sábado, 31 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (x) (Dieciocho de Septiembre)

Hasta allí, no daba más de sí esta nueva confabulación del Universo para favorecerme. Allí mismo tendríamos que deshacer el comando, articulado sin más motivo que sobreponernos a la dificultad. Ella, la mujer de cuyo nombre tampoco he querido saber, continuaría hasta León; habría posibilidades de volvernos a ver. Un hasta luego ha sido suficiente para desparecer en el mismo instante en que se bajaba de la aventura hasta el día siguiente. Ella y su esposo tomarían un taxi hasta Sahagún, un pueblo más grande donde habían reservado una habitación en un hotel, posiblemente será un hostal; no parecían ser amigos del lujo sin más. Creo que hoy no quería molestar con sus arcadas y ruidos guturales a los demás; querría, además, descansar. Ya había aguantado suficiente.

Y allí me he despedido de Javier; de él para siempre. O quién sabe, si el destino lo quisiese para jamás. El más sano de los tres; al menos en apariencia. También se bajaba del tren, pero en su caso definitivamente. No sé por qué le he imaginado decano, doctor o catedrático de la Complutense desenvolviéndose a sus anchas en esos ambientes académicos elevados si por estos, pedestres, también se las arregla muy bien. También habría sido posible que no fuera más que el encargado de mantenimiento, o el bedel, o el barrendero. Dudo, sin embargo, que los encargados de mantenimiento dispongan de oficina propia y secretaria particular en una universidad tan importante como la que quizás regentara él. En realidad no me ha contado nada de su vida, pero imaginando habíamos llegado hasta este final. No creo que hubiera rehusado ninguna pregunta, pero no me ha apetecido preguntarle nada porque de él hoy, mañana y siempre, tan solo me interesaba sus timbre pausado, su conversación amena, su apoyo sin muletas, su caminar a mi lado hablando de lo que fuera... Aunque hubiesen sido todas mentiras no me habría importado demasiado. Al fin y al cabo, no le habría quedado mal el título de rector, de regente o de lo que quisiera haberse inventado para hacerme simple la travesía por el desierto.

Una voz, esa voz... Que no me sonaba extraña, de la que he ido recuperando su origen recorriendo mi calvario a su vera. Ya lo tenía claro, era uno de los que formaba aquel grupo de catorce con el que había coincidido en el albergue de Tosantos. Aquel grupo... No me había hecho ninguna gracia que llegara cuando ya estábamos, nosotros y unos pocos más, instalados cómodamente, como en casa, disfrutando de las historias de Jose Luis. Al principio había temido que rompiera nuestra preciada intimidad, tonterías de solemnidad que ahora, una semana después, soy capaz de despreciar. Tonterías de un niño acaparador que sin su cuota de posesión se sentiría mal. Los dos últimos, su mujer y él, de todos aquellos que conformaron un coro espontaneo que nos deleitó después de cenar. Aunque parecieran orgullosos, incluso soberbios, realmente sabían cantar; no nos habría satisfecho más una coral profesional. Aún no sé si disfrutaban o lo hacían por impresionar, pero eso ya me daba igual. De todos no habían quedado más que él y su esposa. El resto se habían ido apeando a medida que iban caducando sus periodos vacacionales.

Como si estuviese preparado, funcionario aplicado, esperando la ocasión propicia para enseñarme otra lección; sea cual fuera su peldaño en el escalafón estaba claro que era profesor; maestro, mucho mejor. No podría haberse marchado antes, ni habría tenido derecho a adelantarse a mi tropezón, tenía que estar ahí. Tenía que estar aquí.

viernes, 30 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (ix) (Dieciocho de Septiembre)

Un ejemplo de superación, rayando la terquedad inconsciente... A ella los médicos también le habrían aconsejado descansar, tal vez abandonar... Puede que lo hicieran, no lo sé porque no he considerado fundamental indagar. Aunque sé que no se habría negado a contestar, no estaban las circunstancias para tal superficialidad. No he querido molestar con bobadas de calibre similar. Bastante favor me había hecho con, a pesar de las nauseas, encontrar entre su malestar un hueco para recuperar el coraje para animarme... Es una tía fenomenal.

No quiso, no sabía lo que era la palabra rendición... Porque se jugaba algo más que su altanería, más allá de las victorias presuntuosas de la gente normal; mucho más cerca de su corazón que yo, lo había hecho por íntima convicción. Una especie de comunión, había establecido una extraña conexión con las adversidades, esta mujer me ha enseñado en qué consistía su apuesta, de qué materia estaba hecho su pecho sin coraza. En cada paso doloroso, en cada vómito subsiguiente, ella por dentro se iba reconstruyendo, y tras cada aprieto recuperaba la sonrisa y resurgía de sus cenizas, más fuerte, agradeciendo un extraño placer interno que, al final, yo también he terminado comprendiendo. Si no hubiese sido por el trío que había dispuesto el azar a mi servicio no sé que habría ocurrido. Porque mis compañeros habían desaparecido... Mejor no pensar en lo que pudo haber no sido pero fue.

Hemos ido creciendo siendo conscientes de los elementos diversos, de las piedras y los riscos, de las fuentes y su agua supuéstamente envenenada, de nuestros cuerpos doloridos, de las ayudas recibidas, de estos momentos que hemos compartido sin ningún obstáculo que se interpusiera entre nosotros y nosotros mismos, entre cada uno y todo lo que nos rodeaba. Paisaje cambiante, pasajes similares, parajes intensos, paisanaje en unas pocas horas que ha durado este cacho de aventura. Hemos llegado a Calzadilla de la Cueza, sin novedad, mejor de lo que habíamos empezado, en menos tiempo de lo esperado. No sé cuanto habría sido lo estimado, se me ha pasado en un suspiro. Sin darme cuenta siquiera de que había disminuido el dolor intenso que había puesto en jaque, unas pocas horas antes, mis pretensiones mañaneras.

miércoles, 28 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (viii) (Dieciocho de Septiembre)

En el hito de no retorno, poco antes de llegar allí hasta donde mi ineficacia había demorado el enfrentamiento con la encrucijada personal, en el punto de inflexión pactado con mi ombligo orgulloso para tomar la decisión definitiva... Ha aparecido sin ni siquiera darme tiempo a plantear disputas entre corazones y razones, como si todo ya estuviese dispuesto mucho antes de los achaques que me habían llevado a esa situación... Como para dejarme claro que mi propuesta valiente no sería mucho más que un accidente, y que poco tendría que hacer sino obedecer.

Cabalgando sobre sus botas apenas usadas, con su barba blanca cerrada, a pesar de las circunstancias peregrinas perfectamente recortada; coronada, sobre su frente generosa, por un flequillo cano ralo. La Luna Cenicienta creciente había atendido mis plegarias, meciendo entre sus mejillas un par de estrellas risueñas que traspasaban con su brillo rutilante aquellas gafas de intelectual interesante. ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu mal? ¿Por qué renqueas fatal? Si no te molesto, te puedo acompañar. Una voz desconocida, una sombra que me olía familiar, alguien a quien no acertaba a encuadrar en mi esquema mental. ¿Lo habría visto antes en otro lugar? Creo que no me había dicho ni siquiera tal, pero pedir ayuda se me daba fatal. Pude imaginar, tal vez eso fuera lo que, aunque no me lo permitiese jamás, quisiera escuchar. Una voz de ánimo con un timbre especial. Alguien que me guiara, alguien que me transmitiera su paz. Pobre necio insustancial.

¿Qué habría hecho yo aferrado a un apósito artificial e incomodado por la humedad que lo fuera a despegar? Me había abandonado a afrontar la jornada más complicada del Camino sin barandilla, sin muletas, sin aderezos, sin apoyos... Por cojones, a la fuerza, con un esparadrapo en la planta del pie y poco más. Menos mal que, como por arte de magia, un milagro me ha regalado el único antídoto válido contra la rendición, cuando la rendición planea alrededor. ¡Qué difícil de aceptar..! Que no me habría preocupado el malestar de Philip, Miriam o Joan por un impulso de altruismo incondicional. Que lo que me fastidiaba justamente es que no se dieran cuenta de mi ausencia al faltarles mi presencia, que yo quería que fuese en sus aventuras requisito imprescindible y fundamental. ¡Qué complicada dificultad! Asumir que una de las razones para continuar sufriendo esa jornada atroz habría sido no permitirme darles la opción de olvidarme... ¿Qué habría sido de mí sin ellos, aplaudiendo mis ocurrencias? Por mucho que me fastidie, no me habría importado tanto que me dejaran atrás... Que también, por mi afán de competición... Como por no hacerles falta y descubrirme un inútil más.

Por fin, acabo de descubrir la importancia real de los demás, y la de ser protagonista sin hacer nada. Por estar y poco más, lejos de un valor artificial, totalmente interesado y venal. Más allá de la utilización chantajista para elevar a la potencia deseada mi cuota de egocentrismo visceral; el antagonista del alarde insustancial, el que a mí aún me costaba afrontar. Menos mal, por fin... ni siquiera, a mi pesar. Javier y, unas veces delante y otras veces detrás, esa mujer que había conocido ayer en el albergue de Carrión, a la que habían devorado los chinches sin compasión... Y a pesar de ello, iba a continuar. Iba peor que yo, había ido todo el día vomitando por las cunetas los últimos posos de cordura que le pudieran quedar, porque los medicamentos que le habían recetado para solucionar su desafortunado encuentro con los insectos le estaban sentando muy mal. ¡Qué locura caminar tantos kilómetros deshidratándose en bocanadas nauseabundas que no era capaz de dominar! Pero lo había tenido claro, no quería claudicar.

lunes, 26 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (vii) (Dieciocho de Septiembre)

No estoy habituado a aceptar las consecuencias de no ostentar el control sobre todo lo que me rodea, aunque fuera control aparente, y aunque fuera a costa de mi propio beneficio. Sobre todo, aunque ni siquiera lo pudiera ver. La falta de fuerza real, la constatación de una debilidad sin contrastar. Quizás por eso tratara de recomponer en el regazo de la añoranza el orgullo herido de muerte. Paciencia y perseverancia, adaptación a los acontecimientos, soportar que no siempre se lleva la razón, aguantar los latidos de un corazón que me quiten los argumentos que durante tantos años habían tenido valor. Dejar de comparar, dejar de competir... Y lo que es peor, dejar de comparar amasando entre ornamentos insustanciales la defensa de una igualdad que no me interesaba, dejar de competir nada más que en la más íntima seguridad de que sería incapaz de hacerlo con arrojo si lo compitiera en realidad.

Dejar de ser el pobre iluso que se crea víctima de una ilusión que conspire contra él y que, por supuesto, no fuera verdad. La humildad sincera, real, propiedad de la espontaneidad y no de una impostación traicionera. Sin barreras, ni fronteras; a pecho descubierto ir escuchando las propias quimeras, y dejar de atender ataques supuestos de hordas extranjeras. Paciencia y perseverancia, y adaptación a los acontecimientos. Requisitos imprescindibles para recorrer este Camino, aunque me hubiese resistido a ellos hasta ahora; aunque siguiera haciéndolo, aún a sabiendas de que no sería positivo... En la vida normal, según aseveraban peregrinos muy experimentados, exprimidos en mil remolinos emocionales sin sentido, también son estos valores patria y banderas...

En la vida normal, las normas me protegían de la intemperie... Aunque fueran mentira, las leyes y costumbres, me servían de escudo. Aunque me quejara, eran buen colchón mis quejas. Aquí, las quejas suenan huecas y se pierden en el pus purulento de unas ampollas que brotan y no se van cuando quieres, sino cuando a ellas les da la gana. Aquí nada puedo si no quiero, aquí no hay excusas sibilinas que me puedan hacer comulgar con ruedas de molinos. No habría sido mala excusa, habría quedado muy bien con todos; con mis razonamientos, por supuesto. Haber huido hacia los supuestos requerimientos de Fernando, poner tiritas en sus ampollas en lugar de curar las propias, cambiar su mochila vieja por otra nueva por no remendar la propia. Haber justificado mi parada por caridad; para atender la incapacidad de otro, en lugar de aceptar la propia ineficacia.

Por supuesto que no habrían sido demasiadas tampoco dos pérdidas en menos de veinticuatro horas para mis compañeros; claro que lo habrían soportado sin grandes dificultades. Y no me habría preocupado nada si a ellos les hubiese incomodado nuestra falta, ni si para ellos fuéramos o no tan importantes como ahora quiero serlo... Si para mí no fuese tan urgente estar en el foco de su atención permanente esa preocupación me habría sido indiferente, porque habría continuado siendo el roble que ante nada se doblega y que va sujetando abrazos de otro hombres tristes, llámese Fernando o llámese Perico de los Palotes.

Colocar el eje del Universo en el centro de mi barriga era lo único que fundamentaba mis movimientos, el motor de toda esta tonta intriga, no había más misterio ni enigma... No podría dejar que diera vueltas libremente mi destino; tenía que convencerme continuamente de ser imprescindible.

domingo, 25 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (vi) (Dieciocho de Septiembre)

Se había desgarrado por las circunstancias adversas el tul natural que en la vida normal cubría la planta de mis pies... Se había quebrado, con él, el escudo artificial con el que acostumbraba a salir, aunque fuera, a tomar un café en el bar de la esquina. Me iba devorando el olor de la sangre, que volvía a notar acumulándose en el interior de la ampolla drenada por enésima vez esta mañana. No estaba preparado para soportar un porvenir poco halagüeño y eso tensaba aún más mis arrestos. Si al menos no se hubiese marchado Fernando... Le podría haber convencido para que parara a arreglar su mochila rota. Cualquier excusa me habría venido bien, cualquiera que justificara mi proceder.

No dejaba de maltratarme el orgullo que creía tener que defender. El mismo del que quise presumir sin conseguirlo; aquel por cuya falta tan mal me sentí... El ente raro en el que hasta hace nada me enredé. Ese del que, a pesar de la redundancia, me habría de sentir orgulloso... El que en mi caso nunca existió, quizás el que no percibí... Esa avaricia sutil, tan abstracta como absurda, esa ambición sin medida que me decían que, para ser un hombre de provecho, me sería necesaria. La honra infiel con cuya falta, el honor se sentiría vejado. La soberbia que disfrazada con otros ropajes humildes estaría bien considerada, la que a otros asistiera y a mí me evitara. ¿Estar orgulloso de qué y para qué? La vanidad maquillada... Recuerdo aquella falsa modestia que me impulsaba a echar por tierra todos mis logros para que otros la recogieran y me la entregaran entre halagos... ¡Qué pena me daba a mí mismo y cómo me jodía que otros por mí la sintieran! ¡Cómo me gustaba que me miraran con cara de lástima! Vil mendigo contrariado derrochando tiempo y esfuerzo entre suplicas diversas, componiendo caras compungidas para que me dierais unas pocas migajas de lo que fuera; palmaditas en la espalda que sofocaran la necesidad continua del aplauso ajeno. ¡Dios mío, cuántas oportunidades desperdiciadas de dejar de hacer el ridículo!

viernes, 23 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (v) (Dieciocho de Septiembre)

Escuchando lo que quisieran contarme unas llagas que me hablaban de ventajas, aunque yo solo barajara desgracias. Imaginando el eje que las mantuviera a raya. La primera tarea ha sido buscarlo, o permitir que él me encontrara; la segunda y más dura, mantenerlo. Un eje imaginario que me recorriera desde el perineo hasta la coronilla, sujetándome colgado de una hipotética bola dorada, que a su vez pendiera del cielo; firmamento que no he podido evitar visualizar pintado del mismo negro intenso que a esas horas de la mañana tenía mi futuro más próximo. Organizando en torno a esa meditación forzada, no sé si fracasada desde el inicio, mi cuerpo maltrecho; confiando en que así llegaría a tiempo, rogando por hacerlo a algún sitio habitado aunque fuera tardísimo. Pisando correctamente, forzando dolores intensos para que no aparecieran otras lesiones, en apariencia leves, en realidad muchos más graves... Las ampollas duran unos días y no suelen tener consecuencias, las tendinitis son otras incomodidades más ruidosas. Soportando las punzadas de las ampollas, distribuyendo su aroma purulento por todo el cuerpo para que fuera menor la sensación de zozobra. Distribuyendo correctamente el peso sobre la planta de los pies, prestando mayor atención por supuesto a la parte dañada... Aunque por ello me llevasen todos los demonios a pasear por los rescoldos de las hogueras de sus infiernos.

¡Más tonterías! Tonterías en las que entretener mi mente atribulada, bobadas que deshicieran las dudas continuas sobre la decisión tomada... Tal vez hubiera sido mejor opción haber demorado el sufrimiento veinticuatro horas al menos; seguramente llevararían razón los que me habían aconsejado no magullar más mis pies ensangrentados. Al fin y al cabo, muchos, mucho más preparados que yo, se habían rendido, antes, a la evidencia... Muchos otros se vieron obligados a descansar un día, y hasta dos y tres, parados para arreglar sus agotamientos, sus cansancios, sus desarreglos físicos; para retomar después la aventura con fuerzas y ánimos renovadas. Y no les había pasado nada; y no debería de haberme pasado a mí nada tampoco por ello, por supuesto. No tendría por qué haber supuesto un fracaso, pero algo dentro de mi cabeza no consideraba pertinente esa posibilidad como opción válida.

Por eso, o por lo que fuera y que quizás desconozco, acometí la embestida de la adversidad con presteza; al principio, lo reconozco, pensando que tiempo habría de arrepentirme.. Hasta el momento en que abandonara el pueblo me mediría con el coraje; hasta dos o tres kilómetros más allá del albergue probaría el umbral de mi determinación... Al llegar a ese punto fatídico me ha parecido excesivo el esfuerzo necesario para darme la vuelta y por eso no he tenido más remedio que continuar. Me costaba demasiado aceptar la posibilidad, mejor seguir andando recto dando la espalda a los compañeros que estarían en esos momentos disfrutando del desayuno al que yo había renunciado por ir adelantando el trabajo que ellos destrozarían, después, en un instante, apenas forzando su paso... Yo iba cojeando.

No lo tenía claro, pero yo no sería uno de esos que se rindiera en el primer escollo que me presentara la cobardía, me rebelaría contra la angustia, le vencería la partida...Esta mañana me dolía mucho mi orgullo...

jueves, 22 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (iv) (Dieciocho de Septiembre)

A pesar de los medios rudimentarios, he comenzado la etapa parapetado tras un vendaje maravilloso. Un colchón improvisado de gasa y guata, a medias, sobre el que he ido caminando, a duras penas, confortablemente. Realmente no sé si confortable sería la palabra idónea... Confortable, hasta donde pueda serlo una senda de espinas afiladas esterilizadas con el yodo ocre que mantendría también desinfectadas mis heridas. Estoy seguro de que no era técnicamente exquisito, ni siquiera a medias mediocre... Porque, aunque haya practicado con otros compañeros el lenguaje de los vendajes, mi comprensión en este campo sigue siendo escasa, diría nula para ser justo... De vendajes sigo entendiendo poco. Pero es curioso, y en mi caso extraño, aunque no me darían el premio al mejor enfermero me ha satisfecho el amasijo de vendas que he compuesto abrazando mi pie maltrecho. Me sentía contento, aun dolorido.

No estaba acostumbrado a esa sensación gratuita... ¿Hacer por el mero hecho de hacer...? Hacer sin beneficio, sin rendimientos, sin el aplauso de la gente... Hacer sin provecho urgente era un ente absurdo que no cabía en mi cabeza programada para trabajar por objetivos... Nunca le había prestado tanta atención a una faena, aunque fuera útil... Posiblemente porque jamás había hecho nada por el simple hecho de hacerlo, mucho menos teniendo claro que fuera a ser una tarea inútil. No estaba acostumbrado a disfrutar del mientras tanto, menos aún habiendo hecho tan mal las cosas; y ni siquiera haciéndolas fenomenal.... No me habían enseñado a perder mi tiempo y mi esfuerzo... Los he derrochado a espuertas, uno y otro, mirando una ampolla y unas vendas que entre los dedos se me enredaban, me ha quedado un churro... Pero estoy, además de dolorido y agotado, contento.

¡Estoy perplejo! Siempre me habían preocupado los resultados, que en mi casa habrían de ser, todos, extraordinarios... Perfectos para merecer el más ligero empeño. Por fin comprendo, un error de bulto aprendido por generación espontanea... O , tal vez, por repetición forzada y reglamentada... Heredada de una de las ramas de la familia de la que procedo... Hasta el infarto colectivo, o individual y real si hiciera falta. Yo solía reincidir orgulloso, hasta hace nada, y como lo hacía todo, o como todo dejaba de hacerlo, mejor que nadie... También, quizás como Fernando, el chico obediente, aplicado... El hijo perfecto. En estas lides si que estaba garantizado que no me equivocaría. Enfocar en la meta sin disfrutar del paisaje que antecediera al fin de la carrera establecida, del protocolo debido; amarrado a la tradición imbuida... Tan solo haría ocho años no me habría interesado este proyecto de futuro peregrino absurdo. ¿Ir disfrutando poco a poco? ¿Prestarle atención a las lesiones y heridas? ¿Equivocaciones y ampollas divinas? ¡Tonterías...!

miércoles, 21 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (iii) (Dieciocho de Septiembre)

La etapa que, sin siquiera conocerla, cualquier peregrino teme; la jornada en torno a la cual se suele organizar el recorrido previo... Una leyenda negra ya se cernía sobre ella cuando me disponía a afrontarla, hace dos meses; y muchas historias oscuras siguen contándose a su alrededor hoy en día. Junio había dispuesto bajo mis huellas un infierno árido; a mediados de septiembre no debería haber sido para tanto, pero mis pies quebrados me impedían dar con confianza el salto. El desierto gélido que congelara alientos sería el mismo, hiciera calor o hiciera frío. Sin contar con que el parte meteorológico había sido de todo menos halagüeño, vaticinando temperaturas extremas en toda Castilla. Se preveía una olla a presión en la que seguirían cociéndose algo más que mis ampollas.

Recordaba diecisiete kilómetros de calzada romana jalonada por promesas sin sustancia; cada cierto tiempo volvería a recuperar de la cuneta otro espejismo incierto... La primera fuente me volvería a poner sobre la pista que se prorrogaría hasta Calzadilla de la Cueza. Manaría agua fresca de otras muchas, rotuladas todas ellas con el mismo cartel, por repetido, caricaturesco: “Agua no potable”, indicaría el texto. Todo un trayecto dudando de si la advertencia de la autoridad competente sería sincera, o si sería el seguro de vida para quitarse de encima al ayuntamiento algún que otro muerto que de estos manantiales hubiera bebido el letal veneno. Aunque no fueran a ser tan graves las consecuencias, la vez pasada no había dado ni un trago, por si acaso; mejor deshidratarse por sed que por una inoportuna cagalera. Como en esta ocasión, también preferí llevarme el agua en botella.

Bañados por el polvo seco habitual en estas tierras palentinas por estas fechas... Castilla la Vieja me preparaba para esta jornada una emboscada, si cabe, más enrevesada que la anterior, perversa; en su máxima expresión, la odisea veraniega sin toalla ni bañador... Dos litros de agua que se evaporarían como por arte de magia, dejando las bocas agrietadas y secas. Le venía al pelo el apellido al pueblo que recibiría a esta calzada estrecha que nos conduciría asados hasta las proximidades de la provincia de León. El pueblo en el que acabaría la tortura prevista; el suplicio inevitable. Calzadilla de la Cueza era su nombre. Esperaba al menos, no salir escocido de esta apuesta.

martes, 20 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (ii) (Dieciocho de Septiembre)

Si el primer día me hubiese parado a tiempo, si no hubiese prolongado tanto el recorrido, si hubiese tenido más cabeza, si hubiese prestado más atención a los avisos de mis temores fundamentados... ¡Para una vez que me los había saltado! ¿Iban a ser ciertas las advertencias de aquellos que no los creían desproporcionados...? Pero me esperaba Marta en Nájera, me apetecía ser fiel a la cita, aunque nada la cita prometiera sino a saludar a una amiga que había recuperado el día anterior por motivos peregrinos... Una señal del destino, me apetecía abrir mis oídos a estos signos. El corazón no le hizo caso a la razón; no me permití preocuparme por la posibilidad de que los cinco kilómetros desde Ventosa fueran a ser determinantes ocho días después, ciento ochenta kilómetros más allá, casi llegando a la provincia de León... Por una vez no quise ser el chico disciplinado que midiera al milímetro cada esfuerzo para que en el futuro sus errores no tuvieran consecuencias. No quise pensar en los efectos de mis incoherencias. O tal vez, justamente, me forzara a ser coherente, a pesar de los temores. Quería hacerlo, sin excusas, sin motivos... Si principios, sin objetivos; sin metas preconcebidas.

Confirmar mis temores desde los primeros pasos, desde la jornada inicial... Sin siquiera acabada, sacar a la superficie los deseos tapados, tanto tiempo, por el manto de la queja infundada y de la prudencia excesiva. Se impusieron, no me dieron más oportunidades. El argumentario que siempre había manejado como patrón acababa de fracasar y yacía quebrado. Puede que por haber sido tan pertinaz en la defensa de la lealtad racional, o por rechazar con tantas ansias el reclamo continuo de la libertad; posiblemente por haber confundido la tiranía chantajista de mamá con la autoridad ejercida que justificaba su buena fe. Hay que ver las sorpresas que nos depara la vida, algo tiene todo esto que ver con mi reflexión de ayer; me identifica con aquello sobre lo que de Fernando critiqué.

Temores, deseos amordazados no realizados, aclamados por un pelmazo que solía enfocar en las ausencias, en los cuidados, en las faltas; en las desgracias anticipadas. Especialista en hacer de sus pánicos, religión inexcusable; eje de mis encargos. Tan aclamados por tantos silencios atascados. Por fin se habían solidificado todos mis malos presagios, los que en el anterior camino se habían esfumado como por arte de magia, a pesar de caminar rodeado de malos presagios inventados por mi imaginación viciosa Me pregunto si no habría sido este el motivo de repetir con tanta urgencia esta aventura que durante tantos años, anteriormente, había evitado... Dos meses tan solo de reposo entre ambas.

Ocho días arrastrando un error. La piel quebrada, recocida por esfuerzos de sobra, cocinando el pus purulento entre los dedos reblandecidos por el sudor maloliente del verano intransigente. Las llagas me habían fundido con la textura de las piedras, con los huecos de la tierra; he ido sintiendo las arrugas inexistentes de las botas y la falta de costuras de unos calcetines de marca comprados en exclusiva para transitar esta odisea. Cada arista que presentaba el camino, hasta las que se hubieran ausentado por no ser capaces de soportar la dureza del estío. Cuchillos puntiagudos que me han ido desgarrando con saña las entrañas. Todas esas circunstancias que suelen pasar desapercibidas se habían congregado esta mañana en la puerta del albergue de Carrión de los Condes para hacerme dudar de la conveniencia de llevar a buen puerto mi cabezonería beligerante. Siete días caminando sobre las ampollas, entre tiranteces y resquemores soportables habían parido un despertar insoportable...

A esas horas intempestivas, por sus calles oscuras, apenas iluminadas por unas cuantas farolas.
Solo... Porque a estas alturas, ellos habían decidido parar a desayunar antes de tomar la partida. ¿Para ponerme las cosas más duras...? Aunque no las tuviera todas conmigo yo ya había respondido, sin pensarlo demasiado por si acaso; yo continuaría, poco a poco, porque si me parase no sería capaz de recuperar la poca determinación que me animaba a continuar soportando el sacrificio. Se me iba cayendo el orgullo a trozos, me arrastraba por aquellas losetas rugosas... Me iba muriendo a cachos, pero aguantaría aunque en ello me fuera la vida. ¿Un error necesario? ¿Error o acierto? ¿Lección, acaso? Reflexionando pensaba agarrarme al poco pundonor que me quedara en mi zurrón, no menos agarrado con alfileres que la mochila de Fernando.

sábado, 17 de julio de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (i) (Dieciocho de Septiembre)

Un ampolla amenazaba con destrozar mis convicciones más firmes, ¡qué sensación más horrible! Aquella quemazón incisiva acabaría con cualquier teoría imprecisa. Qué fácil era dar consejo cuando no se complicaba el caminar propio... Y qué complicado ser coherente cuando las dificultades eran patentes. Una daga clavada en la planta del pie derecho me restaba valor para obrar el milagro. No me dejaba razonar, me impedía dejar de pensar... ¡Era tanta la desazón!; una obsesión que no daría lugar a la reflexión. No sabía que hacer. Ayer había llegado, arrastrando las botas por la recta paralela a la carretera que une Villarcázar de Sirga con Carrión de los Condes.

jueves, 15 de julio de 2010

Boadilla del Camino - Carrión de los Condes (xiii) (Diecisiete de Septiembre)

Había sido libre caminando sobre sus pies ensangrentados y yo lo había percibido. Liberado de los pilares sobre los que acostumbraban a tambalearse sus estructuras era un ser divino. He sido durante siete días espectador privilegiado, coprotagonista afortunado, de su recién estrenado coraje, había sentido en directo su energía vibrando sin barreras... Un destello, o una leve sucesión de ellos porque no iba a permitirse caprichos sin sustancia...El peor censor había hecho acto de presencia; tan solo habría sido... Un espejismo, una ilusión... Sería enseguida un recuerdo olvidado en el baúl de los atrevimientos sin fundamentos echados a perder en un momento.

Porque le habían enseñado que hay cosas que no puede permitirse un chico decente; porque son tonterías que se hacen solamente en determinadas circunstancias, tras haber ingerido un par de pares de cervezas... Y que pierden vigencia al día siguiente, pasada la resaca correspondiente. No ha querido enfrentarse a sus demandas, ni siquiera un paso más habría prorrogado su estancia de lo pactado con su familiar... Su paseo por la esencia de su ente perenne, hasta hoy permitido, pasaba a ser clandestino. Otro ataque de lealtad le había puesto en su lugar, la fidelidad que no le había abandonado en todo el trayecto, en realidad... En “stand by”, seguía luciendo la lucecita roja, por la noche, iluminando las zonas de sombra para evitar la oscuridad. Aunque hubiera descubierto que más allá de la opulencia había vida y vitalidad... Aunque se hubiera rendido a gusto a este estado de incomodidad... Aunque hubiera estado a punto, quizás... No se rendiría jamás; sus obligaciones y programaciones ancestrales pesaban mucho más en la balanza que le desequilibrará. Está resignado a continuar el tiempo que le concediera la parca encerrado en su cárcel dorada; derritiendo, por voluntad heredada, la poca estima que aún le quedara... Aunque fuera, como hasta ahora, a costa de dejar de ser lo que había descubierto que es. Y no puede ser.

Porque era lo que se merecía y no renunciaría a los derechos adquiridos, así como así. Amancebado por su estatus social, tan desenvuelto como artificioso, fácil en apariencia, falso como su esencia... Como los cimientos de la estructura que se habían montado, complicada para que nada fuera simple, compleja para dejar a quien se aferrara a ellos perplejo, desorientado; dependiente de la dependencia imaginaria inoculada a lo largo del tiempo. En su entorno era imprescindible mucho más que un par de botas, para vivir confortablemente.. Requerían los sucedáneos de urgencia. Desde hoy volverá a calzar sus zapatos de calidad, lustrados con buen betún. No podía rebelarse contra el suicidio consensuado con sus familiares queridos en aquella asamblea a la que no había sido invitado por ser un mocoso. La conspiración contra los encantamientos del Camino estaba pactada desde mucho antes de que él fuera capaz de emitir cualquier opinión en contra o a favor; desde mucho antes de que a él se le pasara por la cabeza deambular por este lugar.

Todos los estamentos estaban bien fijados para que ningún momento de debilidad tirase por la borda el deseado final. Desde el nacimiento propuesto; compuesto y sin novia, pero con un montón de obligaciones que continuaran alimentando, al ser puntualmente cumplidas, el éxito... Pero el triunfo es ambicioso y acostumbra a revelarse embarazoso; algún día parirá... Aún no se ha enterado de que, marchándose, tan solo prorroga la agonía; al casi muerto perpetuo le ha vuelto a paralizar el miedo porque sabe que si se queda, definitivamente, resucitará. Para él es más crudo actuar a espaldas de sus circunstancias que gozar. Se sentía un fugitivo huyendo hacia la libertad, de padres, esposa, hijos y demás circunstancias familiares y profesionales... Tenía una vida montada a la que regresar... Lastres pasados amarrados a protocolos de antaño, renovados en esencia ajados... ¿Por qué no miraría la fecha de caducidad?

Se acabó, no había logrado reponerse de la impresión. El destello rutilante de sus propios ojos le habían deslumbrado, imaginar futuros desgarbados para un encorbatado era misión imposible; había roto en pedazos los espejos ilustrados por otros, pero con sus cristales se cortó. Llevaban razón, afuera no hay más que sufrimiento y dolor. Hasta otra compañeros, no perderemos el contacto. Le ha deseado a Joan, Philip y Miriam suerte hasta Santiago; a mi hasta Finisterre y en el regreso. Hasta luego Fernando... Ha sido un placer también para mí. Yo sabía que quizás no nos volveríamos a comunicar más.

miércoles, 14 de julio de 2010

Boadilla del Camino - Carrión de los Condes (xii) (Diecisiete de Septiembre)

Ningún objeto que el sujeto no hubiera decidido por anticipado que lo fuera, sería obstáculo imposible de superar; hay para quienes el tropiezo que a otros destrozaría es reto sobre el que erigen su reino. Algo tendría que haber aprendido Fernando de todo esto, de él en concreto; no habría sentido esta noche extirpada una parte de mí, de nosotros, del conjunto que creíamos formar... ¡Si no se hubiese negado a acatar la llamada del eco de la última oportunidad! No conceder el favor de la duda a las míseras circunstancias que le estuviese tocando soportar, continuar andando sin mirar atrás, sin otear el horizonte para temer lo que allí, en lontananza, pudiera esperar. Parece que la situación de Philip fuera mucho peor, pero las apariencias engañan cuando no se tienen en cuenta todos los resortes que se esconden detrás de la parafernalia y que nos mueve a actuar a cada cual. ¿Dejar, por pereza acomodada, de obrar?

La pasión que, ya en los albores de la historia cristiana, Cristo no se negara a evitar, porque sabía que así tendría que ser, sería y fue. Aquel amago recurrente del infarto que atascara el coraje de algún que otro peregrino, acurrucado en la puerta de alguna iglesia esperando un ángel redentor. Anestesiado por la tinta del compás que había perfilado el círculo virtuoso de su ambición todo se aguantaba mejor; es más fácil ser valiente e inconformista sentado en un sofá, no conformarse con tan solo un canal de televisión, rodeado de rutinas y de comodidad. A simple vista una afición gozosa, en realidad afección penosa encerrada en la perfección... A Fernando se le había coagulado la determinación. Los artificios no dejarían de roer su realidad, llenando de huecos una existencia, en teoría, repleta. El nómada de corazón que no se atrevió a someter a la razón a unos días más de libertad, a la posibilidad de ser, por fin, feliz. Se rindió, se arrepentirá... Y muriendo, no morirá.

Morirse de una vez por todas, sin dar otro indigno tumbo más, sin medias tintas, sin tinteros que rellenar con deshechos de la humanidad. Ocurriera lo que tuviera que acontecer, hasta el descabello total. El contrapunto vital a otras historias sin punto final, lanzado sin freno hacia el suicidio sin condición. Perder la vida de una vez, tirando los dados al azar, con una valentía feroz... Ya que de su estima poco le quedara estimó que nada sería peor. El cuerpo le había puesto entre la espada y la pared, y la mente amenazaba no ser capaz de sujetarlo ni siquiera tirado en los bancos del parque aquel, mucho más. Pronto no habría habido vuelta atrás... El finiquito de una década de pesadillas no podría tener otro colofón sino otro socavón. Acabar con todo, hasta con sus señas de identificación, buscando la identidad que le había sido esquiva. Para volver a empezar con otra personalidad, la suya, la real. Aquella que a él también le robaron en la cuna en la que le acomodó, recién parido, mamá.

Arriesgó todas las posibilidades, en favor de lo imposible... está aprovechando la última alternativa, que ni siquiera era tal, no habría más. Para encontrarse con la esencia original. Lo tenía claro, para resucitar debería dejarse asesinar. Philip si que había aprendido la lección; habría que nombrarle maestro de ceremonias de nuestra comunión.

martes, 13 de julio de 2010

Boadilla del Camino - Carrión de los Condes (xi) (Diecisiete de Septiembre)

Yo no soy quién para opinar cómo me tratara a mí, la mía, en particular... No me siento dueño de mi sinceridad, seguramente habré mentido, mentiría quizás, para adaptar la realidad a lo que me viniera bien. O mal, según la ocasión. ¿Quién no ha escogido quejarse, aunque le sentara fatal? Y con ellos no cuento más que con una semana de convivencia en la que tan solo he podido atisbar retales de lo que son. Dicen que sólo los borrachos y los niños dicen la verdad; eso me da una ventaja sustancial, porque a ambos les queda un poco de estas condiciones de la humanidad. Aunque a los dos les quede deshacerse de toneladas de falsedad, reconozco que han sido honestos consigo mismos dándose cuenta de que necesitaban cambiar.

Niño y borracho. ¿Quién es quién? ¿Quién no lo es? ¿Cuándo y por qué? Todos los que caminamos aquí, todos los que nos cruzamos, pasamos y repasamos sin parar, salvo alguna honrosa excepción, nos creemos adultos ya; ellos también lo deben de sentir así. Adulto... Se me llenaba la boca repitiéndolo sin cesar cuando era un mocoso sin voz ni voto, cuando aún quería medrar, cuando creía que las personas mayores tenían el control y una varita mágica para hacer siempre lo correcto. Me equivoqué. Ya no tengo claro que serlo sea un halago, porque he sufrido en mis propias carnes que un adulto, adultero es. ¿Quién no adultera todo lo que no se adapte a su proceder? Borrachos y niños, dignos representantes de lo que no hay que hacer para ser un hombre hecho y derecho o, de la misma calaña, una mujer... Los primeros porque, desorientados, se olvidaron de los argumentos que les enseñaron, los otros porque, ingenuos, aún no los aprendieron.

El Estado de Excepción, argumentado con solvencia y quien lo incumpliese al paredón... Desde el parto, por nuestro bien, para protegernos de las emociones que tanto suelen doler, y que no hay que manifestar... Quizás, someramente, en la intimidad... Por todo esto, no tendremos más remedio que seguir interpretando el papel que nos haya tocado en suerte hasta el anochecer, cuando definitivamente se ponga el telón. Cuando nadie aplauda porque seguramente no lo habremos hecho nada bien. O cuando los primeros ronquidos nos hagan perder el sentido de lo que fue y será.

Y podría añadir a esta colección uno más... ¿para no sentirme tan solo?, pudiera ser. Dos o tres, mejor... Miriam, Mónica, Denis, por ejemplo; también son carne de cañón. Y muchos más, como los compañeros de la aventura anterior y todos los que he dejado en mi pueblo dando vueltas a la rutina y las quejas que acompañan a repetir lo mismo cada día, sin ceder. Hasta Ana que acababa de abandonar la adolescencia y ya no adolecerá de juicio jamás; tan solo habrá renunciado a la espontaneidad... Aquí no se libra ni el apuntador. ¡Viva la enfermedad y la botella de vino que llevamos cada cual en nuestro zurrón! Para aplacar esos momentos de tanto pesar que no me atrevo a enfrentar; para adormecerme con ese dulce sopor que me ayude a dejar de pensar; por cobardía, por no atreverse a decir que no. Aquí nadie es Supermán y, antes o después, todos nos caemos de nuestro pedestal... Un batallón de enanitos aceptando a cada paso su cura de humildad...

Ahora estamos cenando, y ya no éramos tantos. Una botella de vino esta presidiendo la mesa. Al principio nos daba reparo, por si acaso; no queríamos ser los culpables de un nuevo tropiezo. A estas alturas de la película ninguno queríamos ser responsables de la recaída definitiva de Philip. Una recaída que nadie deseábamos. Por un capricho nuestro, por un lujo indebido en esta aventura austera. No la ha tocado y, lo mejor de todo, nos ha dicho que no le apetece tocarla; él había sido quien para nosotros la había comprado... Esta era su sorpresa para este día en que había decidido cocinar para nosotros algo típico de su tierra; unos crepes deliciosos en cantidades industriales... Y es que no tiene límites cuando se atreve a hacer las cosas.

Más de mil kilómetros en sus piernas, muchos menos en las nuestras; las últimas etapas paseadas de la mano, una semana apenas... A pie, está llegando, a lugares que no se habría atrevido ni a imaginar; andando a su vera estoy tocando rincones a los que creía vetado acceder. Nos está mostrando que si se quiere, no hay obstáculo que no se pueda superar.

lunes, 12 de julio de 2010

Boadilla del Camino - Carrión de los Condes (x) (Diecisiete de Septiembre)

Una pocilga maloliente; dos o tres, ¿tres o cuatro, tal vez? Posiblemente más de un millón de millones... Tantos como individuos que habitemos en este mundo superpoblado, cinco o seis, por lo tanto. Algo tendrá eso que ver, aunque ninguno reconozca, ni en la más íntima intimidad, ocultar que en un rincón de su despensa guarde montones de basura sin orear... Que por cierto huele fatal. Mucho mejor, y cómodo a más no poder, no tener narices para oler; mucho mejor taparse los ojos con una máscara de metal... Mucho mejor enseñar a mantener una higiene pulcra rayando la obscenidad; en el extremo de la limpieza engendrada la más sucia falsedad, manchas que no se puedan lavar... Perfumada con perfume, con alcohol, con vicios de todo color...; para confundir la opinión, la propia y la del mejor sumiller...

Estoy seguro de que todos hieden igual, y hieren también. No sé por qué pero acaba de venirme a la mente Philip, quizás porque hoy hayamos cenado a su salud. Ha cocinado para todos,por propia voluntad, y no lo ha hecho nada mal. Philip me ha vuelto a sorprender, acaba de descubrirme otra de las cartas que guarda en su enorme chistera de mago de barrio. También era experto en cualquier cata que se le pudiera presentar. Pienso que a él fuera, quizás, el único al que no le desorientan estas chorradas sobre las que acababa de divagar. Creo que su olfato funcionaría fenomenal hasta para identificar, entre varios, el aroma de su estiercol particular; y estoy seguro de que no lo rechazaría, además.

Philip, un personaje singular; aquí extranjero, en su patria emigrante y en todos los lugares, pobre; no porque le faltaran recursos, ni estatus social. Quizás haya evocado su figura por deseo de parecerme a él. Porque otros olfatos, incluido el mío, tenían tragaderas para engullir todo lo que, sin ellas, sabría fatal. Nuestros sentidos yacían embotados en la comodidad letal, nuestras napias se acostumbraron a no probar; la suya no. El olfato es el tacto que antes se adapta a cualquier rugosidad... ¡Joder, qué bien me huele esto que tan mal me olía ayer!

Fernando y Philip, curiosa asociación de ideas sin porqué aparente. Tan distintos y distantes, tan afines los dos. Un par de gemelos, tan diferentes. ¿A cuál mejor? ¿A cuál peor? El uno gordo y enorme, el otro escuálido magro; altos. El uno alcohólico enfermo, el otro se emborrachaba con cervezas en sus ratos libres. Las melenas negras despeinadas del francés contrastaban con el peinado castaño perfecto y casto del otro. El destello retorcido que esconden los ojos del español en contraste con la ingenuidad que salta a la vista de Philip. La cara traviesa y el rostro de la obediencia, la misma moneda sujetada de canto entre ambos. Para dos meses uno, para una semana el otro, de una tirada o tirando pedradas; caminos diferentes que se daban estos días la mano. Y yo disfrutando, entre tanto, de la honestidad de ambos, de su sensibilidad extrema, de las disquisiciones que me plantean sobre mi propia persona. ¿A cuál de los dos le habría jugado su vida la peor pasada? ¿A quién de los tres, mejor?

viernes, 9 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (ix) (Diecisiete de Septiembre)

La primera intentona se supera con solvencia... Déjame en paz en mi rincón de la desesperación perversa, porque aunque hagan eco en mi cabeza las preguntas sin respuestas, mi hombría resiste cualquier embate de la zozobra. En la siguiente mejor fingir no estar, no contestar a las advertencias, porque no quiero pensar, ni que nadie me vea llorar. A la tercera va la vencida, el aviso más cruel; al fin y al cabo, un traguito a nadie le hace mal; y viene fenomenal para aliviar ese gusanillo voraz que está royendo mis cimientos; sólo por esta vez. Cuarto y definitivo, se desencadena el huracán, el traguito y su excusa ya son miles sin razón. ¡Que me dejéis de una puta vez! Berrea un graznido irreverente que ya no suena educado, ni consciente, ni normal. Acaba por despertarse el borracho de su cajón. Embriagado, embebido en su perdición; repetimos... No son las peores borracheras de alcohol.

Aquello que sintió cuando de crío, casi adolescente, la conoció; cuando, más bien, la reconoció tras un año largo en el que todo había cambiado para mejor. Muy adentro de su pálpito, en unas vacaciones que se presentaron como unas vacaciones más a aquel pueblo alejado de la civilización.Pero de verdad creyó las consignas que recibió; de verdad que no era excusa, ha sonado sincera su argumentación. Era sumamente importante; para su desarrollo, fundamental... No recordar acontecimientos inconvenientes que pudiesen incomodar. Y había triunfado en su esfuerzo durante veinte años al menos, pero cometió un tremendo error... Fracasó. No se protegió. Una compañía improvisada por la casualidad en el Camino que le ha fulminado de sus certezas sin dudas ni condiciones; tanto había ido el cántaro a la piedra, que a la tercera la piedra lo quebró.

Quince años, o quizás catorce; unos pocos menos tendría cuando todo esto aconteció. El suspense del libre albedrío capado por la posibilidad del suspenso perpetuo; mejor sacar buenas notas, que en eso te juegas tu futura libertad. Pero ni la resistencia impuesta por una coraza de hierro aguanta la acción del transcurrir natural. El óxido del tiempo paciente va corroyendo las emociones sin nombre, disfrazadas de etiquetas impuestas... Y se rinden las propuestas mezquinas... Y se desmoronan montones de obsesiones arrestadas por el inconsciente... No haberlas ejecutado en el instante que surgieron, en el único momento idóneo, condena al sujeto en cuestión a arrastrar el arrepentimiento del que reniega, hasta que el mismísimo arrepentimiento se rebele en las formas más diversas.

Este sendero que no entiende de protocolos, y que entretenido en andanzas pilla desprevenido... Y va soltando las lenguas; y tras la lengua que se confiesa, responden las tensiones del cuerpo que se liberan. Y aflora entre las piernas algo que despierta del olvido ciertos recuerdos antiguos. Aquella memoria que fue derrotada por el orgullo, y este orgullo que es vencido por el escalofrío producido por aquel par de tetas que en un invierno habían crecido. La boca abierta de un crío porque nuestras niñas ingenuas se habían hecho mujeres hechas y derechas. Aquellas huellas que no se recorrieron por ser un niño obediente que no haría ciertas cosas, aunque ella también quisiera; terrenos que no se cultivaron, abandonados en otras manos...

Sugerencias dañinas, de buena fe impuestas, por supuesto; aunque con la sutileza de los aspavientos chantajistas de mimos disfrazados de te quieros. Una borrachera, como otra cualquiera pero infantil de grado cero; una borrachera, como otra cualquiera, de la que uno nunca ya se cura.

jueves, 8 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (viii) (Diecisiete de Septiembre)

¡Ya está! Lo he vuelto a hacer, he repetido el mismo error por enésima ocasión... ¡Qué cabezón! No he debido llegar tan allá; tan aquí, tan dentro de mí. Lo siento, se me ha calentado la boca que creí apagada para lo que me quedara vivir. Y he empezado a escupir y no he sabido cómo pararme los pies... El único motivo quizás por el cual pierdo los papeles y, ciego, necesito bastón. También yo cojeo de la misma pata; resignación. Esta despedida y lo que le rodea me ha tocado la fibra y el talón, mi talón de Aquiles particular se retuerce de dolor. Por eso me he defendido sin razón, atacando con uñas y dientes, porque mis recuerdos aún no lo pueden soportar. Me revuelven el estómago hasta casi vomitar. En favor del hijo que nunca tuve, en nombre del hijo mimado que fui; ya sé que no tengo argumentos, se quejan los sentimientos. Me suena su historia a propia y nada puedo hacer sino patalear. Con ciertos matices que para mí no lo son, me duele muy dentro de mis entrañas la esclavitud que reflejan sus ojos, la cárcel de la que, con mucho esfuerzo, a trompicones, he logrado escapar. Ahí sigue atenta para arrestarme en cualquier despiste de mi nueva forma de experimentar.

En un instante me había recorrido la ruta de la ira del campeón infantil venido a nada que fui; se había rebelado por eso el joven condenado a vagar por el mundo sin un timón; porque el control seguro de la situación que le habían prometido se le había muerto, y sin ella el barco se hundió. Desde el futuro brillante que auguraba mi potencial deslumbrante para hacer lo que quisiera, cualquiera que fuera mi propuesta... La perdición, todas las expectativas generadas por la familia echadas a perder. Lo siento Fernando, reconozco que soy parcial y que la tuya no tiene que ser mi situación, que me puedan mis circunstancias pasadas ni te va ni te viene a ti; circunstancias que a veces me gustaría olvidar y otras no... Porque quizás arrancándome mis entrañas a alguien pueda ayudar a no caer en el mismo pozo, cuando todo aún tiene solución.

Amar y su dificultad; la influencia de una figura tal, descomunal; la barrera de la fidelidad. El querer exclusivo a la matriz; cualquiera otra sería una meretriz. ¿Amar a dos a la vez no siendo una de ellas la mamá? ¡Eso no podría ser! ¿A tres, o a más de diez? ¡Vade retro, Santanás! Sus valores le marcaban las barreras de lo que no podría ser, no era, ni sería jamás. En el peor de los casos cualquier amor platónico y su paripé, que se quedase en recuerdo timorato de la niñez... De esos a los que no se les ocurre follar, ni en la más remota imaginación, ni aun con condón, por si se colara por sus poros algún tipo de embrión que frustrase la buena educación. Era preciso y conveniente que todo tipo de enamoramientos adolescentes siguiesen flotando, sin atisbo de naufragio, en el halo de castidad que se le presumía a Platón. Ni siquiera plantearse pensar.

Quizás se esté excediendo la imaginación, y lo que hoy entretiene, distrae o turba a mi mente nada tenga que ver con la realidad... Tal vez haya sido el final de la etapa sometido a la tiranía del sol, puede que haya sido una insolación; o quizás tengan la culpa estás ampollas de las que apenas soy capaz ya de soportar el dolor... No tengo claro el motivo por el que no esté diciendo más que tonterías, sin razón... ¿Me habré convertido en cazador de fantasmas, inventados por algún demonio de esos que pululan por aquí? Los únicos de los que he visto las marcas han sido esos chinches que devoran peregrinos a tutiplén... En realidad solamente he visto tres, tres mujeres para más señas, una de ellas una de muy buen ver. ¿Sería esta mujer por cierto madre también? ¡Joder! está visto que no pienso... Estoy seguro, es mi obsesión. Y en estos casos de enajenación mental creer que uno reflexiona es lo peor. Por ahí puede que se encuentre el origen de ciertas pérdidas de control.

miércoles, 7 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (vii) (Diecisiete de Septiembre)

Le debía de costar un esfuerzo descomunal repartir en la proporción justa su querer, entre la madre y la mujer. No creo que a ninguna de ellas le sentara mal tener que compartir a partes iguales su generosidad. Lo que sí que tengo claro es que aunque les diera la luna y todas las estrellas Fernando se sentiría en deuda, porque así es él. ¿Tendrá este sentimiento algo que ver con lo que siente por sus hijos, tal vez? Sus hijos son un ente fuera de cualquier clasificación, incomparable la suya con ninguna otra relación, nada que ver con lo anterior; digamos que por ellos siente algo que eleva a la enésima potencia su pasión, creo que es veneración, devoción; su última vocación, el prototipo terrenal del amor... Dicen que la mayor expresión de la generosidad. De alguien tuvo que aprender estas formas del querer.

Reflexionaba aunque no me importara, pero aunque no me importara no era capaz de zanjar la cuestión. No sería un caso extraño el suyo si estuvieran enfrentadas madre y esposa por su parte del pastel... Imposible por ser él quien es, y por ser ambas madres extraordinarias, también. Esas dos mujeres que él dice que se llevan fenomenal no le pondrían en una situación incómoda por defender su parcela particular, sin más. Su madre, la mejor persona que en el mundo pueda haber. ¡Qué va a decir su hijo, si no! La esposa, una institución casi sobrenatural, casi a la misma altura que sus vástagos; por definición, cada uno de ellos para él, su Dios. Eso creo que quiere creer, porque lo repite a menudo, como si se quisiera convencer... Se me ocurre un conflicto entre creencias y realidad. Puede que el que esté equivocado sea yo. ¡Ojala! Pero intuyo algún tipo de competición emocional. O quizás una falta de competencia por su parte para administrar los latidos de su corazón. Me ha parecido escucharle decir que por su hijo, su madre también perdería la razón.

La obediencia que le gestó, la autoridad del todopoderoso Señor, Señora en este caso; que tiene coño su demiurgo feroz. Una existencia diseñada a golpe de compás, apoyado su centro en el dedo de Dios. Eso sí que es perfección, para ti el patrón y un testigo inquisidor. Cubierto con la capa de protección, y exigencia a la par, que su madre le regaló... ¿O la más cruda manipulación? La sentencia de la falta de compasión, la condena a ser un pelele en manos de la autoridad competente en cada ocasión.

Ornamentos de cristal de mala calidad, estructuras de plástico, bisutería tal vez; para destrozarlos no haría falta un cincel, y con un cincel tampoco se es capaz de describir la piel... Un cincel no sirve para perfilar el carácter de un ser. Para dibujar la esencia de una persona, mejor un lapicero que no rasgue el papel. Maldito oropel, espejismo vil, cruel. Lo que le inculcaron que fue, lo que cree que es, apariencias sin sostén; un par de tetas artificiales que no manaron del todo bien, dos pedazos de guata y unas tiritas, nada más. El lastre de los puntos débiles, poros endurecidos que ya no cumplían su función de absorción; la familia es la familia, un poco de lealtad. Que te he dicho, y repito, que si me quieres bien me tienes que telefonear, cada día, aunque no tengas cobertura, y sin rechistar. Porque soy la madré que te parió... Cariño, no me hagas enfadar; tú sabes que yo también te quiero requetebien.

martes, 6 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (vi) (Diecisiete de Septiembre)

Hogar, dulce hogar. ¿Cuánto haría ya? Parece toda una eternidad, pero apenas hace siete horas, no más. Fernando se había difuminado en un pasado pertinaz, allí en Villarcázar de Sirga, dónde al final paró para coger el autobús que le devolviera la verdad. Un pasado, aunque reciente, empeñado en deshacer todo lo que se dejara atrás. ¿Uno de tantos nada más? Él, que había sido como un hermano, ¿qué sería después? Se difuminarán las promesas, se mantendrá el recuerdo de ciertos momentos, emociones enlatadas en una memoria vaga, sensaciones que iremos derramando a medida que vayan recorriendo nuestros pies, kilómetros. Él ya se fue, él ya ha devorado unos cuantos en otro sentido, sentido que le distancia de mí... Tantos estímulos nuevos, muchos pasos que él ha dejado de dar; se ha quedado atrás; como Ana, otro fantasma. ¿De verdad existió o ha sido fruto de la sugestión? ¡Qué fácil es olvidar!

Hogar cruel, al que tanto le cuesta mostrarse tal cual es; un sucedáneo cuando se disfraza de cuatro paredes y un techo, de una persona determinada, de una mujer especial, un hombre en concreto, de una familia, tal vez... De un objetivo, una meta, en esta existencia de papel. El Hogar creo que es algo más. No verse obligado a defender la identidad, identificándose con mentiras sin sostén. Complejos heredados, ambiciones prestadas, el camino que no le tocó. Se suele decir en el Camino que siempre estamos, todos y cada uno, en cada instante en el lugar oportuno. Me callo, por eso; así tendría que ser. Destinos extravagantes, caminos extraños sólo a ratos compartidos, en ocasiones solos y deprimidos; caminos paralelos a caminos de otros; personas desconocidas, amigos o enemigos, adversarios; vagabundos y ejecutivos. Unos cuantos peregrinos que vamos intercambiando experiencias, retorciendo o enderezando otras vidas; dejándonos tocar los huevos; tocándolos a dos manos. El cobarde, que torna obediente de repente; el fanfarrón que aquí pierde a chorrotones la fortaleza impostada. Transeúntes; presuntos trotamundos, tuercebotas. Por unos días, seres humanos libres. Por desgracia, seres humanos libres contratados... Esto solamente dura un rato... Porque al final se cruzan en nuestro camino, las urgencias de otros seres queridos.

Compartir y no disentir, que difícil debe de ser en ciertas situaciones. El riesgo de ser considerado egoísta e infiel, tal vez desleal. Reproches que no se dirán, mas que cabalgando sobre ironías lanzadas desde el otro bando, sin piedad. Porque yo soy, cariño, la que te quiere más. Cariño, me tienes que llamar, todos los días, sin faltar. No sé si yo podría soportar, en un viaje hacia mi libre albedrío, estar encadenado a una sucursal de la misma prisión. Agoniza, aunque siga latiendo su corazón; y lo sabe pero prefiere olvidar; para no pensar en lo que pudiera ser si se atreviera a negar. Mejor dejarse arrastrar por los patrones inyectados en vena por su acomodada obediencia infantil. ¿Qué quedará, cuando muera, de sí mismo en su zurrón? ¿En quién se apoyará cuando le falte el bastón? ¿Sobré que guión caminará cuando ser rompan sus zapatos de charol? ¿Dónde irá cuando nadie le indique la dirección? En el fondo de las pupilas se van apagando las ilusiones del crío que aprendió a obedecer sin rechistar. ¡La madre que nos parió! De nuevo hacen acto de presencia estas señoras tan importantes, en cualquier reunión.

lunes, 5 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (v) (Diecisiete de Septiembre)

Aunque no sé si contará lo que en sus cálculos perfectos no termina de cuadrar. Le preocupa una obsesión que no acabo de desentrañar; tras cinco jornadas compartiendo con él, codo a codo, nuestro paseo remolón no he logrado destapar el detalle que desdice su porte de chico bien, agraciado y agradecido; algo me dice que no es lo que finge, ese grandullón. Creo que no se porta cual es; aunque se imponga creer ser tal, cual se muestra a los demás. Es sincero pero miente, en sus entrañas se bate a muerte la contradicción. Debajo de su mirada risueña se esconde un trasfondo de pena, la condena sutil más ligera, una carga más pesada que la mochila que arrastraba; ni que decir tiene que más rota y remendada... Sus pilares penden de un hilo, apoyados sobre cimientos de cartón.

En más de una ocasión me había confesado que en este pedregal sentía algo especial, que pateando el polvo y los charcos era él.. Lejos también del ruido mundanal. Sin autovías de direcciones múltiples y dobles sentidos. Aunque parezca que le dirigieran muy bien, en nuestras conversaciones, entre líneas, he leído algo de resquemor. Como si todo el boato no fuera más que la manguera que sofocara sucesivos conatos de rebelión..., o de depresión. Parece que a él también le atropelló, el ritmo vertiginoso de la aceleración, a pesar de su pausa aparente y tranquilidad... Estos días nos pasan muchos así, coléricos empedernidos, devorando a medias kilómetros y uñas, repartiéndose ambas tareas mientras conducen... Conductores que acuden a sus citas urgentes, desquiciados... Urgencias que no podían esperar. No sé por qué pero creo que no se quería marchar, que le daba miedo retomar lo que en casa le esperaba, lanzado a tanta velocidad. ¡Qué maraña de urgencias sin resolver!

Acababa de abandonar. Había cumplido puntual con la tercera prórroga de las cinco programadas antes de estrenarse la primera vez, allá por el año dos mil siete. En cinco años, a siete días por año, había planeado ser capaz de completar esta aventura vital. ¡Otro éxito más...! ¿Por qué me daría a mí la impresión de que en su interior estaría llorando una traición? Ha vuelto a renunciar a otra oportunidad; la tercera y no era casualidad, tres caminos capados en lo mejor: pero ni se lo había planteado ni se lo plantearía jamás... Imposible, continuar; le esperaban en casa, dispondría de una semana todos los años, pero una semana nada más; ya estaba de regreso al mundo real. Si se hubiera rendido a la evidencia quizás se habría quedado para completar este camino y otros muchos más, sin parar, sin acordarse de los demás, sin pedir opinión, ni perdón; sin tener consideración hacia nadie que no fuera su corazón. Lejos del lugar en el que ahora ya está. Nos ha llamado para avisarnos de que había llegado a su hogar. ¿No se estaría alejando, en realidad, yéndose de él?

sábado, 3 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (iv) (Diecisiete de Septiembre)

Todo fuera por un motivo fundamentado, todo fuera porque a Joan si que le apetecía, y por que, a pesar de mis pesquisas encaminadas a buscarle tres pies al gato aun cuando gato no hubiera, habíamos conformado un conjunto que estaba funcionando, junto o distante, a las mil maravillas. Todo fuera porque Fernando y su mirada limpia y sincera nos iba a abandonar a mitad de esta etapa; muy a su pesar, muy a mi pesar, muy al pesar de todos los que ya le sentíamos, con nosotros, uno. No se merecía menos ese bonachón sin fisuras al que aún respetan las arrugas. Si bien no ha alcanzado los cuarenta, y antes de los cuarenta no suele hacer la vejez acto de presencia, creo que a los sesenta seguirá manteniendo esa sonrisa genuina y sin canas. Los kilos que acumula, en la misma proporción que altura, un hombretón enorme, de emociones descomunales; aunque no las exhiba las muestra, derrochando amabilidad a espuertas, no se las da de nada porque es todo lo que exuda por cada poro de su piel estirada. Suda como un cerdo y, sin embargo, trasciende a su paso el aroma del azahar en primavera cuando se acerca. Siendo tan grande, su bondad no le va a la zaga; me ha quedado claro que todos sus valores son entes extraordinarios.

Afortunado en todos los campos en los que la gente normal se debate entre la mediocridad y la ruina; en todo este tiempo no he escuchado de su boca ni siquiera una queja que dejara en mal lugar a sus jefes, ni a su empresa... Porque les estima y les agradece sentirse impregnado por el mismo sentimiento que siente. En su oficina ni un hijo de puta siquiera que se le resista, y los clientes son santos pacientes que todo lo comprenden, todos compañeros o amigos en las duras y en las maduras. Hasta en amores parece haberle favorecido el sorteo divino, aunque yo no la haya visto Joan me ha dicho que su mujer es hermosa... Entre susurros, para que no trascendiese, Joan me ha confesado que estaba muy buena... Y ni en eso se había empeñado, porque ella enamorada también se le había ofrecido sin tener que hacer nada... Y, además, le deja venir todos los años para que se explaye en esta experiencia mitad espiritual, mitad religiosa, quedándose, mientras tanto, ella sola a cargo de los niños; un par de niños muy guapos que, según parece, completaban el retrato de la familia perfecta en la fotografía aquella que llevaba siempre en la cartera... Todos sanos, todos, como él, en potencia altos, guapos y calmados. En la tierra el paraíso soñado; reconozco que a veces he sentido un poco de envidia, envida sana por supuesto. Envidia que no duraba mucho rato, era imposible sentir ira hacia su caso.

Hoy, como ayer; él, como el niño que fue; de ojos limpios e inmaculados, la inocencia en su cuerpo templado al menos veinte años después. ¿Qué iba a hacer él si todo le había llegado rodado? Según me ha ido contado, su vida había sido un hermoso camino de rosas al que no sabría explicar cómo, quién ni por qué... Alguien le había ido extirpando las espinas a su paso, antes de que él llegara a apoyar los pies. Buen estudiante por herencia, de notas extraordinarias por inercia. Había crecido entre algodones, él lo sabía y no negaba. Y bien vivía mecido por la fortuna, no lo oculta. Sabe que sin todo eso, nada sería de su persona; y lo agradece. Lo reconoce con la misma calma con que ha ido recorriendo los caminos, sin preocuparle en apariencia, aunque no desconozca que en esta sociedad no está bien visto... Acepta sin ambages que todo le había venido regalado por los hados; repite a menudo que es un afortunado.

No viene mal, por si acaso, alardear del esfuerzo, para mostrar de otro modo la prepotencia... O hacer como que no se quiere citar todo lo costoso que fuera alcanzar nuestros logros... No viene mal tampoco, un poquito de falsa modestia. No viene mal perfilar un pasado, aunque falso, caro y esforzado. Pero Fernando es de otra pasta y no le gustan ese de tipo de cuentos, aunque le encante inventarlos y saberse muchos para contárselos a sus retoños... Pero en la realidad se dedica a las cuentas... Y según parece sus cuentas son otras.

viernes, 2 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (iii) (Diecisiete de Septiembre)

Por nuestra cara bonita... A pesar de su cara dura... A pesar de los ronquidos... Cada año otro reencuentro con viejos y trasnochados complejos, de nuevo en contacto con el compañerismo añorado, aunque en diferentes cuerpos... Como si no hubiese pasado el tiempo, después de transcurrir el invierno, ¿dónde están mis amigos? Volver a empezar con lo mismo. Recuperar las sensaciones perdidas en el mismo punto, tras más de once meses en barbecho.

En cuanto se han despejado Joan y Fernando, nos hemos dirigido los tres en busca del resto del grupo, nos estarían esperando para celebrar la despedida, era un día triste... Si no, habrían continuado, cautivos de su ritmo machacón, devorando kilómetros sin parar; no los habríamos visto más. No sé si no hubiera sido mejor, aunque desear tal ruptura me haga sentirme culpable es lo que hay. Me superan sus miradas inquisitivas, y me cuesta soportar sus reproches continuos. En silencio, pero reproches al fin y al cabo. Me cuesta reconocerlo pero me incomoda su presencia. Sé que no puede hacer otra cosa, y sé que no puedo imponer a los demás mis prejuicios. Por no volver a caminar con Miriam, estaría dispuesto a sacrificar la compañía de mi querido Philip... Es mi problema, y grave... Un problema de verdad.

Sentimientos encontrados, odios sin motivos, sé que no debo imponer mis recelos, pero eso es lo que me sale del alma. Una especie de vibración extraña que me saca de quicio a menudo; mantendré las distancias, no puedo... Ceder para contentar, con una sonrisa falsa. ¿Sería honrado reprimir lo que siento por no faltar al sentir general? No soporto las injusticias pero no soy capaz de ser imparcial. No me ha hecho nada, no le he hecho nada ¿por qué entonces me lanza, sin compasión, sus dagas?

jueves, 1 de julio de 2010

Boadilla del Camino-Carrión de los Condes (ii) (Diecisiete de Septiembre)

Cada año un rato, ni siquiera dos semanas, que le liberasen del hastío cotidiano, aunque fuese a cambio de más de diez kilos sobre su espalda. Apenas quince días que le permitiesen sobrellevar dignamente los trescientos cincuenta restantes. Dando alas a la esperanza, renovando cada año la promesa del cambio anhelado; robándole fuerzas al empeño, olvidado el resto del año... Una vez cada septiembre que tendrá también que afrontar un día como éste en el que él se vaya y el resto de compañeros, colegas recién estrenados, ya viejos amigos del alma, continuasen avanzando camino de completar, Dios mediante, en menos de dos semanas sus andanzas... Este mes de septiembre, las nuestras. A él, a este paso, aún le quedarían un par de años para llegar a pie a Santiago... Además, no sé si será lo mismo hacer este recorrido a cachos.

No me arrepiento por tanto... De lo hecho, de lo decidido, de no haberle dado demasiadas vueltas a la propuesta. Ha merecido la pena sacrificar unas horas de sueño por una conversación improvisada sin fundamentos. Al fin y al cabo, aún he tenido que esperar un buen rato hasta que se han desperezado este par de perezosos para ponernos en marcha. Por lo tanto, me alegro, con fundamento. Si no hubiese trasnochado aún me habría despertado más temprano. Mejor ni lo pienso. Aunque porque lo pienso no me arrepiento. Porque además he tenido la ocasión, mientras tanto, de meditar acerca de otras esencias de suma importancia. He llegado a la conclusión de que tampoco me arrepiento de estar aquí repitiendo. Después de todo no habría hecho nada todos estos días atascado en mi casa. No me habría sentado nada bien seguir enredando, en obsesiones sin respuesta, los pensamientos convulsos que me había traído de la anterior experiencia. No habría podido cerrar este círculo que había abierto Aarón aquel día que me sugirió visitar el albergue de Serafín.

Por cierto, me habría gustado despedirme de él pero, aunque a quien madrugue digan que Dios le ayuda, aquí ni Dios conoce los refranes que le conciernen. Despedirse de quien se acuesta tarde sin obligación de madrugar al día siguiente es misión imposible; aunque se crea a sí mismo Señor y Dador. Por eso me he tenido que conformar con lanzar mis plegarias al cielo por si cuando se despertase amenazase tormenta. No podría haberme ido de allí sin darle las gracias por todo, y por nada. Por ser como era y por aparentar lo contrario. Por descubrirme los secretos del gélido invierno y por haberme permitido descifrar lo que ocultaban sus gestos retorcidos. Por refrigerar mi andadura de la acechanza de las circunstancias. Aunque haya sido a costa de soportar un par de témpanos de hielos clavados en mis ojos encendidos en fuego había merecido la pena. Y le he dado las gracias, sobretodo, por esta brújula que me ha regalado y que la guardaré como oro en paño...

Para no perderme, me ha aconsejado, que siga siempre el camino hacia el punto donde horizonte se cruza con el sol poniente. Y que allí donde quiera que fuera, que tuviera paciencia, y que contara hasta cien, y que me adaptara a los cambios...; como los antiguos peregrinos, caminantes constantes y de fe inquebrantable. Y ha acabado regalándome su joya más preciada... Me ha dicho con esa cara de misterio ávida de ser aplaudida que las medias se hacían al final... Me he quedado perplejo... ¿me habría dejado las ligas? Tengo que meditar sobre esta frase por el hincapié que ha ejercido sobre ella. Y porque me ha recordado alguna que otra cita de este tipo que otro tío raro me había dejado... Las medias se hacen al final... Deja de recorrer el camino, que el camino te recorra a ti ahora, abre tu corazón a las señales... No hay dos sin tres... ¿Cuál sería de las tres la tercera en discordia? No lo sé... ¡Qué responsabilidad, joder!

Ellos no han comprendido nada, por supuesto. Porque dicen que no hace falta imponer pruebas desgradables para conocer el fondo de las personas. Yo lo tengo claro, esta es la misión del peregrino, indagar en el interior propio a veces a través de las dificultades que impongan otras personas, en apariencias oscuras... Los tesoros siempre se guardan en las cuevas. Ellos se habían acostado temprano, se han despertado tarde y con legañas, quien sabe si incomodados por los ronquidos de los que las leyes rígidas del albergue “El Puzu” al resto nos habían librado. Además no sé si se habrán percatado de que la cena de anoche nos había salido de balde.
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