lunes, 31 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (v) (Catorce de Septiembre)

Porque, aunque quiera convencerse de que en su historia todos los actores son víctimas inocentes, no lo logra dejar de sentirse culpable; porque, aunque se haya propuesto como condena no castigarse con el recuerdo, no consigue olvidarlo; porque aunque todos los que le acompañamos hagamos hincapié en la valentía requerida para salir de aquel fango sin ayudas, aún le abrasa su cobardía en el gaznate. Porque, aunque él así no quisiera sentirlo, siente que tiene una deuda pendiente.

Porque, más que buena persona, es un ser extraordinario; porque da de sí lo que tiene, sin pedir permiso, ni nada a cambio; porque no exige, ni manipula, ni finge; porque es inocente y simple. Porque sus facciones hundidas por tantas humillaciones recibidas, en éste y otros caminos, ya van tomando carisma y eso me gusta; porque la humildad que emana de su mirada nos está librando de seguir tropezando contra nuestra soberbia a todos los que con él conversamos, y no nos apetece perderle. Por todo eso tengo que hacer que se de cuenta, como sea, de que su deuda ya está saldada con creces. Porque quizás por estar acostumbrado a entregar hasta lo que ni siquiera él posee la adquiriera. Porque todo aquello ya había pasado. Y porque que yo empiezo a hacer su dolor, mío... Querría hacer, en su favor, lo que fuera.

Pero no sé cómo explicarle el pasado que tanto le está costando digerir... El pasado que, aunque ya tendría que ser pasado, sigue golpeándole cuando no logra dejar de pensar un rato. Ni sé cómo hacerle comprender que no tiene que pedir perdón continuamente por unos errores amortizados. No sé si seré capaz de hacerle entender en francés que él es parte de todo aquello, y que aquello es parte de la madre que le ha parido; y que el poder de la naturaleza con quien se había confabulado de niño le está poniendo en sus pies el destino; y que no debe rechazarlo. Y no sé cómo convencerle de que el sino crudo es señal del cariño que Dios le dispensa a sus discípulos elegidos.

Querría ser capaz de transmitirle lo que él a mí me transmite; y me gustaría que comulgase con lo que le ha hecho ser el peregrino con el que viajo... Me gustaría que supiera que es por todo lo que fue; y que todo lo que aconteció había sido necesario para su desarrollo, y para ser mejor. Que ya no habría posible vuelta atrás, pero que tampoco tendrían por qué darles permiso a los fantasmas de ayer para retornar. Quiero que vea claro que está en el lugar idóneo, en el momento oportuno; que ha llegado de nuevo a punto, que solamente queda mirar hacia adelante, y que se deshaga del retrovisor que en esta vida no le hace falta. Le diría que prosiga su camino, paso a paso, como hasta aquí ha ido llegando, sin preguntarse, sin cuestionarse, dejando que cada huella le marque la horma de su zapato.

Quizás fuera más fácil, siendo completamente sincero, decirle que todo lo acontecido había sido debido a la poca confianza que él tenía en sí mismo y que, por haber cambiado la trayectoria de su propia estima, ahora le estaban saliendo mejor las cosas. O tal vez mi mejor ayuda fuera ahorrarle toda esta soflama sin sustancia y, no articulando palabra, continuar tratándolo como persona. Quién sabe... posiblemente no haciendo ni diciendo nada, dejándome arrastrar por su buena disposición, siga germinando el milagro y, así como por arte de magia, acabe recuperando, al final de este Camino de Santiago, a la amiga de la que un día se enamorara.

sábado, 29 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (iv) (Catorce de Septiembre)

Y podría haberlo sido también la madre... La madre de la niña, por supuesto. Que, según parece, ya no era su esposa... Hacia ella trata de mostrar indiferencia. Indiferencia forzada me parece, debe de ocupar en su mente un lugar mucho más importante de lo que a reconocer se atreve. Se refugia en el respeto que la debe; por su hija amada, sobre todo... Está claro que su existencia no le es indiferente; a menudo sin citarla la cita; y, justamente, por evitar hacerse cargo no la nombra en momentos en los que una alusión a su persona sería lo natural, y hasta de mal gusto no hacerlo. Pondría la mano en el fuego y no me quemaría si afirmo que la sigue amando; por supuesto.

Podría serle de gran ayuda, el apoyo idóneo... Como nexo de unión con los buenos momentos, despertador del recuerdo dormido; su eslabón perdido con el tiempo desperdiciado. Pero cuando regrese no sé si no le incomodaría su presencia, otro trago de incoherencia. Porque, según he creído leer entre líneas, ella ya no le correspondía; y porque no le debió sentar bien que le habría abandonado; porque había sufrido tanto y porque aún le debía de estar doliendo mucho todo aquel sufrimiento. Porque seguía sintiendo y porque sentir más no se permitiría. Y porque no me he atrevido a preguntarle, por si acaso... Porque solo he querido escuchar lo que él, libremente, ha querido contarme... Porque, por miedo a romper el embrujo en el que nos ha sumido el flujo, no he permitido que nada se interpusiera en aquel torbellino de emociones consentido. Por todo eso, todo esto no es más una historia a medias, con tintes de leyenda, que he imaginado a partir de su declaración voluntaria, farfullada...

Una verdad a medias que aún le coarta el paso para hacerse del todo cargo de su gran mentira, aún a medias oculta. Me habría gustado haberle contado aquello de lo que yo me estoy dando cuenta... Lo que le había defraudado no era que ella no estuviera a la altura de las circunstancias, aun enojado por haber sido abandonado en momentos tan complicados, eso no era lo más insoportable... Lo que le está costando asimilar es aceptar que no había sido merecedor de otro trato diferente; no sabía como mirarle a la cara sin sentir remordimientos...

viernes, 28 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (iii) (Catorce de Septiembre)

Cordones umbilicales, por dónde viven los fetos las realidades materiales, por donde se alimentan y oxigenan los que aún no tienen la categoría de personas... Esos nueve primeros meses que no cuentan a efectos fiscales, esos nueves meses fundamentales. Once años, casi doce; menos los primeros veintiún meses, todos malgastados. Diez años tirados por el retrete, que habían pasado deprisa, que le habían arrastrado muy despacio; raudos, holgazanes, intermitentes; ahogados en el alcohol hirviendo; tal vez el único aliciente, el cordón umbilical, el sucedaneo que le había mantenido atado a la alegría, aunque fuera alegría fingida tras la que ir ahogando el llanto y rechinar de dientes continuado.

No sabe si a su regreso le estará esperando alguien, alguien para él muy importante, quizás el único motivo que le habría llevado a dar este salto al vacío. Una niña negra ligeramente teñida del color de la leche; mulata, cremosa como la combinación deliciosa que la nata hace con el chocolate. Hermosa, sugerente; en su imaginación una rosa roja, en realidad mucho mas bella... Seguramente. Cuando me ha hablado de ella no he podido por menos que mirarle de frente; desde entonces hasta pestañear me habría parecido un dislate. Para no perderme ni un detalle de los gestos que en su cara, hasta ese momento, habían sido esquivos; sus pupilas han destilado un extraño brillo, un aliño de tristeza, añoranza; paciencia, esperanza y pausa. Al hablar de su hija en sus ojos resplandecían emociones incongruentes. Alegrías y penas a una; la indiferencia que, a lo largo de estos años, había ido sembrando arrugas y el arrepentimiento que está haciendo las paces con lo de antes. El amor que ahora siente y el odio que había sentido; la rabia, y una llama contenida; el relámpago que, lanzado en picado, siembra el terror en la tierra; el asombro, el agrado para otros.

Ya casi inexistente, solamente muy de vez en cuando siente la necesidad de echar un trago, pero eso enciende en su interior la ira que le recuerda su valentía: ya no merece la pena. Que posiblemente en su tierra le esperan reunidas las mil oportunidades perdidas, en esa sonrisa que tanto anhela. Sonrisa mulata, hermosa, cremosa. Se había equivocado durante tantos años, pero por fin lo tiene claro; el cordón umbilical que le mantiene unido a su vida, en estos momentos, creo que es su niña.

jueves, 27 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (ii) (Catorce de Septiembre)

Después de tomar un café con leche, acompañado del pincho de tortilla correspondiente, todo se ve diferente; los espejismos dejan de ser patentes y se descartan las catedrales que desde tan lejos no pueden verse; no era más que una torre de transformación de hormigones, o algo que se le parece. Ya todos más animados, con la barriga llena y la conciencia curtida, nos hemos dirigido dirección a Burgos, en busca del medio de transporte que nos acercara hasta el centro. Como yo sabía lo que era conveniente, me he encargado de ponerles en antecedentes, para algo era un peregrino veterano repitiendo experiencia en menos de cuatro meses; teníamos que ir a la parada de autobuses de Villafría. No me ha costado convencerles porque Joan, que tampoco era novato, no se ha opuesto a mi propuesta... También ha considerado conveniente evitar los humos de los motores y el polígono industrial contaminado por el que tendríamos que haber caminado. Hemos llegado a Burgos motorizados y nos hemos ahorrado diez kilómetros de peregrinaje adulterado. Me ha sorprendido Joan, al final iba a resultar ser un tío majo.

Hemos pasado la capital casi de largo, tras hacer tres paradas; dos en otros tantos bancos y una en la plaza de la catedral porque quería verla Fernando. Allí nos hemos encontrado con Mónica, ¿Mónica? ¿Dónde está Mónica? Había vuelto a desaparecer de repente. Lo dicho, hemos salido de Burgos sin pena ni gloria y con algunas vituallas con las que nos habíamos aprovisionado, por si acaso, en un supermercado de las afueras. Intercambiando cuitas, entre unos y otros y viceversa, han ido cayendo más kilómetros; al final casi cuarenta pero con unos cuantos de trampa. Chismorreos intranscendentes, porque no hacer otra cosa, porque no nos apetecía permanecer callados; para distraer el parloteo íntimo con las contiendas incruentas del conjunto... Y conversaciones profundas, concretadas por parejas o tríos, han sido la tónica de la etapa.

Hemos forjado mil combinaciones diferentes, obligadas, sugeridas o dispuestas por un dado invisible, agitado por nuestros pasos en una coctelera curiosa... El dado debía de estar trucado porque en mi caso siempre me ha tocado en suerte, ya fuera la formación pertinente cuarteto, trío o pareja el mismo; Philip y su parsimonia constante. Pareciera que ayer nos hubiese amarrado un cordón umbilical permanente.

miércoles, 26 de mayo de 2010

Atapuerca-Tardajos (i) (Catorce de Septiembre)

Fernando, Joan, Miriam y yo; y por supuesto, ya totalmente integrado, en nuestro clan Philip. También se ha añadido al grupo otro señor, un desconocido que ayer había estado merodeando a nuestro alrededor... Un tal Denis; atando cabos he llegado a una conclusión: debe de ser el estadounidense, de nacimiento cubano, al que tanto había oído citar. No sé casi nada de él aparte de su nombre, hasta hoy repetido por mis compañeros, y en su ausencia, hasta la saciedad... Nosotros apenas hemos cruzado las fórmulas de cortesía habitual pero parece un tipo correcto y singular. Mónica, la chica italiana, seguía sin aparecer; según parece le gusta andar a su aire; es su comportamiento habitual, por lo cual no nos tendríamos que preocupar.

Una jornada más, jornada que he comenzado en ayunas como todos los demás. Anoche, entre conversación y conversación, había acabado con las pocas provisiones que me quedaban en mi zurrón; por un despiste tonto ya escaseaban antes de haber empezado a hablar; y es que ayer era domingo, y los domingos son fiestas de guardar... No me había acordado el sábado de comprar algo más. Además, estaba cerrado el único bar, por lo que tendríamos que desayunar en otro lugar, bastantes kilómetros más allá, no menos de un par de horas sería los que tendríamos que soportar la necesidad sin saciar. No sé como les habrá sentado a ellos, pero yo estoy acostumbrado a comer algo al levantarme y, aunque no tuviera un hambre feroz mi estómago ha comenzado a caminar triste; me apetecía llorar.

Hoy hemos partido de Atapuerca, casa de aquellos hombres primitivos que en estas tierras tuvieron su hogar; a la salida del pueblo, a los peregrinos nos despide la escultura de un representante de aquellas tribus que habitaron en él. Atapuerca, Patrimonio de la Humanidad por ser cuna y tumba de los que dice la ciencia que fueron los padres de la humanidad, ¿hace 800.000 años ya? ¡Me parece una barbaridad! No he sido capaz de imaginarlos vagando descalzos y casi en pelotas por estos montes que nosotros hemos tenido que atravesar. Joan ha comentado que el albergue en el que hemos dormido organizaba excursiones para recorrer el pasado de aquellos ancestros tan viejos; tan pasado por tantas aguas, en tantos años de tempestades, no sé lo que les enseñarían, pues... Lo que fueran a ver estaría al menos tan deslavado como mi garganta, sin nada que llevarse a la boca desde ayer sino agua clara de la fuente, que no creo que fuera, por cierto, la que bebiera nuestro “Homo Antecessor”, llamado así por ser el antecesor, justamente, de Neandertales y Homo Sapiens; en resumen, todo un señor. No sé, de verdad, que quedará de lo que aconteciera en realidad.

Tonterías para disimular, ya sabíamos que era un enclave clave de nuestra civilización, pero es que, para entonces, llevábamos más de dos horas husmeando el aroma del café que no acababa de llegar... Y al fondo hemos creído atisbar Burgos y, entre la bruma de la mañana, su catedral... No podía ser... Café, café, café; no sabíamos como entretener nuestra atención, se había convertido en una obsesión. Por un café habríamos sido capaces... ¿Habríamos sido capaces de qué? ¿La catedral? ¡Un espejismo! ¡Lo que hace el no tener qué comer!

martes, 25 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (vi) (Trece de Septiembre)

Y he comprendido muchos porqués; el porqué de aquellos ojos hundidos de antes de ayer; y las causas de su afán por mantener su posición al traspiés. Y por fin entiendo mi situación, y me estoy haciendo cargo de sensaciones que no era capaz de atender. Hacia él, hacia su forma de ser, hacia lo que de él no se adaptara a mi forma de temer; a lo que ya temía que pudiera acontecer si cediera a su oferta, aunque en apariencia ingenua, letal... Si abriera mis puertas a su faz agitanada, si cerrara los ojos para no dejarme llevar por las apariencias, si diese una oportunidad a su vida descarriada... ¿Qué ocurriría si claudicara a su hechizo mestizo? No he tenido más remedio que aceptarlo, me había contagiado de un no sé qué, que me atraía. Aunque me hubiese empeñado en escapar de su influencia me habría sido imposible; de hecho lo ha sido, lo es. Esos dos pozos negros ya me habían seducido incluso antes de haber cruzado mi primera mirada con él. Pero eso me preocupaba ayer.

Alcohólico anónimo no es, en el peor de los casos borracho conocido; un vicio cruel, pero le acompaña una virtud, no tiene problema en reconocer que lo es. Guerrero solitario hasta la extenuación contra los jinetes de su apocalipsis violenta, de la poca leche para él. Ante su gesto inocente hasta la procesión que durante años había viajado por su interior se había tenido que batir en retirada... La que le había desgarrado las entrañas, la que amenazó destrozar sus esperanzas, la que le susurraba al oído: “bebe otro vaso de vino, lúcido no eres más que un fracasado sin oficio ni beneficio”. Desde su rincón, desde su tierra de nadie, blandiendo “su poguito”, como única arma de artificio, contra tantas penas ocultas. Lo estaba consiguiendo, se había erigido en cazador de las desgracias que hasta ahora a él le habían mantenido atado de pies y manos. Ya no le volverían a inquietar.

“¿Un poguito a su salud?, si no es uno que sean dos. Un “porrito” con acento francés, un cigarrillo al que él llamaba así; sin otro aditamento, ni el pitillo ni él, que el tabaco de petaca que, en el Camino, los peregrinos fumadores acostumbran a fumar. Porque es más barato, porque dicen que es más sano, porque concede a este caminante el aire de bohemio nómada que tan bien le está sentando. Por delante de su mirada trashumante la humareda que detrás la oculta me inspira un montón de aventuras, me enseña que no hay problemas sino retos, me cuenta tantas cosas. Muchos retos pendientes, para los que nunca fue el momento oportuno. Muchos momentos inoportunos anestesiados sin necesidad de borracheras, que aún permanecen dormidos, que empiezan a abrirse paso entre bostezos... Porque él no es tan diferente, porque está claro que es buena gente... Porque quizás refleje lo que, de lo que oculto sobre mí, más deteste o porque, quizás, esté percibiendo ese aroma que rezuma y que tanto me está gustando.

¿Quién sería, por lo tanto, el borracho? ¿Quién el que habría retorcido su camino? ¿A quién le pesaría más la conciencia? Embriagado, pordiosero, vagabundo, aprovechado, un desperdicio de esta comunidad bien organizada. Desde luego que no sería él quien respondiera a estas premisas, estaba perdiendo la partida la injusticia y haciendo justicia entre unos cuantos, de verdad, desechos de adulaciones vanas; y están saliendo a flote las pruebas que la vida suele poner a sus hijos predilectos... No voy a plantearme, por eso, si es equitativo el reparto de la naturaleza, aún me faltan muchos datos, la conversación no da para tanto, cuesta recorrer en un par de horas más de cuarenta años. Pero hoy está haciendo justicia conmigo y por eso les doy las gracias... Gracias Santiago por haber sugerido al resto de compañeros que esta noche sería buena idea cenar caliente en un restaurante, con el resto de gente.

lunes, 24 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (v) (Trece de Septiembre)

Iluminado por una mirada que se dedicaba a mirar y a nada más; sin auscultar, sin doblez, ya sin la desconfianza que había percibido la primera vez. Una sonrisa risueña, discreta pero perpetua, relajada a la par que traviesa; la suya, sin protocolos, sin excusas. Y mis ojos anegados por la compasión sin barreras y de toda la admiración de la que soy capaz de hacerme cargo repletos; vidriosos, a punto del llanto silencioso. Por todo lo que se habría callado, por un camino que intuía con más espinas que rosas, por lo que creo haber adivinado entre líneas, por lo que estoy seguro de que él no habría sido capaz de imaginar, no hace tanto. Por el diálogo que hemos establecido, aun farfullando frases torpes al principio.

Creo que sus pupilas me han abducido para extirpar sin anestesia, pero también sin sufrimiento, tanta arrogancia ficticia, madre de mis prejuicios. Antes de que abriera la boca ya había callado al peregrino que, disfrazado de corredor de fondo, tanto me había importunando en el otro Camino huyendo de otros ritmos. Ha trastocado los planes de mis prisas cuando éstas aún no habían hecho acto de presencia; me ha debido de pillar por sorpresa. Antes de que las urgencias me pusieran de nuevo en el mismo brete; antes de que me volviera a amenazar el conflicto permanente con las más diversas exigencias, propias de mi cosecha mal hecha. Su secreto misterioso me ha dejado sin respuestas, por falta de tiempo ni ganas, para plantearme preguntas tontas; me ha convencido su hueco; la impertinencia ya no sería autoridad, ni punto de referencia. No dejaré de lado a todos estos compañeros que me producen tanto agrado... En esta ocasión no quiero caminar solo, ni quiero mirarme el ombligo llorando cuan perro abandonado; no me seduce la idea de ir acumulando motivos que me hagan merecedor del título de santo; mejor prefiero ser un puto descarriado. Y sólo si fuera necesario caminaría en solitario, sin disgusto, pero en busca de otros; prestando atención a lo más importante; centrando la atención en relacionarme.

Poco a poco, y de golpe, con su tran tran errante, se me ha clavado en las carnes, ha devenido pieza irreemplazable del engranaje, por sí mismo y por lo que estaba aportando para el correcto funcionamiento del conjunto. Creo que estoy aprendiendo que lo más interesante lo aportan, además de la naturaleza, las personas y la relación que se establece con ellas, lo que enseña el reflejo del espejo que propone cada propuesta; el resto de peregrinos, portadores cada uno de su mechero... Si no los juntamos todos, uno a uno, nada sino una isla minúscula en la inmensa noche oscura. Hemos formado un grupo en el que me siento muy a gusto, las urgencias han cedido su lugar a las caricias, conversación sin contemplaciones, contemplando todas las reflexiones. Quizás por todo esto, esta vez, no quiera ser un deshecho, ni desechar esta apuesta. Algo ha debido de tener que ver su presencia, o tal vez saber que si todo se adaptara a lo previsto me quedarían al menos veinte días, tras llegar a Finisterre, de regreso sin compañía. Quizás porque cuando, en el momento que a mí me ha tocado contar una parte de mi historia, a ellos les ha sorprendido la aventura que me había propuesto, ida y vuelta. Seguramente por haber sido diana de sus elogios por mi mismo haya decidido acompañarles.

Sea por lo que fuera, estoy satisfecho, sintiéndome yo también rueda necesaria de esta maquinaria, contribuyendo al buen funcionamiento del mecanismo de esta reunión subjetiva, en la que los miembros giramos a nuestro libre albedrío en torno a un eje invisible que nos hace, para los otros, a cada uno, sensible; aun mediando muchos metros y algún que otro artefacto entre nosotros, como así ha ido ocurriendo a lo largo de la etapa. Por voluntad propia, sin requerir correas ni nudos; un sinfín de diferentes relaciones que se han ido forjando, un laberinto de pasiones apasionadas, unas premisas no pactada... El respeto ha ido formando esta extraña alianza.

Y, por todo eso, o quizás por todo lo contrario, aquí hemos acabado, Philip y yo, mano a mano, en el patio del albergue de Atapuerca; él partiendo en rodajas su chorizo y yo abriendo la lata de sardinas que suelo llevar, por si acaso, en la mochila; repartiendo entre los dos unos pedazos de pan que nos quedaba de lo que nos habíamos aprovechado de los restos de Tosantos. Recordando el francés que amenazaba huir del conjunto de conocimientos que había adquirido en mi etapa de bachiller frustrada. Compartiendo, entre bocado y bocado, ampollas, no solamente las de los pies; también las ampollas del alma.

sábado, 22 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (iv) (Trece de Septiembre)

Y aunque no hubiese mediado amago de un suicida, que de farol no fuera; y fuera, por tanto, falsa la novela del borracho fracasado, naúfrago en hemorragias procelosas provocadas por valentías siniestras... Me estaría alegrando de igual modo por tenerlo, como lo estoy sintiendo, alegre, integrado en el grupo y dicharachero.

Pero quiero, espero y deseo, que no sea otro de aquellos cuentos inventados por mis despechos. No tanto porque no quiera liberarle a él de tantísimos sufrimientos, que lo haría con mucho gusto aún teniendo que pasar por mentiroso. No tanto, tampoco, porque me guste regodearme en los duelos ajenos. Sobretodo, porque creía haberme librado de aquel defecto que tanto detesto. Estaba, estoy casi seguro, de estar en lo cierto, aunque en el fuego no pondría mi mano para defender todo esto. Porque sus historias siempre eran graciosas, curiosas, sorprendentes; porque, aunque fueran dramas, atraían la atención de las damas. Porque cuando volvía a sentirme el antagonista del ser aclamado...; arrinconado y paleto, no soportaba que a otros fueran dedicados los halagos. Porque me transformaba en una persona, odiando, odiosa que no me gustaba nada. Porque ya hacía tiempo que había aseado mi estercolero repleto de mierdas, de mentirijillas añadidas para erigirme en protagonista de las historias que no eran mías.

Sea como fuera, allí hemos acabado los cuatro, sin saber como habían acontecido los hechos. Los últimos, con gran retraso sobre el resto de peregrinos que habíamos estado alojados anoche en Tosantos. Más allá de las ocho y media de la mañana, haciendo como que nos despedíamos de Jose Luis y su ayudante, en la puerta del albergue, sin ninguna gana de marcharnos. Posando para unas fotografías que había propuesto quien menos habríamos imaginado que lo hiciera. Tiene bemoles la cosa, el que no haría ni cuarenta y ocho horas que se había sentado a mi izquierda, apesadumbrado y con cara de pena, como pidiéndonos perdón a los comensales por su existencia... Callado, amordazado por su cara de diablo asustado, en silencio...

Había sido Philip con su cámara de usar y tirar en la mano, quien había propuesto y dispuesto de buena mañana un milagro sorprendente. En una tarde, realizado; en un periquete, resuelto el entuerto... El albergue de Tosantos se había hecho enorme; para nosotros y nuestros comentarios discretos un lugar santo a la altura de Fatima, Lourdes o el Palmar de Troya. ¡En apenas dos días incompletos! El lacayo de su mirada esquiva y pensamientos contraídos, estaba contrariando felizmente nuestras miradas... La mía dirigida a ambos, las suyas intercambiadas entre tanto; las nuestras, todas danzando en un juego a tres, con trampa... Para que no las cazara el cuarto en discordia; en este caso, dichosa concordia. Fernando, Joan y yo mismo, mirabamos a Philip, alucinando. Un torbellino arrastrado por el viento huracanado, había enredado sus melenas rizadas disolviendo en un gesto travieso las bastas ojeras añejas. Sonreía, organizaba, disfruta, es persona; y su mirada se ha tornado, por arte de magia, luminosa.

viernes, 21 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (iii) (Trece de Septiembre)

Por miedo a escuchar de su boca esas palabras que de otras tan bien sonaban, porque estaba seguro de no tener nada interesante que contar, porque quizás le hubiesen convencido, a fuerza de ser repetido, de que no tendría nada que aportar a los demás; porque se creía un cero a la izquierda y un inútil de verdad. Por aquello que fuera así fue, así ha sido, así estaba siendo; por eso mismo, así ya no volvería a ser. Aquella broma del azar; el destino por casualidad. ¿Por no haberse resignado a tragar, no habiendo aprendido a negar? Renegar, odiar..., todo aquello que para su fuero interno estaba de más, pero de lo cual no se podía desprender. Dudo que se atreviera a decirles que no a aquellos mamones que se aprovecharan de su buena voluntad sin piedad... Mientras aún le quedara un poquito de sangre que chupar.

Porque estaba fuera de sí, habiendo huido por enésima vez sin resultados de valor; porque ya carecía de tal para seguir arrastrándose más. Porque, aunque todos deberían de haber sabido en su entorno que era un suicida en potencia a punto de ejecutar la opción letal, nadie se quiso enterar... Diez años derrochados no dejaban ni el más minúsculo resquicio para la redención; diez años amparado por su único dios, el dios Baco borracho y su congregación de solitarios vagabundos, tirados en bancos de parques mal cuidados, causando a su alrededor estragos. Diez años eran demasiados años hasta para su entorno más cercano, tan maltratado por sus desplantes y malos humores. Los más inocentes, como él, ingenuos... Poca gente, los menos.

No concibió otro camino que el homicidio reflexivo; el eco hueco había depositado esa mañana, en sus manos, una cuchilla de afeitar viperina. No la iba a utilizar en esa ocasión para raparse las barbas de más de un mes como acostumbraba. Por primera vez sobrio en la última década ebria, apoyó el filo sobre su muñeca temblorosa con un pulso asombrosamente firme. Y en un instante, un impulso ligero, el corte nítido, el desenlace fatal; se puso a manar de sus venas la hemorragia de rojo metal. Un tajo certero, sin ni siquiera haberse atrevido a mirar; no soy capaz de imaginar la sangre roja brotando del manantial. Un suspiro, y el desmayo subsiguiente, por fin lo había conseguido. Se le iban, con el aliento, en su último suspiro, la vida y los problemas que habría ocasionado lo que le quedase de ella. Él se había atrevido, él lo tenía claro, ¿quién sería ahora el cobarde para esa jauría de valientes que le jaleaban mientras bebiese?; vino a apoyarle el coraje, se ejecutó sin pestañear... No era un aviso, ni una llamada de atención; era sincero y cierto, honesto... Pocas palabras, pero todas certeras... Había dado en la diana, a la primera. Quiso quitarse de en medio pero, por suerte, para su desgracia, alguien había llegado a tiempo. Y yo me alegro de su fracaso.

jueves, 20 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (ii) (Trece de Septiembre)

Aun así giraría la rueda, con complejos, totalmente perplejos... Sigue girando la rueda, y con ella su montón de esferas. Por el orto está saliendo el Rey Astro, mentiroso porque es estrella, y por el ocaso se acostaría en unas horas, si es que él se moviera. Hace tiempo creían los eruditos de entonces que nuestra casa era el centro del Universo. Para explicarlo tuvieron que inventar miles de subterfugios farragosos, que funcionaban porque sus mentores eran sabios. A pesar de ser incierta la propuesta les salían bien las cuentas, y hasta fueron capaces de predecir eclipses y fenómenos variados. Pero no era así señores, estaban equivocados, no era el centro la Tierra; era un satélite cualquiera.

Horas incontroladas, trabajando a destajo una cirrosis incipiente a jornada completa... Claro ejemplo de dedicación exclusiva sin sueldo. Un problema grave que fue tiñendo de pesadilla los pocos ratos que de lucidez le permitía su sueño perpetuo. Gira y gira, y sigue girando la rueda... Y también giraba aquí abajo encerrando entre sus rejas a un ratón mareado que corriendo sobre sus peldaños, avanzando no avanzaba un palmo; atrapado, haciendo como que escalaba, creyendo alcanzarlo todo sin lograr apenas nada, sin conseguir subir al escaño anhelado, cada esfuerzo le ha extenuado, cada impulso por su propio peso acogotado; en su jaula decorada con luces de colores y guirnaldas.

En esa burbuja jocosa, cuan pecera grotesca que sostenga a duras penas al pez sin memoria, había olvidado de dónde venía y no recordaba hacia dónde habría de dirigirse, el camino de vuelta es difícil para quien ha ahogado su norte en jarras de cerveza sin fondo. Un vaso de vino, camarera... si puede ser que anteceda a otros cincuenta, o una botella de whisky, o una garrafa entera de cántara y media. Un despojo de la sociedad que se debió de cansar de aguantar a la sociedad... ¿Quién se hartaría en primer lugar? ¿Quién se deshizo de quien? Creo que no soportaba tantísima mediocridad... Donde el culto a la competitividad era santo y seña, un tío desprendido para quién darse era contraseña sobraba... Estaba escrita desde el nacimiento la leyenda de un muerto y sus componendas.

miércoles, 19 de mayo de 2010

Tosantos-Atapuerca (i) (Trece de Septiembre)

Problemas graves de verdad, un problemón es cualquier cosa que se pueda etiquetar con una palabra grandilocuente que nos deje en buen lugar. Por figurar aquí y allá..., por ser el protagonista, si hiciera falta en mi propio funeral, para anteponer mi batallita a la de los demás... Aprender a relativizar... ¿No tener un colchón donde recostarnos quizás? ¿Que en el suelo sobre un par de mantas habría tenido que descansar? Sin techo no me habría quedado, porque para eso estaba el Polideportivo... Mejor callar y escuchar lo que dicen por ahí, para no tener que deshacer el ridículo en el que solemos caer los que abrimos la boca de más.

Un día o dos; acaso fueran tres; salió a caminar, sin pensar por qué. Porque estaba al borde de la extenuación, antes de partir embargado por la desesperación. ¿Un millón de pasos sin un traspiés? ¿Un millón? Aunque sólo fueran tres y lamiendo el suelo cada vez. Cumplió en solitario medio mes, sin parar, sin mirar hacia atrás; y dejó de sentirse mal. Y sumó treinta días y se fue encontrando mejor, aunque no tuviera con quien compartir. ¿A quién se lo iba a decir si las multitudes comienzan aquí? Y al cabo de mes y medio, las piedras empezaron a parir personas, y se asustó, porque a lo que no estaba habituado era a estar rodeado de gente “normal”. Se había acostumbrado a la soledad atroz, para él la compañera mejor.

Y ya ni siquiera echaba en falta al joven asustadizo del que nunca antes había sido capaz de liberarse, el que sólo recibía reprimendas, el que había engendrado al rebelde postizo y al obediente de pega; el que queriendo revelarse, se había encogido sobre sí mismo; el que lleno de prejuicios sobre su propia persona fuera obstruyendo sus sesos; obesos, preñados por su propio peso; el que todo lo veía grueso, gordo, gordísimo, lerdo. Tan magro y estilizado como le veo no podían ser más que complejos.

martes, 18 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (vi) (Doce de Septiembre)

Le he hablado de Marta y le he dado el mensaje que para él, ella me había encargado; le he comunicado sus sentimientos con mucho esmero porque soy un tío aplicado y porque lo he hecho con gusto. Me dijo que le dijera lo mucho que le quería y lo bien que se lo habían pasado cuando aquí estuvieron alojados, lo buen hombre que a ella le había parecido que era. Le he hablado de todos esos sentimientos que a corazón abierto sólo se expresan en estos lugares tan raros. Y también le he informado, por supuesto, de su intención de visitarle. Tenían previsto para mañana llegar aquí a medio día, ella y otros cuantos peregrinos que habían caminado juntos... Habían organizado para este fin de semana dos etapas desde Nájera, con paradas, como no podría ser de otro modo, en los albergues de Grañón y Tosantos. Jose Luis se ha alegrado muchísimo y me ha descubierto un gran secreto que Marta se tenía bien guardado... Debía de tener una voz privilegiada para no sé qué estilo de canto que yo no conocía.

Me habría gustado haber coincidido con ellos, por esto y por más motivos. Incluso habíamos intentado arreglarlo para hacer posible el reencuentro. Que si yo podría esperarla, que si me quedaba un día en Nájera para caminar ambos, otros dos, juntos; que si... Que con una vez había sido suficiente, en el Camino de Santiago no es conveniente preparar casi nada porque al que se empeña en hacer muchas cuentas no le salen más que rosarios. Y porque, aunque me apetece mucho volver a verla, ahora camino a gusto con estos cuatro o cinco compañeros que han salido de la nada. No es el momento y, por eso, mañana a estas horas yo estaré alojado en el próximo albergue, al menos a veinte kilómetros de éste.

Marta..., apenas habían pasado tres días y parecían doscientos; todo había quedado tan lejos y, sin embargo, siempre la había llevado presente; aunque parezca contradictorio es lo que siento. Una casualidad que no he permitido que fuera arrinconada por el carrusel de acontecimientos, aunque a punto estuviera de perderla en el lío de Grañón... Por suerte, sigue aquí a mi lado vibrando fuerte para recordarme que aquí siempre ocurre lo que tiene que ser. ¿Qué habría sido de mí si no, sin litera en albergue de Nájera? Gracias a ella, gracias al azar que nos hiciera coincidir el día anterior, gracias al destino posiblemente se resolvió con gran facilidad un problema que podría haber tornado grave, de verdad.

lunes, 17 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (v) (Doce de Septiembre)

Jose Luis. Aunque no me haya reconocido al instante no me he permitido sentirme defraudado... Claro que me habría gustado haberle dejado la misma impresión que yo de él me había llevado; no era mi hospitalero preferido, por un capricho peregrino... Tenía mis motivos. Pero era natural que así no fuera, porque por allí habrían pasado muchos como yo durante estos meses en los que he estado ausente. Él llevaba más de veinte años atendiendo a muchos que se van y que no vuelven; y a bastantes que pasado mucho tiempo vuelven a visitarle. No tenía derecho a sentirme molesto, por eso.

Poco después, poco a poco, recomponiendo retazos, mientras conversábamos de lo que él había olvidado y yo me esforzaba en que fuera recordando... Le he ido aportando datos, dirigiéndo su olvido hacia detalles que le pudieran encauzar hacia buen puerto, para que fuera casando retales que le devolviesen, aunque fuera solamente, un tapete abigarrado de lo que yo conservaba nítido... Y poco a poco hemos ido recomponiendo, a medias, la película de aquel día en que yo había llegado a su casa huyendo de la tormenta... Al final ha logrado recordar que, tras pasar un ratito charlando, me había aconsejado que no marchara porque me iba a cazar el temporal que amenazaba... Ha conseguido acordarse también de que no le había hecho caso. Me he sentido satisfecho.

Por fin había llegado otra vez a este rincón, punto de referencia de mis sueños jacobeos. Casi he llegado temblando... No sé por qué, no parece ser para tanto, no soy capaz de explicarlo. Los cinco juntos, porque el último trayecto nos había ido juntando. En los últimos cinco kilómetros habíamos alcanzado a Joan y Miriam; aunque quizás tendría que decir, para ser sincero, que ellos se habían debido de dejar coger. Porque habían perdido un buen rato buscando a Mónica por las calles de Belorado y porque, realmente, creo que caminaban despacio. Por cierto, no lo habían logrado, no le habían encontrado, había desaparecido como por arte de magia aunque no era un pueblo demasiado grande... El que sí que ha aparecido, sin embargo, y de nuevo como un fantasma, por sorpresa, ha sido ese que en mi fuero interno había catalogado como espectro de ser humano... Parecía haberse empeñado en solidificarse a mi lado. Por mucho que me he esforzado, no recuerdo en que punto del camino ha sido... Me esfuerzo, he recorrido cada palmo del barrizal que hasta aquí nos ha traído... Ha sido, es, imposible. Aún acompañado de su pelo rizado y negro, y de sus ojos huidizos felinos; todavía sin decir apenas palabras... Pero aquí está con todos nosotros. De lo que sí que nos hemos enterado es de su nacionalidad y su nombre: un francés de Bretaña llamado Philip.

Jose Luis, un tío especial. Nos ha recibido, como solía acostumbrar, repanchingado en su sofá, custodiado por poemas de vitalidad, con la misma cara de somnolencia, en él habitual; dejando a su ayudante que hiciera las tareas de registro que a él le debían de aburrir un montón; a él lo que le gustaba era hablar, conversar. En apariencia sosegado, refugiado en su voz aterciopelada, pareciera que fuera calma, pero hay algo que me dice que no es tan calmado como aparenta. Creo que con la paz que transmite hacia los demás alivia el fuego que le abrasa por dentro el corazón. Yo lo sé, aunque nadie más se ha percatado de su tiritar, por lo que he escuchado hablar sobre él después. Me gustaría conocer la historia que esconde en lo más íntimo de su ser. Intuyo un tremendo sufrimiento que por suerte le empuja a ser mejor. Sé que él lo sabe, lo que seguramente no sabrá es que yo también lo sé; por supuesto, no le delataré, ni me descubriré. Por todo eso, tal vez, yo le aprecio tanto... Pudiera ser.

sábado, 15 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (iv) (Doce de Septiembre)

Solos, otros dos desconocidos intentando dejar de serlo. Intercambiando impresiones varias, entreteniendo unas y pasando por alto otras, hablando de esto y de aquello, comentando lo que ayer ya le había apuntado de pasada. Me ha presentado desde la distancia a sus compañeros de viaje; los que con él se habían sentado enfrente de mí... Compañeros de viaje recién hechos, por cierto... Porque, aunque ya pareciera veterano, aquí no llevaba más que dos días. Y yo le he vuelto a decir que, para mí, la etapa de hoy terminaría en Tosantos y le he invitado a que también parara; me ha respondido que no le importaría pero que primero le gustaría consultarlo con los amigos de los que me había estado hablando; había quedado con ellos en alojarse esta noche en otro sitio distinto. Me he enterado también, entre tanto, de que su objetivo no sería Santiago, que hacía cada año unas etapas del Camino, en esta ocasión siete u ocho; llegaría, por tanto, hasta Carrión de los Condes, como mucho. Los dos solos, charla que te charla, hemos llegado a Belorado sin darnos cuenta, en un periquete agradable.

Pero en Belorado, por desgracia, no había tienda de deportes ni nada que se le pareciera; en el reino de las tiendas de pieles no había mochilas nuevas. Se ha resignado, lo ha aceptado enseguida, era un hombre positivo, me ha parecido un tipo conformista. Me ha gustado su respuesta tranquila. Al fin y al cabo, para lo que le faltaba seguiría tentando a la fortuna... Ha confiado en que aguantara el arreglo, aunque trapero, muy bien apañado, perpetrado sobre la mochila roída por Mónica y Miriam... Parecía un arreglo bueno el improvisado con aquellos cuatro imperdibles. Mónica, Miriam... Apenas las conocía, de la primera solo tenía noticia de que era italiana y de que cantaba de maravilla; a la segunda no la había oído decir ni pío pero, en principio, no me había dado buena espina.

Nos hemos encontrado con ella y con Joan enseguida, sentados en una terraza tomando unos refrigerios. Mónica había debido de continuar a su aire, Mónica debía de ser la cuarta en discordia. Joan..., por fin he sabido quien era, tiene narices la cosa... Joan tampoco me había caído en gracia anoche, me había parecido un tipo presuntuoso. Apenas nos hemos sentado Fernando les ha comunicado mi propuesta y algún que otro detalle interesante. A los tres les ha parecido apetecible la oferta. Por eso y porque ya llevaban una hora sentados ellos nos han abandonado al instante... Marcharían dirección a Tosantos.

viernes, 14 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (iii) (Doce de Septiembre)

Juan, el primero en llegar; alguien más a quien recordar porque lo había conocido ya, dos días antes quizás. Me ha atrapado no mucho más allá de Grañón; creo que me ha dicho que había dormido en un albergue muy acogedor, también peculiar, pasado Santo Domingo de la Calzada; hemos caminado de nuevo juntos los dos. Recordando nuestro encuentro anterior, cuando él estaba almorzando y yo aún tenía esperanzas de ser capaz de reconocer, entre las piedras de la puerta de entrada del cementerio de Navarrete, alguna señal de aquellas con la que decían que sembraban los masones medievales sus construcciones... Tengo que reconocerlo, fue más gratificante dejar de buscar misterios para compartir con este chico tan majo alimentos más mundanos, el chorizo entre pan y pan en estas circunstancias aporta más alicientes y vitaminas que las abstracciones divinas. Un tipo curioso que viajaba en bicicleta al ritmo de los viandantes; pareciera que la llevara más como burro de carga que no admitiera quejas. En dos jornadas más o menos, más o menos habíamos hecho los mismos kilómetros, yo caminando siempre y él andando a menudo, tirando de su compañera, conversando con otros peregrinos que, a diario, nos hacíamos la pedicura.

Y más tarde he adivinado a lo lejos, detrás de nosotros, la silueta de Fernando bajando; recordaba su nombre y su estampa por ser uno de los escasos españoles que había compartido mesa conmigo en la cena del día anterior. Él y su ritmo maltrecho, me habían alcanzado antes de llegar a Viloria de Rioja, ¿tan despacio estaría avanzando?; quizás habría dejado que me atrapara por deseos ocultos de caminar acompañado. No he salido de mi asombro hasta que, al llegar a nuestra altura, ha reconocido haber hecho trampa. Ya me extrañaba que su paso retraído pudiera proporcionarle tan espectacular rendimiento; el había salido bastante más tarde que yo del albergue, porque no había visto a nadie en todo el recorrido siendo las rectas de al menos quinientos metros; además, yo no he andado despacio. Había venido por la carretera porque su mochila estaba rota y quería comprar otra cuanto antes. Quizás en Belorado, el pueblo más grande del entorno.

Habíamos formado un trío y almorzábamos tranquilamente en una de esas estructuras de hormigón que colocan en los parques... Banco y mesa en la misma pieza, en la plaza de Villamayor. Y de repente el trío se había hecho cuarteto... Al mirar a mi izquierda allí estaba de nuevo, y de nuevo parecía un espectro; la cara de gitano con sus ojos huidizos fijos, detrás de los rizos negros que colgaban de la melena densa... Se repetía la ocasión, pero también se repetía el silencio sin voz apenas quebrado por una frase incomprensible, entrecortada, como quien la musitaba, furtiva, como si saliera de ultratumba. No he sido capaz de comprender lo que quería decir, pero no era español. Con la misma agilidad con la que había asomado ha desaparecido, volando; creo que su mochila, aunque parecía pesada, debía de darle alas. Por lo que se ha quebrado el posible cuarteto, y también el trío consolidad porque Juan se ha aburrido de ir a nuestro paso; para seguir dando pedales e ir más rápido se ha excusado... No encontraba palabras, no habría hecho falta; era natural que, pudiendo, quisiera correr más. Nos hemos quedado los dos, solos Fernando y yo.

jueves, 13 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (ii) (Doce de Septiembre)

Albergaba la esperanza... pero eso era ayer, compañero; de nuevo ha regresado el adversario que todo lo cuestiona. ¿Quién iba a osar dar respuestas si yo no quería más que seguir teniendo problemas que confirmaran mis quejas? Necesitaba disputas, la pelea continua con alguien que se metiera conmigo. Para acudir de nuevo a la excusa del necio almidonado que había llegado sin un arañazo y hastiado a Santiago, para darle la razón a sus vericuetos cejijuntos a golpe de patadas.

Me había levantado aburrido, tan agobiado por lo que había acontecido anoche; aquí todo había cambiado. ¡Dios, qué débil es el coraje! Ya no tengo tan claro por qué había dado el primer paso, ayer a estas mismas horas caminaba sin dudarlo; contento, risueño, seguro y poderoso; nada parecía poder derrotarme. Pero cualquier contratiempo, un nudo de mis botas mal hecho, por ejemplo..., significaría un desenlace funesto. Ya estoy con el mismo cuento, pero de verdad que no quiero. Prestaré atención a las ampollas para darme cuenta de cuales son los verdaderos problemas; si hasta voy a tener que agradecerle a las prisas del primer día haberme regalado un par de ellas. Gracias Marta, por tanto, por la parte que te toca.

Las mil alternativas que suelo exigir que se tengan en cuenta; ahí se me ofrecen pero en esta ocasión soy yo quien se resiste a concebir alguna más que la única; el lamento llorica porque no me salen las cosas como lo tenía previsto, como era debido, como Dios mandaba... ¿O quizás como le interesara a este niño que se había olvidado a jugar el juego infinito? El primer huequecito, en el lugar que esperaba más cierto, estaba convencido de que allí estaría a gustito. Y ahora ya hasta tiemblo por el próximo destino. Tosantos... ¡Qué susto! ¿Y si Jose Luis se hubiera transformado en un ogro y su casa en aquella hecha de chocolate en la que esperara una bruja malvada para comerse a los críos inocentes y golosones? ¡Qué tontería! Como siempre, ya empiezo a sacarlo todo de madre; la madre que me parió de nuevo y sus cuidados constantes. Buenos días, menos mal que vienes a rescatarme... De mis precauciones absurdas, de la sin razón de mis razones, de... Es lo mismo... ¡Cuánto tiempo! Pero... ¿tú no deberías ir más adelante?

miércoles, 12 de mayo de 2010

Grañón-Tosantos (i) (Doce de Septiembre)

Un montón de locos de atar... ¿A dónde creen que van? ¿Por qué lo harán? Me lo pregunto, una y otra vez; hasta ayer todo estaba muy bien. ¿Por qué estoy aquí caminando a su par? ¿Por qué ando con todos ellos, a tropel? ¿Por qué? ¿A dónde? ¿Cómo fue que decidiera volver? No lo sé, ni sé si lo quiero saber. ¿Será mejor seguir andando sin mirar atrás? ¿Por qué no cuestionarlo todo y parar? ¿darse la vuelta, quizás? Mejor ahora que aún no he hecho demasiados kilómetros de más. Al fin y al cabo, dos ampollas no tardarán en curar... Y ya sé lo que hay al final.

Albergaba la esperanza de que todo fuera diferente en esta ocasión, pero por no ser igual se me estaba chafando la intención. No es que fuera tan bueno lo de entonces, ni es que lo de anoche fuera una catástrofe sin solución; pero la memoria suele distorsionar los acontecimientos con el paso del tiempo... Y mi recuerdo recordaba que el albergue de Grañón, sus hospitaleros y el resto de peregrinos que coincidimos, había constituido uno de mis hitos del Camino, la cita más importante, la experiencia con mayúsculas; aquello que por sí solo haría merecer la pena todo mi recorrido entre la zozobra... Solamente yo sé lo que aquel día había sentido.

Pero un agujerito minúsculo había retorcido el panorama dichoso, un pequeño resquicio por el que se había colado una ráfaga del gélido invierno, aunque hubieran vaticinado buen tiempo y aún estuviéramos en las postrimerías de un tórrido estío; un vacío inexplicable había abierto un boquete en mi determinación a prueba de bombas; a tenor del resultado, a prueba de no más que petardos. No haber encontrado lo que ya había fijado por anticipado la había destrozado. El estado establecido en el que yo había anclado mi bandera, mi hogar, mi patria, mis certezas... Mis limites, mis fronteras, mi barrera. ¿Por qué no me habría encontrado todo en su sitio? ¿Qué había acontecido? ¿Dónde estaría la clave de aquello que me habría sacado de quicio? Comprendido, y perfectamente planificado; llegaba a casa, había dejado mi marca, libre de cargas y a mi libre albedrío. Mientras tanto, había transcurrido el tiempo, trayendo y llevando personas... Y, sobretodo, muchas más tormentas.

Por eso, no sé lo que es, ni lo que ha sido, ha sido que no he sabido lo que quería, quería pero no era lo que había encontrado; había encontrado, esperaba tantas cosas... Todas mis expectativas yacían, en esa primera hora de la mañana derrotadas, en el fondo de mi mochila, acurrucadas porque... ¿Por qué? Un montón de porqués, porqués y pocas herramientas más. ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué? Mil preguntas sin respuesta, se repite la revuelta, se rebelan los interrogantes sin fortuna, mala suerte compañero... Otra vez, cuando te creías uno con el mundo, te dispersas en uno de tus múltiples mares de dudas que te dejan claro que no tienes claras ni tus sentencias; y que hay muchos otros, con opiniones y propuestas diferentes, todas válidas, todas equivocadas; todas, muchas... Todas, y entre todas ellas la tuya, tu propuesta, tu opinión, tu falta de respuestas; la forma en que ves las cosas... Que no es más que una, como otras tantas; porque la suerte, como los premios de la lotería de Navidad, suele estar muy repartida.

martes, 11 de mayo de 2010

Nájera-Grañón (vii) (Once de Septiembre)

Pero tan solo ese rato escaso, porque al regresar al albergue todo ha retornado a su estado; mi razón yacía enquistada en ese aferrarse al recuerdo; la queja, el enfado, la ira contenida porque lo encontrado no se adaptaba a lo que tenía pensado. Quizás fuera mejor, pero no le daría oportunidad por si acaso; el cambio, a pesar de lo avanzado, seguiría siendo para mí, un gran retroceso. Y por eso me he debido de tropezar con las mesas, y por lo mismo no debía de saber a que requerimiento atender. Porque nadie me necesitaba, porque eramos demasiados los colaboradores, porque sobraba y no me hacía gracia... Porque eramos más de cuarenta queriendo hacer todos cosas y nos estorbábamos entre nosotros. Una lechuga repartida para tres, sería la ensalada mejor aliñada, un ensalada para cuarenta preparada por más de ochenta; y es que todos nos queríamos multiplicar al menos por otros dos. Tantísima gente peleándose por demostrar que quería colaborar, y tan poca gente para organizar. Había venido un señor que decía ser el hospitalero oficial, y el trío de extranjeros que me habían recibido habían pasado a ser tres más.

Menos mal que en un rincón, una vasca prefería cantar con voz de soprano, por afición; y menos mal que la italiana también ha escogido hacer sus pinitos con la voz; eran dos menos para interponerse en la batalla incruenta que el resto nos empeñábamos en sostener. Y menos mal, por qué no, que el rubio de tirabuzones se ha escaqueado otra vez, escondido detrás del piano... Nadie ha querido, por cierto, perder el tiempo reparando en ese pianista maravilloso que se ha destapado y que, aunque me fastidie, me ha sorprendido para bien... Porque bastante tenían todos con gritar, y darse ordenes sin consultar; ¿a quién le puedo ayudar?, ¡me faltan cinco cuchillos, diez cucharas y un tenerdor! ¡Vete de aquí, que aquí estás de más! ¿Por qué yo si el que sobras eres tú? Todo ello, eso sí, con educación peregrina como tiene que ser.

Y al final he decidido claudicar y me he sentado en un extremo, donde no había nadie más. Para darle lugar a expresarse al azar, para que el destino forzase el cumplimiento, justamente, de mi sino; para patalear sin patalear, que se diesen cuenta de que todo lo que había acontecido allí me había sentado fatal. Y se han ido rellenando los huecos, cada asiento acogiendo el culo que le tocara en suerte. Y al principio se han sentando en lugares alejados y después no han tenido más remedio que irse acercando. El único que se había sentado a mi lado sin compromiso forzado ha sido el rubio imberbe, a mi derecha... y enfrente suyo, como no podría ser de otro modo, la rubia de pelo lacio. El resto había ido evitándome como si fuera un leproso.

Y ya no quedaban más que tres sillas libres enfrente de mí; y otra a mi izquierda; y he oteado el horizonte y por todos los lados oía espasmos, crujidos teutones que no comprendía y algunos anglosajones que sólo cazaba a medias. Se ha acercado despacio, liando un cigarrillo artesano, ese tío con cara de gitano, no ha dicho nada, ni siquiera me ha saludado; solamente se ha sentado; me ha parecido que quería decirme algo pero he callado. Y en frente lo han hecho, tres de los cinco únicos españoles que allí estábamos. Yo era el cuarto, y la quinta sería la vasca que aun cenando seguiría cantando. Los presupuestos son marañas que nos enredan en una pila de cifras sin evidencias; y la realidad se torna ilusoria, y la realidad de ayer ya es el supuesto de un iluso que no vive la puesta. Y en aquella mesa me sentía fuera de lugar porque el sitio que había ocupado ya no era el mismo. Había pasado el momento y lo había disfrutado; pero ese disfrute ya era pasado por mucho que lo echara de menos.

Al finalizar la cena, me he ido a la colchoneta un poco enfadado, un poco acomplejado, muy avergonzado. Pensando que quizás mañana... Hoy, por un rato, me desconecto; hasta mañana por tanto, porque mañana será otro día. Mañana, un último recuerdo, un alivio entre sueños. Marta y Pablo, Marta era la madre y Pablo era el crío. Ellos tampoco estuvieron presentes, tampoco estaban previstos. Han cumplido en bicicleta un sueño, me han dicho que mañana acaba su aventura. Diez días, me han deseado buena suerte y yo se lo he agradecido. Al fin y al cabo, quizás no sea siempre tan malo, que siempre no se repita lo mismo.

lunes, 10 de mayo de 2010

Nájera-Grañón (vi) (Once de Septiembre)

He atravesando la sala, la misma que había sentido mía y que ya me resultaba esquiva, abriéndole hueco a la mochila entre tantísima gente que había; tropezando con todas las aristas, molestando a diestro y siniestro; incómodo por todo y por nada; jodido, y lo peor de todo, sin motivo. Y no me enteraba de nada, porque todos hablaban distinto, y el susurro tornaba por momentos un runrun ensordecedor que, por momentos, me desorientaba. Y he llegado a odiarles y he querido convencerme de que ellos no eran los culpables. Y tengo que reconocer que también les habría odiado si hubiesen sido españoles...

Y he deshecho mi petate sobre la única colchoneta libre; y antes he tenido que pedírsela a un espabilado que quería tener cama doble; y tiene gracia la cosa, porque he tenido que darle las gracias, porque a pesar de estar enfadado soy un tío educado. Y he sacado la toalla del tamaño de una servilleta, de esas que pesan poco y absorben todo, y como no encontraba el jabón natural de trozo me he tenido que volver loco; y por fin he buscado la ducha, oculta tras la multitud. Y me he curado las ampollas, mucho más grandes y rojas. Y en cuanto he podido, he huido de aquel sitio... No recuerdo de mi estampida más que unos ojos hundidos en ese rostro gitano, con mirada cetrina oculta tras unos rizos negros; sus ojos esquivos, que sin embargo miraban de frente, ligeramente caídos, levemente distantes, mezcla de desasosiego y tristeza... No era ira lo que veía, el misterio ocultaba un secreto, y es que aquí nada era lo que parecía..., era una mirada vieja en la que no podía perder más tiempo.

Sin reparar en nada más me he dejado absorber por las mismas escaleras que antes creía que me habían recibido amigas. Para ver si forzando la rutina, para que la rutina me devolviera lo que creía estar perdiendo, para que me arrancara de la pesadilla. He ido a la panadería y allí me ha atendido la cuñada de mi amiga, le he pedido una barra de pan y unas pocas de esas pastas exquisitas, para ver si así endulzaba el día. No he necesitado identificarme, tampoco pensaba hacerlo..., enseguida me ha mirado y me ha reconocido. Me ha reconfortado el gesto, he dejado de repente de sentirme extraño... Y me he reconciliado con la vida por un rato.

domingo, 9 de mayo de 2010

Nájera-Grañón (v) (Once de Septiembre)

¿Enterarse de que ya nada sería igual? Que difícil es sentir cuando la cabeza sigue empeñada en clasificar. Escuchar los matices que hace del mismo río, a cada momento, un torrente nuevo y jovial, muy diferente del que ya, un instante después... Ya fue, no esperes más..., lo que tenga que pasar pasará. Acatar que esa corriente permanente que estoy mirando jamás volvería a discurrir por delante de mí; que no esté siendo cierta mi verdad, aquella verdad. Que lo hizo, que lo fuera; pero hizo es pasado y fuera, posibilidad; dentro, quizás adentro es donde tenga que buscar para encontrar.

Aun encauzado en su reguero inquebrantable, ¿cómo lo habría hecho si no he dejado de estar atento? El truco se está ejecutando sin cesar y yo no soy capaz..., sigue engañándome mi parecer. ¿Quién me habría escamoteado el objetivo? Esta claro no debo de querer entender lo que no me conviene; a mí tampoco. Que la tormenta que he disfrutado hoy no fuera la que me hiciera sentirme mal la última vez que llegué hasta este lugar...; y que en las calles que había encontrado mi refugio entonces, hoy me haya pesado la decepción. El tiempo no pasa en balde y han pasado ciento veinte días en un suspiro... Un gemido, una pena... Una queja... No me quiero quejar.

Gota a gota, repetidas en proporción y ordenación exacta, cada una bien dispuesta en los nubarrones que hoy disfruto; aun sin distar ni un palmo en su algoritmo de ejecución de los que entonces me amenazaran. Está amarrada con fuerza su estructura al enjambre que le sustenta; un rugido, los truenos advertidos por el relámpago mensajero, ese rayo de luz intenso... Me siento rata de laboratorio encerrada en su jaula de cristal, repitiendo las mismas circunstancias que ayer, y las mismas que haría un mes, el mismo experimento sin comprender... No soy capaz de mirar todo esto con equidad. Gota a gota, este itinerario pertinaz no está dispuesto a dejar de seguir socavando la estructura acartonada que desde lo más hondo de un rincón remoto de mis entrañas se resiste a morir.

sábado, 8 de mayo de 2010

Nájera-Grañón (iv) (Once de Septiembre)

Podría decir mejor, que me sentía Don Quijote rebajado a Sancho Panza toreado, o viceversa... Y por un puñetero mocoso. Con su cara de niño hermoso y su pelo rubio enroscado a unos tirabuzones desordenados, me miraba con cara de pasmado, como si quisiera decirme algo, sin ser capaz de atrapar ninguna palabra coherente; haciendo gestos con los ojos, arrugando, hasta dar alcance a la oreja, la comisura de sus labios, forzando escorzos con sus dedos que me ha hecho temer por sus manos. Estaba claro, desde el primer vistazo me había dado cuenta de que no hablaba castellano y de que su lugar de procedencia distaba de la Rioja algo más de cuatro leguas. Tampoco me había pasado desapercibido, y eso que no soy un tío avispado, que este muchacho no había nacido para tareas y hospitalidades varias. Y de la chica que le acompañaba se podría decir otro tanto; ni menos rubia, ni mayor, dieciochoañeros los dos; ella un pelín más alta quizás, con melena también pero con el cabello más lacio que el de él. No se enteraban de nada ninguno de los dos y, lo que era peor, no sabían cómo hacerse entender.

Aunque los hubiese repasado mil veces más, ni que hubiese quintuplicado la intensidad de la fricción con la que ya había rasgado el papel... He querido tomar la iniciativa para advertirles de que yo era un peregrino experimentado y que, quizás, podría echarles una mano; he buscado ayuda con la mirada por si alguien se prestase a sacarme, a sacarnos, a sacarles más bien, de la emboscada... Cada instante que pasaba las cosas estaban más enredadas. ¿Por qué no se enteraban de que aquellos rasgos, que a punto estuvieron de perforar también el secreter, a mí no me sonaban distinto que los signos indescifrables de los jeroglíficos de Tutancamon?

Menos mal que al final ha acudido en nuestro rescate una señora adulta que, aunque con el castellano tampoco daba una, parecía tener más tablas en eso de la gesticulación y de las relaciones humanas. He comprendido a duras penas, tras un sinfín de señales hechas a dedo, que rellenara una cuadrícula que quedaba en blanco en el estadillo... Con mi nombre, apellidos y documento nacional de identidad..., y que no se me olvidara firmar. También he leído, porque así lo he creído entender, unas instrucciones en las que ponía lo que había que hacer, lo que no se me habría de ocurrir ni siquiera pensar, los horarios de cena, misa, silencio y desayuno...; y algunas reglas más de funcionamiento general. Yo ya lo sabía... ¡que no era la primera vez!

Además, en una nota añadida, se excusaba la dirección por no sellar las credenciales. Lo que ya no me ha quedado claro es si era por haber perdido el sello o como protesta por ser utilizado éste como monito de feria. Y es que creo que decía que los peregrinos acumulaban sellos por acumular, por capricho; y eso no les debía de gustar. La verdad es que no he prestado demasiada atención, para entonces se había derrumbado hacía rato la ilusión con la que había llegado. Me esperaba otra cosa, un recibimiento distinto. Quizás tuviera todo esto idealizado, había sido tan hermosa la experiencia pasada, había sido tan especial... Que yo tampoco me quería dar por enterado.

viernes, 7 de mayo de 2010

Najera-Grañón (iii) (Once de Septiembre)

Y otra vez estoy en Grañón; habiendo partido desde Nájera por la mañana y sin haberme detenido al mediodía en Santo Domingo, como en la ocasión anterior; apenas lo justo y necesario para despedirme de Jordi, un joven catalán, viejo amigo recién conocido ya pasado Azofra y que había escogido no continuar conmigo porque prefería darle otra oportunidad al azar; porque quería convencer al destino para que le hiciese un favor... Creo que quería reencontrarse con esa chica israelí que le había hecho tilín.

Y de nuevo, y con ganas renovadas, he recorrido sus calles, hoy con paso firme porque ya era repetidor y mi olfato de peregrino experimentado era mucho más fino que el que se había perdido, apenas haría cuatro meses, en esto que entonces me parecía un laberinto de vericuetos sin destino; entonces un berenjenal. No sé como pude extraviarme en esta Gran Vía de sentido único que me ha recibido con los brazos abiertos... ¿En qué estaría pensando yo? Sin tener que pedir información, he ido avanzando sin mirar, con la seguridad pasmosa del que se sabe ganador, hasta ese parque coqueto, sito en la trasera de la iglesia, en busca de esa puerta estrecha que me diera acceso a la recompensa mejor. Atravesando un pasillo no mucho más ancho, escalando las escaleras pinas sabía que encontraría el descansillo donde, en un rincón habilitado, tendría que dejara las botas. Y desde allí ya en sandalias, directo, me dirigiría sin pausa, subiendo otros cuantos peldaños hasta donde me esperarían esos hospitaleros amables que me agasajarían con sus atenciones... Tenía todo controlado, lo tenía superado... Me sentía un campeón.

jueves, 6 de mayo de 2010

Najera-Grañón (ii) (Once de Septiembre)

Me había quejado de la rutina que me atrapaba, allí estancado, repitiendo las mismas cosas, entre tantos entes rutinarios que tampoco dejarían de quejarse de sus rutinas aburridas y ordinarias, aunque les mataran. ¿No sería ésta otra rutina parecida y del mismo grado?; ¿qué es lo que no sería igual? ¿Por qué siendo tan desagradable la soporto con tanto agrado? No es lo que se ve, es eso que no sé como explicar; ¿será otra excusa, tal vez, para no mirar? ¿Por qué me habría agotado tanto dejar de andar? ¿no tendría que hacerlo en la misma medida al menos no querer parar ni siquiera un rato? Allí, tres o cuatro horas al día, el día que más; aquí todas las jornadas, más de ocho... Aquí, allí, nada era lo que aparenta. Cuando salía, cada día, a recorrer el entorno de mi pueblo sabía de donde partía y adonde iba a llegar, y lo que me iba a encontrar; y sabía, por supuesto, lo que no me ocurriría jamás... Lo raro sería que me viera obligado a improvisar, toparme con alguien diferente a quien mirar, con quien hablar; ¿tener que caminar al lado de con quien callar...? Allí habría sido un obscenidad.

Otra etapa más, la segunda de esta segunda embestida a mi empeño por maltratar a la vida; con la de hoy, con las de entonces completo el mes. ¿No se estaría concretando otra rutina, y poco más?; se me antoja una rutina especial; con todo eso, además. Ya la había completado en la ronda primera; con éxito, por supuesto... El mismo trayecto, los mismos pueblos, gente distinta pero disfrazada de la misma manera, para la ocasión; ¿a quién le impulsaría el corazón? ¿a quién la devoción? ¿quién sería capaz de reconocer ser movido por la costumbre de una concha que nos sienta muy bien? Ni la tormenta ha querido faltar; ha cumplido su deseo repetido, por ser también la suya su segunda vez. Como en la ocasión pasada, nada cambió, nada ha cambiado; las mismas amenazas que entonces también reprimió; sus rugidos me han vuelto a advertir para, en el susurro del viento diluidas, arrepentirse hasta morir. Algo tendría que no ser igual, algo pero... ¿El qué, Señor?

En la cuesta final quizás, la otra vez no encontraba consuelo no sé por qué. Porque, desesperado, ansiaba llegar al pueblo, porque todo alrededor era un páramo solitario, por la presencia de los mismos nubarrones que hoy también me han acompañado, negros como el tizón... He disfrutado desde allí abajo, conversando con la madre y el hijo, y sus bicicletas... Recordando sus experiencias, que hasta hace un rato me eran ajenas y ahora siento propias; deseándoles a ambos augurios limpios, aceptando los suyos, buenos deseos y alientos vivos. Hoy he llegado a sentirme poderoso, sin haber necesitado antes desangrarme, ni macerarme en mis miedos falsos... Quizás haya ayudado mi pie degollado.

Ni en esto siquiera ya nada es lo mismo, se han acabado en mi Camino los pies inmaculados. Acabo de comprender a que ganchos están enganchados algunos de mis complejos, en lo más profundo de mis entrañas amarrados a no tener ni tan solo un reto. Problemas, preocupaciones, y ocupaciones pocas; y la mano de alguien que por desgracia no montaba bicicletas. Sin apenas dificultades a que enfrentarme, me habían crecido todos los enanos, se hicieron gigantes que agitaban sus brazos enormes para asustarme. La memoria estaba bien educada pero en estos lares, por suerte, hasta la memoria se agota de inventar excusas porque nadie las escucha. Un par de ampollas, enormes y rojas; una de ellas llena de sangre... Tras cada ataque de pánico crecí un palmo, muchos ataques fueron necesarios para hacerme crecer otros muchos. Ocho horas soportando mis pies lacerados, aunque parezca mentira, pero no he necesitado achaques raros y me siento dolido pero crecido, en mi talón de Aquiles, en las plantas que apoyo con fuerza, en la parte más débil de mi existencia... Creo que estoy descubriendo de la vida un gran secreto, mi rutina ordinaria para nada aburrida.

miércoles, 5 de mayo de 2010

Najera-Grañón (i) (Once de Septiembre)

Sin aditamentos, la naturaleza no requiere atenciones especiales, ni hacer limpieza por la mañana, ni abrir sus ventanas para orearse. La naturaleza crece sola, ya fue parida ventilada, y ella sola acostumbra a asearse al alba con el rocío que arrastre la madrugada. Y con sus aguadas matutinas no solamente lavaría sus hojas y sus flores preciosas... Si no les diéramos la espalda quizás diluyese también tantas y tantas pesadillas que habrían arruinado por la noche sueños que no se cumplieron, sueños que no se cumplirían. No hace más que una jornada, y el segundo frescor de la alborada ya ha servido para ir eliminando la intolerancia que empezaba a apoderarse de mi estampa.

Porque ya no soportaba aquellos graznidos, y porque me sentía inútil ante tanto ruido; incapacitados para escuchar, amenazaban rendirse también mis oídos, cada bocanada que eructaban sus rugidos me sentaba cuan pedradas groseras. Dejar de un lado aquel mundo, sórdido, ruin, mezquino... ruidoso, sobretodo escandaloso era lo que necesitaba. La gente rara, interesantes como ellos solos, aunque fuera por ser diferentes; no sé si serían mejores, para todos los gustos hay muchos colores; a mí me gustaban estos que a ellos les resultarían aburridos. Por no ostentar con su presencia, tal vez por ser planos y apagados, por no dar la nota a menudo, por no darla nunca y ser tan mohínos; por ser poco más que un silencio, por aparentar una pausa continua...

Nostalgia, el dolor que se agarra al alma; aquí ya no echo en falta; no me faltan, es curioso, ni mis mejores amigos, ni mis pertenencias valiosas, ni aquellas costumbres que allí formaban parte de mi imperio. Y claro que les quiero, ¿cómo no voy a quererles?; mejor no lo pienso, porque eso es lo que quiero seguir creyendo... Aunque, a veces, lo que no siento me hace dudar hasta de ello. Pero me estoy dando cuenta de aquello que sí que añoraba de veras... Añoraba no tener de nada, nada de lo que estar vigilante; era tanto el esfuerzo que me exigía tener que preocuparme de cada detalle insulso...; así no había forma de ocuparme de lo interesante... Nada de lo que me rodeaba ofrecía sino una algarabía alborotaba que me había sacado de quicio; posiblemente es lo que me habría ocurrido siempre.

Por creerme poseedor de algo, por forzar una lucha sin cuartel por cosas materiales y su paripé. Porque allí el instante se exhibía engalanado mucho antes o cien años después. Creo que lo que anhelaba, justamente, era esta sensación de no necesitar. Añorar no tener, esto no puede ser normal; me lo tendría que hacer mirar; llevan razón, creo que necesito un doctor. Pero creo que me da igual. No mirare hacia atrás, no vaya ser que me suceda como a Sara, la mujer de Lot, que por hacerlo se convirtió en estatua de sal.

martes, 4 de mayo de 2010

Oyón-Nájera (v) (Diez de Septiembre)

En un instante me ha asimilado la fuerza de la naturaleza bruta, y enseguida me he identificado con su energía felina, que ya reconozco propia. Compartida con muchos, suficiente para todos, experimentando, dudando, tropezando... dando pasos sin retorno, sin ocuparme de preocupaciones ni tonterías. ¡Cómo lo echaba de menos...!, que no me importasen las apariencias, ni que a nadie le llamase la atención no mantenerlas; ya he rescatado el gorro que en las travesías locales había mantenido arrestado con frecuencia por el que dirían. Ya no me siento atrapado en el entorno hostil en que se había convertido mi pueblo; ya he recuperado los reflejos perdidos, hoy tampoco me afeito; en pocos días recuperaré la barba de veinte días con la que me siento yo mismo.

Aunque creo que con tanta euforia me he acelerado un poco; creo que he corrido demasiado y creo que tendría que haberme parado en Ventosa. Iban a ser demasiados treinta y cinco kilómetros para la primera etapa; aunque no hubiese dejado de andar en todo este tiempo que había estado parado, treinta y cinco kilómetros serían muchos. Y como no podría ser de otro modo, lo he confirmado en ese rincón mágico que habíamos dejado a un lado la última vez que por aquí habíamos pasado. Porque ya llegábamos cansados, porque ya lo hacíamos tarde, porque quizás no tuviéramos sitio para alojarnos, porque lo único que queríamos era llegar, de una vez por todas, al albergue aquel veinte de mayo que por aquí pasábamos tan acalorados.

Buenas tardes, que tal estáis; una madre y su hijo, se respiraba una relación especial. Él había accedido a acompañarla con una sola condición, ella había aceptado porque, aunque no lo consideraba un medio de locomoción que se adaptara a su condición, lo tenía claro: las ocasiones se cogían al vuelo; cedieron un buen trecho los dos para encontrar el mejor arreglo... En lugar de a pie viajaron en bicicleta y, así, harían el camino los dos. He compartido con ellos un trocito de ese maravilloso arroyo y esa sombra exquisita, bien precioso en un día soleado aunque ya se aproxime el otoño. Y he empezado cumpliendo con el rito adquirido, no iba a cambiarlo tan bien que siempre me había venido; pero al quitarme las botas y meterlas en el río frío me he dado cuenta... Pero a pesar de ello, tras pasar un buen rato, me he calzado, me he despedido de los peregrinos motorizados y he continuado... Al fin y al cabo, el destino marcado estaba a un paso.

De nuevo aquí, en lo que fuera el primer punto de inflexión reseñable del camino anterior. He llegado solo, con la esperanza de encontrarme con alguien, al mismo lugar donde lo había hecho acompañado por varios, con el pesar amargo de tener que abandonarles. Entonces desde Roncesvalles, tras casi una semana de camino sin paradas, sin una ampolla, sin una magulladura siquiera. Hoy desde casa, recién estrenado, novicio experimentado, desde Oyón pero los pies me arden. Hoy aquí, no sé por qué, todo parece distinto, sospecho que nada en este camino va a ser lo mismo. Nájera me parecía distante, cuatro meses antes.

He vuelto a encontrarme con el hijo y la madre, y me han comunicado que el albergue estaba completo y que habían habilitado el polideportivo municipal para alojar a los peregrinos que fuéramos llegando tarde. Tenía que felicitar a Diego porque era su cumpleaños, no sabía si reservar primero mi plaza en el suelo o avisarle a Marta de que ya había llegado... ¿Y si luego se molestara por no habérselo comunicado antes? ¿Y si lo que no le hiciera gracia fuera que me aprovechara de ella? Se me estaban amontonando las tareas y las dudas. ¡Dios mío! ¿Primero qué hago? Primero, mejor sigo caminando un rato y pienso mientras tanto.

lunes, 3 de mayo de 2010

Oyón-Nájera (iv) (Diez de Septiembre)

Un garbeo por el mundo, por una parte de mi reino, aquí mismo, aquí dentro, paseando mis entrañas por el universo. Imaginando en lontananza un rosario de estrellas que recen mis plegarias en sus melodías clandestinas, allí arriba sobre el firme reflejo de la rosa de los vientos... Para que me iluminen el camino, para que cabalguen conmigo sobre la dirección precisa, para que avanzando en el mismo sentido converjamos con el punto de destino, ese mismo en el que, cada jornada, rinden cuentas la tarde y el ocaso. Siempre hacia Occidente, continuamente hacia Poniente, mirando a partir de mediodía y hasta que el Sol se ponga, al Sol de frente.

Ya no me empujarán expectativas fundamentadas, ni me atrapará la desesperación esperada; me sobrará cualquier protocolo, y tradiciones a mansalva; ¿para qué quiero ya los guiones establecidos y los planes hechos por otros? Porque aún retumba en mi memoria el fracaso, que por no fracasar fue triunfando; porque me he impuesto olvidar aun sabiendo que los impuestos acaban pariendo recuerdos nefastos. Porque quiero dejar atrás todos aquellos fastos implantados en el inconsciente inocente allí por el siglo XX por los vaticinios de unos cuantos charlatanes agoreros con voces grandilocuentes; ya no quiero que me digan nada todas aquellas perodatas sin sustancia. Los milagros divinos y las catástrofes demoniacas, unos y otras se han tornado insecticidas repelentes, no volveré a permitir que me embriaguen con promesas infundadas cimentadas en importancias vagas, aunque en este empeño me hipoteque.

Ni siquiera cuando la confianza depositada en mis piernas cansadas amenace rendirse agotada, ni si las infraestructuras establecidas me prometieran de verdad unas alas; no quiero alas artificiales porque ya conozco sus verdades. Ya no me importa si en Santiago de Compostela están enterradas las reliquias de Santiago, las de un guerrero capitán o las de un mendigo harapiento que cogieran del basurero más próximo para exhibirlo en aquel lugar. Ya no me preocupa si los “turigrinos” más que ayudar molestan; ni me quita el sueño ser reconocido por la etiqueta de mi concha, no la llevo por supuesto. Sea uno de ellos o uno de los otros, soy quien va a caminar hasta que las piernas aguanten o el camino me diga que ya es suficiente.

En un instante, lo que me ha costado colocar la mochila sobre mis hombros y equilibrar su peso amarrado a la cintura. En un instante, siento lo que estoy sintiendo, y por fin explota el aroma de días enteros de primavera recorriendo caminos polvorientos. Por fin entiendo, aunque nada comprenda, el fruto de mi propia siembra, y las que me estremecen ya no son creencias ajenas. Es curiosa la memoria, no solamente la que reside en la cabeza. Los músculos ya se despiertan, y los sentidos con ellos. Qué pronto había olvidado lo que al orgullo no interesaba. Por no perder el estatus, o por aferrarse a la condición adquirida con tantos años sumisos, porque era tan cómodo estar allí sentado, en la barra del bar varado.

domingo, 2 de mayo de 2010

Oyón-Nájera (iii) (Diez de Septiembre)

El reencuentro con más caminantes, dispersos buscando trances; con las mismas dudas, dispersas sus mentes en razones extravagantes. Unos ya veteranos, otros noveles novatos; ¿las mismas preguntas acaso?, ellos aún creían que el Santo les haría custodios privilegiados de todas las respuestas, no se habían dado cuenta de que las llevaban a cuestas. ¿En las suelas de sus botas?; sus botas aún eran demasiado nuevas. Las mías que volverán a la vereda ya desgastadas saben que tan solo son una excusa, que no son tan importantes, una herramienta para que todo acontezca a medida que transcurra lo que fuera que fuese... Con otros compañeros de viaje, todos nuevos, como lo fueron al principio del anterior camino esos a los que ya echo de menos. Por un instante, a ratos; imagino, sueño aunque sé que no será cierto, quiero creer que volveré a encontrarles; entre ese montón de miradas querría reconocer las suyas. Pero hacerlo sería un milagro, o un exceso de entusiasmo por mi parte.

Milagros que anhelo, como esos de los que me hablaba Marta; coincidencias extrañas, relaciones imposibles, energías renovables que nada tenían que ver con aerogeneradores artificiales; soplos de aire fresco, viento de entretiempo. También hablábamos, entre tanto, de albergues extraordinarios y hospitaleros hospitalarios que yo había conocido y que a ella también le habían dejado huella. De Grañón y su iglesia, y de Jose Luis en Tosantos; me suplicó que le diera recuerdos a ese hombre, bueno perpetuo. Y me dijo tantas cosas, y me entusiasmé con su entusiasmo, y vi relucientes sus ojos, más si cabe de lo que en su caso acostumbraban; como otros ojos, muchos otros, que ya habían rutilado delante de mis narices, por las tierras xacobeas.

Entusiasmada, reía y lloraba como una niña, al sentirse por fin comprendida. Me percaté enseguida de su alegría espontánea porque, según parecía, de lo que quería transmitir nada entendían sus amigas. Se quejaba una de ellas, la que le acompañaba, de que desde que regresara, no haría ni una semana, no sabía hablar de otra cosa, que todo este rollo nos convertía en secta. Yo sabía lo que sentía Marta, y comprendía lo que temía su amiga; por eso precisamente yo estoy dispuesto a abandonarlo todo de nuevo para irme a ver lo que encuentro...

No es más que un sentimiento, una sensación, un reencuentro. Por eso le doy las gracias al destino por haber retrasado mi partida, por haberme dado la oportunidad de verme reflejado en otro distinto que hubiese pasado por lo mismo. Por eso ya estoy partiendo y me he despedido de la frutera que a las siete de la mañana estaba abriendo su tienda. Cuando me ha preguntado si me iba lejos, le he mirado con ligera ironía respondiendo: “aquí mismo, a dar una vuelta corta”.

sábado, 1 de mayo de 2010

Oyón-Nájera (ii) (Diez de Septiembre)

Aunque fuera a ser en día nueve, y hoy sea el día siguiente; aunque así me lo hubiera propuesto y no lo quisieran así las circunstancias. Así son las cosas; uno propone y Dios parece ser el que, al final, acaba disponiendo. ¿Qué estoy haciendo, por cierto...? Volviendo a escurrir el bulto apoyado en excusas tontas?; las circunstancias son agentes ciegos, mudos e insípidos; yo y nadie más habrá sido quien no hubo escuchado con tiento. Por algo lo habré decidido, por algo así habrá sido. Esta vez una mochila ha sido la excusa, pero podría haber sido cualquier otra. Si hubiese querido lo habría previsto con tiempo, pero en el fondo conocía el concierto, lo había dejado para el último momento... Comprar, de mis necesidades, el principal elemento; sin mi casa plegable no había cuento. Saldría el día que tuviera que hacerlo, ni antes ni después, en este instante concreto. Sería, está siendo, el día diez de septiembre del año 2009, porque así estaría escrito en el firmamento de los cielos. Y punto en boca, para que no entren más moscas.

Porque yo no sabía que me esperara a las ocho de la tarde, más puntual que de costumbre, transitando por la Plaza del Mercado. Porque allí estaba parada Marta, como si lo hubiese estado toda la vida, con una amiga, entretenida, conversando con unas cuantas conocidas. Aunque estuviera de espaldas un no sé que extraño me dijo que sus ojos azules, como siempre encendiendo fuegos, se escondían tras aquella espalda. Uno de esos encuentros imposibles que se repetían de vez en cuando, de Pascuas a Ramos; como mucho tres veces en cinco años. Uno de esos, inesperados, porque en cada despedida no habría sido intención demorarlos tanto. Por causa de la atracción subyacente que impidiera dejar de mirarla, por el calor de la hoguera que en un instante congela, por desidia, por anhelo, por olvido, por recelo; por lo que sea que aquello fuera. Creo que ella tampoco tenía ni idea de que se había tenido que parar, quisiera o no lo quisiera, a conversar con aquellas personas porque, en realidad, me estaba esperando.

Si hubiera partido el día previsto, ayer, no habría podido acudir a la cita. Se habría quebrado la primera premisa, y quizás se habrían complicado las cosas, tal vez no tenga ninguna importancia. Aunque aquí se acabase esta historia, al menos he disfrutado de su presencia, de sus ojos chisporroteantes, de su sonrisa. De su pasión recién adquirida o, al menos, de la pasión que no sabía que tenía. Yo fui ayer al Albergue de Peregrinos de Logroño para recoger la Credencial requerida para empezar hoy mi aventura, y ella me había recibido dándome la noticia. Acababa de regresar, totalmente entusiasmada, de recorrer el Camino de Santiago desde Roncesvalles hasta Santiago.
Creative Commons License
Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.