el Güadiana; ella y su grupo de italianos estaban allí sentados, delante de nuestras narices; derrengados por un par de errores sucesivos. Lo dicho, más de lo mismo; me han dicho que por cabezotas habían hecho más kilómetros de los debidos. Se habían desorientado y, por no darse la vuelta al darse cuenta, acumulaban ampollas y quemaduras varias; y diez kilómetros sobrantes, más o menos. La dichosa flecha amarilla y su secreto; un despiste te desvía una eternidad del sendero.

Aquel vagabundo que daba alaridos lo debía haber perdido ya hacía tiempo; no he sido capaz de entender ninguno de los rebuznos con los que me estaba increpando; y, además, su cara desencajada me ha llegado a asustar; me estaba incomodando... Creía que Ian le había gritado en su mismo idioma, he pensado que como era alemán le había comprendido, según me ha dicho no ha hecho más que ponerse a su altura para callarlo; gritar por encima. Ian, otro tipo raro que me pone a veces nervioso; habla poco, y parece mirar de soslayo; como si desconfiara...

No sé si fiarme yo de él... Por si acaso...

lunes, 22 de febrero de 2010

PEDESTAL (Décimo séptima etapa)

Hoy ha sido una etapa corta, no podría ser de otro modo; una de esas jornadas diseñadas para parar en la capital leonesa, so pena de estar dispuesto a hacer un recorrido de más de cuarenta kilómetros... Tendría que parar en León a la fuerza; así lo indicaba, al menos, mi guía escueta. Cuarenta y cuatro kilómetros me parecían demasiados, aun a estas alturas de la historia en que notaba mis piernas, corazón y pulmones fuertes. Veintitrés, serían suficientes; veintitrés, que poco antes de empezar esta aventura habrían supuesto una paliza. El día a día ha logrado que estas hazañas sean tonterías sin importancia.

No habían dado las doce de la mañana y ya estábamos paseando por las calles de León, Alexandra y yo. Habíamos vuelto a coincidir, sin querer. Y aunque yo había forzado no salir a la par, queriendo... El camino nos ha vuelto a juntar; si tiene que ser así será. Nos lo hemos tomado con tranquilidad, y nos hemos permitido hacer una pausa larga para almorzar. Apenas faltaba media hora para la una del mediodía y ya estábamos plantados, en las puertas del albergue, haciendo cola... Más bien hacían cola nuestras mochilas, perfectamente alineadas con las de muchos más que también esperaban a que abrieran de una vez. Al final, no servía para nada madrugar sino para, hasta la una y media, estar, bostezar, mirar... conversar o callar.

Otro albergue especial, el de “las Carbajalas”, uno de esos parroquiales pero regentado por las monjas del mismo nombre. En el centro de la capital, un albergue muy grande en el que los peregrinos somos clasificados según sexo y estado civil; hay que comprenderlo. Hombres por un lado, mujeres por el contrario; separados por una puerta, vigilados por la amabilidad del encargado... Los que demuestren ser matrimonios, en donde más les apetezca; la vida tiene estas cosas que ya no entiendo... No sé lo que les molesta, en concreto.

¡Mochilas haciendo fila!, parecemos caracoles con ellas, siempre con la casa a cuesta. Un chico, con ademanes de hospitalero, le ha exigido a una muchacha que se librara de al menos cuatro kilos de los que lastraba la suya. Se ha empeñado en que ninguna persona debería cargar sobre sus hombros más del 10% de su peso corporal. No digo que no sea buen consejo, ya sé que hay que ahorrarle esfuerzos al cuerpo... Tres mudas, otros tantos calcetines, camisetas de quita y pon, como poco; un par de pantalones, chancletas; un saco de dormir, aunque sea ligero y botiquín; enseres de aseo y cuatro cosillas más... Teniendo en cuenta el kilo y medio de mochila, los tres cuartos de litro de agua, y lo que pese la vitualla...

No creo que la chica pesara más de 50 kilos, lo cual no dejaba lugar a dudas: no más de cinco sobre sus espaldas. Cinco, ni siquiera la mitad de lo que yo llevo, de lo que lleva cualquiera. Del resto, el que menos, no cargará mucho menos del doble. Y el resto no cargamos con tantas cosas. Ella, aunque asentía con la cabeza, desmentía con las orejas; tampoco lo tenía claro, creo que ni le escuchaba. Pero traía la rodilla destrozada... Si le hace caso al experto la veo andando en bragas.

Mejor si le hubieran aconsejado que descansara hasta que se le aliviaran las molestias, y que después caminase con más tiento, o que lo hiciera despacio. Ya lo decía ayer aquel viejo alemán de cabeza cuadrada y humor gaditano, cachondo como él solo y hospitalero en Mansilla de las Mulas, para más señas: no había prisas... Al fin y al cabo, Santiago hacía siglos que no se había movido de su pedestal, y allí continuaría por muchos más, sin hacer caso a quien le quisiera vistar. Y es que el santo era un mal educado, según bromeaba este hospitalero cachondo, mezcla de jamón ibérico y salchicha germana.

sábado, 20 de febrero de 2010

A DURAS PENAS (Décimo sexta etapa)

El compromiso adquirido, un contrato permanente..., exigía un comportamiento decente de un chico bueno y obediente. No debería fallarles a los demás, ¿qué es lo que iban a pensar si no?. Aún no comprendo, me cuesta entender... ¿por qué por serle fiel a mi condición me sentí tan cruel?

Imploré perdón a mi martirio interior, que me librara de la culpabilidad por haberles sido desleal; me pregunté tantas veces por qué, y tantas otras por qué no... Ellas habían empezado juntas, y juntas tenían que continuar; Enrique hacía el camino solo, las había conocido a través mío..., se habían ido en el tren los tres. No sé como les habría hecho saber que yo no era de la misma opinión.

A pesar de las consecuencias nefastas que llegué a temer, no le permití imponerse a la debilidad, no quise que me derrotaran más los chantajes del niño que fui... Menos mal que los dejé, si no lo hubiera hecho, hoy estaría fatal. Me siento muy bien... por haber escuchado a mi corazón, a pesar de que mi razón me repitiera que no. Decidió mi intuición, aposté, arriesgué y creo que acerté.

Si los tuviera que recuperar, el Camino lo hará... fácil, como los encontré. Como desaparecieron otras personas que no he vuelto a ver, como han vuelto otras que ya había olvidado. ¡Redios!, expresión característica que mi padre espetaba para no cagarse en la divinidad; en casa no se decían tacos. ¡Reliegos!, me ha empezado a sonar parecido; otro escupitajo podrido, escupido por mi boca. Un juramento sin fundamento, pero se me estaba atrancando el camino; doce kilómetros áridos y polvorientos que parecían doscientos... Alternando posición con ese que luego me he enterado que era alemán, a él también se le estaba haciendo eterno.

¡Por fin! El patio del albergue de Mansilla de las Mulas, el jardín del edén, repleto de macetas y flores hermosas...; tiene cocina, pero se me había olvidado que era domingo; estaban las tiendas cerradas, y no tenía nada que comer. Tiziana, una amiga que he recuperado; Alexandra y Ian, viejos recién conocidos; Txomin, un chico vasco que acabo de conocer y que creo que mañana perderé de vista, porque dice que quiere correr. En torno a una mesa de plástico, lavándonos los pies en unos calderos de agua con sal. Alguien ha recordado que al principio del pueblo había una gasolinera abierta, quizás pudiéramos comprar unas cuantas pizzas y cocinarlas en el microondas... ¡Había que improvisar! Nos ha parecido a todos una idea genial.

Un grupo que se había esfumado por la mañana, otro que parecía quererse formar; ¿quiénes aguantarían hasta el final?, ¿quiénes desaparecerían enseguida? Todo eso ya me da igual, lo que tenga que ser será... Y mañana, con unos u otros, o quizás solo..., como todos los días, a madrugar.

viernes, 19 de febrero de 2010

CALLADO, MEJOR (Décimo sexta etapa)

Quería dormir en Bercianos, como quise hacerlo en Grañón y lo habría hecho en Tosantos, de no habérmelo impedido las circunstancias; las mismas circunstancias habían estado a punto de repetir la desgracia. Por un momento lo había tenido claro, ante aquella estampa inicial de aprendiz de dictador cabreado; al fin y al cabo, había llegado temprano y El Burgo Ranero, estaba allí al lado. Pero no podía hacerlo; para una vez que había logrado convencer a Enrique y a las chicas de que se salieran de su itinerario perfectamente planeado..., no iba a fallarles marchándome. Habría aguantado como, y lo que fuera.

Por cierto, al final no llegaron, me había preocupado, había estado preguntando a todos los que pasaron y se quedaron; pendiente de ellos toda la tarde para nada, no sé cuando pasaron de largo... ¿Acaso se habrían quedado atrás?. Seguramente estarían enfadados, llegué a sentirme culpable, avergonzado; abandonado... Aunque me gustara caminar a solas, también me apetecía encontrarme con ellos en los albergues, para compartir la tarde conversando, para cenar juntos, para no perder el contacto.

De nuevo en marcha, tras esperar pacientemente el toque de Diana. En los albergues parroquiales, por respeto al descanso de todos, nadie se levanta antes de la hora marcada: las siete y media de la mañana..., el desayuno a partir de las ocho, y después el donativo. Los recién conocidos; Ian, el alemán educado y Alexandra, esa italiana delgadita con la que llevaba coincidiendo tres días, sin haber cruzado palabra; el grupo de Tiziana, mi italiana perdida, y conocedora de plantas favorita, recuperada; después de tanto tiempo me había reencontrado con ella. Jurguel, el chico rubio al que no le había abandonado aún su cojera. Y algún otro que ya no recuerdo. Todos a una, cada uno a lo suyo; como yo, pensando pensamientos en blanco. Tercer día en solitario... ¿O eran cuatro?. He perdido la cuenta... Amordazado.

El silencio se había hecho compañero, fundidos ambos con el camino polvoriento; sintiendo el calor ardiente saliendo ya por Oriente; porque se había retirado el viento del norte, y sin el todo se tornaba agobiante. Mientras tanto, en mi cabeza, su voz grave repetía lo que ayer me dijo que había imaginado; cada peregrino como una luz intensa; una vela, una bombilla, un instante brillante, como cada piedra que de la Gran Muralla china se pueda ver desde el firmamento. En la ruta Jacobea, decía ese sacerdote, habría muchas más de éstas, de esas, de aquellas; una por cada uno de los que la recorriéramos, una por cada uno de los que no se movieran de su casa. Entre todos, juntos, iluminaríamos el Camino y al mismísimo Santiago, siendo Santiago nuestro foco... Esto no lo he llegado a comprender... ¿seríamos, entonces, Santiago también nosotros?

Hacía tiempo que no iba a la iglesia, pero su misa me dejó satisfecho, de verdad me había sentido en comunión, reconciliado con todos aquellos desconocidos que me miraban a la cara. En inglés y en un francés que apenas logré entender; también hicieron una petición en alemán, de la que aún me enteré menos..., pero, no sé por qué, yo estuve pidiendo, sospecho, lo mismo que él, lo mismo que ellos, igual que los tres. No había ido a la capilla más que para curiosear, y me habían sorprendido allí; no me supe negar. Como la de Tosantos, improvisada en una habitación cualquiera, presidida por un altar sobre libros, fijo; rezamos, tal vez meditásemos en grupo. Pedimos a Dios, cada cual a su Señor, cada cual por sí y por todos los demás. Fue un acto sencillo en el que el cura no parecía tal, era uno más. Se me escaparon las lágrimas, y vi a a otros que aceptaban emocionados el sino, una sensación placentera me sobrecogió. Aún la llevo conmigo.

Un momento!, no puedo ni quiero seguir revisando más allá del minuto presente, del paso que esté dando entonces. Escuchando mi ritmo, para recordar lo que había sentido; para aún llegando muy tarde, haber llegado a tiempo. Ni más rápido, ni más despacio, corriendo y parando, el instante perenne. ¡Qué mala suerte! Ceci, su hilo de voz endeble me ha contestado desde el albergue; ¡qué mal pensado he sido!, ¿ves como estoy más guapo callado? Había sufrido una indisposición, vómitos y diarreas le han dejado para el arrastre; habían decidido, ayer por la tarde, acercarse en tren a León; pensaron que allí estaría mejor atendida. Pobrecilla, ya van dos... Y dicen que no hay dos sin tres.

jueves, 18 de febrero de 2010

PEPE (Décimo quinta etapa)

Pepe, y su forma de tratar a la gente... Recién inaugurada la entrada oficial al albergue que parecía regentar ha sacado a pasear su ordeno y mando, como si nos quisiera impresionar. Nos ha puesto firmes con maneras de militar exigente: ¡aquí, a su derecha, la botas!, ¡allí, en el rincón de la izquierda, los bastones!, ¡quítese la mochila!, ¡siéntese en la silla!, ¡su nombre, la credencial...!, ¿lleva usted el carnet de identidad? Por nuestro bien, obligado por sus cojones sabios, porque le estaba saliendo de un par de pelotas cuadriculadas. Dos horas y media de descanso no habían servido sino para despertar al tirano que había intuido en nuestro primer encontronazo.

Escrupuloso hasta vomitar, tanta corrección me hacía temblar, adherido a todas las fórmulas de cortesía, habidos y por haber; su impostura distante rozaba la falta de respeto. Aquellos ojos pequeños, a su vez penetrantes y esquivos, otea desde su torre de vigilancia el detalle minúsculo que le permita desmontar mi cuartada, y la de cualquiera que ante su mirada inquisitiva cayera. Lo suyo más parecía el interrogatorio policial de un resentido, que alguien que nos quisiera ayudar. Más que peregrino me he sentido delincuente en su rueda de reconocimiento, como todos los demás. ¿Quién estaría al otro lado del espejo? ¿Cómo me iba a fiar de quién partía de la desconfianza total? Me han dado ganas de arrepentirme, me habían aconsejado parar, pero he estado a punto de huir... Aquello, más que refugio, me ha parecido la cárcel de la que jamás volvería a salir.

No me quiero imaginar como se habrá sentido ese hombre que ha llegado después, al atardecer; el pobre francés al que le habían robado la documentación y sus pertenencias en la estación de León. Claro está que no ha podido demostrar su identidad; tendríamos que confiar en su palabra, aunque tal vez fuera un ladrón... Tampoco arriesgábamos la seguridad del país, veinte peregrinos, no más. Pero el soldadito de papel no quería dejarle entrar, incluso ha propuesto denunciarle, creo que hasta le habría metido en prisión; si por él hubiese sido habría llamado a la Guardia Civil. Y es que no le podía creer... ¿pero quién era él? ¿El responsable de la seguridad de las personas que allí íbamos a dormir?, cualquiera diría que corriésemos todos peligro de muerte... Yo no sé si no preferiría la cueva de los cuarenta ladrones y Ali Babá.

¡Menos mal que Pepe sólo estaba de paso...! Un peregrino que se había ofrecido a ayudar porque uno de los dos hospitaleros se había tenido que marchar. Hasta la hospitalera oficial solía recriminarle de vez en cuando su actitud, a ella también le enervaba su excesiva rigidez... aunque enseguida le excusara, con la misma rotundidad: aseguraba que era un buen chaval. Al final he reculado de mi sentencia inicial, todo el mundo merece una segunda oportunidad; quería disfrutar de una etapa especial: él no me la iba amargar.

Y sin mediar palabra, ahí estaba pelando patatas con un tío al que no entendía nada. No es difícil comunicarse, cuando se comparte esencia: el servicio como cimiento del edificio que queremos construir. Ofrecerse para lo que fuera y facilitar al otro las cosas, no hacer diferencias, comulgar en común. Hoy me había tocado cocinar, otro día fregar, en el albergue siguiente..., lo que sea será, pero siempre con alegría y buena voluntad; entre todos, para todos los demás. Colegas, en la misma celebración, para no tener nada más que rumiar que el agotamiento de la jornada de calor. Si hiciera falta, sobre la esterilla, en el suelo; aquí nadie se quedaría en la calle y se comparte el espacio que haya. Todos nos prestaríamos un poco de incomodidad para acomodar a esos que acabasen de llegar... “Creo que nos han quedado exquisitas estas patatas con chorizo; sin lujos ni ornamentos, los pies requieren fundamentos con sacramentos. Es tarde ya, toca cenar.”

Y para acabar, una puesta de sol hermosa..., que ha propuesto, aunque suene gracioso, Pepe. Desconfiado por real decreto, embriagado por su misión especial; el guardián encerrado en su cuartel, vigilado por la formación castrense de su coronel... hasta se ha soltado a cantar. Un payaso de verdad, el soldado se había quitado el disfraz. Un poco de vino, un par de discusiones que le habían acabado por derrotar; comprobar que nadie salía a caminar para armar follón... Entre dos chicas muy guapas, se ha despojado de la coraza que le solía imponer a su corazón. No cantaba tan mal, entonaba bien, pero tenía que demostrarnos que era el mejor, y por eso nos hizo reír con algún que otro “kíkiriki”.

“Buenas noches compañeros, felices sueños, hasta mañana. Sean buenos”; al final, la hospitalera tenía razón y ha merecido la pena soportar el tirón inicial. Gracias Pepe por quitarmela a mí... Nadie reparte ira. sin ton ni son.

miércoles, 17 de febrero de 2010

BERCIANOS DEL REAL CAMINO (Décimo quinta etapa)

¡Tantos peregrinos alrededor! Unos que me habrían pasado, otros a los que adelantaría en cualquier instante; los que me volvían a sobrepasar, antes desbordados; repasados de arriba a abajo, apenas sin mirarlos. Impulsos premeditados contra estrategias improvisadas; pactos para ir forzando compromisos sin refuerzos. La competencia con el resto; algo sano, algo que me entretuviese mientras tanto. A ver si atrapo a esa, que no me coja ese otro que asoma, allí atrás, sobre la loma. Viendo, comparando, midiendo; amarrando mi ritmo al de otros... esto jamás lo reconocería ni en presencia de mis abogados.

Un juego divertido, una serpiente de colores que se estira y se encoge; a las siete de la mañana, aún las distancias son nada. Una sensación extraña, aquellas experiencias casi olvidadas en las primeras jornadas, en tierras navarras; ya no recordaba lo que era habitual para la mayoría. Hasta ayer, desde entonces, me había habituado a salir siempre tarde, los últimos para ser precisos; y como el resto son madrugadores empedernidos, nos quedábamos a menudo en la estacada, perdidos por estas tierras abandonadas. De nuevo, al libre albedrío de las flechas amarillas; otro día que no he esperado para despedirlos, he vuelto a dudar un rato pero esta vez me ha resultado más grato; yo sí que me despierto temprano y esta noche ellos no dormían a mi lado.

A mi aire, necesitaba caminar sin anclajes; ayer me había propuesto lo mismo pero me arrastró su ciclón inclemente, aquella señora tan maja de cuyo nombre ya ni me acuerdo; la aventurera holandesa, ama de casa, madre, señora y profesional versada. Era alguien interesante, por ella sí que me mereció la pena acomodarme, arropado por su aliento expeditivo me sentía como un niño con zapatos recién estrenados. Hoy , sin compañía añadida... al principio la he echado de menos, la he buscado entre el resto, con la mirada perdida, pero ya había desaparecido... Fue aquel instante, fue nuestro momento... fue, y posiblemente no vuelva a ser..., pero de eso no me arrepiento.

Terradillos de los Templarios, Moratinos y San Nicolás, Sahagún el más grande, entre tantos pueblos diminutos parecía una gran ciudad; Calzada de Coto y, por fin, Bercianos, al final de esa cuesta que había para acabar, y que aunque no era empinada, terminaba por agotar. Hoy he volado, pasando pueblos de los que no me he enterado... Bercianos del Real Camino, un nombre tan singular como rimbombante, lo único en lo que he ido pensando, mi obsesión permanente hasta llegar. ¿Por qué coño se llamaría Bercianos?, lo del Real Camino lo tenía claro. ¿Por qué me habrá atraído tanto un lugar tan especial? Todo parecía normal, un lugar más, de la Palencia profunda, roja, árida; hecha de adobes, acababa de descubrirlo. No lo sé, pensaré que por algo tiene que ser.

He sentido algo en el abdomen, sin sentido; esta tabla acostumbra a estar muy dura, en pocas ocasiones había consentido mostrarse tan lasa. Me he mantenido relajado un rato largo... ¡Dios mío, que sensación tan extraña! Esa energía de la que tanto me habían hablado, de la que tanta teoría había devorado; la que con tanto denuedo persigo; la que fluye libre de cargas. Aun tenso y vigilante, me ha vuelto ha coger por sorpresa, por segunda vez... Ayer me había ocurrido lo mismo, a medida que me fui alejando de la parsimonia asfixiante de Enrique. Sin buscarlo lo he encontrado; ¡por fin, en mis manos tengo el secreto!

Un momento, dos o tres ratos; ¡”Cachis”!, se ha me ha vuelto a escapar del cesto, cuan gato de cristal perverso. Otra vez, la misma rigidez antigua, pero ya conozco el fundamento; le he visto la cara, y la recuerdo; me llevaré su retrato en la cartera: ese era mi ritmo y ese mi punto de vista del Camino. Cuando no quiso mirarme, volví a sentirme tenso, Enrique y su enfurruñamiento; y hoy por culpa de ese elemento, el tío intransigente y sus pintas extravagantes... ¿Cómo puede salir de casa con eso?, me lo ha espetado a la cara como quien pregunta una respuesta concreta, sin apenas mediar palabra: ¿te pasa algo? No es que se preocupara... ¿Qué coño iba a pasarme?, que he venido volando y he llegado, por una vez, muy temprano. Sabía que no era la hora y que el albergue se abriría a la una y media, y que eran las once pasadas... Me acomodaría a la sombra y esperaría tranquilo guardando mi lugar en la fila; y no, no necesitaría un médico que me atendiera, ni otra asistencia cualquiera...

Lo único que me hacía falta era que aquella visión horrenda, caricatura de “boy scout” impostado, aprendiz de fantoche fantasma, se retirara, de una vez por todas, de mi camino..., y hasta de mi vista.

martes, 16 de febrero de 2010

ASOMBRADO (Décimo cuarta etapa)

He pensado en aquellos que salieron volando, y en los que renquearon sin haber partido. En los que corriendo como gacelas, engendraron en su carrera desbocada aquellas ampollas que les atraparan en corazas de tortugas. Los que hemos sembrado de tiritas unos pies privilegiados, libres de heridas y yagas. No eran, tampoco, pocos los viejos, en apariencia endebles pellejos, que avanzaban ligeros para envidia de muchos jóvenes lerdos.

Sin parar en paradas que sugirieran otros tendría que escoger por mi cuenta las propias. Mi ritmo, mi bien preciado; esperando en mi camino, valor tan adorado como derrochado... ¡A borbotones, era un bocazas!¿Repetido, para ser convencido? Quizás lo que más me doliese de mi decisión, con nocturnidad y alevosía forzada, además de la descortesía de la que he hecho gala, fuera, justamente, no sentirme fuerte para salir de la madeja de ovillos en la que ya llevaba tantos días enredado. No iba a ser capaz, y lo sabía, de salir de aquel tremendo lío..., aferrado al grupo, al menos me habría quedado el pataleo, echar la culpa al vecino suele ser buen refugio. Se me estaba cayendo la careta, tramposo atrapado en mi propia trampa.

Tanta libertad que exigía..., tanta libertad estaba resquebrajando mis esquemas, rígidos como mi determinación presuntuosa, y el supuesto coraje; por supuesto, una y otro, hacían aguas por todos los rincones. ¿A quién querría engañarle?, estaba recorriendo el Camino Francés, y no otro, porque éste tenía barandillas a montones, era la aventura descafeinada y perfecta para cobardes con agujetas; repleta de albergues de lujo y comodidades varias; y, sobre todo, muchas muletas. Si algo saliese mal, sería fácil arrepentirse; sin correr ningún riesgo, por supuesto.

Sin haber dormido apenas, dando cabezadas a diestro y siniestro; preocupado, indispuesto, compañero de mis bolsas de ojeras. Carrión de los Condes, de noche, siguiendo bajo las farolas mi sombra; mirando hacia todos los lados, como lo hace un desconfiado que en su propia sombra jamás ha confiado... Me estaba siendo imposible reconciliarme con mi paz interna, más cuando detrás de mis pasos he escuchado otros... He mirado, por si acaso; ¿mira? otra de esas señoras viejas...

Cuerpo y mente, y su equilibrio; para que cuando uno de los dos se rinda, el otro acuda a socorrerlo; y si fuera necesario, otros compañeros que viajen cerca, frescos, por si los músculos y el cerebro propios fallasen. Todos a una, en la misma cuna. ¡Llevaba caminando tres meses!; un mes o quince días no eran nada. Ella me ha dicho que tras pasar los treinta primeros, levantarse cada día sin pensar en la meta apenas cuesta. Relataba que jamás habría imaginado programar lo acontecido, había empezado para salir al paso de otros problemas más cotidianos.

Una sensación de vacío, unas circunstancias distintas a las mías, ¿tal vez no tan fieras? Un marido extraordinario, y unos hijos crecidos, muchos años dedicados a lo que era cierto y supuesto, un desarrollo profesional estupendo, la familia perfecta. Otras cuestiones importantes parecían imponerse a lo ella llamaba ahora tonterías urgentes. Un paso, y detrás el otro; un par de días, para aclarar las ideas; tal vez una semana; a partir del primer mes su pensamiento ya no pensaba; se había limitado a continuar andando; y caminando, caminando aquí estaba, a punto de llegar a Santiago. Es curioso que tampoco eso pareciera preocuparle en exceso

Inin, que así se llamaba la dueña de los pasos que me habían atrapado, de madrugada, poco antes de salir de Carrión de los Condes; venía desde Holanda y había cruzado casi toda Francia chapurreando francés, a solas; en solitario, lloviendo y nevando; había empezado en invierno. Una peregrina interesante, de esas que sí que merece la pena. Otra compañera, una compañera distinta; una oportunidad extraordinaria de practicar inglés por la cara; en tantos días viajando con españoles no lo había necesitado y se me estaba olvidando lo poco que había recordado. ¡Curiosa la estampa de una pareja rara! Yo que me vanagloriaba de mis dos semanas gloriosas... ¡menuda proeza! Con más de sesenta años, ella llevaba tres meses y no le daba importancia...

Nos hemos despedido al llegar a Terradillos de los Templarios, para que ninguno de los dos diese la espalda a su destino; a mi no me convencía el albergue que ella había elegido, y a ella no le agradaba el que a mí me placía; cosas que tiene la vida... En un instante se ha pasado un día entero, más de nueve horas compartiendo nuestras vidas; los 17 kilómetros de infierno sin abrevaderos y mis devaneos mentales habían pasado desapercibidos...

Me he instalado en una habitación discreta, seis plazas, seis camas; a mi lado la que dos días antes había dormido debajo. Un par de horas más tarde han llegado ellos, mi ala estaba completa por eso les han colocado en otra. Con ellas no ha habido problema, él ni siquiera me ha dirigido la mirada; estaba enfadado, lo he notad. No hemos cruzado palabra. Con ella y con su historia, todas aquellas urgencias mías también han ido perdiendo importancia. Gracias Inin, amiga, por este día, por tu regalo; por el ejemplo.

Al final de día otro obsequio, mi amiga Teresa, al teléfono. Le he comentado lo acontecido en el albergue de Burgos... ¡La única iluminada! Ha respondido: ¡qué suerte, ha muerto haciendo lo que más le agradaba!

lunes, 15 de febrero de 2010

CALZADILLA DE LA CUEZA (Décimo cuarta etapa)

Calzadilla de la Cueza, su apellido ya anuncia el cocedero; se habla de un horneado de más de 17 kilómetros, desde Carrión de los Condes, sin un solo abrevadero, sin ningún avituallamiento. Aunque fuese bien provisto de todo lo necesario, no estaba seguro si iban a ser suficientes dos botellas de tres cuartos. Litro y medio de agua en aquellas circunstancias, más de tres horas sin un respiro, con viento helado o sol justiciero... Allí afuera me esperaba la etapa más complicada de todo lo que llevaba de camino, pero mi cabeza no dejaba de darle vueltas a otras cosas...

Alguno habría sido el motivo para haber decidido acometer esta aventura solo, por algo habría rechazado tantas propuestas recibidas para haberlo hecho acompañado. Podría haber organizado un Camino de Santiago divertido, entre risas y algarabía, con un montón de conocidos, ya amigos, si así lo hubiese deseado. Pero, entonces lo tuve claro: no quería compromisos. Lo necesitaba..., libre de pasos impuestos, que cada cual atendiera los propios; en la vida ordinaria era complicado salirse de la norma, no más protocolos establecidos y buenas maneras; yo creía que aquí estaría a salvo.

Mi camino no era el suyo, y a mí tampoco me convenía abandonar, por ellos, el mío. He dudado en cada encrucijada, he vacilado en cada recta, cada instante, cada momento... Sabía que esa situación no nos favorecería a ninguno, quizás ellos no se habrían dado cuenta; demoras y caprichos que no compartía, ese ritmo cansino que estaba acabando conmigo..., ya no estaba a gusto a su lado y necesitaba librarme de ellos, como fuera. Pero no sabía como hacerlo, ¿cómo lanzarles la propuesta sin que la recibieran como una ofensa? Llevaba atascado, dando vueltas a la misma rotonda desde el reencuentro; no encontraba la respuesta.

El dolor placentero que sentí durante aquel abrazo eterno, estrecho; el apretón de manos de Enrique, tan sincero, tan prieto; por nada del mundo me gustaría volver a ver correr más lágrimas por sus mejillas al despedirnos de nuevo... O quizás, justamente por eso. ¿Me habría atrapado el chantaje para el que tan malas palabras tengo? ¿Qué me impediría dejarles?. Pactos peligrosos, sibilinos; si siquiera hubiesen sido contratos habría tenido algo firmado a lo que atenerme. Devociones fingidas; me miento, aunque me parezca mentira. ¿Por qué querría convencerme de que todos esos halagos no me habrían salido de lo más profundo de mis entrañas? Una familia que no era la mía, lazos de sangre extrañamente adquiridos, en cuatro días, raudos, eficaces... ¡Claro que yo les quería!, y les sigo apreciando, porque son mis amigos, como Aarón, al que tanto echo de menos; ¿dónde andará Aarón, por cierto?; ¡Hace tanto tiempo...! ¡Maldito virus mezquino!

Me habían estado esperando por algo, y me habían cedido su paso para que les alcanzara, aquellas caras tan contentas en el reencuentro... ¿No habría estado abusando de su confianza? ¿Por qué no había podido conciliar el sueño en toda la noche? Desde las diez, había visto dar, una por una, todas las horas..., y en la cama de al lado Enrique, resoplando sin descanso. Ya eran las cinco de la mañana, ya no podía aguantarlo; el insomnio, las dudas, la sensación de culpabilidad, las pausas, las prisas..., he aprovechado la madrugada para no tener que dar explicaciones. Dudaba de mi aplomo para mirarles a los ojos, lo estaba sintiendo, sería más fácil dejar una escueta nota en su almohada excusando mi ausencia. Algo en mi interior aún se resistía a ponerle pies a mis deseos. Lo que tanto había criticado; sé sincero, no seas falso... Pese a quien pese, no te mientas. Estaba claro, lo haría porque tenía que hacerlo.

Me he levantado, he preparado todo, rápido y sin meter ruido... Y he salido a la calle, conmovido. Todavía no sé lo que he sentido.

domingo, 14 de febrero de 2010

TIERRAS DE CAMPOS (Décimo tercera etapa)

Y él, y las chicas; y los tres, a su ritmo, para mí, infernal; iban minando mi alegría inicial, el coraje y la determinación rendidos al encanto de un fuerza de atracción extraña. Desencantado, no quería esperar pero no podía marchar, no era capaz. ¿No quería?... No, no lo sé; Tierras de Campos, lo sé muy bien.

Otra recta, lindando con la carretera; muchos coches pasando veloces a mi lado... más de seis kilómetros muy planos, seguidos por otros tantos... Postes kilométricos que me van avisando, puntualmente, de cada kilómetro que voy rebasando; un martirio comedido que no he podido pasar por alto. Uno, dos, tres..., treinta y cuatro, treinta y cinco, treinta y seis..., ciento ocho, ciento nueve..., mil siete... Mil trescientos treinta y tres. He contado mil trescientos treinta y tres pasos, ni uno más ni uno menos, entre cada dos postes; mil trescientos treinta y tres pasos me caben en un kilómetro. Un océano de silencio, y el susurro de trigales mecidos por el viento. Y sus olas, espiga adentro, deshaciéndose de los pensamientos, de cualquier argumento; por estos lares huye la razón hacia lugares lúgubres, profundos; muy hondo, allí dónde no encuentran cobijo los mimos, ni los caprichos chantajistas..., ni los parlamentos charlatanes.

Manos duras y curtidas, las emociones encalladas en pasiones antiguas y sentimientos oblicuos. Deseos abortados por más miedos que atentados; o, por eso mismo, reforzados..., más que lo que quiero, lo que quiero que no acontezca. Pueblos pequeños; recuperados en vacaciones por los nietos de aquellos abuelos que trabajaron sin descanso, de luz a luz, en el campo. Pueblos derruidos, parajes abandonados sembrados de las piedras de esas casas destrozadas. Llanuras inmensas, sin fronteras, sin barreras; aún verdes, deshilachando apenas ocres; kilómetros y kilómetros de hastío que recorren esos postes kilométricos que pesan como losas en el alma.

Mortecina, mortificándome con sorna..., despacio, muerte lenta con espantos; me había dado alas a ratos, y originado el posterior descalabro. Chanzas y acechanzas; del camino, revueltas y recovecos... Cuando creo, que todo va bien, me achanta cualquier tontería; y cuando todo pinta fatal, me enfundo el traje de super héroe para, inmune, sobreponerme a la catástrofe. No sé a que atenerme, no acabo de enterarme... ¿Cómo no comprender su comportamiento?, el retraimiento perpetuo de estas gentes; no debe apetecer salir de casa con esta climatología, siempre adversa: frío gélido en invierno, calor tórrido en verano. Entre tanto, otoños y primaveras mudas, no queda tiempo, ni espacio; son grandes desconocidas por estas tierras. Ya sólo quedan cinco jornadas para fermentar más obsesiones contrariadas. ¿Cuándo, Dios mío, acabara Castilla y sus grandes avenidas áridas, frías?

Ya me decía mi abuela, oriunda de unas tierras vecinas, que hasta el cuarenta de mayo no me quitara el sayo; yo no entendía nada, ningún mes tenía tantos días y yo no utilizaba faldas. Me ha costado más de treinta años comprender aquel mensaje tan tonto; si le sumo diez días a mayo me planto a en la primera semana de junio, poco más o menos por estas fechas. Qué buenos consejos acostumbraba a darme “la Teodora” y que poca atención les rendía; al fin y al cabo, no era más que una vieja chocha que no decía más que tonterías; ¡jolines, cómo la quería! ¡Qué buena maestra es, por cierto, la experiencia! Y es que esto es un juego de locos, menos mal que las nubes no han hecho acto de presencia, y ha calentado un sol de justicia. Ayer, hoy y el día anterior..., sin él, además de hastiados, habría acabado congelado por ese viento que no sé de dónde viene, y que poco me importa su procedencia; es gélido como un cuchillo afilado. Aunque sean finales de mayo, y a ratos parezca julio o agosto, hace aún mucho frío en Castilla.

Pero, por otro lado, si no fuese por este viento, gélido, afilado, asesino, en vez de ateridos habríamos llegado abrasados; deshidratados y sin un gramo de sudor de reserva. Dos adversarios crueles, entre ellos y contra mi fuerza; mis temidos enemigos y yo, tres aliados del camino, si no se hubiesen ejecutado fieros... Gracias Señor por la travesura gloriosa, contradicciones de esta tierra... ¡Qué siga esta tortura castellana todo el tiempo que esta Castilla quiera!

Escogí viajar solo para que nadie me espera y, sobre todo, para no tener que adaptar mi paso a otro; porque suelo reincidir en el mismo error, por no imponerme termino tragando; y eso me hace daño. Pero viene bien también tener con quien compartir alegrías y repartir penas; no olvidaré todos esos buenos ratos que estamos pasando; nada de esto les desacredita como compañeros extraordinarios. No es por ellos, es por mí, por supuesto.

sábado, 13 de febrero de 2010

PRE OCUPACION (Décimo tercera etapa)

Me habría rendido el mismo resultado haber continuado huyendo, no nos habíamos reencontrado por casualidad; tarde o temprano, habríamos coincidido, tocaba parar en el albergue pactado. Habíamos embutido los cuatro nuestro destino en esa guía que llevaba Enrique, toda deslavazada, en su bolsillo. Él, yo..., y ellas, me habían acostumbrado, yo había cedido..., hasta donde no habría querido caer; lo necesitaba, aún no sé por qué. Con todo el mundo, todos a tropel... ¿no estaré aún preparado, tal vez?, avanzar solo...; para avanzar solo, está claro que, no estoy preparado. Hemos dormido en Boadilla del Camino, hoy lo haremos en Carrión de los Condes, mañana..., mañana..., mañana ya me dirán.

¿Habría dejado Mayte todo en orden al marcharse? Estaba seguro, de ella no me cabía duda alguna, confiaba en su responsabilidad y exquisito cuidado. Pero mis pensamientos se debatían dando saltos entre tantas incertidumbres, sobre mí mismo; tanto tiempo obsesionado por vigilar las bombonas de butano no había servido para evitarlo. Sabía, quería creerlo, que todo estaría en su sitio; pero no he podido, me tiene preocupado. No me acordaba, la había dejado allí, ama de mi casa... Nada tendría que temer pero me habían enseñado a prestar atención a lo que, aunque no tuviera que pasar, pasaría, que sería, además, de consecuencias funestas. Me recreo en la fatalidad, lo sé... ¿Qué haré?

Resquicios de una forma de obrar, que achican mi ser y se regodean en apariencias de marioneta atenta a unas manos de cristal: mirar el barranco en lugar de la senda, te caerás. Hay, por lo menos, las mismas opciones, incluso muchas más, de que todo vaya fenomenal. Lo demuestra, constantemente la experiencia... casi todo sale bien. Pero algo me arruga el estómago, algo que no me deja razonar. Si razonara dejaría de pensar.

¿Y ella, que nunca había estado tanto tiempo sola y lejos de su isla?; para ella era muy importante contar con la presencia, con la ayuda, de sus padres: echaba de menos el hogar, y extrañaba a la familia. ¿Por qué a mí no me pasará otro tanto?. Tal vez porque de eso no tenga; tengo una casa donde vivo solo; no sé de que me quejo. ¿Me estaré quejando, acaso?, tendría que pensarlo. Problemas de propiedad, ¿por no tenerla quizás? De la confianza propia... ¡Qué va! Por tener miedo a perder..., ¿lo que aún no poseo, ni poseeré?. ¡Qué curioso que es!, y es complicado, casi siempre; ponerle etiquetas a los sentimientos, a esas emociones. Ser sincero es un fraude; todos somos grandes tramposos, mentirosos de tomo y lomo.

¡Las seis de la mañana pasadas...!, hacía más de media hora que estaba escribiendo burradas, en esa salita tan mona y recogido en el regazo de su luz tenue, el silencio del alba...; y que apenas se moviese un alma. Aferrados a las almohadas, reposaban una veintena de esperanzas; deseos, sus pies cansados y alguna que otra ampolla azulada; ilusiones y fracasos, malgastados unos, y otras que aún no habrían brillado. Aunque ya iba siendo hora de despertarse, y lo sabían; se acurrucaban mucho más hondo, rebozados alrededor de su vientre, porque no les daba la gana despertarse; se hacían los remolones... Aún soñaban el día de mañana, para mí ya era día presente y desperezado, mis ojos hacía rato que dibujaban grandes platos; estar acostumbrado a levantarse tan temprano, es como vivir por adelantado. Y es que, me había acostado a las nueve, por la noche; ayer había jugado el Barça la Final de la Copa de Europa; por eso nos habían dado permiso para acostarnos más tarde; yo no quería saber nada de lo que se cocía en el resto del mundo. Después habrían estado un rato celebrando la victoria.

Me había vuelto a reunir con él; y un rato después, habían llegado las chicas también. Si me hubiese marchado, así lo quise, pero ahí estaba esperando que se preparasen; no soporto la pereza pero sigo aguantando a su lado.

viernes, 12 de febrero de 2010

NO TENIA QUE SER (Duodécima etapa)

Ya estamos llegando... ¿y qué?; tan solo nos quedan un par de palmos y hemos vuelto a parar..., ¡otra vez!. ¿Mañana, si eso, descansamos?; mañana, por eso mismo, será igual que esta mañana, y que esta tarde, y que todos los ratos que he pasado a su lado; me agota mucho más que los hacen los kilómetros que he recorrido hasta aquí. El ritmo cansino de su cara, y recular amarrado a cada uno de sus caprichos, aferrarme a la melancolía que destilan sus pupilas; me hace daño mirarlo, me hace daño recrearme en quejarme, sufro en silencio, ¿por qué no rechisto?. Aquí sentados porque estamos cansados, porque dice que nuestras compañeras canarias llegan con retraso; porque no recuerdo hace cuanto, en los últimos veinte kilómetros, he avanzado más de quinientos metros sin mirar hacia atrás, buscando a ver dónde se ha quedado varado mi compañero de viaje...

Desde aquella recta sin fin, al final; en que he entretenido mi paso hasta pedir perdón. Una fuente, una iglesia, cualquier distracción habría servido; me he extraviado, una y otra vez, para evitar encontrar el camino. No quería, pero tenía que hacerlo; me habría sentado mal haber continuado, aunque ninguno de ellos hubiese reparado en mis necesidades, aunque la ira me invadiese por continuar siguiendo sus pasos. Me he desinflado al llegar a Castrojeriz, me había sentido culpable; ¿qué le iba a hacer?, yo no soy así, y con ello tengo que convivir.

Un minuto, dos y tres, sin enterarme; quería creer. Habría transcurrido una hora o más, recorriendo cada minuto la saeta del reloj que desde aquella torre se ha ido clavando en mi pecho, sin contemplación. Todos los que había ido dejando atrás en mi carrera anterior me han adelantando parsimoniosos, como si se rieran de mí. Los he visto pasar por delante de mis narices... a todos, y yo allí, sentado y pasmado, haciéndome el tonto; fingiendo disfrutar de mi refrigerio preferido, allí con las manos vacías, mirando como embobado aquellas esculturas que no hacían sino escupirme muchas mentiras. Me he quedado, esperando no sé a quién; ¿por cortesía o por miedo, otra vez?; por el qué dirían después. A poco que se hubieran esforzado tendrían que haber llegado; hora y media después, no sabía que pensar; haciendo cábalas sin razonar si estaba haciendo bien, o estaba haciéndolo tan mal.

Caminando, para recuperarme del paripé, arrastrando los pies que hacía dos horas se deslizaban como si bailasen ballet; hacia aquella cuesta descomunal... ¿quién se podría haber imaginado tal pendiente entre tanta llanura y cereal? Un kilómetro de desnivel, empedrado, rocas sueltas y el polvo cabalgando sobre el viento; adivinaba entre la bruma, a lo lejos, siluetas errantes que deambulaban hacia arriba, rayando el horizonte. A las doce, bajo un sol de justicia... ¡gracias a aquel viento que ha estado soplando, no nos ha consumido en su hoguera!; menos mal, que nos vigila desde lo más alto el mediodía, nos ha perdonado la vida; si no, yo también me habría congelado. Nada, que entre todos aquellos fantasmas que me iban frunciendo la mirada no había forma de encontrar a los míos; se habían esfumado como por arte de magia.

¡Cómo lo estoy sintiendo!, que me devuelvan al mago; me arrepiento de lo reprochado. ¿Qué sería lo que tanto había cambiado?, no había ocurrido nada; sentía su presencia cerca. Allí estaba, al final del descenso; abajo acurrucado en sus faldas, un trantrán hacia el que cuanto más me acercaba más lejano lo quería. Enrique ya no es lo que era, si me hubiese juntado a aquel trío raro; hoy no tendría que haber sido, quizás en otro momento; porque esta etapa también la tengo que acabar a él pegado.

jueves, 11 de febrero de 2010

SAN ANTÓN (Duodécima etapa)

Desde Hontanas, no podía parar, una fuerza extraña me atraía hacia ese lugar, desde el interior hacia el más allá; la próxima vez me tengo que alojar allí. Milagrosamente conseguí sobreponerme a la zozobra que arrastraba desde el día anterior. Me había embargado esa sensación..., no me resulta extraña; nada especial. Una calma singular, un fervor espectacular, la Energía me ha llevado en volandas, sin esfuerzo; sin temor. Avanzando, corriendo, volando diría yo; sobre mis alas sin motor, no he necesitado mirar atrás; me he sentido Dios, nada me iba a derrotar; ni todas las huestes del infierno encabezadas por Satanás.

¿Demasiado rápido...?, quizás; ¿le estaría sentando mal?, no tendría por qué, no le estaba atacando a él. Enrique había decidido aislarse en el noticiero cotidiano de su radio receptor, el noticiero cotidiano que no había perdonado jamás, cada mañana al comenzar; cada mañana, gustase o no... Si no le agradase mi osadía no me habría de importar. Y Ceci y Eny, hacía tiempo que habían elegido quedarse atrás sin pensar en nadie más; en el bar del pueblo de partida tomando el café, no eran capaces de empezar sin su gasolina particular; a mí hoy no me apetecía esperar. Ya no he vuelto a pensar... Han ido cayendo los metros, y cada grupo de mil los kilómetros, la distancia que crecía entre ambos me estaba sentando bien. Fue una especie de liberación, ¿ese pequeño resquemor?; luego pararía, tal vez; más tarde..., más tarde..., después.

Al final de una recta interminable, pero ni siquiera me ha molestado que el trayecto fuera embreado, me gustan los caminos enarenados; un instante, breve espasmo; allí en el fondo, esperaba, en un recodo, cuan fantasma engalanado con sus harapos más preciados... Era una construcción rara, un arco de piedra esbelto se había tragado el asfalto; del convento de San Antón y su aroma especial, ese hueco era la puerta. Del avituallamiento que fue, de enfermos vagabundos y moribundos; y la resurrección milagrosa de casos perdidos. El misterio de aquel agente letal, que igual que mataba sin piedad, redimía de sufrimientos proporcionando borracheras sin igual. El cornezuelo, ese hongo antiguo del trigo, protagonista por estas tierras de tantos dimes y diretes, de tantas leyendas agresivas; representación clara y concisa de la lucha entre el bien y el mal reunido en unas ruinas majestuosas que no pasaban desapercibidas, porque sí.

Uno de esos lugares que me han sentado muy bien. Igual que la otra vez, impregnado del ambiente, he presentido desde lejos tras la quiebra peor, la mejor recuperación. Y al fondo Castrojeriz, con otra de esas carreteras rectas, largas, largas... Y en medio de esa carretera esos tres, dos hombres y una mujer; ¿por qué me habré fijado en ellos? Formaban un grupo peculiar, he saludado con desdén, con un poco de timidez; creo que la chica era aquella argentina que había visto por primera y única vez en el albergue de Estella, conversando con Ceci; tiene una mirada..., esa mirada me tiene algo que contar. No lo sé, me habría quedado a gusto a su lado, ellos también me parecen interesantes; ese chico moreno y tan alto, el otro con melenas y desarrapado, pero no lo he hecho. ¿Para qué? Hoy no tendría que ser.

miércoles, 10 de febrero de 2010

CONFIRMADO (Duodécima etapa)

Cualquier queja ajena enciende mi luz de alarma, aquello de lo que oyera lo tomaría como propio, sin distancia. Roja como esas cerezas que colgarán de los árboles que iremos viendo, dentro de poco, en León; amarga como el limón. Visito Tierras de Campos, en los aledaños de mi cuna de obsesiones sin conclusiones; preocupado por todo sin ocuparme de nada: “si Dios quiere, gracias a Dios, por desgracia”. La presión repetitiva en el pecho, esa que no respira, ¿será lo que pienso o serán tantos miedos?; quiero convencerme de que no es más que la angustia, mi reino por un suspiro de alivio. Por aquello que pensaba y que queda y que pienso “tranquilo, todo puede ir mucho peor, compañero”. No es más que la barriga, a la que le ha sentado mal la comida, intento convencerme... reflexiono: “¡a otro, con esas mentiras!”. La enfermedad perpetua apoyada en síntomas de otros, si de verdad fueran ciertos quien los tuviera reunidos, todos, estaría enterrado haría tiempo. No es cierto, por lo tanto, lo que debo tener enfermo, más que el cuerpo, debe ser el juicio.

Un compañero, desconocido, también peregrino; un colega; varios días de esfuerzo continuado, ¿habría ido también él distrayendo su condena, entre risas y carcajadas que sintiera extranjeras? ¿Cómo si no diluir ese nudo aferrado al corazón?. Tal vez, también sufriese algún rato de paranoia. La angustia contenida, y a flor de piel la asfixia; los latidos de mi corazón que se acelera sin medida, parece que fuera a estallar. Creo que el mío es débil, su incapacidad amenaza no mantener otro resuello más. Mejor ir despacio, por si acaso; y relajarse un rato para pasar el mal trago; respira profundo, tranquilo no pasa nada. Eso lo pienso ahora entonces no pude, estaba asustado, totalmente enfrascado en aquel feroz atasco; no había tienda, ni panadería, ni restaurante; no había farmacia, tampoco albergue, ni siquiera un “bareto” de mala muerte; no había nada, pero al menos había gente; gente que para mi desgracia habían desaparecido de las calles cuando más las necesitaba. Él, quizás, también se encontrara en el pórtico de una iglesia, al lado de otra fuente, acurrucado esperando que llegase alguien que le salvara de la zozobra que no le quisiera soltar.

¡Qué mal rollo, joder!. Le podría haber ocurrido a cualquiera; cualquiera puede estar arriesgando su vida ahora; ¿por qué no a mí?, pero... ¿y por qué a mí, siempre?; ¿seremos unos inconscientes?. Si también se lo habrían advertido sus familiares al salir: ¿qué coño se te ha perdido a ti allí?; en italiano, porque dicen que el pobre no era de aquí. Seguramente a él también lo dejase un amigo, aunque el amigo no se llamase Rubén, en una gasolinera del pueblo desde el que se aventuró. Y, según sus amigos y gente que había coincidido con él, él también era un tipo majo, de verdad, como lo soy yo. Él tenía sesenta y tantos, yo apenas cuarenta, veinte años de colchón no eran tantos.

Lo que tantas veces había perpetrado se había hecho realidad. Por fin lo había podido confirmar, y es que siempre me ocurre lo que en mi cabeza no deja de volar... acababa de probar las hieles de la muerte, como tenía que ser, aunque, por una vez, como siempre, en cabeza ajena... Ayer no pude expresarlo; preferí desterrar de mi cabeza la fatalidad, a la fuerza, caminando sin escuchar, tarareando barbaridades que me evitasen pensar. Me estaba pesando tanto, no era fácil asumirlo, me he puesto en su lugar a cada rato, pero siempre, en su lugar, estaba mi retrato. ¿Les ocurriría lo mismo a los demás?. En silencio, nos impusimos creer que por respeto a un peregrino... Un peregrino como Dios manda, de los que ni para morir osa molestar; si por el día no está bien visto gritar, ni incomodar a los demás; por la noche con mayor motivo. Ya no se volvió a despertar. El tanatorio, Pompas Fúnebres San José; anunciado en la furgoneta que esperaba al cuerpo inerte que ya no andaría más, y el coche de la municipal para poner orden en la puerta del albergue. Por miedo en realidad, al que pudieran decir, mejor todos callados para no incordiar... Se impuso la mordaza que habíamos pactado, por la mañana, al marchar.

Por fin he sido capaz, de ponerle palabras al silencio de ayer. He hablado con mi prima la de Burgos, ¡qué alivio!; confirmado, tenía setenta y tantos, el colchón se llena con diez años más de plumón; son treinta la diferencia con ese hombre que murió, ayer, por la noche. Confirmado también, le había matado un infarto fulminante, mientras dormía; no se enteró.

¡Joder, qué mal sienta morir, para los que nos quedamos aquí!

martes, 9 de febrero de 2010

ESCALOFRIO (Undécima etapa)

Siendo el burlador burlado lo habría soportado mejor: un chaparrón que recibiría con gran hilaridad; ¡por tener algo que celebrar! Este enemigo se ha destapado más furioso que el inconformismo más atroz. Pero era lo normal, el hastío del caminante y las circunstancias que acompañan a la condición vagabunda me han atrapado en una encrucijada que creía olvidada. Empezaba a no entender nada, ¿era una señal locuaz o algo que yo quería creer?, la tierra de la mala suerte; hoy he querido correr, huiría, volvía a sentir el aliento de la desgracia perpetua en la nuca... ¡Qué recuerdos!; no, no quería recordar; solo deseaba que todo aquello no fuese real.

¡Cómo se agarran los miedos a la tierra!, y cómo la tierra se aferra después a los pensamientos... y cómo estos crean adeptos, incluso entre aquellos que nunca se revolcaron en sus lamentos primeros. Efectos postreros que parecen no tener nada que ver con el origen; los genes es lo que tienen, son tercos y complacientes, causas reveladores de infortunios añejos, por consiguiente. Lo siento me identifico, aunque me esfuerzo en desterrar de mi lado el mal fario que he mamado desde crío; lo siento no puedo. ¡Qué mala suerte que tengo!, la letanía en desuso que sigue abusando de una hospitalidad que no piensa... Pelea por imponerse de nuevo, ahora que las comodidades son pocas... ¡Qué fácil era ser valiente mientras he estado nadando a favor de corriente!

Casi lo había conseguido, casi estuve convencido de tanto repetirlo; hasta aquí, pasado Roncesvalles incluso, hasta Zariquiegui, mi mente había ostentado delirios de grandeza; de libertad sin cadenas. Burgos con sus misterios, con su catedral majestuosa y los secretos, con su lastre negro representado en vestuarios y aparejos, en miradas arrugadas y huidizas. En Burgos, según dicen los estudiosos del Camino de Santiago, empieza la segunda etapa de las tres en la que se divide, y que acaba casualmente en Galicia; no logro recordar la primera y la tercera, pero ésta no se me va a olvidar jamás; no puede ser su título más explícito y acorde a lo que hay aquí; en Burgos comienza el camino de la muerte... Poco después de las seis de la mañana he recibido la noticia.

A las seis de la mañana, como todas las mañanas me había despertado, puntual como es mi costumbre. Con las jornadas anteriores las mías sumaban once; diez, si descontase aquella de descanso, que no quiero descontar, por supuesto. Han vuelto a sonar las primeras melodías, alguna reconocida, la mayoría diferentes, pero hoy nadie más las ha querido escuchar; salvo dos o tres, nadie parecía querer; nadie se iba a levantar. Han seguido sonando los despertadores, de vez en cuando; nadie les ha hecho caso. He pensado que, quizás, el cansancio empezara a hacer mella; el agotamiento apaga al coraje que empuja a madrugar. ¿Se habrían aplacado sus ansias por llegar?.

Media hora después, se ha empezado a desperezar la “troupe”, y todos los colchones han crujido al compás; todos, como si se hubiesen puesto de acuerdo, excepto los de los que ya hacía un rato que nos habíamos levantado; ¿por qué no nos habrían advertido a nosotros también que hoy no era aconsejable madrugar?. De repente, el redoble; un repiqueteo metálico como los de un hospital; ¿el aviso del aeropuerto para embarcar? No era normal, me empezaba a molestar tanta modernidad, el albergue era más que un hostal... un hotel o, mejor, un parador nacional.

No sabía por qué, ¿me estaba arrepintiendo de mi reflexión a destiempo?; he empezado a sentirme raro; una especie de desasosiego que vaticinaba algo extraño; un escalofrío gélido se me ha agarrado al estómago. Lo que aún no había descubrirto, lo que me iban a contar...; los que se habían negado a despertarse parecían haberlo intuido antes; tal vez pensasen que si no se moviesen no ocurriría aquello. Ha caído a plomo sobre nuestros lomos; la dureza aterida de lo innombrable; indómito por inesperado. En todos los idiomas, una llamada desesperada, han pedido un médico con gran urgencia....

En Burgos había amanecido un día especial. Ya no habría nada que se pudiera hacer para remediar el desenlace fatal; nadie ha querido mentarlo, por si acaso... Y, por no callar, las cabezas han urdido estrategias de metal; frías para no quemar. Las mentes hurgaban en unas heridas que no querían pensar, hemos hablado por hablar; continuando porque había que continuar. No es que estuviéramos cansados, pero andábamos por andar. Si no hubiese sido por la rutina..., al final se ha impuesto el silencio; podría haberse hecho filetes del ambiente, eso sí que era de verdad. Una compañera lo ha rasgado al apuntar: “deberíamos anotar un teléfono de contacto de cada uno, por si acaso”. Sabíamos que no iba a ocurrirnos nada, pero no sería malo, pero por si acaso... no hemos querido decir más...

Nos hemos vuelto a callar, y al llegar a Hontanas, de esta jornada la meta, el albergue también estaba completo. Estaba completo... ¿Y qué más da?

lunes, 8 de febrero de 2010

NEGRO (Undécima etapa)

La pesadilla se ha vuelto a rebelar, los sueños ya no son lo que son, las circunstancias me inducían a pensar en lo que no era conveniente pensar. La angustia me estaba atrapando, de nuevo, en su espiral feroz; gracias a Dios, hoy no estaba convocada la soledad a la humillación que me había deparado el azar. ¿Quién sería capaz de nadar en un mar de espigas sin madurar cuyas olas, no son olas de verdad?. Estoy seguro de que mi determinación se habría rendido, hundido en estos campos de trigo, si no hubiese habido a mi lado alguien con quien compartir esa maldita hipocondria que, de vez en vez, se empeña en no dejarme comprender. Aún me duele aquella primera vez, parece que ha pasado una vida entera y no hace ni medio mes... Por suerte, Zariquiegui, quedaba lejos de aquí, no solo la distancia nos separó; ha quedado atrás, en la Navarra cuyos paisajes empiezo a echar de menos, pura contradicción. Y no tendría por qué ocurrir, que el destino repitiera su osadía sería hasta para él un error sin parangón.

Tres peregrinos, tres amigos, caminan conmigo; tres compañeros con quien repartir mi cobardía; acurrucado en sus regazos me he sentido protegido de esa sensación inexplicable que me ha empezado a embargar, la intemperie me ha perseguido todo el día. Estaba allí, no he dejado de temblar, aún haciendo un calor asfixiante. Hasta los viejos arrugados amanecían a media tarde de su siesta recostados a la sombra, en banco hechos de madera, carcomidos; como muchos de los pueblos de esta región, los edificios lujosos de la capital habían quedado atrás. En primavera aquí ya es verano y se tienen que resguardar con sus boinas negras como parasol. Y las ancianas, que siempre fueron viejas, siguen luciendo pañuelos en sus cabezas y sayas largas sobre sus piernas; de negro impoluto también, como es de rigor, guardando luto desde su juventud. Un goteo de desgracias y el respeto debido a los muertos, o el terror a seguir viviendo apenados, hacía de los trajes claros una rareza sin igual; un extravagancia que extirpar. El luto era el estandarte, no sé si lo seguirá siendo, en esta comunidad impregnada de tan profunda religiosidad. Su pesimismo extremo, todo negro, negro y sin color se refleja en el corazón; debe ser por eso que el mío aún sufre de aquella sinrazón añeja preocupado continuamente, justamente, por la preocupación: si algo tuviera que pasar seguramente, sin duda, sería para peor; déjenme como estoy, por favor.

Suspiro por el verdor, de Navarra que ya pasó; de mi Galicia desconocida, sin haberla visitado aún patria de mis recuerdos más remotos; aún tardará en llegar pero ya la añoro. El de aquí es diferente, un verde que acabará tostándose. Un abanico infinito de tonos amarillos indefinibles ya se empieza a comer la frescura de los cereales que hace nada estaban en flor; y en el cielo, el azul intenso, abrasador, eterno, golpea sin compasión. Mis ojos se han aburrido de mirar y mirar; más allá, sin encontrar nada que quebrara ese horizonte circular. Ya me hiere el aliento de Palencia, a un paso; todavía no he llegado pero esto ya parece Tierra de Campos. ¿A quién no le espantaría lo que cuentan?, aunque no todas las leyendas sean ciertas, aquí hay mucho cuenta cuentos que de lo que cuenta nada recorrió. Dicen que en kilómetros no habrá ni un árbol que me cubra del rigor del sol, y que la vista, por mucho que se dé de sí, no encontrará un punto donde poderse apoyar.

¿Dónde quedaron aquellas tormentas que evitar?; para huir de la agonía que me vuelve a acechar; el estío y el calor del amarillo amargor. No me habrían venido mal más apuestas contra la climatología adversa, hoy ni siquiera me habría importado perder, para poderme quejar con justicia, para gritar con razón mi desazón. Habría considerado una gran victoria una calada como Dios manda; ¡ni un nubarrón, aun negro, ¡cómo no!, como el negro tizón, en que enterrar el cadáver de ese señor!.

domingo, 7 de febrero de 2010

BURGOS (Décima entrada)

No fuimos los únicos; no en balde, se le conoce a esa línea como la de los peregrinos; durante media hora yo también he sido uno de esos “turigrinos” que tan poco nos gustan a los que nos consideramos puros; aunque también es verdad, que no sé quién no se sentirá tal. “Turigrinos”, término, para mí, desconocido hasta que lo escuché el otro día de boca de un compañero; con él aludía, creo, a todos esos personajes que, a la carrera, o ayudados por algún medio de locomoción infiel al espíritu de sacrificio que aquí nos suele traer, devoran kilómetros y relojes para llegar al mejor hostal cuanto antes; eso, claro está, porque aún no existen paradores al precio de mendigo pobre y vagabundo.

Una caricatura penosa; a este hospitalero, de “hospitalario” sólo le ha debido quedar la etiqueta, ni siquiera una careta. Por desgracia, no todos esos afortunados hacen gala del honor que supone servir a los demás; con las estrellas parece llegar la indiferencia, rayando el desprecio... ¿Qué se habrá creído este botones cabreado?, ni siquiera le hemos exigido que nos subiera las mochilas; que ese si que habría sido buen motivo. La bronca continua en su boca, más que personas nos ha tratado como pordioseros, que también son personas por supuesto, pero de eso él no se entera. Un preso encarcelado en su jaula; la suya, inventada por sus propias pataletas; no creo que nadie le haya obligado..., por suerte, de momento, esto no es ningún empleo; ¡qué se vaya a su casa si le molestamos...!. Aquí no le necesitamos, ¡bastante jodidos venimos nosotros, que lo hacemos empapados y andando!. ¿No comprende que el peregrino llega agotado...?

Él lo ha tenido que serlo en una ocasión al menos, no dejan ejercer de hospitalero a quien no haya obtenido “la Compostela”. Debió de ser hace muchísimo tiempo, o quizás fuera uno de esos de los que liquida el certificado de peregrinaje en no más de cien kilómetros desde Sarria. Ha olvidado pronto sus rigores, las ampollas, la soledad, el cansancio; el sol tórrido y las lluvias. Albergues de lujo, sin parangón; cinco conchas, en lugar de tenedores o estrellas, para el mejor; tampoco les vendrían mal para indicar que, quizás, allí se haya hecho dejadez de calidez y generosidad. Y no es que a mí no me venga bien la comodidad, pero si tiene que ser en detrimento de la humanidad, los desprecio sin rubor. Peregrinar es otra cosa... ¿qué queda de la reflexión interior?

Hoy voy a dormir en un albergue espectacular, entre sus servicios incluye ascensor; lavadora y secadora de pago, aunque en eso no sea exclusivo ya, por tres euros incluyen lavadora hasta las pocilgas. Bien mereciera un galardón exquisito, cinco conchas serían pocas para reflejar tanta ostentación y hoy, la poca cortesía y respeto, ¿por qué no?. La tierra de mis ancestros, mis orígenes secretos; desearía encontrarme con ellos, tan escondidos entre los resquicios de la antigua Castilla la Vieja. Me congratulo por haber llegado andando al hogar de mis familiares más próximos, me han recibido con sorpresa; he llegado dando vueltas a toda una vida que habían empezado hace ya muchos años muy cerquita de donde ahora me encuentro. Algo de lo que ha sido lo he descubierto en tanto lujo y apariencia. Aquí esos turistas con botas se encontrarán en su salsa.

sábado, 6 de febrero de 2010

BY BUS (Décima etapa)

He completado un tercio del Camino; no me queda más que el doble de los metros que llevo hechos. Son medidas objetivas, como dejan bien claro las guías. Pienso..., mi tercio puede que sea un quinto para otro que vaya atrancado; en esa situación a mí también me parecería un mundo. O el sexto de cualquiera que tenga en cuenta otros parámetros más espartanos. Ya habrá recorrido todo, aquel a quien aquí se le acabe su historia; en Villafranca han muerto mis botas y en un contenedor de aquel lugar reposa su cadáver, a mis botas ya no les queda nada; su totalidad ya está ejecutada, misión realizada. El objeto es el objeto, el camino es de arena y piedras; yo que miro, él que se retuerce dolorido, alguno que avanza sin hacer aspaviento alguno; el sujeto es otra cosa, que por serlo... ¡A mí tampoco me sienta bien que me confundan con una cosa!. ¿Que cuánto me falta?, no tengo ni idea.

Otro día más de ronda, redondeando más conjeturas sin sentido mientras. Para no perder la razón, para entretener al corazón, para pasar de razonamientos y entuertos, para tomarle el pelo a tantos ratos en blanco. Porque ha continuado arrinconando nuestra marcha, y nosotros hemos tenido que celebrar sus ausencias contadas en silencio, para que no se despertara. Jugando al Juego de la Oca por los Montes del mismo nombre, nosotros contra nosotros mismos... La señora tormenta ha continuado haciendo de las suyas, a nuestra costa. Volvía a caminar acompañado, pero la compañía no me estaba acompañando; cada uno, ensimismado en sí mismo; ausentes, agotando los kilómetros a fuerza de paciencia frustrada; fingiendo una calma obligada. No sé por qué, ya nada era lo mismo; y no sé a que se debía el cambio. Menos mal que no nos había tocado la horca, ni la cárcel; ni cualquier otra condena que la conspiración de chaparrones sin fronteras parecía haber desencadenado... Contra todo aquel que se moviera, sobretodo si llevase una concha de peregrino prendida en cualquier lugar visible.

Al final me ha cazado, a menos de un cuarto de hora del objetivo; para colmo, no más de diez minutos... Han sido suficientes, estaba caliente el asunto en Villafría; ha sido un chapuzón intenso que me la debía de estar guardando todo este tiempo... ¡Maldita climatología!. He perdido la apuesta contra mi orgullo, creo que es lo que más me fastidia; apenas quedaba trecho, pero para todo existe una primera vez; esta claro, parece que tenía que suceder. Ellos ya se habían mojado en más de una ocasión, seguramente mucho más que hoy; cómo cambia el cuento, yo ayer no me mojé, ni antes de ayer, ni el día anterior. ¡A a ellos les ha jodido también!.

Y no joden menos los humos, y los polígonos industriales; y coches pitando por todas las partes las frustraciones de sus amos; me trae la memoria el recuerdo infusto de Pamplona y sus barrios limítrofes. El hospitalero de Grañón nos había advertido, algo que conocía de buena tinta; aseguraba haber recorrido el camino en varias ocasiones para darnos su mejor consejo. La llegada a Burgos era una trampa letal para cualquier peregrino agotado; y aunque estuviese despejado; los rayos, truenos y chaparrones a diestro y siniestro no mejoraban el diagnóstico. Además, no aportaba nada una última caminata al crecimiento espiritual o religioso, aunque fuera teatral. No lo hemos dudado, entre todos nos hemos encargado de ir reforzando el argumentario para convencernos, ¡si ya lo habían hecho peregrinos expertos!. Por segunda vez he levantado el pie, tan remiso que había sido cuando me lo habían propuesto mis amigos. Desde Villafría hasta Burgos se llega en bus.

viernes, 5 de febrero de 2010

RATONERA (Novena etapa)

No recuerdo su nombre, creo que no se lo he llegado a preguntar; en caso de que me lo haya dicho, debía estar yo en otro lugar, pensando posiblemente en lo que será, en lo que fue; en lo que no tuvo que ser; ¡yo que sé!. Me ha tocado en la rifa en la que habíamos participamos todos los que la anoche estábamos en el albergue de Grañón, no la he escogido por voluntad propia; su primer día he sido su compañía. La mujer había hecho una promesa, ¡porque su marido se había curado de un cáncer grave, ella estaba caminando a mi lado!. Paso a paso, evitando en su bautismo, el agua que no ha dejado de amenazar, y de rato en rato, empapar.

¡Dichosa tormenta...!; ya no es que no se haya querido retirar, es que ha regresado enfurruñada, sin darnos apenas respiro. Ha estado jugando conmigo, supongo que también con ella y con todos los demás, toda la jornada; dando vueltas en torno a mis complejos, a su promesa, a cada cuestión que estarían pensando el resto de compañeros de chapoteo. Yo -ella, nosotros- era -eramos- el ratón y ella, la tormenta, era el gato cabezón. La naturaleza sigue imponiendo su estrategia: “ya que no me apetece una taza, toma tazón y medio”, por respuesta. He querido dejar de jugar... ¡Una ratonera, por el amor de Dios!.

La primera vez, ha sido un bar de carretera; la segunda, el pórtico de aquella iglesia; la tercera, ni lo recuerdo; y la anterior a la última, ese albergue tan especial. Esta noche me habría alojado a gusto allí; para compartir la tarde con la señora en cuestión; y con su desasosiego si hubiera hecho falta; aunque su marido y sus hijos no hayan abandonado su boca en todo el día, era maja. Con ella, y con José Luis, para escuchar sus batallitas de peregrino con perigrí, cuando no había alojamientos y un plato de lentejas se recibía con humildad. Pero no podría ser, me había reconfortado su decisión, habían decidido pararse a esperar, para que les alcanzase sin necesidad de correr; a ellos, según decía su mensaje, les iba a venir bien un día de descanso; les había echado de menos, eran buenas personas Ceci, Eny y Enrique, no podía fallarles, no me dentendría, habían sacrificado su etapa por mí, tenía que llegar a Villafranca de Montes de Oca, como fuera.

Una cuenta ha quedado pendiente, prometo abonarla con creces; sabía que estaba cometiendo un error que no estaba dispuesto a reparar, de momento. El albergue de Tosantos y ese seglar cristiano; uno de los únicos sellos de los que, de verdad, me siento satisfecho, me apetece llevarlo plasmado en la credencial. Una de esas joyas que no deslumbra, pero que saben a gloria; tan raras de encontrar. Para mi es el tercero. Logroño, por necesidad; Grañón, por que no me quise negar; ¿Tosantos?, no está la vida como para despreciar las cosas de valor, pero lo siento, no podía, tenía que continuar. En el fondo sabía, lo sé; me arrepentiré. Si hubiese seguido mis pasos...; quizás el suyo no fuera mi camino, no era el mío el de la señora, estaba seguro... ¿estaba seguro?, también lo dudo. Me había propuesto ser independiente y la estaba cagando, no he querido darme cuenta. Cuatro gotas que se han multiplicado por ciento, miles de lágrimas que no han refrigerado mi candela; el bochorno ha liberado más rugidos, rayos y truenos que me han aislado en silencio, diluyendo mi coraje en aquel barrizal encharcado que me rodeaba. ¿Por qué habría abandonado Tosantos?.

Ya me estaba arrepintiendo, aunque estuviese protegido debajo del tejado de aquel lavadero antiguo remozado. Me encontraba incómodo y aturdido, no lograba pensar claro, estaba abrumado. Le había preguntado, por si acaso; o por no sentirme tan solo, allí abandonado. Y el chico había confirmado mis temores; de donde él venía también estaba diluviando; justamente por donde yo tendría que pasar caminando. Hace falta ser muy cobarde para no atreverse, por eso los relámpagos serían una buena excusa; no sé que me habría fastidiado más, si mojarme o perder el ordago que me había echado la lluvia... Mi orgullo aún puede decir ufano que le ha ganado la partida; aunque lo que me he dejado por el Camino..., no sé si merece la pena. En aquel barrizal pringoso estaba a punto hundirse algo más que unas botas; la determinación, con ella mi coraje; parte del niño que mantiene el tipo mientras esté rodeado de comodidades; la lealtad a unos principios, mis pilares, el fundamento.

Podría haber esperado a que escampara, o haber andado por carretera como otros,... ¿no eran esas las dificultades que le había pedido al Camino?. Habría sido de tontos discutirlo; no merecía la pena seguir chapoteando charcos... Dos kilómetros nada más, y me estaban esperando, iba a hacerlo por ellos. Tenía que avanzar; eran las cuatro, sin dar; ¿estaría anocheciendo, de verdad?. ¡Lo he visto todo tan negro!. Y además, se ha ofrecido tan gentil el señor, ¿no lo podía rechazar?. No lo he hecho, he claudicado, lo siento. Como ayer, he librado; otros no han tenido mi suerte, hemos pasado a muchos que habrán llegado empapados; ayer me sentía contento, hoy no sé lo que siento. Aquí estoy, tranquilamente; sentado, intranquilo y seco, ya duchado, ha escampado; espero a mis compañeros para ir a comprar lo que fuera para cenar.

¡Qué alegría por el reencuentro!. ¡Cómo si hubiesen pasado mil años!. ¡Gracias por parar a esperarme!. ¡Exclamaciones ostentosas para rellenar un boquete!. No sé cuál habrá sido el motivo, pero los tres han estado de acuerdo. Creo que no me encuentro muy bien. El azar me ha vuelto a sonreír, ¿de qué me podría quejar?.

jueves, 4 de febrero de 2010

COSAS DE VALOR (Novena etapa)

Sin certezas, he dormido a pierna suelta; nada más que un rato me han permitido, los párpados, mirar aquellas huellas que no volvería a pisar. Un momento, nada más, para enfocar más allá; en lontananza encontraré el próximo mojón. He buscado otra flecha, el siguiente empujón para reforzar la determinación tomada, al menos ocho días atrás, lejos de mi pueblo, ya en Roncesvalles. Un momento, un instante; ¿un segundo?, dudo que durase demasiado la reflexión; el agotamiento de la jornada no me había concedido más licencia para pensar. Ayer no podía ser; la travesía por el desierto, aquella tormenta seca, me sumió en un sueño intenso, apenas besada la almohada confeccionada con mis ropas.

Un perfume embriagador; compañeros de quita y pon, compartiendo mantel e ilusión; los hospitaleros de Grañón, Juan y Salvador, amables, sensibles; me ofrecieron su aliento al llegar, porque sí. Jose y su bicicleta diferente; más parecía un triciclo enorme, lo mismo que una lujosa “Chopper”, pero sin motor; que tío más valiente, llevaba desde Barcelona dando pedales, durmiendo al raso, a ratos; todo un campeón. Ese chico alto, que parece de algún país anglosajón, atrancado en su paso lento; no sé si será mentiroso, la cara no le delata, pero estoy seguro que cojea; renquea al andar, no sé cuanto aguantará. La señora que nos visitó, y que tenía casa en Grañón; Juan nos la había presentado, para que formara parte del grupo; un grupo dispar que acababa de conocerse; nómadas vacilantes disfrutando de la oportunidad que ese instante nos había dado para comulgar.

Por una noche, sedientos de compartir platos y cubiertos, sobre dos tablones, para sostenernos; en unas cacerolas enormes borbotando la comida más enérgica y barata; la dieta del Camino se escribe con sopa de letras. Una guitarra y un piano, alguna voz afortunada; canciones al mismo son, en lenguas extrañas, o conocidas a medias, la mía desentonaba; y fui a misa, hacía de la última un montón, una misa en familia, en la mesa del comedor la capilla, un conjunto de amigos haciendo de la sobremesa algo más que religión. Peregrinos trashumantes, corderos del mismo pastor; al despertarme esta mañana, rodeado de colchonetas y mantas, todos se estaban desperezando a mi alrededor. Salvador nos ha despertado con una melodía suave: “¡Peregrinos..., hora de desayunar!”.

Ayer llegué, hoy me marcho; ayer fueron encuentros, hoy me he despedido. ¿El reencuentro...?, queda distante; posiblemente ni se produzca. ¿Quién sabe?, cada mañana, un nuevo comienzo, otra oportunidad de reanudar con alegría la trama. Camaradas, aliados, con repuesto; una tela de araña tejida por las circunstancias. Aquella chica rubia que se quedó en Zubiri y Tiziana, la italiana; Luis, el brasileño, y los alemanes profesionales; la pareja que, con el francés, formaba el trío que desde Zariquiegui me acompañó, tras mi bajón. También Manu, aquel valenciano que caminaba con dificultades por tierras de Estella, cuando sus pies estaban llenos de ampollas; me lo había vuelto a encontrar después, con Aarón, al salir de Nájera, y andaba igual que cuando le dolían tanto las plantas. Aarón se me perdió, de él me escapé; ya le debía pesar el alma, mucho antes de tener malheridos los pies; quizás, por eso... tal vez. Tuve que abandonarle, no aguantaba su deambular perezoso sin razón, su exigencia continua de atención me despidió.

Y muchos otros que no han vuelto a aparecer, no sé si regresarán; pero seguirán viajando conmigo, en mi mochila, en ese compartimento en el que guardo todo aquello que no son “cosas de valor”.
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Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.