miércoles, 31 de marzo de 2010

REFLEXION (Primer día en casa)

Jornada de reflexión, para asimilar la transición... En silencio, mejor...

martes, 30 de marzo de 2010

HUERFANO (Cuarto día en Galicia)

Me ha evocado el recuerdo de lo que era, de lo que fui, de lo que soy. Lo había olvidado; me siento extraño ensimismado, por primera vez repasando mi vida sin mirarme al ombligo. Durante muchos años, toda una vida, había sido el centro de mi atención permanente; escudo y combatiente. Sin temer daños colaterales, sin envidiar las virtudes ajenas, sin preguntarme por qué no estaría yo haciéndolo en su lugar y mucho mejor, sin pensar en las consecuencias de estar mirando sin complejos; no me reconozco. Desde el día que cargué con la mochila había empezado a aliviar mis pesares, a librarme de tantas penas que al corazón aún le aquejan, de las almorranas que sufría en silencio mi alma. ¡Qué bueno!, me siento satisfecho disfrutando del reflejo de ese espejo improvisado en la ventana. Es una realidad cierta, no son imaginaciones necias, es lo que siento.

¡Qué fácil había sido librarse de las facturas, de los compromisos y de los protocolos! Todos esos gastos imprescindibles que se habían delatado por sí solos..., ¡eran, son innecesarios! Tres calzoncillos, otros tantos pares de calcetines, las mismas camisetas, un trozo de jabón compartido por mi piel y la ropa sucia. Lo justo y necesario, muy bien colocado, muy comprimido, casi arrugado. Me he dado cuenta de la inutilidad del planchado. Mi casa a cuestas, empaquetada en poco más de 45 centímetros cúbicos. ¿Mi casa?, de mi casa apenas me he acordado; la eché de menos a ratos, pero esos ratos ya eran pasado. He deseado, es curioso, no poseer nada. ¡Si fuera capaz de vagar por el mundo por gusto...! En cuatro semanas de vida errante habían desaparecidos síntomas y obsesiones acumuladas durante cuarenta años.

Los paisanos me habían mostrado que ellos no necesitaban zapatos, ni artículos imprescindibles de calidad extraordinariamente cara. Y que la lluvia era su amiga, y que no les molestaba mojarse; su chubasquero de piel natural impermeable era mucho más eficaz que el mejor gore-tex del mercado. Armonía; viviendo y dejando vivir, a favor de cada bestia, porque de la naturaleza también eran parte; parte ellos y parte los animales. Partes, todas ellas, necesarias y dependientes del mismo conjunto. ¿Para qué pelearse con un ser superior? ¿Quién acabaría con su progenitor? Un desgraciado quizás, un cegato de esos que me volveré a encontrar al regresar a la civilización.

Un cegato como yo, siempre tarde, nunca a tiempo, y ese tren en movimiento, repitiendo su itinerario machacón; dando vueltas al mismo recorrido, girando a mi alrededor, repitiéndose hasta la extenuación. Y cada vez que llegara a la estación, de la misma estampa la repetición; allí le esperaba yo más puntual que el mismísimo reloj, y la sirena pitando su son para avisarme de que llegó. Siempre dispuesto, aparentemente presto, soñando escenas maravillosas de túneles iluminados y a oscuras... Volvía a pasar por delante de mis narices, habría derrochado otra ocasión. Fracasado, otro tren que no sería mi tren, el que llegase después; y a mis pies las mismas maletas repletas de muchos proyectos para un futuro remoto incierto. Proyectos que no eran los nuestros, que no eran los míos por supuesto; imposiciones y exigencias de quién sabe que esperpento. Me habían enseñado a ser enemigo de lo espontáneo; lo natural era lo normal, y las normas para algo estarán; durante mucho tiempo me convencieron de que era posible ponerle verjas al campo, y de que esas verjas nadie las podría saltar porque yo sería su dueño y señor. De las mismas verjas de las que no pude escapar.

Lo había rehuido a menudo, evitaba mirarme de frente, por miedo a perderme en esos pozos de los que no era capaz de imaginar su fondo. Porque no se adaptaban a mi mirada aquellos ojos, porque sufría de vértigo al mirar, a través de ellos, el abismo; porque me topaba con un enemigo en el espejo que vomitaba un hálito nauseabundo. Viana y sus escaparates, la primera semana; mi sombra abrasada en los suelos castellanos, la segunda y tercera; los días nublados gallegos y mi reflejo en sus charcos, la cuarta... Algo estaba cambiando...

El traqueteo del tren me mece, y me pierdo en el túnel del tiempo, ensoñando posibilidades despierto. No había utilizado este medio desde aquellos desplazamientos entre Vitoria y Miranda subvencionados por el ministerio de defensa. Asoma al fondo el perfil de la Sierra de Cantabria, y de ella destaca el León Dormido, mi monte preferido, santo y seña, para mí de mi tierra. Y los primeros barrios de Logroño, creo que eso es El Cortijo. ¿Por qué no me alegro? ¿Por qué busco consuelo? ¿Qué me falta, ahora que se acercan todas mis pertenencias? Amigos, conocidos, mi entorno; mi casa. Creo que algo huye de mis entrañas, y creo que vuelve a pesarme la vida. Me siento huérfano de nuevo. Temo que al dejar la mochila, ahora que veo próxima mi casa, retornen todos los miedos.

Creo, creo y creo... Y creo que desde Logroño voy a subir andando a casa, para retrasar el desenlace...

lunes, 29 de marzo de 2010

REGRESO (Cuarto día en Galicia)

Un túnel, después de muchos otros; entre todos forman uno y largo; tan profundo... A su través, penetro, mecido por el traqueteo del tren, en ese mundo oscuro, de luces, sombras y penumbras... Dejo de ver contínuo y, por instantes, percibo destellos... Intermitentes, van quedando atrás, quebrados por la tenacidad de una vía férrea, dura como el hierro que la fundamenta. Me engulle y me vomita; para volver a encerrarme y liberarme; a punto del mareo el aliento... Lejos de las entrañas del tiempo, penetro en el presente eterno; en las tripas de la Verdad nada es lo que parece.

Hasta Miranda, cuarenta y cinco euros, y otros quince hasta Logroño... Hacen sesenta. Ayer me parecieron demasiados, no me lo podría haber permitido, estaba seguro. Y, por eso, la vuelta me va a costar ciento cincuenta, menuda novatada; perfecta, para un principiante iluso. Por un poquito de austeridad, ¿o por mucha racanería, quizás? Pagaré a gusto, doblada, esa cantidad; el precio de la mentira y la necedad... ¿O, tal vez, trate de convencerme de otra falsedad? Por cuidados urgentes, ya me había abandonado a menudo la atención permanente; no ocurriría esta vez. ¡No tengo más remedio que aceptarlo, joder!

¿Veinte minutos qué es? ¿Serán suficientes o qué?, mejor si dispusiera de otros cuantos, una hora sería bastante; aunque si llegase el tren a la hora, una hora esperando en Miranda el trasbordo...; ¿qué haría esperando tanto tiempo? Necesito un colchón que se adapte a mi posición, cualquier circunstancia accidental llevaría al traste mi plan, se podría desinflar por un insignificante pinchazo del azar; o reventar por soplar y soplar. De los ferrocarriles españoles no es punto fuerte la puntualidad. ¡Ya sé que no suelen reventarse las ruedas de metal!; están bien herradas, no usan recauchutados de baja calidad pero... ¡Basta ya de preocupaciones inútiles, sin sostén! No vaya a ser que se derritan por tanto calor, son de hierro y hierve mi mente sin compasión.

Una instantánea casual; un momento, el tren se ha tenido que detener; ¿para qué?, ¿qué más dará? Otro destello fugaz; lo he visto claro, a través del cristal. Esas excavadoras que no dejaban de escarbar en las entrañas de la saciedad, a costa de la salud de un montón de hombres que cambian cuatro duros de comodidad por un futuro de enfermedad. He visto los relojes sobre sus conciencias exprimiendo la cabezonería más tenaz. ¿Creerán de verdad que van a lograr socavar los pilares de la eternidad?; una montaña perforada más, y muchísimos árboles que talarán sin dudar, sin cuestionarse nada más. ¡Dará igual! ¿Cuánto durarán las hazañas de la humanidad? ¿Un año?, ¿doscientos, tal vez?, para cinco mil me faltan dedos y capacidad para contar... Antes o después, el roto se zurcirá, por generación espontánea, en cuanto la maquinaria deje de maquinar; y el resto... El resto será historia que quizás no se pueda contar; los libros de texto para programar formas de pensar tarde o temprano fracasaran. Urgencias de unos cuantos escribidores miopes, tontos de cojones, que de la paciencia aprendieron poco; no son tan sabios esos eruditos de la sociedad.

¿En contra de la espontaneidad? Imposible, la batalla está perdida; contra la naturaleza, contra el universo... Esperarán el momento oportuno, y ejecutarán cuando la oportunidad llame a la puerta; sin compasión, uno a uno, con un hachazo certero, en el Instante, con mayúsculas como todo lo que sea verdad. Cegatos inútiles, también de verdad. Verdad. Un sistema artificial, ya sean saetas de madera o metal, arderán en los hornos de la necedad, de la mentira, de la avaricia disfrazada de ambición.

Que alguien encienda otro foco, para que se diluya el negro intenso y vuelvan a discurrir por las ventanas paisajes, aunque sea en cinemascope, quiero películas y actores. Y que arranque de nuevo el tren, para que se difumine este espejismo cruel, una dosis de realidad romántica me vendría ahora muy bien. ¡Otro cegato más...!, como todos esos; me siento incapaz de mirar a menos de medio metro de mis narices. Me cuesta traspasar el reflejo, la ventana me devuelve una caricatura rasgada por brillos intermitentes... Bosques, casas, cielo, paisajes, difusos y permanentes. Un fantasma, reflejado a su través, translúcido, efímero, trasparente, un espectro nítido me reta de frente... Lo he reconocido, con barbas de muchos días; en esos ojos hundidos me he sentido yo mismo, por primera vez, en toda mi corta existencia.

sábado, 27 de marzo de 2010

¿O VERDE, TAL VEZ? (Tercer día en Galicia)

De otro modo, no habría sido capaz de reconocerlo, no de “motu propio”; el manipulador astuto que vive agazapado en mis entrañas se las habría vuelto a ingeniar para ocultarme la realidad; de hecho ya se había encargado de asomar en el momento oportuno para dejarme con esa cara de tonto que me resulta tan familiar... Delante de aquellos dos, tratando de excusar lo que no tenía justificación. Me tenía ganado a pulso el escarmiento; ¿a quién se le ocurriría volver a dedo desde tan lejos? Como la virgen no se aparece siempre..., solamente a mí, por supuesto.

De repente, una mueca de perplejidad..., sus caras, hasta entonces impenetrables, se habían quedado mudas; ¡parecían tan seguras parapetadas tras sus gafas de sol! Un instante de lucidez, que había apagado mi candidez, me había redimido también... ¡Tantos complejos adquiridos en la niñez! Habían quedado al descubierto dos críos pillos pillados con las manos en la masa... ¿Esos eran los representantes de la autoridad competente de verdad? Han empezado a titubear; ya me habían extendido la receta, menos mal. Al mirarles de frente... Podrían denunciarme, y de hecho lo habían hecho; no creía posible que me detuviesen por hacer preguntas tontas; al fin y al cabo, ¿qué podrían esperar de un pobre hombre con barbas de mes y medio? No les he faltado al respeto... ellos tampoco lo habían hecho. Esos dos hombretones, que tienen como misión nuestra seguridad, no habían sabido responderme... ¿Quizás no habrían querido? ¿O no se habrían atrevido acaso?

Entonces, lo he visto claro; su indumentaria les imponía una cárcel, he imaginado dos caracoles llevando sus condenas a cuestas; los tres portábamos mochilas, pero la mía la dejaría enseguida, en cualquier sitio aparente. No eran más que vigilantes vigilados por sus herrajes... El decorado, ya sea en forma de uniforme o protocolo, no les dejaba penetrar en los fondos. En el fondo no había más que dos personas que, parapetadas tras el rictus erecto, se defendían como podían de una respuesta incómoda. Yo lo tengo claro... Ellos, también cometen errores.

Otra oportunidad para rectificar, en esta ocasión vestida de verde; Galicia, sus prados..., y un par de uniformes próximos al caqui. ¡Viva las fuerzas del orden que aún velan por nosotros...!, que, aun desordenadas en apariencia, por la naturaleza de sus acciones rectifican mis afrentas; qué desgraciada esta ironía que, apoyada en otro cambalache del destino testarudo, me devuelve a la idea obsesiva de confabulaciones y chantajes contra mi persona. Eran meros instrumentos, aunque no necesariamente del patrón que creían velar; sin quererlo, imponiendo el reglamento contra el desorden impuesto; se rebelan sin darse cuenta, y revela a su pesar lo que esconden debajo de ese lienzo perfecto; un bonito disfraz.

Aunque a veces se crean dioses no eran más que otras dos marionetas que, al servicio de unas manos tan todopoderosas como discretas, me han devuelto a mi senda. Me han dado el empujón que necesitaba para no salirme a la cuneta, sometidos a la autoridad del supremo, uno que dicen que no viste pantalones. De verde, mimetizados con los bosques y sus arboles; aunque el refractante les delate, han sido artificio y artificieros que estallaron para recordarme lo mismo; Dani, tienes que buscar las respuestas entre los detalles... Allí encontraras las señales.

Y si hubiese acertado equivocándome... ¡Qué ocurrencias estas!, las mías sin pies, ni cabeza; avaladas por una credibilidad sin garantía, metida en estas situaciones grotescas; pero me viene bien... como excusa; aunque suena mejor justificación no es lo mismo. Lo he hecho fatal, ¿para qué justificar, o excusar, un error garrafal? Gracias a las fuerzas del orden, el orden se ha restablecido sin más... ¿o quizás me haya hundido en otro berenjenal? ¡Qué difícil está siendo abandonar Galicia! Hechizado por un calendario travieso, convencido por las fuerzas del orden, “El día de la marmota” a la gallega... Y es que esta Tierra me atrapa, ya me tenía seducido sin haberla visitado. Y ahora que ya había llegado, ella era la que se había empeñado en no soltarme. En sus redes primitivas, de terrenos escarpados, morriñas y sílabas alargadas. ¡Qué difícil, Dios mío!, no sólo eran sus paisanos los que no sabían si iban o venían; los extranjeros enseguida nos acostumbramos a ir cuando regresabamos. ¿Por completar la aventura o por no pagar el billete? Creo que no he sido sincero, yo tampoco sé si voy o vuelvo; por ello, y por lo que fuera, mañana regreso en tren, como ayer a estas horas tenía previsto; pero hoy voy a tener que pagar por partida doble mi mentira.

En diez horas, como mucho, se acabará la odisea; regreso a lo establecido. Sesenta euros el más caro, cuarenta y cinco el más barato hasta Miranda. A las ocho de la mañana... Mañana, por la mañana lo decido.

viernes, 26 de marzo de 2010

DE MARRON... (Tercer día en Galicia)

¿Qué otra cosa podría haber hecho para dejar de sentirme culpable?, para no dejar de ser un aventurero como Dios manda, el regreso también me tendría que suponer un gran esfuerzo, un poquito de riesgo. Pero me daba pereza volver andando después de dos días parado; mi voluntad se había acostumbrado a la holganza; de alguna manera tenía que arreglarlo. Había emprendido mi odisea del mismo modo..., una experiencia extraordinaria desde Viana hasta Roncesvalles. Si entonces lo había logrado, ¿por qué no volver a intentarlo?

¡Qué razón tenía Mayte! Hasta ahora no había comprendido en toda la extensión el sentido de ese refrán que repetía continuamente: “el dinero y los huevos, para las ocasiones”. Seguramente no me habría dado la gana entenderlo; había preferido agarrarme a la violencia que yo le atribuía para no hacerle caso porque la sutileza que destila no me interesaba. Pero ya son demasiadas las casualidades que lo confirman, demasiados tropiezos contra la misma piedra. En cuanto me despisto me extravío de la recta y vuelve a darme vueltas en su peonza el diablo que tengo aprisionado adentro.

¡Qué despiste!; que eran cojones lo que había que echarle a la vida, porque mis huevos no rimaban con las ocasiones; fueron demasiadas las oportunidades perdidas que, por fortuna, estoy recuperando desde que en mi vocabulario hasta las gallinas son capaces de poner cojones. ¡Qué lío! Esto tampoco lo tendré en cuenta, este despropósito no descuenta. Otro cuento, “Iba un tío con una mochila...” De verdad que suena a monólogo del Club de la Comedia. “Iba un tío con una mochila caminando por la autovía, cuando para un coche de la guardia civil a su lado, y...” ¡Qué divertido...!, yo también me estaría riendo si no hubiera sido cierto.

Que si era un peregrino que regresaba a casa tras completar con éxito el Camino de Santiago, que quizás si les mostrara la concha colgada en la mochila se ablandaran...; que mejor que no se den cuenta de que yo soy un mentiroso porque el fracaso había sido la primer sensación que había tenido al llegar a la Plaza del Obradoiro. Que si me había quedado sin dinero y por eso me encontraba allí tirado...; que seguía siendo un falso porque llevaba la cartera repleta. Que si ten cuidado, no descubras el carnet de conducir al mostrarles el D.N.I. que te han solicitado; que si no sabía como llegar por la carretera general, tan enrevesada... Excusas y más excusas, por no atreverme a reconocer sin complejos que, como en otras muchas ocasiones, la había vuelto a cagar por pesetero.

Más que el aventurero recién estrenado, había decidido el viejo avaro amarrado por los huevos, justamente, a su temor permanente a la quiebra. Otra arista de la misma piedra, otro tipo de las muchas muertes temidas; una muerte lenta, un suicidio paulatino, sin paliativos. También me estaba costando extirpar ese otro engendro que a veces me corroe por dentro; y aunque sufro sus efectos en silencio, a veces me vuelve tonto y ciego; no pienso, no veo... Y eso tiene consecuencias que resuenan como un cachete tremendo ¡Claro que sé interpretar las señales de tráfico! ¿Cómo no iba a estar enterado de que a los peatones no nos estaba permitido circular por una autovía?

Y a pesar de todo, no me va a salir tan cara la broma, una vez más tendré que darle las gracias a la fortuna. Un atropello, o provocar un accidente habría sido mucho peor para todos, otro desenlace crudo que ha vuelto a evitarme, ¿de qué podría quejarme? ¿Qué son sesenta euros? Si pagase la multa en el plazo estipulado..., ¿qué serían cuarenta y dos? Nada en comparación con lo que cuesta cualquier tontería. En una academia, esta lección me habría costado mucho más. Por eso, gracias señor agente, por denunciarme; y gracias por este chaleco refractante que seguramente no use. Aunque parezca que les esté tomando el pelo, a mi pesar sigo siendo obediente y serio, ante la autoridad competente. Gracias, por tanto, por muchas cosas más que me acaban de vender a precio de saldo, posiblemente, sin darse cuenta.

jueves, 25 de marzo de 2010

ESPIRALES (Segundo día en Galicia)

Una señal extraña, del color despejado del cielo claro; azul intenso desenroscado cuan serpiente escurridiza, para indicar el sentido contrario al del avance obligado. No es más que una espiral rematada con dos flechas opuestas en sus extremos..., pero el trayecto que acotan lo jalonan trece cortes que no la dividen por igual, no me ha parecido casual. Me ha sorprendido que fueran trece, el trece para los cristianos es el número de la mala suerte; si coincidiese con que fuera martes, vaticinaría siete años de desgracias sin piedad... ¿o sería, quizás, otra la superstición que nos condenase a tal? Sea como fuere, he querido reconocer trece hitos importantes..., aunque también cabría la posibilidad de que fuera una paranoia particular. ¿Sería una cantidad fruto del azar? ¿Pudiera haber sido cualquier otro número, verdad?

Este símbolo impreso en el ángulo superior izquierdo de la portada del libro me resultaba familiar; lo había visto repetido en el tramo gallego del Camino Francés, pero no había sabido comprender su porqué. Había fantaseado con diferentes opciones..., parecían pintadas despechadas de cualquier pintor descontento, protestando por cualquier sinrazón. No sabía lo que significaba, por fin sé con qué tiene que ver. ¿Cómo iba, ni siquiera, a plantearme la posibilidad del retorno...? Llegar a Finisterre ya me parecía una hazaña, tan solo, al alcance de mentes dementes. El final de todo lo conocido antes de que Colón se decidiera a perseguir al sol en retirada mucho más allá, justamente, de cualquier camino de tierra, tras el ocaso feroz; no estaba a mi alcance el borde del continente. Solamente chiflados botarates como aquel almirante, aunque después aventurero reconocido y genio, cometerían tales locuras. ¿Volver andando? ¿Añadirle a la ida otro tanto? ¿Para qué?

Quizás si no hubiese parado... Me estaba seduciendo la idea de deshacer cada paso impreso en la arena, retroceder en sentido contrario, me estaba hipnotizando la espiral dichosa... No estoy seguro de que me compensara una decepción redoblada. Reflexiona, no ocurre nada. ¿Debería haber escuchado las señales, acaso? Había visto pocos peregrinos de vuelta, tres o cuatro como mucho; pero había algo que les caracterizaba a todos ellos, y que a mí me atraía. Ya fuera con la guitarra colgada de la mochila, o la armónica aferrada a los labios desgarrando sus notas pautadas; arrastrando los pies descalzos, o perdida la mirada en el horizonte de su propio entrecejo... Esas caras sosegadas, ese trasiego de pasos colmados, como si no tuvieran que llegar a ningún sitio, juez y parte de la armonía que me transmitían... Hasta entonces mi cabeza sólo había negado la posibilidad de acercarme al Faro de Finisterre...

Pero el reto estaba finiquitado, el compromiso está satisfecho... Porque tengo que cumplir con lo previsto, ya lo había aceptado, no podría defraudarles. El día 18 de Junio tengo que estar en Laguardia, los contratos son los contratos, aunque sean de palabra; mis pactos no necesitan firmas. Mañana regresaré en el tren; en diez horas como mucho se acabará la aventura, regreso a lo establecido. Sesenta euros el más caro, cuarenta y cinco el más barato hasta Miranda. A las ocho de la mañana... Mañana, por la mañana lo decido.

miércoles, 24 de marzo de 2010

KAMINO DE RETORNO (Segundo día en Galicia)

Quería retrasar cuanto fuera posible la despedida, por eso les había acompañado hasta su alojamiento en Santiago de Compostela; al fin y al cabo, tenía tiempo, ¿a qué, mejor, dedicarlo? Les esperaba sentado, mientras ellos estaban acomodando sus cosas sobre las literas que les habían asignado, mientras se duchaban, mientras se acicalaban para salir de fiesta.

Y allí estaba, abandonado en un rincón poco accesible de la pequeña biblioteca improvisada; en la única estantería que había, oculto entre otros cuantos de bastante más fama. Todos ellos relacionados con experiencias místicas, esoterismos varios y vías para encontrar sin demora las felicidades particulares y, si hiciera falta, la del mundo. La mayoría relacionados, justamente, con el Camino que aquí concluía en teoría...; era, por lo tanto, un título sugerente para un libro que tratara estos temas; había dado por supuesto que éste lo sería.

Primero lo ojeé por encima, pasando a la carrera las hojas, por si acabasen ellos antes, por si tuviera que dejarlo de repente... Buscaba referencias sobre su procedencia, algún dato que me pusiera sobre su pista; sin haber leído nada ya me había atrapado. Quería hacerme con él, eché un vistazo más pausado para enterarme como podría adquirirlo afuera... me interesaba de veras; pero no encontré más que un montón de dedicatorias que agotaban el espacio para cualquier otra reseña. El autor había protegido su identidad, listando unos cuantos protagonistas, no sé si reales o ficticios, a los que agradecía fervientemente todo lo que le habían aportado; me ha quedado la impresión de que había forzado el anonimato.

La ka, en ese lugar colocado, me llamaba la atención desde el principio, desde que en Roncesvalles aquel extranjero me había deseado “Buen Keminou Peregrino”. Desde entonces, mi mente había dejado de escribir con ce aquel Camino que se iniciaba con mayúscula; muy diferente, y haz que reúne a todos esos caminos minúsculos atestados por multitudes. Montones de arena y piedras compactados por apisonadoras para que por ellos puedan transitar con menos dificultad los caminantes; y también aquellas sendas mucho menos preparadas, de rocas sueltas y polvorientas, enfangadas o secas, que escalaban aquellos paisanos leoneses y gallegos..., sin darse tanta importancia como nosotros por hacerlo. Porque era lo que tocaba. Millones de desconocidos que los llevan recorriendo desde siempre, que Lo transitan, Lo en mayúscula, sin darse cuenta en cada instante que pierden. Un montón de momentos compartidos con todos ellos, que compartimos, que compartiremos... Evoco instantes que aún no han llegado, que no sé si llegarán algún día, con este nuevo término.

“Kamino” con ka de kilo, justamente en un rincón de la memoria, donde las cantidades apenas pesan ni una parte insignificante de lo que miden. También se escriben con ka los kilómetros recorridos, más de 700, y las partes en que había repartido desde el principio las etapas... ¿Latidos?, ¿sensaciones o emociones?, ¿tal vez palabras o conocimientos adquiridos? Desde Villafranca de Montes de Oca hasta Burgos, con 42 kilómetros, la más larga, pero hice trampa; entre Larrasoaña y Obanos, sus 39 se llevaban la palma sin engaños... De Mansilla de las Mulas a León, de O'Cebreiro a Triacastela, de Triacastela a Barbadelos, alrededor de 21 en cada uno, había hecho muy pocos... Kilómetros, emociones constreñidas, sentimientos capados, seguramente controlados con esa regla perniciosa... Aunque así no lo desease, ha sido mi vara de medir... incluso ahora.

“El Kamino de retorno”, así es como se llama este libro. ¿Quién lo habría escrito? ¿Qué se escondería tras ese título? ¿Que descubriría si lo leyera? Me acabó seduciendo su falta de egocentrismo. Me llamaba poderosamente la atención reconocerle en su lista de agradecimientos. Tenía que leerlo y aquí lo tengo.

martes, 23 de marzo de 2010

DETALLES (Primer día en Galicia)

Le busco el sentido a todo lo acontecido, pero mi memoria apenas me devuelve un sueño. ¡Qué pronto se olvida el recuerdo!, ¿será que el camino realizado ya fue pasado, y que en el pasado haya que abandonarlo? Momentos remotos que acontecieron hace poco; lo que concluyó ayer, y lo que había empezado hacía un año; hoy parece separarme la misma distancia, desde este un punto intermedio, ambiguo... Parecen fantasmas, como aquellas siluetas rasgadas por la niebla y que, entre los bosques de O'Cebreiro, asomaban y se escondían... Tampoco habrían permitido ser atrapados por mis garras, pasara lo que pasara.

¿Qué les voy a contar a mis amigos? ¿Qué experiencias relataría? Querrán conocer peripecias extraordinarias, que les hable de gente interesante, como aquellos iluminados de los que a mí me habían hablado cuando yo tampoco sabía de que se trataba. No se me ocurre nada interesante, y lo peor de todo es que no tengo ganas. Ni siquiera he sacado unas cuantas fotografías que demuestren mis fantasías cristalizadas. Prados verdes, y bosques de árboles enormes; pensamientos mecidos por al aroma de eucaliptos esbeltos; una mirada tranquila perdida en el firmamento, acariciando las hojas alargadas que los coronan; sombras que se diluyen perforando el firmamento, azul cielo, en las mismas narices de San Pedro. Caminos empapados por las lluvias perpetuas. Los torrentes que desatascaron mis venas, venas que estaban obstruidas por problemas cotidianos, que no lo eran tanto. Pueblos que huelen a mierda. Vacas y ovejas gallegas cagando boñigas y pelotillas; que mala costumbre la suya... pastar, cada día, en sus montes. Abuelos y abuelas, en zapatillas de paño acarreando leña por todas aquellas cuestas. Perros ladrando moviendo de lado a lado su rabo contento a mi paso.

¡Son mundos tan diferentes...!, existencias paralelas, aferrados a distintos ritmos; destinos que me dieron la mano de vez en cuando; a unos cuantos, vecinos, me aferré por estar próximos en el espacio; a pesar de las voluntades, a pesar de las circunstancias, porque me salía de las entrañas... Somos un par de extranjeros, por fin lo entiendo... Hablamos cada cual un idioma diferente, los esfuerzos de traducciones inconexas no serán suficiente para explicar el mensaje... ahora hay demasiada distancia entre nuestras ampollas. Un par de caminos, por tanto, que creyeron compartir una línea; el mío discurría en zigzag, se encontraron en un punto por ello, perpendiculares en realidad... Varios cruces habituales que cada vez se alejan más, muchos encuentros casuales que ya tienen que ser causales si se quieren dar... Cada vez menos frecuentes, cada vez más forzados... El protocolo había podido a la espontaneidad; ya nada salía del corazón, porque razones tiene el ser adulto para olvidar lo que le satisface de verdad.

Así tiene que ser, lo sé; no se si he sido yo, o hemos sido los dos... Sin apenas decirme nada, lo sentí tenso y descontento; sin saber de que hablar con él, desconcertado. Ahora comprendo porque no fui capaz de conversar fluido con aquel amigo mío aquel día, por teléfono... Andando no acontece nada extraordinario, sino sucesivamente, uno tras otro, los mismos pasos.

Ningún amigo, conocidos que dejarían de serlo en un futuro cercano; hoy mismo o mañana temprano; como mucho en un par de semanas. Aquella coreana, de facciones risueñas perpetuas; hasta ayer no había fruncido el ceño para llorar desconsolada. Se había apagado su mirada habitualmente iluminada; ya no era la misma, algo se le estaba muriendo por dentro; se había roto su cuento de hadas. Sus ojos rasgados callaban, porque no quería decir nada; o quizás hablaran más claro que jamás lo hubieran hecho... Hasta ayer, en la Plaza del Obradoiro, no habríamos cruzado más de tres palabras en dos semanas de bastantes encuentros fugaces; porque yo no entendía coreano, porque ella justo chapurreaba un inglés espartano; por la diferencia de culturas, porque...

Detalles insustanciales, que pasan desapercibidos para el día a día. Más gestos, símbolos sembrados en el camino a los que es difícil prestar atención por ser más de lo mismo. Encima de la mesilla de noche, al lado de la primera cama que han catado mis huesos en las últimas tres semanas; entre las páginas del libro que había empezado a leer anoche, para indicar el punto en el que había dejado la lectura. Un cordel amarillo trenzado a mano que asoma entre las dos páginas que lo aplastan. Un libro, de todos yo era el lector empedernido... No me esperaba ser uno de los afortunados, no creía que se fijara tanto, quizás fuera pura casualidad. Había sido el agraciado con uno de los cuatro objetos que había traído a España para regalárselo a quien fuera merecedor de ello... Me había reservado el marcador de páginas. ¿Cómo explicaría, a mi regreso, lo que por esa desconocida de rasgos chinescos estoy sintiendo? Mejor me callo todo esto, por supuesto.

lunes, 22 de marzo de 2010

PIEDRAS (Vigésimo octava etapa)

Hemos celebrado la Misa del Peregrino, como todas las mediodías lo hacen por estos lares; lo hicieron, lo hacemos, lo harán, por supuesto. Unos cuantos, todos los que habíamos llegado por la mañana, y algunos más añadidos, los que lo habrían hecho ayer a partir de las doce. Una muchedumbre salvaje, sin costumbres pero respetuosa, mezclada con muchos turistas atraídos por el aroma del pulpo. Al son de las gaitas se presenta el espectáculo esperado; yo creía que los homenajeados seríamos los peregrinos, agotados por enfrentar tantas penurias para hacer más grande al Santo pero... los protagonistas siguen siendo esa retahíla de sacerdotes altivos a los que les hemos abierto paso; dedicándoles nuestras reverencias sumisas.

En la Catedral de Santiago, cada día... se ejecuta la misma función, otra representación teatral que añadir al repertorio benefactor; y el Botafumeiro balanceándose un ratito al final, para mayor gloria de Dios. Para mayor gloria la construyó el Gran Maestro Mateo; hace un mes me habría sobrecogido tan majestuosa estructura, pero tantas piedras amontonadas se me estaban indigestando. Burgos, León; Logroño, Santo Domingo o Astorga; el Románico Navarro y el resto de románicos salpicados, el Arte Riojano; Eunate... Piedras, que desde hace semanas no me decían nada, porque no entiendo su idioma, porque estaba harto de mirarlas como un tonto que aparentaba entender algo.

O'Cebreiro y sus techos de paja, o el adobe de los pueblos palentinos me habían llegado más adentro; y es que yo soy de pueblo, aquella iglesia en ruinas de Bercianos que no iba a ser reconstruida me había parecido el monumento más precioso. Las piedras son duras, regias... tienen historia, pero el barro cocido teñido por la arcilla me transmite más energía y además, tras tantos años, aún sigue aguantando en pie. Tierra mezclada con agua, tierras pobres y austeras, una lección importante; por algo seremos barro, para diluirnos, quizás, poco a poco, soportando los quiebros propuestos. Mejor correré un estúpido velo; me da pereza, desisto; me agoto tan solo pensarlo. No sigo enumerando...

Si al menos el bocadillo que me he comido hubiera sido bendecido; no creo que el humo del Botafumeiro haya llegado tan lejos; me parece sencillo, como los que me como en mi pueblo; exquisito. Dicen mis compañeros que esta noche celebrarán el final del viaje con una mariscada. Pero si a mí no me gusta el marisco, prefiero unos huevos fritos, y además, yo no me quedaré con ellos. Aarón, Eny, Ceci; Elena, Txomin, Paqui... Presentes. Tiziana, sus compañeros italianos; Alexandra, no me olvido de Ian tampoco; Thomas, Jurguel, Castel, los alemanes; Ximena, Yuri y Jose el trío maravilloso que ya estará camino de Finisterre... Enrique; Eva y Manuel. Unos cuantos que no recuerdo, todos y cada uno.

Sigue siendo viernes, mientras tanto... Queda un fin de semana por delante. La Galicia profunda que tanto admiro me espera. A partir de ahora... La sangre roja que amenazaba solidificarse en roca profunda que a duras penas dejase emocionarme tiembla. Dentro de mi pecho laten sentimientos, contrariados, coherentes, alegres y tristes; en algún tiempo remoto un escudo duro; piedra o roca, barro. A partir de ahora me sumerjo en el misterio; en el silencio... Ya me he deshecho de la mochila.

domingo, 21 de marzo de 2010

GALICIA

Para acabar el recuento de etapas, así queda Galicia...


23ª etapa: O'Cebreiro-Triacastela (21 kms)

24ª etapa: Triacastela-Barbadelo (22 kms)

25ª etapa: Barbadelo-Eirexe (35 kms)

26ª etapa: Eirexe-Ribadiso de Baixo (34 kms)

27ª etapa: Ribadiso de Baixo-Monte do Gozo (37 kms)

28ª etapa: Monte do Gozo-Santiago de Compostela (3 kms)

sábado, 20 de marzo de 2010

HORCHATA (Vigésimo octava etapa)

Tantas decepciones reunidas en torno a la misma mentira. ¿No hay más cera que la que ya ha ardido? Poco a poco, me desinflo. Al menos una docena de velas, consumiendo un par de euros. Por encargo de unos seres queridos y un conocido amigo, ¡Mayte, que ya está esto encendido...! Por el alma de sus muertos, para ir arreglando unos rotos, de este mundo material que no del otro. No me ha sorprendido, no soy tonto; he agradecido que alrededor no hubiera espejos, ni cámaras que inmortalizasen el glorioso instante; por si acaso mi cara me fuese a robar argumentos. ¡Me sentía tan tonto! Había aprendido durante el último ciclo de la luna que así no se arreglaban los problemas. No deja de ser curioso que estos señores de sotana sugieran tal patraña... ¿Por qué no se va a hacer cargo el Señor omnipresente de los rezos que no sean abonados en dinero contante y sonante? Era una promesa, de esas que ya hago pocas; para satisfacer otras, doy por supuesto... Ya la había hecho, ya he cumplido, como está mandado.

Dios mío como me han dolido esos dos euros de mierda...; tanto como los que había pagado en Roncesvalles por tener derecho a tener acceso a un alojamiento barato. Hasta hacía un momento no me había dado cuenta, me había pasado desapercibido por estar escrito en letra muy pequeña, casi ilegible incluso para los ojos del lince; en un rincón discreto de la Credencial Oficial rezaba, casi en silencio, que el donativo exigido sería de medio euro. No iba a soportar ver incrementado el timo, la primera vez se me engaña, la segunda yo decido ser un pardillo. Después de un par de horas haciendo fila, para recibir “La Compostela” dichosa... ¿un par de euros más, o uno si fuera mi voluntad? Un donativo de más que esta vez no iba a pagar, se habían acabado los tributos, bastante caro me había salido ya el trayecto, asaltado por algún que otro precio deshonesto. ¿Les he cobrado yo acaso? Sin peregrinos... ¿qué sentido tendría todo esto? Ese documento era mío, me lo había ganado a pulso caminado y nadie me iba a invitar a comprarlo; mi cara dura se lo ha llevado delante de las narices de la funcionaria de turno, o de lo que quiera que fuera esa chica que no ha tenido lo que hay que tener para reclamar el fraude que estuviera a punto de cometer.

No cabía ni una gota más, mi vaso estaba a punto de rebosar. La decepción había completado su recorrido; ¿esto era aquello de lo que tanto me habían hablado? Había empezado el día torcido, la cena de anoche mantenía a duras penas mi ánimo en pie... Me había dicho un hospitalero del albergue de León que si cuando llegase a Monte do Gozo me sintiese contento por haber llegado, no sería peregrino de fiar; que tendría que estar triste por acabar, sólo así sería uno de los elegidos; un peregrino de verdad, de los que quieren regresar. También me habían advertido, a la par, sobre otra posibilidad inquietante; y es que una vez enterado, correría el riesgo de dramatizar, de imponerme el sentimiento que quisiera sentir. Un lío más; en realidad, no soy capaz de determinar que es lo que había sentido el día anterior, en el Monte del Gozo. Como a menudo, esperaba mucho más de lo acontecido. No estoy triste ni contento, estoy vacío; en todo caso estaría desilusionado y muerto.

Elena, sin embargo, ha llorado desconsolada en la Plaza del Obradoiro. Se le venía a la cabeza, sollozando, aquel día en el que el año pasado, humillada su cabezonería porque su pierna no quería, tuvo que darse la vuelta. También pensaba en los familiares que le esperaban en casa, en los amigos; en su novio, que creo lo había encontrado en similares circunstancias; en los conocidos, diría que hasta en los desconocidos, no me atrevo a mentar enemigos; en las experiencias vividas... ¡Pero si apenas llevaba un par de semanas!; me costaba comprender sus lágrimas.

Pienso en Ceci, que hasta aquí habrá llegado por casualidad, por un compromiso forzado por la amistad; “si tu no vienes yo no me atrevo, acompáñame, ten piedad”.Tras todas las desgracias que el Camino le había deparado; una caída por aquel barranco pedregoso del Perdón, y la brecha consecuencia de tanto rodar entre rocas sin remachar, el estómago y los virus que le quisieron hacer claudicar antes de llegar a Bercianos. Seguro que estará llorando de verdad con un llanto agradecido por, como ella decía, haber descubierto, de las personas, la bondad. Y Aaron, que llevaba toda la mañana, dando vueltas de aquí para allá, fotografiando cada rincón de la catedral, cumpliendo con todos los ritos y protocolos que ha establecido la tradición; entusiasmado, ilusionado, devoto... Feliz.

Solamente siento una cosa: siento no estar sintiendo. Quizás sean mis sentidos consentidos, desorientados pero... ¿por qué motivos? Atrás quedaron veintiocho días, cuatro semanas completas; repletas de alegrías y penas. Estoy hueco, frustrado; decepcionado. Me habían relatado experiencias extraordinarias; gestas sobrehumanas. ¿Cuál sería la diferencia?, ¿qué sería lo que a mí no me pasaba? ¿Habría sido un error dejar de ser creyente? Yo no lo había forzado, así se había dado. ¿En qué punto de mi vida habría perdido el rumbo? He acabado el famoso camino sobrado, tengo a cuatro pasos al Santo...; me vuelvo a sentir, de nuevo, un extranjero desterrado. No estoy contento, tampoco triste... ,no sé lo que siento, no siento nada... Deben de llevar razón los que me reprochan que por mis venas no corra más que horchata.

viernes, 19 de marzo de 2010

MISION CUMPLIDA (Vigésimo octava etapa)

Objetivo cumplido; nos ha recibido el cartel de Santiago de Compostela, ¡Santiago de Compostela soleado...! Otro motivo para celebrarlo. La última hazaña también ha incluido el triunfo sobre la climatología adversa. Me han dicho que aquí casi todo el mundo entra nublado, y muchos lloviznando; unos pocos afortunados hasta llegaron diluviando. Día 12 de Junio, antes de lo previsto; rotas las barreras, quebradas las reglas... ¿Una heroicidad sobrenatural compartida con gente tan normal? Héroes sin acicalar, con ampollas curadas en los pies y heridas en el alma, a flor de piel.

Mucha gente ordinaria, andando por andar; repitiendo cada mañana un gesto que, por repetido hasta la saciedad, se había hecho sencillo; ya no suponía esfuerzo levantarse y ponerse a caminar. Una rutina más, aquí, durante 28 días, la única quizás. Personas de carne y hueso, que me han acompañado cojeando, de los que he soportado su resoplar; todos malolientes porque solemos llegar sudando, porque no es lo mismo lavar a mano. Por estas fechas muchos ancianos, algunos con los setenta pasados. Buscaba la magia en un espectáculo sin parangón, seres extraordinarios... Mucha gente ha llegado conmigo, alrededor, pero no estaban a mi lado tres de los que habría deseado tener; habían vuelto a desaparecer. ¿Por exigir, en su momento, tal vez...?

La distancia suficiente, la ventaja pertinente, por detrás y por delante. Para no darle ni una opción más a la mente. Para liberarme de aquella cadena perpetua... Ya había purgado por adelantado demasiados pecados sin culpa; tenía que librarme de una vez por todas de aquella incapacidad permanente, consejera ladina e intransigente, que acostumbraba a amarrarme a la dependencia de la gente. Y tenía que hacerme amo de mis miedos, tan irracionales como fieros, tantos y tan inciertos, tendría que dejar de aferrarme a tantos lastres impertinentes; añadidos superfluos de artificios y mimos fingidos. No habría sido capaz de pensar con autonomía si hubiera tenido que esperar cada mañana a otro a quien cederle, por voluntad propia, además de mi paso, mis decisiones, las determinaciones y mi coraje escaso.

Libre de vampiros devoradores de sangre, de despertadores remolones, de atenciones prestadas y de esfuerzos adosados. Las vidas del resto no eran mi problema, dejar que cada uno se encargase de la propia y hacer cundir el ejemplo era mi reto... Yo estaba dispuesto. Tenía que marcharme, sin ningún punto de referencia en la materia, sin verdades a medias, sin más mentiras que aquellas con las que ya solía engañarme... Para que se abrieran paso las circunstancias que tuvieran que ir llegando y afrontarlas a pelo; sin preservativos, ya fueran de látex o de latidos compungidos ajenos. Volando hacia ningún sitio, centrado en el siguiente destino, en manos del hado azaroso de la Mama Tierra y su capricho. El pecho henchido, tranquilo; prorrogando a cada instante el siguiente; Dios y Satanás, uno y otro, compañeros de viaje, adversarios reconciliados..., comulgando en el mismo estrado con la mala sombra de aquel esperpento que ya apenas reconozco. Para ir a solas, con otras mil personas...

Para reencontrarme con el que nunca fui, en busca de no sé qué aventura solitaria; la compartida ya estaba amortizada con creces... Había sido maravillosa; por supuesto que estaba agradecido... Mi ritmo ya no habría aguantado ni un par de días el vuestro; y, tarde o temprano, también vosotras os habríais dado cuenta... Teníamos que volar todos liberados de pactos mezquinos. No hemos llegado juntos, tras el encuentro inicial glorioso y las despedidas de rigor por la mañana. Ellas también habían hecho muchos amigos en mi ausencia, con los que, posiblemente, no habrían coincidido si yo no me hubiese marchado.

¿En que punto está el justo medio? ¿Cuándo cedo yo a gusto? ¿Dónde he de imponer mis barreras? ¿Cuándo?, ¿dónde y cómo? ¿Me estaría sintiendo culpable? ¿Me estaría disculpando, acaso? Enrique se hizo el loco, y quizás le estuviera penando... Por supuesto que, aunque no me guste del todo el desenlace, había sido todo aquello necesario para llegar de este modo a la Plaza del Obradoiro...

jueves, 18 de marzo de 2010

DESENLACE (Vigésimo séptima etapa)

¿Por qué me cuesta tanto dejar que la casualidad sea mi guía? Al fin y al cabo, no me había ido tan mal desde que todo se había empezado a descontrolar. Un solar enorme repleto de barracones, posiblemente prefabricados, todo esto me parece aún más impersonal que aquel contenedor de O'Cebreiro. Un lugar donde acumular a la ingente cantidad de gente que elegimos este punto del camino...; esta también será mi escala definitiva antes de acometer el abordaje a la peana del Santo. Dispuestos en hileras perfectas, perfectamente ordenados por etiquetas, cada departamento numerado; “¿a ti cuál te ha tocado?, a mí el F11... ¡agua!”... Ya había oído comentarios sobre todo ello; y se presentaba un panorama sórdido, similar al de Barbadelos; en esta ocasión, por desgracia, solo entre las multitudes. Quizás habría sido mejor haber continuado..., hasta donde hubiera sido necesario... A estas alturas, lo mismo me habrían dado treinta y siete kilómetros, que cuarenta y tantos... Pero en buena compaña.

El ritmo del Camino, porque el Camino tiene el suyo propio, todopoderoso. A cada cual suministra otro, particular..., otros caminos particulares en minúsculas; ingredientes imprescindibles para mantener el equilibrio; el equilibrio del conjunto, por supuesto. ¿Injusticias? Injusticias las justas, desde cada punto de vista. Unos muy rápidos, otros muy lentos; a ratos, cambiando, apoyado en excusas variadas y argumentos complementarios. Los que corrían tanto, y los que lo hacíamos tan poco; los que aceleramos y los que se pararon; me han atrapado, les he pillado... Hemos cambiado de opinión, me he peleado con cada opción, las circunstancias les habían alcanzado; ¡La madre que les parió! Sin tener conciencia... un montón de coincidencias y mil desavenencias, para tomar la decisión mejor...

Al final ese lugar tan normal, a pesar de las quejas, me reservaba la mejor de las sorpresas. Todos reunidos en el mismo sitio; atrás habían quedado etapas intermedias, de encuentros parciales y arbitrarios, muchos de ellos fugaces. Al final de cada jornada, unos cuantos..., no siempre los deseados. Txomin, Paqui y Elena... y encabezando el grupo Aarón, como no podría ser de otro modo con su sonrisa perpetua. Y las mismas lágrimas que una vez me habían despedido han discurrido por sus mejillas para recibirme, detrás la cara dulce de Ceci; el abrazo de mujer protectora, el mismo abrazo de mamá oso que ya me había regalado en Najera ha vuelto a dármelo Eny. ¡Qué casualidad tan dichosa! ¡Hacía ya tanto tiempo! Algunos se habían espantado, y ya no estaban a nuestro lado, ¿habrían desertado? Será que no serían tan importantes..., el azar filtra las impurezas si se deja correr el tiempo; estaban todos los que contaban; ellos serían interesantes para otros. Aunque todos los caminos lleven a Roma, a Santiago de Compostela en este caso, cada uno lleva a cada cual por distintos derroteros.

Aarón, Ceci y Eny; Elena, Paqui y Txomin; todos ellos y yo mismo, de dos grupos distintos; hemos cenado juntos. Una de esas cenas que se suelen improvisar cada noche, al final de cada etapa, entre los compañeros de viaje de la jornada. La última, la definitiva. Todos contentos, entre llantos y risas, un instante de jolgorio, de comunión entre eternos desconocidos. He celebrado haber descubierto quienes han sido las personas importantes en esta aventura. Queda atrás algún que otro personaje, la mayoría olvidados; unos pocos presentes... Enrique, agarrado a su incógnita permanente también había dejado a mis amigas canarias; tampoco estaban ni Eva, ni Manuel... Si no les veo mañana, quizás sea que tenga que repetir... O quizás haya vida más allá del Camino de Santiago.

Esto se acaba... la última noche, el último suspiro, no más ronquidos; el ajetreo del objetivo cumplido, mal se tendrían que dar las cosas. Cuatro kilómetros, apenas cinco. Agotado, rendido, pensando en blanco... Felices sueños y buenas noches.

miércoles, 17 de marzo de 2010

MI GOZO EN UN POZO (Vigésimo séptima etapa)

Al final, la señora había sido la primera en partir, y el grupo de los dos gamberros también se habían ido antes que yo... Porque a mí todavía no me apetecía retomar el final de una aventura que me resistía a finiquitar. Me había quedado un rato más... Mirando el televisor, meditando sobre lo que se decía allí; componiendo, con la música, mi mundo interior. Disfrutando del placer que sentían mis pies en cada estación, libres de botas y calcetines..., refrigerio feliz. Dejando volar la imaginación a través del hueco de las ventana en la dirección que le apeteciera tomar...

¡Míralos!, volvían a pasar los tres por delante de mí; me habían vuelto a adelantar. Al comenzar la jornada les había saludado a mi paso por Arzua, me habían invitado a desayunar, pero yo buscaba otro tipo de bar; el penúltimo día no me apetecía hacerlo en un bar de ciudad. Y eso que me seducía el plan, caminar hoy con ellos no habría estado nada mal. No me habían visto, quizás no les volviese a ver... me protegía el anonimato, detrás de aquel cristal. Han continuado; algo he sentido por dentro, como si se me escapase la última oportunidad de conocer a ese trío singular.

Mil caminos por recorrer, y muchas combinaciones al azar; tantas como personas multiplicados por sus pasiones, por las circunstancias, por sus miedos y determinaciones; por una decisión desdichada tal vez. Por una señora que se cruza, de repente; por dos niñatos, además de bocazas, meones; por una par de chicas que.... Más de mil son también las alternativas desaprovechadas. Deseos y ambiciones, un rastro de humillaciones. Los esguinces del alma, que algo tendrían que apuntar; un chico al que sus ampollas no le dejaban apenas andar, una palabra de apoyo sumada a la de otro “muyayo”, digamos que fuera canario, que le acompañaba..., ¿por casualidad? Un valenciano lisiado que se había quedado atrás... Sangre de mi sangre ya, lo que ha sucedido y lo que jamas acontecerá.

Mi Camino, preso de aquellos que me rebasaron o que ya no me pudieron dar alcance, amarrado a otras veredas celadas por otros que no podrían ir más allá. El trío de la libertad, ofrecían demasiado aire que respirar, mis pulmones no lo habrían soportado... Me habían dicho en algún momento que ellos, al menos Ximena y Yuri, continuarían hasta Finisterre... “Vade Retro Finisterre”, mi destino era Santiago de Compostela.

Ximena, bonito nombre para una argentina, de residencia francesa... Había llegado a Sant Jean Pied de Port con su suegra, madre del que ya no era su esposo, creo. Enseguida partieron peras, no se entendían, discutían. Aseguraba que era la mejor decisión que había tomado; desde Roncesvalles caminaban, cada una, a su aire. Y Yuri, un italiano, tan curioso como inteligente, en menos de un mes había aprendido castellano; camina sobre unos pies curados que habían dado sus primeros pasos destrozados. Afirmaba orgulloso que todos los pellejos que colgaban de sus dedos eran los restos de sus urgencias novatas. Jose, el tercero en discordia; o, según se mire el primero..., ya se sabe, todo depende del punto de referencia. Un hispano alemán afincado en Alemania, una mezcla apasionante, la cabeza cuadrada no había impedido que corriera la juerga por sus venas. No han defraudado mis expectativas, tras haber dado por perdida la ocasión definitiva; allí parado, un buen rato, en aquel bar de carretera... Aguardando, quizás, a que vinieran a recogerme las alas del destino.

Llegué, con una espontaneidad que aún me abruma... la naturalidad de lo que tiene que ocurrir, lo quieras o no lo quieras. Hemos descansado nada más adherirme a su sociedad sin reglas, sentados en uno de tantos bosques de eucaliptos que por aquí abundan; compartiendo agua y alimentos. En un instante efímero ya era uno más en grupo, el trío se había transformado en cuarteto sin complejos... Riendo, disfrutando; cantando y contando, sumando esfuerzos que en ese ambiente eran impulsos reflejos, voluntarios; deseados, anhelados... Muchísimos instantes mágicos conectados por un no sé qué perplejo. Yo me iba a parar enseguida, en Pedrouzo; no caminaría mucho más de media hora con ellos; el albergue escogido estaría, como mucho, a un par de kilómetros...

El Monte del Gozo, mi placer en un pozo. ¿Quién encontraría regocijo subiendo cuestas de hormigón custodiadas por edificios? Hasta entonces, Galicia había sido una delicia, húmeda y silvestre; repetitiva en sus variedades de verdes, un ciclo itinerante divino. Si llega a ser así todo el trayecto habría sido un suplicio; me habría dado la vuelta haría bastante tiempo; sin acabar, me habría rendido... Puede que sin empezar siquiera, no habría merecido la pena llegar a este monte de despojos. Gracias por haberme traído en volandas, y por haberme hecho este último trecho apetecible; por no haber permitido, con vuestra entrega generosa y amena, que yo me entregara al desasosiego que estas última estampa me estaba produciendo.

Y ya sé han ido; y yo me he quedado aquí, no sé por qué. Con la misma facilidad, sin avisar, como llegaron, como llegué. Supongo que porque así tendría que ser...

martes, 16 de marzo de 2010

KILOMETRO VEINTICINCO (Vigésimo séptima etapa)

Estaba allí por casualidad..., aunque me había invitado a continuar. Ella no lo habría tenido en cuenta si no hubiera querido esperar. No le quedaba más remedio que entrar, tenía que orinar. Porque no tenía prisa ya, y por seguir conversando también; por lo que fuera que aquello fuera a generar me había parado allí.

Habíamos compartido habitación, en un albergue precioso. Un rincón encerrado, como si fuera un palomar aislado, situado al final de un recinto acotado por una barandilla de madera, tallada a la sazón para no desentonar en el conjunto rústico... Desde allí arriba unos pocos dominábamos otro espacio más amplio, sobre el que estaba situada nuestra atalaya; componía una estructura curiosa, construida a distintas alturas. Anoche, a mi pesar, cerramos la puerta al acostarnos, la promotora había sido justamente esa señora con la que estaba caminando; para mi gusto, un pelín desconfiada... Por respeto había aceptado sin alegar nada en contra de su propuesta. He de reconocerlo, al amanecer le ha dado las gracias a haberle hecho caso...

Cuatro paredes, unas cuantas mesas y sus sillas, libros en una estantería. Una televisión de plasma en la que estaban reproduciendo reflexiones acompañadas de imágenes del Camino, al son de melodías afines, de Enya, Bob Dylan y compañía.... Una sorpresa, un sitio, por tan sencillo, hermoso. Un bar de carretera, nada especial en apariencia. Un oasis poco frecuentado, he dejado atrás unos cuantos antros, con mucho menos encanto, repletos. Extranjero al final de una senda que ya había hecho mía; nada parecía ya lo mismo entre tantos peregrinos ajenos... Demasiado jaleo, para disfrutar en silencio, incluso de las adversidades. Los albergues gallegos tampoco ofrecían argumentos... tan impersonales, y con hospitaleros tan funcionales... tan correctos, tan distantes; amables por contrato en los albergues más baratos. No quiero echarle la culpa a la infraestructura, seguramente fuera yo mismo; hasta ese rincón, a 25 kilómetros de Santiago, casi al final, casi en el destino, no había desaparecido aquella sensación, aunque soportable, incómoda. Desde ayer, me estaba sintiendo un tipo raro fuera de lugar, fuera de tiempo.

Ya ni siquiera ese par de vándalos me parecían tan fieros. Unos pobres chicos sin motivos, por una borrachera que había destapado su Caja de Pandora; todos sus complejos al descubierto. Se sentían unos incomprendidos, aunque hubieran sido responsables de todo lo acontecido... Uno de ellos, el más bandido, el más agresivo, el pobrecillo..., no era capaz de asumir las consecuencias de sus actos, cuando menos cuestionables. Esta mañana nos habíamos despertado con la primera bronca de la que he sido testigo, la primera falta de respeto en mi presencia...

Todos aquellos ruidos, los rugidos de las literas arañando el suelo de madera, las carcajadas ostentosas de sus borracheras; el hedor a vomitona... La barandilla que a mí me había servido de balcón... Ellos, a las tres de la mañana, la habían utilizado como lanzadera para su manguera. Los muy cerdos se habían meado en la mochila de aquel peregrino francés que les estaba echando la bronca. Yo que creía que aquel par de borrachos eran peregrinos nuevos, me habían proporcionado las razones para meterme contra tantos novatos indispuestos... Pero ellos venían desde Roncesvalles, otra vez tendría que meterme mis juicios de valor por donde me cupiera. Estaba claro, de poco les había servido la caminata, y sus dificultades.

Los bronquistas, aparentando caras de buenos, leyendo poesías que no comprendían; o, que al menos, no ponían en práctica... Estaban allí también, sentados, reconociéndolo sin reconocerlo; lo habían hecho ellos, se arrepentían pero... ¿Por qué solemos intentar justificar nuestros malos comportamientos con tantos peros injustos...? ¡Pobrecillos, si ellos no tenían la culpa!

lunes, 15 de marzo de 2010

SANTISIMA TRINIDAD (Vigésimo sexta etapa)

¿Dónde habría quedado el hastío de las tierras castellanas? ¿Dónde sus veranos secos de amaneceres fríos? Dianas de mis saetas vilipendiosas, repetidas quizás sin motivos... Meras excusas de la víctima que aún quiero llevar dentro. ¿Me habría acostumbrado a la soledad perpetua...?, aquella que hasta rodeado de gente azota; ¿o al anonimato intenso...?, no era fácil sacar la cabeza por encima de espigas, tan áridas como esbeltas. La austeridad de sus vecinos y sus barreras interpuestas... ¿Se habrá apagado por falta de fuego el run run de mis entrañas? Es curioso lo que siento, me embarga cierta nostalgia... cierta nostalgia falsa; como aquella modestia de la que se disfrazaba la soberbia en mi casa. Hasta la melodía de las fanfarrias me suena a ruido grotesco ahora, ¿estaré echando en falta el sufrimiento de aquellas mordazas? Hoy ha sido imposible disfrutar del silencio, quizás porque ya no sean mis compañeros, los mismos. De repente, me he dado cuenta... éramos mogollón; había cambiado el panorama... no conocía apenas a ninguno... ¿dónde se habrían metido los que ya consideraba propios?

No harían falta más que unas cuantas agrupaciones de coros y danzas que amenizasen la excursión, al festín itinerante que estaban montando no le faltaría nada más; mucho mejor caminar en cuadrillas, lo más extensas y nutridas, bien alimentadas e hidratadas; con la bota de vino en la mano y algún que otro acordeón disperso... A lo largo de la etapa me habían sorprendido algunas alegrías a ritmo de palmas; más que peregrinos parecíamos comparsas... No me había dado cuenta. Grupo de amigos enfundados en chubasqueros de colores transparentes, de los que venden a euro los chinos. Esto ya no da miedo, ni impone respeto. Galicia y su Santa Compaña sí que deben estar asustadas por las circunstancias adversas. Por fin he entendido por qué las meigas no habían salido a recibirnos; deben estar muertas de risa por el rosario de payasos que a diario desfilamos por delante de su casa. O quizás hayan emigrado a otras rutas más tranquilas, por si acaso se contagian.

Un murmullo atronador del que hasta este momento no me había percatado; no sé si atontado por el repiqueteo de las gotas de tempestades constantes... Seguramente por haber evitado los albergues más concurridos; salvo en aquel contenedor enorme de peregrinos de O'Cebreiro no me había alojado en ninguno de esos; allí donde nos dimos por primera vez la mano los peregrinos genuinos y los recién estrenados, de corto recorrido. Queriendo o sin quererlo, les había dado esquinazo durante todo este tiempo, porque aunque los de Triacastela y Eirexe no fueran pequeños, la gente que allí estuvimos eramos todos de los antiguos, personas decentes. Y el de Barbadelos, por si acaso, con su aburrimiento eterno había contribuido con creces a mi deambular por aquella realidad paralela, ajena a la general... Vacío, con muy pocos, y todos viejos, había supuesto una quiebra fructífera, una pausa insospechada... En un día pasaron cientos... ¡Hacía ya tanto de aquello que no recuerdo!

Quejas que no había escuchado; quejas por la dureza, se quejan también del mal tiempo, y se quejarían si hiciera bueno. No están acostumbrados, su rutina es la del día a día cotidiano, sin ampollas, sin contracturas, sin lesiones varias... Y eso que no disfrutarán de la ocasión de quedarse atascado en un rincón sin motivo aparente, ni de escuchar los latidos de su frente al ritmo endemoniado de un corazón desbocado; no podrán sentir la sinrazón de quedarse sin argumentos. Es complicado disfrutar de la esencia del Camino cuando se reparte en partes; en fines de semana alternos, o en trayectos a medias..., en viajes sustentados en vehículos de apoyo. No tendrán tiempo para fermentar sus lamentos... Será, por lo tanto, una experiencia escandalosamente extraordinaria, inmortalizada en menos fotos de las que habrían deseado. Aún están amarrados, no tendrán tiempo para desatarse, tampoco de su grupo de gente...

“Buenas días”, quizás la fórmula adecuada fuera buenos tardes; pero estoy desorientado y no soy consciente de la hora. Les he saludado por cortesía; me había atraído su presencia desde la primera vez que los había visto... Vuelvo a sentir cierta familiaridad sin motivos, sin apenas conocerles; otra curiosidad clandestina más. Por delante de mí acaban de pasar el trío, formados en columna de a tres... No, no es el grupo de Aarón... Parecen los representantes, en la tierra, de la Santísima Trinidad. El Espíritu Santo, la mujer. El Padre, el de melenas a imagen y semejanza de San José sin barbas. El otro, el más alto, el hijo; ¡hay que ver como nos había crecido el niño! ¿Aquello qué era?, ¿esto qué es? ¿Me estaría volviendo loco o qué? No los había vuelto a ver desde el convento de San Antón, cuando ya caminaban ocupando el ancho de la carretera que desembocara en Castrojeriz. Reaparecieron fugazmente en el albergue de Molinaseca, la chica es la que tosiendo no me había dejado dormir. Hasta ayer habían desaparecido, creo que se habían quedado atrás en Cacabelos.

Ellos continuarán hasta Arzúa... Yo hoy me quedo en Ribadiso de Baixo; un albergue, su entorno verde y su río limpio...

domingo, 14 de marzo de 2010

LLOVÍA (Vigésimo sexta etapa)

Llovía; las circunstancias habían amanecido adversas; también se acostaron perversas. En toda la noche no había cesado ni un momento el diluvio. Por fin no me ha importado, aunque tuviera claro que iba a llegar a mi destino calado...

Esta mañana había decidido ayunar, intentaba ser convencido por motivos trascendentes. Para sentir la debilidad inerte, quería notar la flaqueza de la necesidad, para trascender el más allá y ponerme en comunicación con las meigas y con Dios; quería sentir, ¡un poco de magia, Señor! La realidad era que con tanta lluvia me había olvidado de comprar algo que tomar, estos últimos días había dejado de lado unos cuantos protocolos habituales. La vitualla, excesiva a menudo, que acostumbraba a acarrear; ya ni agua creía necesitar, con lo necesario que era beberla abundante para no deshidratarse. Lloviendo es difícil controlar.

Hasta en esto había fracasado..., me he sentido más fuerte que ningún otro día; hoy hasta mi mente se ha confabulado con Satanás para no proponerme preguntas extravagantes, para no imponerme sus dudas inconvenientes; los problemas eran incompatibles con el sosiego del que quería impregnarme; sigo siendo la contradicción en persona. Mis ojos enfocados en las gotas de lluvia que iban discurriendo por mi nariz, escuchaban su repiqueteo sobre las hojas y componían un ensueño Verde añil. Me he sorprendido tarareando una canción desconocida bajo el aguacero azul; ¿quién me lo iba a decir a mí, que ni siquiera en la ducha me habría atrevido a cantar? Me estaba mojando a gusto... ¡Claro que sí!

Cómodamente sentado, estaba desayunado en el bar en el que había decidido entrar; había pensado que a media mañana, diecisiete kilómetros después, me vendría bien. Tampoco era cuestión de mortificarse porque sí, todo sacrificio tiene su fin. No tenía tanta hambre... pero quería descansar un rato; además sigo siendo goloso y tenía muy buena pinta el bizcocho... ¡tamaño batallón! La madre de la camarera me acababa de acomodar en un rincón discreto, casi escondido diría yo, porque el bar estaba atestado de peregrinos en busca de un poco de confort. Esa señora amable nos había ofrecido el obrador de la cocina..., a mí y a otras dos chicas extranjeras entre las que me había sentado, en un banco corrido de madera. Tan solo quedaba un taburete para cualquier afortunado; se estaba estupendamente en aquel recinto, apartado, y además aislado, del traqueteo exterior.

¿Quién iba a ser, si no? Ha vuelto a asomar Aarón; me he alegrado mucho, estaba convencido de que no le volvería a ver. No había avanzado tanto; habíamos vuelto a caminar, sin encontrarnos, a la par. Y todos los demás, Txomin, Paqui y Elena iban con él formando su grupo oficial. Como de costumbre su espejismo me ha rozado de refilón, de repente ya no estaba allí, creo que tenía que llegar a Melide antes de que cerraran las tiendas, y aún le quedaban más de cinco kilómetros por recorrer. No sé qué sería lo que tendría que comprar. Seguiría camino, nos volveríamos a encontrar después si así tuviera que ser. Hasta luego Aarón... ¡Qué te vaya muy bien!

Ahora ya sabía que iba delante o detrás, pero a dos o tres kilómetros nada más. Me apetecía llegar con él a Santiago de Compostela, pero arrinconado como estaba por aquellas dos muchachas... No he querido molestar para que me dejasen salir. Diez minutos después he ido detrás, creo que con la intención de alcanzarles cuanto antes...

Algo estaba a punto de explotar; creo que la mordaza impuesta por tantos años de lealtad incondicional a lo debido va a explotar de un momento a otro; la tradición establecida está llegando a su final y, con ella, la verdad absoluta sin cuestión. No cabe duda, algo está cambiando... Aunque también pudiera ser que así quisiera verlo, que así lo desease; que lo espere, tal vez. ¿Esperando de nuevo? No sé. Continuaré sin forzar...

sábado, 13 de marzo de 2010

EVA Y MANUEL (Vigésimo quinta etapa)

Thomas estaba enfrente de mí, sentado en un taburete, apoyado sobre la barra, compartiendo con otra gente charla y café con leche. Le he visto, desde el principio, por tercera vez; tan distinto, tan distante del primer día aquel; en Roncesvalles tan arisco, tan urgente, hoy tan amable y paciente. Algo le ha tenido que suceder, este camino no deja de sorprender. Y por delante de la puerta pasaba Jurguel... Despacio, como siempre a su tran tran, aunque cansino, eficaz; hemos ido coincidiendo a menudo desde Grañón, cruzando nuestros caminos de vez en cuando; yo con mi tranco impecable, él con sus huellas cojas... Arrastrando desde el principio su lesión en el pie. No sé qué sería lo que yo tendría que temer; según parece, lesionado se puede llegar también. Hoy será él quien me espere a mi en Portomarín. Sólo me faltaba Castel para formar mi trío de alemanes asignado; a saber dónde estará..., al ritmo que iba, a punto de llegar. Distintas formas de ser, de acontecer, de manifestarse, de aparentar lo que posiblemente no es.

Eva, otra vez; y ha llegado con Manuel. Así se llamaba el chico que le acompañaba también ayer; por fin me lo ha presentado, por eso me he enterado. Me ha dicho que su nombre, en hebreo, significaba “El poder de Dios”; me ha impresionado su condición. No me ha extrañado que llegaran juntos, me resultaba embarazoso el encuentro porque unos cuantos kilómetros antes había tenido que recortar mi paso para evitar alcanzarles. Para que se alejasen de mí lo suficiente, para no molestarles; para no sentirme, ni hacerles sentir obligados; para no cortarles la buena disposición patente. Tenía que dejar la distancia suficiente para que mi presencia siguiese estando, para su foco de atención, ausente. Se habían añadido al camino, justamente, no más de cien metros por delante; salían del albergue de Ferreiros enredados, y muy acaramelados. Me había entretenido mirando entre las ramas de los árboles pájaros inventados.

Etapas cortas, de pocos kilómetros, no más de veintitrés... Para sentir mejor, para no correr, para no avanzar por avanzar; para tener tiempo de reflexionar, y para observar. Porque si no ralentizase el paso no escucharía jamás, porque no se daban los milagros andando a un paso normal... Creo que quería decir que mi paso no era el de verdad. ¿Para qué me iba a mojar sin necesidad? Los sabios lo eran por saber esperar, y aprovechar la ocasión; según parece, la paciencia sería la primera lección que tendría que aprender aquí. Aprovecharía los intervalos para continuar; hemos estado más de una hora conversando en el bar, los tres; al final muy a gusto yo también. “Estás obsesionado con lo que tienes y no tienes que hacer, te estás encerrando en tu caparazón; abre tu corazón y deja que sea el Camino quien te recorra a ti. No hay dos sin tres, nos volveremos a ver...”; así se ha despedido de mí, Manuel.

Hasta media hora después no me he marchado yo..., para no correr, para que ellos lo pudieran hacer; caminaban lentos y no quería alcanzarles otra vez. Pensando, dándole vueltas a la cabeza... Según Eva, Manuel y yo eramos las dos únicas personas, en los tres Caminos que había hecho, que le habían sorprendido, decía que para bien. Era un chico majo, a ratos parecía prepotente, ¿lo tendría claro o sería un cuentista vidente? Hace falta coraje para pararse, cuando los pies te piden seguir avanzando sin compasión... ¿Por qué tendría que esperar? ¿Por qué tener que alargar un camino que me invitaba a llegar? ¿Para que me iba a alojar en Portomarín?, ¿por qué en Gonzar o en Hospital yendo fenomenal?. ¡Yo quería, y además podía, ir a más! No me volvería a ocurrir como en la vida real, no iba a obligarme a fracasar; ¿pararme para no triunfar?, no me excusaría en excusas para no acabar. Hay tanto que ganar; ¡y tantísimo que perder...! Mi lema, a partir de entonces, iba a ser “arriesgar”... ¿Y si no hubiese sitio en el albergue de ese pueblo qué? Si así fuese en el pueblo siguiente, tal vez.

He llegado mucho más allá de lo planeado. Totalmente empapado pero acompañado por Marta, una chica checa, de ojos azules impresionantes y cabellos rubios letales; había empezado para un mes, y ya llevaba tres parándose en cada rincón del camino que le llamara la atención. Con ella, me he enfrentado a la tempestad, más bien calabobos vacilón. Ayer había claudicado a la dictadura del terror, el pánico me obligó a quedarme en el albergue más facilón; en aquel albergue, perdido de la mano de Dios me había aburrido como una ostra vil; me conjuré con mi mala sombra por primera vez: no volvería a ocurrir. He vuelto a disfrutar chapoteando bajo el agua en el último tramo en compañía feliz, y las botas ya se están secando al lado del radiador.

Por cierto... ¡Treinta y cinco kilómetros! Y a quien no le guste, que deje de mirar.

viernes, 12 de marzo de 2010

ES PRESION (Vigésimo quinta etapa)

Quiere dolerme la rodilla que tenía sana; también la otra, aunque hasta ahora tampoco había rechistado. ¿Y si por esta chorrada no llegara? Seguro que va a ser una lesión grave; por supuesto, irá empeorando. Voy a ir más despacio, o mejor, esperaré un rato sentado. Ya sabía yo que tendría que pasarme algo. ¡Ya estaba tardando! Crecen los temores, y renacen las excusas de antaño; hacía tiempo que no me aferraba a ellas, o que ellas a mí no me atenazaban. Más fantasmas de los que creía derrotados, ¿por qué tienen que regresar todos juntos, justo ahora?

A estas alturas todo debería estar superado; todo marchaba como ni en mis mejores previsiones lo habría imaginado. Ni una ampolla, ni una queja, ni un pero siquiera; ni un simple esguince, ni un tirón fortuito. Todo estaba en mis manos, todo volaba sobre mis pies alados, al alcance de unos pocos pasos. Todo, todo, todo... todo a mi favor; no había más que seguir sumando sin preocuparme de nada más que embadurnar de crema mis pies, de vez en cuando. Desde hacía 300 kilómetros restando, paso a paso, un paso menos, avanzando; andar cada día una etapa, sin arruinar pensamientos pensando. Parecía una tarea simple, habían pasado aquellos momentos complicados, los había superados con facilidad relativa; tonterías ya olvidadas, sin importancia, aunque lo hubiera pasado fatal, mientras tanto. Si me hubiese callado para no provocar... Ya decía yo: “cállate, no se vaya a estropear”.

Y eso que no había nada que perder... Pero regalar 600 kilómetros me parece una obscenidad, ¿por qué la salvación de su alma, a los que hayan empezado en Sarria, les cuesta menos de la mitad de mi mitad? En Ferreiros acababa de cruzar la barrera, transito sobre el territorio frontera, alrededor de la centena... El trayecto recorrido hasta aquí, fuera cual fuera, no sería computable a efectos de sacrificio tasable; solamente los cien últimos kilómetros son necesarios, y requisito indispensable, para ser digno de recibir “la Compostela”. Al final va a ser verdad el rumor: “hasta llegar a tierras gallegas Santiago no es capaz de vigilar nuestras andanzas desde su pedestal”... O quizás sea peor y crea el ladrón que todos seamos de su condición... O, tal vez, por llegar al absurdo total, no sea de fiar quien no se fía... Más tonterías mías y de mis obsesiones perdidas, tendré que dejarlo pasar... Sea como fuera, en este terreno sería dónde los valientes se la tendrían que jugar... Y nadie tendría en cuenta cómo habría llegado hasta aquí, ni los accidentes que en lo sucesivo me pudieran ocurrir... Desde aquí, “La Compostela” la rifaría el azar.

¡Iba a llover...! ¿Y qué?, había llovido todo el día, por eso no me arriesgaría a perder... ¿La apuesta con quién? Yo no quería apostar... ¿Estaré siendo sincero en mi caminar? ¿Quiero completar mi camino interior o llegar para contar que lo había realizado en cuatro semanas, tal vez? ¡Qué complejo!, no sé si quiero saber, ni sé si quiero poder; ¡no puedo, de hecho, joder! No tengo que poder, ni querer, ni saber; ¡qué lío, otra vez! ¡Que no me había mojado, aún! ¡Y que calladito todo me iría mejor! ¿Por qué tendría que ser todo así? Soy caminante, y lo sé; la experiencia me acredita como tal; aunque no sea peregrino oficial... No tengo por que llegar. Porque el peregrino hace algo más que andar, algo más que recorrer 100 kilómetros nada más, mucho más que caminar un camino sin final; 750 kilómetros o, como algunos valientes, muchísimos más. Ser peregrino, como decía aquella monja de León, es buscar en el interior...

¡Claro que sé que no es más que un papel!, la teoría está muy bien, nada más que un certificado que adquiriría el valor que cada cual le quisiera conceder. No me importaba la acreditación, pero unos cuantos ya habíamos acumulado créditos suficientes para recibir más de seis y, lo siento, eso me sigue fastidiando un montón. A mí, que ni siquiera por religión me habría de molestar... Mi orgullo cabezón se empeñaba en erigirse en protagonista a mi pesar: ¡malditos kilómetros de basura inútiles! Seguro que me romperé. En Mercadoiro, no he podido más, no he querido, no he sabido... ¿pudiera ser...? ¡Qué bonito que era ese bar!

jueves, 11 de marzo de 2010

TRISTE (Vigésimo cuarta etapa)

Al salir de casa lo tenía claro, un mes había sido lo estipulado; aunque haya olvidado los argumentos que cuadraron las fechas, alrededor de treinta y tres días serían suficientes. También había fantaseado con otras opciones, me habían seducido propuestas varias, prolongar la aventura un par de meses, por ejemplo... Se había convertido en mi cantinela de despedida preferida; ni se cuantas veces repetida:“¡qué bueno si en vez de dos, fueran al menos tres o cuatro! La mejor noticia, pregonaba por entonces, sería que durara más de medio año. Ahora, treinta etapas me resultan muchas.

Continuar caminando se había convertido en una droga peligrosa; día a día, dura y dura, como las pilas que anunciaba aquel conejito rosa. Caen los kilómetros por condena, apoyados en la rutina perpetua de no osar dar la vuelta; tantas lecciones grandilocuentes tiradas por el retrete, tanta filosofía barata... me costaba practicarla. Estoy convencido de que tengo que amordazar a la razón, pero el corazón no se acaba de convencer, parece que le viene grande la función de “cicerone"; en estos tiempo no tiene cabida la poesía. ¡Cuatro semanas exactas!; no estaría mal, un ciclo lunar completo; ya hasta las excusas místicas empezaban a sumar en mi contra. Habiendo estado parado un día en casa, veintiocho daba un resultado extraordinario... Porque llegar el 12 de Junio a Santiago habiendo salido de Roncesvalles el 16 de Mayo no estaba al alcance de cualquiera.

Y es que las prisas también fluyen por mis venas... También fui educado para hacer las cosas a la carrera, me enseñaron que la demora era enemiga encarnizada de la eficacia; antes de acabar la orden, la orden tendría que estar ejecutada; y si no hubiese labor habría que inventarla para seguir,aunque fuera en movimiento falso. El recorrido estaba impreso en mi memoria, lo había medido hasta la extenuación sin reglas, palmo a palmo, es algo innato, incontrolable. Yo que rechazo las normas...; pero hay que cumplir un calendario, esa agenda que rehuyo me tiene abuducido para completarlo. Me empeño en remediarlo pero si lo hiciera sería un fracaso anunciado por adelantado. Me cuesta no ser el primero, y me cuesta no competir con el otro; para liberar mi cabeza de razones tendría que forzar otra pausa... Pero la pausa, en mi caso, sólo afectaría a las botas.

Me va a resultar complicado tomarme el camino con calma estos días que restan; esta vez tampoco seré capaz de concederme el tiempo y silencio necesarios para hablar con las piedras. No sería el primer proyecto abortado por no tener al final paciencia; aquí también me apremian las urgencias; sin importancia, imaginadas, falsas... Casi siempre, cuando estoy a punto de acabar algo, más de lo mismo; las calaveras del infierno me imponen sus cadenas y me aceleran; ¿por qué no soy capaz de evitarlo? Por dentro, tras esa tranquilidad aparente, se revuelve una fiera inclemente que atosiga al sosiego fingido. Un ser exigente, maldito orgullo malherido; yo que ya creía la misión conquistada, pero aquí continúa agazapada, oculta bajo la corteza que proporcionaba la comodidad prestada. Se rebela virulenta presentando su batalla cruenta. Iba a ser verdad... No habían cambiado tanto las cosas...

Menos mal que el tiempo revuelto ha venido a rescatarme... Gracias señor, por esos nubarrones negros que le han bajado los humos a mi flojera; a mí me habría costado horrores. Muy a mi pesar, Barbadelo ha sido el final, 22 kilómetros y ni un paso más... Un albergue aislado de cualquier atisbo de civilización; al menos, esta ha sido mi impresión. Y, además, alrededor nadie tiene ganas de hablar, no hay quienes para tal; sobran las carcajadas estruendosas, y hasta la más ligera sonrisa; ni siquiera un suspiro ligero, el susurro silencioso retumba en mi cabeza; ruidoso y fiero. Echo de menos a todos los que he conocido en el camino.... ¿Dónde estarán en estos momentos todos y cada uno de ellos?

¿Dónde pararía Ceci? ¿Y por dónde andaría Eny?; he querido imaginarlas a la par de Enrique... Ya sabía que Aarón y los otros me llevarían casi una jornada, porque las mías últimas estaban siendo cortas, y las suyas, sin embargo, largas. Empezaba a sentirme triste, arrepentido de haberlo forzado todo, porque me había quedado solo; me gustaría volver a verles pero sabía que ya no sería posible. Un mensaje de Ceci ha confirmado mis temores; no había podido resistir el hastío y le había enviado el mío... Ellas están en Hospital de la Cruz, a más de 30 kilómetros de aquí. ¡Resignación!, al fin y al cabo, aunque me joda, no he sido más que otro “turigrino” perdido en un Camino Divino.

miércoles, 10 de marzo de 2010

EN SILENCIO (Vigésimo cuarta etapa)

Menos mal que a media mañana había hecho una de esas paradas que invitan a no continuar avanzando. Me he entretenido un rato largo conversando en el bar de aquel pueblo del cual no logro recordar el nombre. Al entrar he saludado a los que estaban allí, desayunando; y cuando, al instante, han decidido marcharse les he deseado “Buen Camino”. Después, han ido llegando otros, que también nos han abandonado. A mí me ha apetecido quedarme en aquel rincón de Galicia, sentado, recibiendo y despidiendo a otros que pensaban que detenerse en demasía sería una pérdida de su tiempo preciado. Al camarero le he sorprendido, gratamente según me ha confesado..., ¿otro café?, ¿o prefieres un orujo?, lo que fuera; ha querido invitarme..., ese camarero parecía buena gente. Se lamentaba de que, del peregrino original, en la mayoría de los casos, ya sólo quedara la etiqueta y algún que otro amuleto ostentoso; se quejaba de que no se detuvieran apenas y aseguraba que no sabían saborear lo importante. Me había excluido de la plebe, le ha debido confundir mi sombrero, o la barba de más de veinte días; porque la concha la llevaba sobre la mochila, como el resto, en un lugar aparente.

Devorar kilómetros para llegar el primero, era el principal fundamento; antes que nadie, para que no faltase una plaza, todos en procesión, hacia el albergue siguiente... Y el reloj marcando la pauta, aquí también compite el estrés del que creían haberse deshecho; kilómetros de tres en tres y piedras formando catedrales, iglesias y ermitas a granel; se preocupan por las mismas tonterías que decían no querer. Ahí estaban cuando he pasado por Sarria; apoyados en la pared o recostados sobre sus mochilas, uno detrás de otro, todos muy bien organizados, todos recogidos en su hato...; esperando en la puerta el pistoletazo de salida, en este caso de entrada, porque aún estaba cerrado. Todos aquellos que habían salido pitando del bar de aquel pueblo estaban ahí, peleando por su litera merecida. ¡Qué aburrimiento!, haciendo fila el reloj avanza despacio; aun habiéndome entretenido tanto, habría llegado a tiempo. Pero he pasado de largo...

Apenas sin darme cuenta, dándole vueltas al último encuentro; otro movimiento inesperado... Eva, la amiga inseparable de Paqui, le acompañaba un tipo extraño que me ha resultado raramente familiar, como si tuviera algo que contarme... Era extranjero, parecía un chico callado, creo que era yugoslavo, tenía una mirada especial, esta historia no había acabado. Su amiga no estaba allí, imagino que marcharía por delante, definitivamente se habían separado... Calvor, y su bosque mágico, un minuto antes; un instante, un espejismo divino, escuchando el rugir del viento, y el bramar del torrente bravo; observando riachuelos traviesos, recién nacidos, retorciéndose entre el caos de piedras, estas dispuestas al azar por el agua corriente. Sólo faltaban las meigas... he llegado a la conclusión que, quizás, las meigas no se muestren a cualquiera.

Conversar, también, con la naturaleza, otro placer y fundamento; pero para escucharla es necesario caminar callado. Hay que darle tiempo al tiempo, hace falta mucha paciencia para que la fermentación ejecute su efecto; el cocido no desprendería su aroma exquisito sin darle muchas vueltas de cuchara; es un manjar reservado para unos pocos privilegiados. Todavía no eran las doce de la mañana, y ya había cubierto la mayor parte de la jornada prevista; veinte kilómetros serían suficientes, veinte kilómetros iban a ser muy pocos. Parece como si esta mañana, hubiera presentido ese señor mi ajetreo interno, no se ha andando con remilgos cuando le he alcanzado: “Si quiere caminamos juntos pero, si no le importa, lo haremos en silencio”.

martes, 9 de marzo de 2010

DAMAS Y PEONES (Vigésimo tercera etapa)

Uno de mis recién estrenados compañeros, uno de los que había abandonado por la mañana..., me ha adelantado como alma perseguida por el diablo. ¿Espíritu al que se llevara el viento o el peón empeñado en forzar la maquinaria de su invento?, yo le había conocido mucho antes que ellos, y ya me había sorprendido que se hubiese quedado desayunando tan tranquilo. Él siempre acumulaba prisas de sobra, las tres o cuatro veces que habíamos coincidido había salido del albergue sin dejar rayar el alba. ¿Se le habrían acabado las pilas? ¿O sería que se habría tomado diez tilas? Me tenía desconcertado.

Ayer, aunque ya fuera uno de los nuestros, fiel a su estilo, había decidido ser la avanzadilla que nos abriera camino por aquellas rampas gallegas. Txomin, el adalid terco que, devorando kilómetros y lo que hiciera falta, siempre a solas, siempre a la carrera, llegara a todos los puntos de destino antes de que abrieran las puertas; aunque aquello le costara ejércitos y vituallas. Hoy me ha vuelto a mostrar su rastro de sangre embotado en esas botas impermeables, pero en esta ocasión algo había cambiado... El llanero solitario me ha preguntado por los otros, ¿querría dejar de serlo? El sabueso acechaba en busca de su presa; pero su presa, esta vez, no era llegar el primero.

Ellos habían elegido otra variante, visitarían el Monasterio de Samos. De verdad que no quería llevarles la contraria pero, a mí, su propuesta no me estaba seduciendo. No sé por qué no me apetecía, me gustan los itinerarios que desechan las multitudes, era la ruta menos transitada... Además, decían que el recorrido era, incluso, más hermoso; plagado de bosques más verdes y con más torrentes azules. ¡Maravilloso! Y mis pies me estaban pidiendo cancha, pero en mi cabeza no cabía la idea de desviarse; quizás fueran demasiados kilómetros o, quizás, fuera justamente que ellos hubieran decidido recorrerlos. ¿Una defensa para seguir siendo un incomprendido?, sabía que era una tontería, pero no tenía respuesta; estaba hecho un lío. Aunque había pasado por enfrente de la puerta del albergue de Triacastela demasiado temprano, con muy pocos kilómetros en mis piernas y tiempo suficiente para continuar andando... En el albergue de Triacastela me he apalancado.

Había decidido desperdiciar un domingo, repartiéndome las cuatro literas de la camareta que me había tocado en suerte... con un alemán muy viejo, con un francés con ojos rasgados, que en edad no le iría a la zaga, y con un hueco que tendríamos que rellenar entre los tres. Lo habían dejado vacío por respeto al siguiente, yo lo he utilizado para ordenar y desordenar algunas cosas, para tener algo en que ocupar mi aburrimiento. El otro día me decía otro peregrino que aquí el tiempo se mostraba caprichoso, que todo acontecía muy lento; todavía no he descubierto el motivo, pero yo también lo percibo, sobre todo en esos momentos en que me gustaría que todo corriera. Aquí, hasta al reloj parece que le salgan ampollas; todo transcurre como en cámara lenta, me recuerda la “moviola” de aquellos programas deportivos de la televisión de antaño... Como si pudiera analizar cada instante, cada paso mal dado; cada tropiezo, cada acierto. El Camino de Santiago es una maqueta de la vida completa; mi existencia y la del resto reducida a un recinto que abarco con mi mirada; en el que veo, en cada momento, sus piezas y movimientos; desde arriba, desde mi atalaya. Cuarenta años, en un unas treinta jornadas.

Otra coincidencia... Aarón ha aparecido, otro de esos encuentros improvisados, tan fugaces como especiales, que empiezan a hacerse habituales. Esta vez venía acompañado por Paqui, que se había separado de Eva, su compañera inseparable. Ellos pensaban comer un menú en el restaurante, yo aunque lo tengo vetado he aceptado por ser fin de semana y porque los supermercados estaban cerrados. No tenía nada que llevarme a la boca, y un día es un día; en veintitrés el primero, merecía la pena celebrarlo. La comida estaba exquisita, un buen rabo de toro estofado con muchas patatas fritas, y una sopa gallega, de esas con fundamento; diez euros que no me han hecho daño porque la compañía ha sido exquisita. Como siempre un soplo de aire fresco, fugaz, furtivo, fugitivo...

¡Qué malas consejeras son las prisas...! Si se hubiera quedado a mi lado les habría encontrado mucho antes, y no habría tenido que pasar toda la tarde esperándoles, desesperado por no haber dado con ellos. Cosas que tiene este juego de estrategia tan extraño que estamos jugando. ¿Quién dispondrá las piezas de ajedrez sobre el tablero? ¿Cuál la mano que las esté jugando? Allí estaba Txomin sentado, me había adelantado a un ritmo urgente, yo sabía que detrás llegarían los otros dos, al ralentí, disfrutando. Supongo que aunque no lo demostrase estaría un poco enfadado, y muy frustrado; ya haría tiempo que él habría llegado a Samos. ¡Lo que son las cosas...!, yo también he estado allí, aunque no caminando. Se presentaba una tarde asquerosa y aún la disfruto... Gracias a todas estas casualidades que no he provocado a conciencia... Gracias, también, a Pilar por haberse acercado a verme, y por haberme acercado en coche a ver el Monasterio de Samos.

lunes, 8 de marzo de 2010

SIN SUSTANCIA (Vigésimo tercera etapa)

Hoy me ha despedido un bosque cubierto por un tul de seda turbia. Delante de mis narices, la cortina de un no sé que inconsistente ha salpicado mi andadura de sombras que, enseguida, se diluirían en espectros; espectros solidificados, con la misma presteza, en formas de caminantes errantes en busca de nada, de todo; de un Santiago revoltoso. Ahí, allá; a mi lado y en el horizonte remoto; lo más distante que alcanzaban mis ojos, medio metro de cosas aparentes. Por detrás y hacia adelante, se iba diluyendo la gente, la naturaleza circundante, mezclado todo ello en un cóctel itinerante que iba menguando, y reproduciendo, las formas a su capricho. He caminado confuso por culpa de una imaginación fecunda. ¡Gracias Señor, por ello! La niebla tendiéndose sobre almas y árboles, ha recreado príncipes y fantasmas, cuentos de hadas... Alegrías y novatadas.

No he sido capaz de recomponer ninguna, espíritus y figuras se esfumaban cuando creían acariciarlos las puntas de mis dedos; en los confines de mi razón eran inalcanzables; inaccesibles, translucidos, transparentes. Yo como todos ellos, una ilusión divina más que se debatía en la frontera, entre una u otra apariencia. Otro día de soledad, a las siete y media de la mañana me he marchado sin esperar; hoy el que ha huido he sido yo, pero he avisado; aún tenían que desayunar. Jornada de extraña calma; me ha embargado la falta de perspectiva, la niebla recoge en su seno todo lo que toca y embota los sentidos. Mirada difusa que no logra enfocar, y aromas teñidos de humedad, he confundido la melodía con el runrun de un tenedor rasgando los muelles de un colchón; más retales de algodón que, ni estirando la mano, podría tocar.

Tratándose de Galicia, debíamos parecer la Santa Compaña, con nuestras capas de lluvia ejecutando su procesión oscura; a lo lejos, el resto parecían un rosario de muertos... ¡Qué mal rollo me habría dado todo eso no haría tanto tiempo! Más sombras, reflejos de la mía propia, aquella que hasta ahora había estado rehuyendo. Aprendiendo a mirar de frente, sin prejuicios, sin tabúes; sin complejos... Aun desamparado, me he sentido cobijado por la intemperie cruda, he ido avanzando a gusto. En el Alto do Poio, había vuelto a subir lo descendido, sube y baja continuo; O'Cebreiro a 1.330, este alto a 1.337; le ganaba por siete metros. Por favor, un café con leche... Para que entre en calor la frente, y las manos y el corazón congelado.

¿Amigos que todavía lo serían cuando regresara? Pensaba en la conversación de ayer, sin sustancia... ¿Serían estas las últimas sombras que, sobre mí, se cerniesen? ¡Ya nada es lo que era! Ha pasado a ser accesorio lo importante, puede que fuera urgente... ¿Me resignaría a que lo de antes dejara de ser mi fundamento? Cuando se ha disipado la niebla, ha vuelto a aparecer la lluvia, y en forma de orballo ligero la naturaleza nos ha bautizado. Es curioso como son las cosas, los gallegos tienen mil nombres para llamar a la forma en que se mojan. La de hoy ha sido imperceptible hasta, que condensadas las gotas de agua sobre las capas, sobre los chubasqueros, sobre las ropas de agua, ha discurrido un torrente abundante sobre manos y caras. Como ayer, han acabado empapados pantalones, calcetines y botas; y como ayer, también, me siento muy bien a pesar de que todo está dejando de ser lo que pareciera.

En otros tramos del camino lo mismo me había sentado fatal, no sé como lo podría explicar; tal vez ese sea mi mayor error, tratar de comprender, y querer ser capaz de contar...; lo que se siente se siente, y nada más. Al final va a ser verdad que uno mismo ha de ser, y es, quien cree y recree el mundo que le haya de tocar, bajo su punto de vista particular; lo que esté bien y lo que esté mal. ¿Qué sería lo correcto y lo incorrecto?, la armonía entre los resultados y las expectativas lo dirán.

Hoy ha sido la primera noche en que he dormido de un tirón, no me he despertado ni siquiera para mear, a pesar de haber bebido bastante en la cena. Es difícil dormir a pierna suelta entre tantas literas que rugen. En ese pabellón, rodeado de más de doscientos peregrinos, algunos de los cuales roncaban sin control, lo he logrado por fin. Me encantan todos estos bosques verdes; y sentir correr los riachuelos empapando mis botas, y chapotear también; la sequía seca también las retinas, quiero dilatar mis pupilas con la sorpresa continua. Nunca llueve a gusto de todos, ¿mejor que llueva otro día? Que llueva cuando tenga que llover.

Lastres y motores; las piedras del camino, las dudas y certezas; la vida misma, una existencia más. Sin importar tanto las circunstancias, ¿opiniones en contra, o a favor patrones? A ras de suelo nubarrones, y en el cielo soles crepitantes. Lo dicho, a todo esto no hay que pedirle explicación, pasa porque tiene que pasar. ¡Y ya está!

domingo, 7 de marzo de 2010

HASTA AHORA

Una pausa; un instante para mirar lo que ha quedado atrás. Al llegar a Galicia, una instantánea, nada más... Me quiero situar.


Aproximación... Oyón-Roncesvalles (haciendo autostop)

1º etapa....... Roncesvalles-Larrasoaña (28 kms.)

2º etapa....... Larrasoaña-Obanos (39 kms.)

3ª etapa....... Obanos–Estella (28 kms.)

4ª etapa....... Estella-Los Arcos (23 kms.)

5ª etapa....... Los Arcos-Logroño (26 kms.)

6º etapa....... Logroño-Nájera (28 kms.)

7º etapa....... En casa - Oyón

8ª etapa....... Nájera-Grañón (28 kms)

9ª etapa....... Grañón-Villafranca Montes de Oca (29 kms.)

10ª etapa...... Villafranca Montes de Oca-Burgos (42 kms.)

11ª etapa...... Burgos-Hontanas (30 kms.)

12ª etapa...... Hontanas-Boadilla del Camino (28 kms)

13ª etapa...... Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (25 kms)

14ª etapa...... Carrión de los Condes-Terradillos de los Templarios (26 kms)

15ª etapa...... Terradillos de los Templarios-Bercianos del Camino (23 kms)

16ª etapa...... Bercianos del Camino-Mansilla de las Mulas (32 kms)

17ª etapa...... Mansilla de las Mulas-León (22 kms)

18ª etapa...... León-Hospital de Orbigo (34 kms)

19ª etapa...... Hospital de Orbigo-Rabanal del Camino (36 kms)

20ª etapa...... Rabanal del Camino-Molinaseca (24 kms)

21ª etapa...... Molinaseca- Villafranca del Bierzo (35 kms)

22ª etapa...... Villafranca del Bierzo-O'Cebreiro (30 kms)

sábado, 6 de marzo de 2010

CAMBIOS (Vigésimo segunda etapa)

Siete amigos en tropel... Elena era uno de ellos, una chica que había retomado su camino en León, porque el año pasado lo había tenido que dejar por una lesión; a su pesar no había podido continuar. Al chico madrileño me lo había presentado él en Hospital de Órbigo..., no logro recordar su nombre; da igual, luego le preguntaré. Txomin, el vasco de irún..., habíamos coincidido los dos en Mansilla de las Mulas; le hacía más cerca de Santiago, concebía esto como una competición, o al menos eso fue lo que creí entender; no parecía muy partidario de caminar en grupo y esperar. Eva y Paquí, las chicas de Rabanal, las mismas que se me habían iluminado como en un flash cuando él pasó por delante de mí, en Molinaseca, con Simón; ¿por qué los relacionaría así? Simón no estaba aquí, se había vuelto a extraviar. Él y yo completábamos el clan...

Una relación singular, como si hubiésemos hecho todo el camino juntos; y, sin embargo, ni siquiera había andado un día completo con él. Esas instantáneas que quedaron impresas en la piel; en la retina, en la imaginación... Apenas suspiros que hacían apetecible otro reencuentro más. Una sensación, a pesar de la distancia... Más intensidad, la calidad; sobraban las horas, los minutos y los segundos; estaba de más medir, contar..., ¿qué importaba la cantidad? Pausas, instantes... Cada momento... Ya decía yo que era importante no perder detalle, y prestar atención a cada paso y traspiés. Algo no iba bien, algo no funcionaba igual. Trataba de casar las piezas del puzzle aquel. Aarón había llegado el último ayer, le habíamos recibimos como a un señor; no solamente yo. Uno, dos, más de tres... Cualquiera diría que se conocieran de toda la vida... ¿Qué había sido lo que les habría unido?, ¿qué había acontecido en mi ausencia? ¿Dónde me habría perdido yo el guión?

Volvíamos a andar a la par, pero yo no pensaba llegar muy allá... Por tantos kilómetros recorridos ya, en las cuatro últimas etapas casi 150... Pararía a mitad de puerto, entre Villafranca y O'Cebreiro, quizás en Vega de Valcarce o en Rutilán; me iba a sobrar tiempo para llegar puntual. Además, el día había amanecido turbio, se afianzaba una excusa más, hoy iba a llover, ¿qué mejor motivo para descansar?; me apetecía parar. Eso había pensado ayer, antes de que llegara Aarón... Pero desde que lo hizo todo había cambiado de sopetón.

El albergue del primer pueblo elegido no me ha gustado; y, como aún era pronto, el del segundo estaba cerrado; no me apetecía esperar. Poco antes de O'Cebreiro, a dos kilómetros de la cima más o menos, no iba a quedarme; traspasado el umbral de la puerta de Galicia..., ¿quién no habría continuado? La rutina, reencontrarme con un buen amigo, hacer otros cinco nuevos. El cansancio ya no me ha atado; ni los miedos, ni las obsesiones, ni las circunstancias. Aunque haya sido un día desagradable, y hayamos caminado todo el día empapados; no me ha importado calarme... He disfrutando chapoteando sobre los charcos, riendo y jugando. El hábito me ha puesto alas; parece que haya encontrado los recursos que me faltaban, andando. No sé cual será el fundamento, adicto a esta droga... Siento que me estoy haciendo fuerte, y quiero caminar más trechos. Otros 30 kilómetros, en O'Cebreiro y sin jadear.

Una llamada, he hablado con Rubén... para decirle que ya he llegado, porque esta tierra también es especial para él. Me ha decepcionado la conversación; aunque hacía tiempo que no hablábamos, no teníamos nada que contar; un diálogo de besugos insustancial. Uno de mis mejores amigos, algo estaba cambiando: yo sabía que no había cambiado él. Nada más colgar, el teléfono suena otra vez... ¿Lo podrías hacer? Hoy es día seis, y estoy caminando bien, no me quedan más que 150 kilómetros, a 30 por día..., cinco días más; aunque vaya lento, una semana. El día 13 como muy tarde habré llegado a Santiago de Compostela; el dinero me vendría muy bien. Hecho, el día 18 estaré allí, lo prometo, ¿cómo negarme pues?
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