lunes, 23 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (ix) (Diecinueve de Septiembre)

En su máximo esplendor, se estaba dejando devorar por la glotonería acomodada. Se le estaban desparramando las primeras lorzas de la obesidad mórbida provocada por la falta de medida. Y es que el espíritu siempre parece perder la partida con una buena bolsa rellena de porquería. Vil metal, agonía sucia. Por querer engullirlo todo sin masticar como es debido, la digestión se está haciendo pesada, preso del atracón se dispara el colesterol, los triglicéridos, el azucar y hasta el alcohol. Poco a poco empiezo a entender también porque me habían aconsejaran no venirme por aquí sin condón. Un negocio móvil y sin complejos; escaparate obsceno de la ambición, forrándose a costa de acomplejados como yo, sin compasión. Esto no fue lo que predicaran los Apóstoles, ni el tío que los formó, el Hijo del Señor. ¿Edificar sobre el fervor religioso un imperio concupiscente? No creo que esto obtenga en el Juicio Final el perdón de Dios. Establecimientos que huelen el dinero y todo aquel que le da opción a la especulación; somos billetes con patas dirigiéndose como borregos a la cartera de algún otro señor, este con minúsculas, comerciante al pormayor. La acumulación sin condición, la desfachatez más atroz.

¿Qué dirían si volviesen aquellos peregrinos de antaño que dormían sobre un montón de paja en cualquier rincón y comían, en un día entero, apenas un mendrugo de pan duro? Me viene a la cabeza Jose Luis, el hospitalero del albergue de Tosantos. Él debió de ser uno de ellos, al menos eso asegura con lágrimas en los ojos cuando recuerda aquellos años en que los que recorrían el Camino eran cuatro, y los alojamientos establecidos ninguno; y para ducharse tenían, cuando llevaban agua, los ríos, y la ropa... La ropa no se lavaba porque viajaban con lo puesto, y porque la higiene no cotizaba por aquellos andurriales llenos de moñigas de vaca. Cuando en los pueblos, los lugareños, aún les abrían las puertas, aunque fueran las verjas de sus pocilgas. No porque creyesen cochinos a aquellos personajes harapientos que llegaban suplicando alojamiento y un poco de comida, sino porque nada más tenían para ofrecerles y ellos eran gente hospitalaria, y todo lo compartirían aunque nada tuvieran. Hasta eso era muy bueno, porque como a él le gusta declamar con voz ligeramente impostada: “el peregrino no exige, sólo se humilla, agradece y camina”.

Una pandemia, gente de todo el mundo contagiados por el mismo virus. ¡Maricón el último...!, y a partir de O'Cebreiro se queda sin alojamiento el que no llegue entre los cien primeros. ¡Pero si somos cuatrocientos! Un hostal me sale caro, hago mis cuentas, destrozadas las barreras de mis previsiones más horrendas; si no hago algo, con mi ruina se habrán forrado unos cuantos. Ya no es lo mismo, peregrinar es otra cosa. ¿Acaso no se dan cuenta de que unos cuantos no estamos de vacaciones? ¿Que no venimos buscando un turismo barato? Ahora que lo pienso, a mí también se me empieza a indigestar esta parodia de sacrificio. No sé si continuar siendo uno más de la procesión de seres cautivos que aseguran venir aquí a liberase de... ¿De qué nos liberamos, por cierto?

Creo que no quiero participar. Esto es el no va más, menos mal que Mónica y sus rarezas me están haciendo reflexionar. Quizás lleve razón Joan y haya que atreverse a dar un cambio radical; ¿seguirles el rastro a ellas, quizás?

jueves, 19 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (viii) (Diecinueve de Septiembre)

¿Y por qué no? ¿Por qué no tomarse en serio todas estas especulaciones vagas? ¿Por qué no elevarlos a la categoría de opción interesante? De repente, mientras el discurso de Joan se difuminaba en la nube vaporosa que estaba, por momentos, obnubilado mi razón, me ha venido a la cabeza algo que se me había pasado por alto hacía ya unos días; algo que posiblemente no hubiera querido ver para no agobiarme. Algo que yo mismo había escuchado, en primera persona, relatado a Serafín, el hospitalero del albergue de Boadilla del Camino, por alguien que decía ser un peregrino que venía de vuelta. Aseguraba haber encontrado en Galicia botellas de agua de litro y medio a tres euros; me pareció una locura de un loco de atar; un payaso con ganas de ser protagonismo, y poco más. Entonces, no le quise creer, pero Serafín le había dado todo su aval sin pestañear; y, además, había echado más leña al fuego, para que la trola se propagase sin dificultad. Yo no salía de mi asombro, me parecieron un desacierto ese cruce de comentarios desafortunados entre los dos, más aún estando presente yo en la conversación. Llegué a dudar si lo que trataban era de asustarme... Una prueba de valentía para el tercero en discordia, la novatada que el novato tenía que pagar.

Si me lo hubiese tomado en serio, lo habrían conseguido pero... ¿Cómo iba a haber en estas épocas tan aseadas y modernas, en los albergues, chinches como chinchetas de la talla xxl? Con el panorama que pintaron, si les hubiese prestado una atención real, seguramente que habría anulado mi planteamiento inicial, para abandonar allí mismo mi determinación... Me habría dado la vuelta, a mi pesar; no lo hice, menos mal, aunque el tiempo no les haya quitado parte de razón. Después he comprobado en otras carnes que han caminado conmigo que chinches había, y que mordían como pirañas voraces. No sé, por cierto, por donde andaría a estas alturas la señora que me había mostrado sus mordeduras, sembradas a conciencia por cada rincón de su cuerpo; no debía de estar muy lejos, creo que me la volveré a encontrar en cualquier momento. Por todo esto, empezaba a pensar que no sería tan descabellada la idea de seguir las huellas de Miriam y Mónica... Para como ellas, evitar todos las desventajas que tiene que este rincón de España este de moda; para alejarse del mogollón y del turismo; para hacer a un lado tantas circunstancias que son ajenas a la peregrinación que yo, como ellas, anhelo.

¿Y si llevaran razón el hospitalero al que tildé de loco y aquel señor bocazas, fanfarrón y cenizo catastrofista? El Camino Francés me parece un enfermo, y yo no quiero que me contagie; ya lo he recorrido entero; no necesito demostrarme que puedo... Quizás ya no quiera, no quiero... No quiero morirme con él de éxito. ¿Quién aceptaría, en su sano juicio, un suicidio colectivo? Una vez ya me había defraudado, no volvería a permitirlo.

miércoles, 18 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (vii) (Diecinueve de Septiembre)

Si es que no les puedo dejar solos; para un instante que lo hago van y me arman este desaguisado. Una ampolla de nada; un café que me había negado a tomar con ellos, justamente, para no perder sus pasos, para poder acompañarles. Porque adelantándome era la única opción que contemplaba para no quedarme retrasado. Por eso mismo, ya no tengo a quien seguir. Mónica, que como era su costumbre había aparecido por casualidad; Ana, que sin estar, según parece, nunca había dejado de estar. La primera, como siempre, para volver a marchar, pero esta vez robándonos una parte importante del ajuar. La segunda, sin siquiera asomar, sin querer alcanzarnos ni abandonar, sin saber nada de lo que por ella se iba a montar, otra ladrona sin par; ella si que me había quitado una pieza vital.

Entre las dos, con sus travesuras, nos estaban haciendo pensar... Mientras anduvieron Denis y Joan a solas, aunque apenados, adormecidos por la pasividad de uno de ellos, las dudas que al otro no dejaban de incomodar no habían ido más allá. Esta vez se rizaría el rizo de la apuesta total, Mónica y sus disparates fugitivos nos iban a salpicar, nos habían salpicado ya. Su ataque total contra todo lo establecido, desoyendo cualquier riesgo y peligro, había fijado nuestro foco de atención en un sendero perdido de la mano de Dios, que apenas lo debía conocer el mismísimo Creador. Ella decía que le habían dicho que estaba muy bien señalado por unos amigos de este señor.... Salvador debía de ser el nombre que se le atribuía a este camino que unía, bordeando los Picos de Europa, León y Oviedo. Al no sentir rechazada su propuesta, Joan también se ha crecido... No sé yo como acabará toda esta elucubración sin fundamento, ni visos de ejecución. Al menos la conversación sobre este tema ha aliviado mi ya olvidada sensación anterior... Me ha dado un aliento que ya había sido sustituido por la ira acumulada por el recibimiento protocolario de ese par de hospitaleras recluidas en las formas excesivas.

martes, 17 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (vi) (Diecinueve de Septiembre)

Ya no quedaban más que él y Denis. El grupo se había reducido en un par de días a menos de la mitad. Joan me ha estado contando los pormenores de la parte de la aventura que con ellos yo no había compartido por quedarme atrás; por adelantarme, quiero decir.

Parece que hacía tiempo que el bohemio francés miraba más que hacia delante, para atrás; casi que no miraba hacia otro lugar. El horizonte por el que se ocultaba el sol cada tarde estaba perdiendo color para él. Aunque se había resistido a rendirse a aquella desazón, extraña ya para él tras tantos años sumergido en los vapores del alcohol, había acabado por aceptar su nueva condición de persona sensible y normal. Su corazón hacía un par de jornadas al menos que reculaba porque era un capullo estéril, sin su flor. El fruto exigía la fusión de los dos, la necesitaba para darle vida a su ilusión. Aunque quisiera, se había esforzado hasta la extenuación, no había sido capaz de avanzar porque algo quedaba al Este que no le permitía pensar con claridad. La Rosa de los Vientos le estaba volviendo loco y no aguantaría más. Uno y otra tenían que caminar a la vez, si no no podía ser; no al menos sin intentarlo una vez. Ana, la primera que se había quedado atrás, había continuado a nuestro lado, en el pensamiento de Philip. Se sacrificó, nos sacrificó; él y la alegre amistad cedieron su lugar, al menos temporalmente; ha retrocedido en pos del amor. Dice Joan que le dijo, que nos volveríamos a ver.

Lo de Mónica entraba dentro de lo que podría pasar, aunque era más de lo que jamás hubiera pensado, algo parecido sería de esperar. No era, además, una de esas personas de las que su presencia echara en falta. Y, sin embargo, me gustaba, de vez en cuando, tener noticias sobre lo que de ella fuera. Me había acostumbrado a verla aparecer y desaparecer, sin previo aviso y sin causar ni contratiempo, ni espanto. Esta vez parecía ser la definitiva. Si sigue los pasos que Joan me está contando, no habrá más encuentros, ni desencuentros intempestivos o a destiempo. No sé si me da alegría o me entristezco, porque con ella había arrastrado a Miriam; y creo que me ha quedado alguna conversación pendiente con ella. No es normal sentir tal adversión por alguien que no me había hecho nada; por alguien que, aún parca en palabras, nunca me había espetado ninguna andanada desproporcionada. Salvo su cara de perpetua desconfiada no habíamos intercambiado más que intenciones indiferentes y buenos modales. No sé, algo había en su mirada que me incomodaba y se habían acabado las opciones de haber limado esas asperezas raras.

Porque aquí todo estaba saturado, porque ni siquiera plazas libres había en los albergues, porque había demasiados peregrinos ruidosos para el silencio exigido por Mónica, porque estaba harta de todo esto, la eterna descarriada italiana se había salido de madre y había tirado la casa por la ventana. Y porque por sorpresa a Miriam le había convencido en un instante para quebrantar sus estructuras inquebrantables, se habían ido las dos a León en autobús con la idea de tomar allí un camino que dicen que enlaza con el Camino Primitivo; otra vía alternativa a ésta para llegar al mismo destino.

Es curioso, se repite la historia, vuelve a hacer acto de presencia la casualidad. Aquí mismo, en este mismo poyo que me da descanso aquí en Bercianos fue donde por primera vez había oído hablar de ese otro camino que lleva desde Oviedo hasta Santiago de Compostela, la joya de la corona anhelada por todos. Hacia el mismo lugar, por una ruta mucho más agreste, dicen que más dura... María, aquella señora brasileña ya había tomado aquí la misma decisión. El Camino Primitivo... El Camino Primitivo... ¿Qué será?

lunes, 16 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (v) (Diecinueve de Septiembre)

Mañana por la mañana, una nueva frustración habría tallado otra muesca en mi ábaco de fracasos, sin tregua, si no hubiese acontecido un milagro. Cuando ya se cernía sobre mí la soledad impuesta y, con ella, otra derrota; la contradicción sería la respuesta a mis preguntas ciertas y tontas... ¿Para qué estoy haciendo todo esto? A pesar de la zozobra interior que llevara a cuestas, soportaría con cara adusta; me habría hecho, como en tantas otras ocasiones, el sordo. Cuando mi mente orgullosa ya estaba pergueñando la manera de salir airoso del contratiempo... ¿Quizás otra oportunidad de disfrutar del recogimiento? Cuando ya temía el niño dependiente la nueva embestida de la soltería...

Ya casi se había rendido mi vigilancia obsesiva sobre la realidad sombría, y ya casi estaba convencido de que por aquel portón plomizo que comunicaba el portal umbrío con la plaza soleada no accederían a este albergue los peregrinos que yo esperaba... No les había visto pasar, y se había hecho tarde incluso para ellos; estaba haciéndome a la idea de que se fuera a repetir el cuento... Aunque me hubiese prohibido recordarlos, me había sido imposible eludir la traición recurrente de mi memoria temerosa... Me había sido imposible quitarme de la cabeza a otros compañeros de peregrinaje que en esta misma etapa, hacía apenas unos meses, habían tenido que acercarse a León en autobús, pasando de largo este punto de reunión, porque una de las chicas sufría una terrible indigestión.Ellos, como estos... Estos, como aquellos... Todos sabían que esté era el lugar escogido. Como lo había sido Grañón, donde a estos últimos había conocido. Y eso que al llegar estaba seguro de que no me iban a fallar, porque también les gustaba este tipo de hospitalidad. La que yo ya estaba echando a faltar; la que nos había regalado Jose Luis en Tosantos con tanta generosidad; el albergue de Tosantos, donde habíamos sellado y confirmado, todos los que faltan y yo, nuestra coalición.

Cuando ya había comenzado a dudar de toda esta verdad; y hasta fruto de mi imaginación había hecho la supuesta realidad... Un rayo de sol ha iluminado la oscuridad que se estaba cerniendo sobre el umbral que no me dejaba mirar más allá. Sobre mí mismo, se ha iluminado la salvación... Por fin. Aunque se hubiese quedado atrás Philip; y Miriam y Mónica se hubiesen adelantado empujadas por medios de locomoción con motor... No había sido por catástrofe, gracias a Dios; ni por ingerencias malintencionadas de digestiones retorcidas. Era algo que tenía que pasar, sin más.

miércoles, 11 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (iv) (Diecinueve de Septiembre)

Hasta me ha causado sonrojo tener que pedirlo por favor; porque más parecía un contrato que, por obligación, estuviera cumpliendo un ente superior; en su actitud no he visto ni un atisbo de compasión. Con un escalofrío raro he entrado al comedor... La primera vez, y la segunda, y la tercera también. Soy educado, y con educación suelo pedir, pero creo que quien da tampoco la tiene que omitir. Hoy me he sentido humillado por su pose altivo y desconsiderado, en mi modesta, y hoy ofendida, opinión... Creo que me he sentido vejado por la desconfianza patente que exhibía la vigilancia permanente de esa vigilante mujer... Me he sentido, me siento, celado en este fortín, esta vez cárcel para mí... ¿Por qué no me habré vuelto a topar esta vez con el Pepe que la última vez tanto odié? Era un santo varón en comparación. Y es que hasta los acontecimientos que consideré en su momento horrendos, tarde o temprano, acabo por echarlos en falta... Tendré que aprender a agradecer, en aquel instante no lo supe hacer cuando por fin mostró el gran corazón que ocultaba en en su coraza de gélido acero. No quiero caer en la tentación de afirmar que cualquier tiempo pasado fuera mejor. Me niego, claro que no. ¿Que quizás le ocurra lo mismo a esta señora envarada que a él? Pudiera ser, tal vez...

Pero me he sentido incómodo e incomodado, me siento mal, no lo podía ni lo puedo evitar... Ni siquiera un poquito de libertad, para curarme esa ampolla que el día anterior me lo había hecho pasar tan mal... Sólo quería un poquito de intimidad, ni siquiera el aislamiento total. Sin tenerla que aguantar, ahí plantada como un pasmarote en su atalaya virginal; de pie, mirando, fingiendo quererme ayudar. Ya casi olvidado aquel dolor punzante, no requería más que, al final de cada etapa, un poquito de atención; una cura y nada más, unos masajes y el cariño solitario, entregado, de quien con determinación cada día había decidido imponer la horma de las piedras que pisaran a sus pies. Un refrescante final.

¿Un balde de agua, por favor? ¿Y un puñado de sal si pudiera ser? No creo que fuera tan inaccesible mi solicitud. No necesitaba nada más para aliviar la tensión de unas llagas que empezaban a desaparecer. Añadida a la que me producía esa señora almibarada, amarga y amargada por tan empalagosa, iba a ser misión imposible... ¡Joder! ¿Joder? Con ella enfrente ni intentarlo... ¡Condenado a la hoguera si te ve! ¡Ya estaba bien! ¡Claro que había visto el cartel! Estaba colocado en la puerta de la cocina, como la otra vez... Ya sabía que al obrador no entraban más que los hospitaleros y los que a ellos dieran permiso... Pero ya no era un novato, era un peregrino experimentado, no era la primera vez que me alojaba aquí... ¡Un respeto a las canas no me habrían venido mal! Si seguramente llevaría más kilómetros recorridos que entra las dos... Y no es que quiera juzgar sin conocer su labor, pero si hubiesen andado siquiera la mitad que yo, que cualquiera de los que hoy dormiremos aquí, no tratarían a sus compañeros peregrinos con ese trato tan reglado... ¿Verdad que no?

¡Qué no iba a entrar a robar! Que aunque ese hubiese sido mi afán en mi mochila ya no me cabría ni un tenedor más; que pesa demasiado cualquier peso extra al caminar. Ahí ha estado la doña, como si estuviera de funeral, todo el rato, interpuesta entre su tesoro y mi cara de tonto descompuesto... Entre la joya que le habían dejado en custodia y cuarenta rostros idiotas deseando ayudar... No lo ha permitido, si no fuera controlado el movimiento de cada dedo por su bastón de ordeno y mando, y acaparo la organización. Desde la última vez que había visitado esa cocina la consideraba parte de mí también; desde ahora es un grano en el culo que quiero amputar en cuanto sea posible. Mañana al partir.

lunes, 9 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (iii) (Diecinueve de Septiembre)

Otra más, no sé si serían decepciones de verdad, pero a mi me ha sentado fatal. Creo que lo tendré que dudar, ¿será que aporten más leña mis complejos que el fuego que arda de verdad? Repetir el mismo error, la misma sensación desagradable que en Grañón, en Bercianos si cabe superior. Aquellos albergues a los que llegaba confiado estaba siendo donde me recibían peor; menos mal que el de Tosantos estaba a la altura de lo que yo esperaba de estos alojamientos humildes, donde todo se compartía, hasta las alegrías y la frustracción. Y no es que me trataran mal, pero no esperaba tanto protocolo, tanta cortesía, tanta distancia entre ellas y yo. Me han recibido dos mujeres, educadas por demás; vestidas para cualquier otra ocasión que no involucrara recibir a peregrinos agotados, quemados por el sol. No quiero que me pongan algodones en los pies mientras me clavan espinas que no me hacen sentir nada bien. ¿Querría usted un refresco, un dulce? ¿Qué desearía usted? Un poquito menos de desdén si pudiera ser... Y trátame si no te importa de tú.

Un par de pares de ojos que me marcan en el suelo la línea que no tendría que pasar si no quisiera ser amonestado por su inclemente frialdad, escudada en una aparente hospitalidad. Un trato correcto y poco más, se habían olvidado de la humanidad. No hace falta tantos ornamento, ni tantas formas perfectas... Creo que tenían medida hasta la longitud de la conversación que tenían que dedicar a cada uno de los que fuéramos a llegar, ni un palmo más, ni un palmo menos. Medio metro, un rato de no más de un cuarto de hora; cincuenta centímetros, de ahí ni un centímetro más.

jueves, 5 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (ii) (Diecinueve de Septiembre)

En muchas preguntas de las que he rehuido está la respuesta final. ¿Dónde estarían? ¿Les estaría echando en falta? Yo, el máximo defensor de la aventura sin condón, sin lastres, sin planes, sin otras opiniones que desvirtuasen las indicaciones del corazón. Al aire en la única dirección en que el viento soplase en cada instante, un latido en cada ocasión; uno a uno, paso a paso, sin anticipaciones ni perversiones de la espontaneidad. Aunque su falta me produzca un extraño placer, no tenerlos me angustia también. Esa sensación de contradicción permanente, tan dolorosamente familiar, ni contigo ni sin ti; con todo y con su opuesto, a la vez. Añorar las ausencias con la excusa de ser yo, desear su presencia para recordar que había dejado de hacer todo lo que me había propuesto y prometido al renunciar al parecer general. Quizás huyera, no lo sé; tanto en un caso como en el otro... Rechazar la soledad, enviar al destierro más atroz a los compañeros que me habían ido librando de claudicar ante la amenaza de la obsesión. ¿Para no medirme, tal vez, con sus paripés? ¿Para no reconocerme, en la comparación, otro integrante más de ese juego a granel? No quiero que se me de bien mezclar comos, cuandos y porqués bajo el solo criterio de mi interés. Quiero mirar más allá de las huellas de mis pies.

Por todo eso, y a su pesar, no lo he podido evitar... Les he ido buscando en cada rincón y he deseado que no fuesen ellos cuando se hacía posible la imposibilidad, Cualquier parecido circunstancial que les pudiera delatar... Que el grupo en cuestión pudiera estar o no ahí cambiaba enseguida mi opinión de lo que quería y de lo que no. ¡Qué lío! ¡Qué maniquea decepción! Sin termino medio, el justo sería siempre en mi regla el extremo contrario; lo bueno y lo malo, lo correcto y lo falto de toda corrección... Lo que fuera blanco de mis anhelos, conquistado sería, indefectiblemente, negro “marrón” del que, a pesar de mis ímprobos esfuerzos , no me lograría liberar. Una carrera por llegar al albergue siguiente, un rosario de paradas para dejar de avanzar. Recuerdos de otras ampollas que, en el anterior camino, no fueron de pus material. Más de lo mismo, más del mismo yoyó girando en un retorno vicioso alrededor de un ombligo atado al cordón umbilical de la decepción.

miércoles, 4 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (i) (Diecinueve de Septiembre)

A las siete y media de la mañana, como hacía tiempo que no ocurría. Ya había perdido el hábito de caminar tan temprano. He evocado aquellas caminatas, por estos mismos parajes, allí por los meses de mayo y junio, cuando amanecía más temprano; como entonces meditando en solitario. Pero hoy a las siete y media era de noche, y ha tardado un buen rato en asomarse el astro luminoso para iluminar mis pasos. He avanzado hasta ese instante casi de prestado, como desorientado; aunque no fuera un trayecto complicado.

Me había vuelto a levantar muy temprano, como todos los días; pero a diferencia de los anteriores, hoy no he tenido que escribir, esperando. Aunque no fuera mal antídoto contra la desesperación que a esas horas solía amenazar con quebrar mi paciencia frágil, no era lo que habría querido estar haciendo. Sólo había sido mi refugio para no hacer mala leche, sin ello me habrían llevado los demonios. Habría sido distinto esperar, escribiendo por supuesto; pero en esas situaciones tan incómodas no me resultaba fácil hacerlo como entretenimiento; enhebrar ideas con la tinta de mi imaginación requiere una paz que no me permite el malestar. En esos momentos angustiosos no lo hacía porque urgía desconectar. Esta afición, que cultivo con devoción, casi como vocación única y sustancial, me amarga en el paladar cuando lo hago para llenar los huecos que abre el aburrimiento, el enfado o las obligaciones.

Y es que desde el día que abandoné mi casa no recuerdo ni uno en el que hubiésemos partido del albergue antes de las ocho y media. Yo tan madrugador me había consolidado en un grupo de perezosos empedernidos... Ahora que lo pienso... ¡Menos mal! En ciertas partes del recorrido no habríamos hecho más que tropezar. Mejor habría hecho hoy también si en vez de marchar sin atender a nada más me hubiese quedado en el bar compartiendo café con leche y croissant con el resto de peregrinos que allí, pacientemente, conversando... Por fin he descubierto el por qué.

martes, 3 de agosto de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (xii) (Dieciocho de Septiembre)

De nuevo solo, ya he perdido la costumbre y me siento extraño... Crece en mi interior un vacío raro que he tratado de llenar haciendo diversas cosas. Es difícil hacer nada en un lugar donde el fundamento es dejar de hacerlas y todo está preparado para descansar en silencio. Tras curarme las ampollas, con mimo bajo el cálido sol de mediados de septiembre, perpetrando un amago de conversación en inglés con una mujer que también se dolía de los pies. Dando vueltas, después, a un par de libros y a mis notas; interrumpiendo meditaciones en las que no era capaz de concentrarme. Sujetando la barra del bar del albergue, el único de este pueblo, el único bar y el único albergue; viendo pasar a la camarera de un lado a otro, sirviendo cafés y alguna que otra copa; intercambiando palabras con ella que no han formado ni cuatro frases mal hilvanadas.

No he dejado de preguntarme, ya duchado y con la ropa lavada, dónde estarían mis compañeros de viaje. ¿Hasta dónde habrían llegado? ¿Cuándo me habrían pasado? Al final no les había dado tiempo a alcanzarme mientras yo caminaba. Supongo que habrá sido la compañía improvisada la que me haya dado alas; o puede que ello hubieran ralentizado su marcha adrede para darme tiempo a llegar más lejos. Les ha salido mal la jugada, han desaparecido, hemos fracasado. Podrían haber parado aquí para informarse sobre mi paradero. Me siento aislado, abandonado; un poco triste y desolado. Hay que ver como son las cosas, en el patio ha estado haciendo yoga esa muchacha israelita de la que me había hablado Jordi, un chico catalán con el que había caminado unos pocos kilómetros hasta llegar Santo Domingo de la Calzada, el segundo día... Era un tipo majo, pero se había quedado por encontrarse con ella. No sé por qué pero sabía desde aquel mismo instante que yo la encontraría primero; me había avisado una intuición curiosa pero no me atreví a decirle nada. Ojala que aún estén a tiempo...

Unos cacahuetes y una invitación sincera. ¿Te apetece comerte unos huevos de gallina de cuadra con chorizo de cerdo de mi pocilga? Me lo decía un hombretón que se había sentado a mi lado en otro taburete. Tenía la cara que tiene la gente de pueblo, unos mofletes rojos colorados enmarcados por la piel morena del resto de la cabeza; gente de pueblo, pobre pero hospitalaria donde las haya. Enfundado en su buzo de faena, azul como los buzos de siempre; roído, desgastado, de colores abrasados por el brasero de verano y el congelador de enero. Un buzo de aquellos que parecían comprados poco después de la guerra de nuestros abuelos. Me ha contado con gran lujo de detalles en qué consistía su vida solitaria. Me ha confesado también que de vez en cuando bajaba desde el pueblo de al lado, su pueblo, Terradillos de los Templarios, a tomarse un par de cervezas. Pocos días, uno dos a la semana, porque su corta pensión no daba para demasiados alardes.Tenía su vehículo aparcado en la puerta, era un tractor viejo, de los años de Maricastaña.

Mientras tanto, la bolsa, abierta sin cuidado, desgarrada por unas manos temblorosas, había ido desparramando su contenido sobre el mostrador. Una bolsa bien dispuesta, como el que la había comprado; cacahuetes para todos. En la barra, entonces estábamos él y yo solos. Dos almas solitarias, él allí atrapado, yo allí volando, pero también encallado, aprendiendo que la existencia es propia e intransferible; y que se comparten instantes y azarosos azares. Félix me había invitado a cenar en su casa, yo he declinado su oferta, agradeciendo en lo más profundo de mí mismo el gesto. Sé que es lo que más habría querido, a mí no me habría importado; también me apetecía pero en el Camino de Santiago los albergues cierran sus puertas a las diez y media de la noche y ya eran las diez menos cuarto. Tendría que ser otro día. Lo siento y es un sentimiento cierto.

lunes, 2 de agosto de 2010

Carrión de los Condes - Lédigos (xi) (Dieciocho de Septiembre)

¿Quién me lo habría dicho a mí hace apenas doce horas? Si no hubiese sido por él, si no hubiese sido por no sé qué motivo... Aún no soy capaz de entender por qué no me había rendido a la llamada acomodaticia de unas llagas que se habían presentado ladrones de ilusiones y otras metas mundanas. Aún no tengo claro que quedarme allí atascado hubiera sido un error tremendo; analizando el transcurso de los acontecimientos me tendría que decantar por ello pero... Lo tengo claro, de otro modo estaría pensando si me hubiese quedado tirado a mitad de trayecto, con ocho mil metros por detrás y más de nueve mil por delante. Realmente, no me interesa este debate, tan estéril y sin sentido como antes. No sé, creo que estaba todo previsto. Por eso, sin darle más vueltas, tras hacer un breve descanso, al final de esos diecisiete kilómetros intensos, mis pies destrozados me han arrastrado otros cinco, pegado a la vera del río, por unos parajes mucho más agradables al tacto de mis pisadas quebrantadas. Lugares un poco más ásperos, porque las circunstancias me habían obligado a dejarles plantados a mis Ángeles de la Guarda.

Ha sido increíble, de todos modos, aun solo, volver a sentir ese poder. Una experiencia indescriptible que no me veo capaz de enlatar. Continuar caminando sobre el ardor dolorido que el pus feroz, aprisionado en su trincheras de pellejos sin rasgar, había renovado tras el descanso; al enfriarse y expandir su volumen mis pies. Alentado por un aliento extraordinario cuya fuente no alcanzo a concretar; es complicado, no sé cómo podría hacerme entender si para mí es casi imposible comprender esta sensación. De estar sintiendo en directo sobrarían las palabras, de no estar haciéndolo ni siquiera el discurso de un gran orador lograría el propósito; mejor callarse, por eso, tal vez. Tras surcar el fango infernal, me ha embargado el abrazo divino que se ha adherido a mi piel para aliviar cualquier sufrimiento que fueran a producirme mis estigmas doloridos... He caminado esos últimos cinco kilómetros embriagado por un estado raro en el que me he equiparado con el mismísimo Creador. Habría continuado unos cuantos más empujado por ese, cada vez más familiar para mí, papel de Demiurgo de los muchos y distintos errores imprescindibles para crecer.

Seríá una provocación... ¿Cómo convencer a quien me quiera escuchar de la idoneidad de dejarse llevar por estos caprichos del azar? Sé que lo sabía Javier, y quizás lo supiera esa mujer... ¿Lo sabría acaso yo también cuando, con todas las cartas en mi contra, había decidido jugar de farol? Entonces tenía claro que no sería capaz, pero lo aposté todo, y no paré; aparenté para mis adentros una seguridad que dudaba más que yo. Javier y esa mujer, referencias y héroes que sustentan hoy mi faltan de argumentos. Él podría haber caminado más aprisa, me había alcanzado sin apenas esforzarse; su máximo esfuerzo creo que lo ha estado haciendo por no dejarme tirado. ¿Por qué se habría quedado a ayudarme? Sin motivo, no habría necesitado excusa ni justificación para, tras un saludo educado y cuatro palabras de aliento, haber continuado a su ritmo. Supongo que lo habría hecho por el motivo por el que yo en otras ocasiones había hecho lo mismo. Algo por dentro que te dirige hacia un destino desconocido, completamente diferente a los planes que con tanta planificación hubieras establecido... Sin poder rehusar la oferta, porque quien la rechaza tarde o temprano revienta. Porque la oferta se repite hasta que es escuchada; o hasta que el sordo muere entre espasmos dolorosos. Una muerte anunciada, como la de esta jornada.
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