jueves, 30 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (v) (Veinte de Septiembre)

Su capacidad de elección se fundamentó en aliarse con la determinación... Aún cuando todas los acontecimientos se rebelaran en favor de la indisposición; y todos los accidentes se fueran revelando, uno a uno, para quitarle de la cabeza la ocasión. Cuando el doctor, dueño y señor incidental de su salud, la había condenado con un rotundo no... La señora paciente, prácticamente indolente, con un pellizco pedante, casi insolente, había dado de lado a la impaciencia urgente del galeno remilgado... Se había salido, de lo establecido, por la tangente... Determinó, haciendo oídos sordos a las palabras entendidas del cirujano, que la respuesta correcta tendría que ser, por supuesto, que sí. Las circunstancias opuestas tendrían que esperar.

Paciencia, indolencia; un pelín de inconsciencia; algo de confianza en la providencia; mucha cabezonería y pocos fingimientos; como el destino mismo, como el azar disperso; aliada con el calendario, había llegado a tiempo; casi cuarenta años después. Ella seguía viviendo en un pueblo próximo al que lo hiciera por entonces, como lo había hecho desde que emigrara de cría... A mí también me tocó hacerlo, no viví más de cuatro años allí donde había nacido. Apenas había logrado recordar nada en todo este tiempo, tampoco me había preocupado no hacerlo. Quizás, inconscientemente, lo evitara. No era un tema que me volviera loco, ni siquiera había afectado un poco a mi cordura; otras obsesiones habrían sido las causas. Donde habito ahora, alejado de aquellas tierras, me ocupaban otras faltas; al menos en apariencia. Poco más allá de una guardilla, un trastero relevado de sus funciones; de almacenar trastos, pasó a hacinar gente; allí arriba, encima del sexto piso, desde donde las escaleras se estrechaban y las clarabollas iluminaban los peldaños con más fuerza; los últimos de muchos, hasta entonces sacados de la penumbra por bombillas alimentadas a ciento veinticinco. Hacía el séptimo, por tanto... Sin ascensor, por supuesto; hace tantos años no abundaban esos artefactos.

No habría sido capaz, sin su aparición, de robarle al olvido aquellos retales de aquel pasado fugaz. Aquel camarote enano... Sus techos inclinados, calcados de la disposición de las tejas sobre los tejados; techos que debían de ser el reverso de las prolongaciones de los dos aleros que acostumbraban a evacuar regueros continuos de agua; el sirimiri solía, suele, caer tan menudo, como a menudo, por aquellas tierras que, aunque me encantan, nunca las he considerado propias; creo que no tuve tiempo para apropiarme de ellas. Evoco, como entre sueños brumosos; tal vez imagino, quiero inventar y lo hago; algo, allí en lo alto, en la cúspide del triángulo que formaban, con base en las vigas de madera que cruzaban las pocas estancias que conformaban la que entonces era mi casa; el primer hogar que me había dado sustento. Allí arriba coloco mi Ángel del la Guarda.

¿Sería casualidad? ¿Cuál habrá sido la razón de esta confusión? Si lo llego a planear no me sale mejor. Mª Angeles... Ha sido determinante también, otra vez; una señal fundamental, esta vez para mí. Ella no se acordaba de mis padres, porque mi padre era un señor normal, y mi madre una señora mayor y del montón para ella, por entonces jovenzuela. Pero lo que tenía impreso en su retina, como si lo estuviera viendo ahora mismo, era a aquel ciego, vestido con americana y gafas negras, que cuidaba con más habilidad, si cabe, que un vidente habilidoso a aquel niño repeinado, con raya perfectamente delineada en un costado.

martes, 28 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (iv) (Veinte de Septiembre)

Otra ampolla que se negaba a madurar, tan infantil como el adolescente que se resistía a dejarla marchar. ¿Por qué acontecerán estos accidentes con un patrón tan inexplicablemente plural? A casi todos los que caminamos nos toca, nos ha tocado, y nos tocará, pasar por este suplicio sin parangón. A casi todos, nada más; y algunos afortunados, bastantes, muchos, en más de una ocasión. Sin una receta singular, sin saber a que atenerse para evitarlo. ¿Por qué? Repito la pregunta otra vez, en menos de la mitad de tiempo, dos ampollas enormes martirizan, han martirizado, martirizarán, mis pies; con todas las pequeñitas, que apenas cuentan, hacen más de diez... Se estarán vengando los dioses de la bonanza que tuvieron conmigo ayer, antes de ayer, desde hace ya mil años, en el Camino aquel... De la bonanza perpetua que, sin ser agradecida por mí, me ha ido regalando la vida desde el primer día que... ¡Qué recuerdos! Lo he olvidado, pero... ¿Por qué? Para poder quejarme a gusto, como era costumbre en mi entorno, de la mala suerte, desgraciada y cruel, que me había tocado en el reparto celestial... ¡Aunque no fuera verdad!

Accidentes a granel, circunstancias que no sé cuándo, ni a sazón de qué, sazoné. Mª Angeles, un ángel custodio, mensajero infiel, se estaba destapando como algo más que una compañera ideal, y leal escudera, aun a su pesar. ¿Habría llegado para alentarme? ¿Para mostrarme la otra cara de la casualidad...? No estás solo en este mundo, y todo tiene un motivo, por algo tendrá que pasar; pero no necesariamente para traerte el mal, no se han confabulado todos los elementos del Universo para echarte de él, ni para tenerte atado toda una existencia al potro de tortura... Tengo que continuar, quiero seguir sin quejarme; aunque me duela la planta del pie. Ella no se había parado a pesar de todo su penar. Increíble, si estuviera en otro lugar, si no la hubiese acompañado en cada vomito el día aquel, no le habría creído... ¿Quién se iba a creer una fantasía así?

Pero esa rodillera ostentosa y su probada determinación, avalada con creces por su acción; nada más tendría que demostrar. No me permito dudar de su versión, no me ha saldido de dentro... ¿Quizás exagerase? ¡No tenía por qué! Dice que antes de hacer el Camino de Santiago, en un traspiés retorcido, se le había atascado la rodilla... Faltando diez o doce días para la aventura, el médico le había impuesto reposo y le había recetado una operación posterior, anterior a cualquier paseo sin bastón. Se había roto el menisco interior. Mi ampolla pasaba a ser una tontería de rango superior, y yo un tonto, preocupado por mis tonterías tontas, de los del montón; un tontorrón. Pero esto no era lo mejor, la rodillera la había comprado en el dos mil siete... ¿Que cómo podría ser? Había acabado aquel Camino, el primero de su colección, negándose a demorar lo que había planificado con tanta atención... Tan solo aceptó llevar algún tipo de protección... Este año, año dos mil nueve, está recorriéndolo por tercera vez... Y sin operación, y sin renunciar a la protección, aunque creo que más como símbolo o talismán, que por necesidad. ¿Que cómo lo consiguió? Misterios de este rincón del Mundo... ¡Vaya usted a saber!

No cabe explicación... El destino, el azar... La sal de la vida, del limón el amargo sabor que unos pocos paladean como si fuera bombón. La sonrisa perpetua en sus ojos, el gesto risueño en sus labios, la mirada siempre enfocada en el paso que aún no ha dado; la atención y diligencia en el que estuviera dando... No sé yo, pero me ha dado una gran lección.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (iii) (Veinte de Septiembre)

León estaba a un paso... Y, sin embargo, de los apenas trece kilómetros, los cinco últimos se me han hecho tan cortos y, a la vez, tan largos... No sé cómo lo podría explicar, no soy capaz de comprender lo que acontecerá... Y no sé si me sienta bien o mal. Apenas tres horas, sumido en conversaciones que me entretuvieran; entretenido, hablando de todo y de nada. Y una eternidad cocinada a fuego lento sobre las ascuas que, sin aún haberse apagado, débiles, rojas, brasas vivas e incómodamente cálidas, amenazaban con volver a resucitar. Me han ido consumiendo ciertas dudas que iban a acabar con mi recién estrenada determinación; y, con la valentía que a su par me estaba embargando para afrontar el resto de una aventura singular... Sin ni siquiera haber aceptado de manera oficial; menos mal, no tendría que disculparme ante Joan; no me sentiría culpable, ni siquiera responsable por haberle chafado el plan.

La misma y dolorosa incertidumbre que, hecha certeza derecha, ya había estado a punto de tirar por la borda la travesía más larga que hasta ahora había tenido que afrontar, allá por tierras palentinas, al estar a punto de no permitirme continuar en Carrión de los Condes. Los mismos amagos de derrota se han cernido sobre mi ya dudosa capacidad para imaginar victorias, aún cuando todos los elementos remasen a mi favor. Menos mal que, a mi pesar, a veces es benevolente la casualidad; mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí... Yo prefiero pensar que cuando todos se contagian del mismo mal es una burda epidemia, nada más. Menos mal, tengo que reconocerlo y lo tuve que reconocer cuando suspiré aliviado entonces porque su enfermedad era mucho más incómoda que la mía. Lo siento, pero había quien lo pasaba peor que yo. Llevas razón, qué inescrutables son tus designios, señor. Los recovecos que guarda bajo sus refajos el azar volvieron a quitarme argumentos para razonar; otra coincidencia, otra extravagancia; esta vez de dos en dos... volvieron a aparecer, no me acuerdo en que momento, para recordarme que no tenía nada que hacer, sino obedecer. ¡Hay que joderse, joder!

Mª Angeles, que así se llamaba la mujer; y su marido Javier. En esta ocasión es lo primero que me he obligado a hacer; me he presentado, nos hemos presentado todos, para no volver a cometer el error; ya sabemos quienes somos, y ya sabemos con que nombre a cada cual nos habremos de dirigir. No les había vuelto a ver desde aquella mañana en que ella no había dejado de vomitar, y él... Él nada más pudo hacer que regalarle buenas palabras, y una mano en que apoyar su frente ardiente para que todo no fuese peor... Bastante tenía la señora con soportar las nauseas y sus arcadas; la cabeza también le estallaba cuan yunque que no deja de ser amartillado por el dolor. Diecisiete kilómetros. Pienso, y me consuelo... Entonces fueron bastantes más; y cada kilómetro, mil trecientos treinta y tres pasos; mil trescientos treinta y tres pasos por kilómetro de cojera; mil trescientos treinta y tres impulsos que, al menos, habría tenido que soportar esta señora en su calvario gastrointestinal. Lo dicho, mal de muchos consuelo de tontos; hoy el tonto, soy yo.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (ii) (Veinte de Septiembre)

León estaba a un paso; y, sin embargo, mientras tanto, hemos dado muchos más hasta alcanzarlo. Tener cuidado, por lo que de satisfacción pudiera ofrecerme saciar mi curiosidad insaciable; y, a la vez, no prestar atención, por si me diese cuenta de la equivocación repetida. Sin analizar lo que estuviera aconteciendo, preocuparme por lo que fuera a ocurrirme; obsesionado porque de las alternativas siempre sucedieran, una tras otras, las peores. No hice, nunca, nada de lo que se me pasó por la cabeza; y, para colmo, no haberlo hecho no me había proporcionado, ni siquiera, el resultado temido. Pero había preferido durante al menos treinta años seguir incurriendo en el mismo tropezón repetido; creo que sentía una especie de regocijo mezquino al confirmar mi desatino. Dejar de controlarlo todo a mi alrededor me causaba un pánico atroz; haberme abandonado a la providencia no me habría dolido más, pero no podía; aún no puedo. Debe de ser que no quiero. ¿Cuál será ese aliciente oculto que me induce a desear lo que detesto?

Hasta que me puse a caminar por este Camino Francés no había sido capaz de alternar la posición de “on”, de ese interruptor maquiavélico que acostumbraba a jugar conmigo, con mis complejos y prejuicios, como si fuera una marioneta a su servicio. En la dirección que el quisiera, sin sentido, sin recibo; por mi falta de determinación, consentido; de fatales consecuencias para mi personalidad y persona; la diana de la la frustración, por mi total indecisión. Mañana, por fin, me voy a quitar de encima otro corsé; le daré una vuelta de tuerca más a la locura; voy a liberarme de una vez por todas de la obligación de tener seguro, en todo instante, el lugar al que vaya a llegar. Me voy a librar de esta barandilla que me lleva en volandas de uno a otro albergue por una vía principal. Ya hace rato que me había empezado a pesar tantos protocolos sin razón; esto no es peregrinar.

Aunque me reserve la última carta en la manga, por si me arrepintiera; para no tener que darle explicaciones a Joan; aún no me quiero comprometer. Para estar seguro de no ir por complacerle, ni por el compromiso adquirido en cuanto le diga que sí; no quiero sentir pena, ni sentirme responsable de su decisión... Esperaré hasta que él, definitivamente, se despida de mí. Para que él se probase también, tal vez. Que si él decidiera ir fuera por sí mismo; y que si no fuera así, que se diera cuenta de su cobardía, para que aprendiera una lección. ¿Lo iba a hacer, de verdad, si yo me negase a aceptar? Mañana, por la mañana, al levantarnos lo comprobaré, lo vamos a testar. Creo que ni él tiene claro lo que hará, creo que está esperando mi respuesta; creo que en el fondo él también teme haber lanzado las campanas al vuelo. No ha dejado de repetir que irá aunque tenga que hacerlo solo, ojala que así fuera; no tiene que certificar con hechos la valentía de la que presume ante mí. Creo que está deseando que yo también quiera, porque yo también me siento muy a gusto caminando con él. Le acompañaré, pero no se lo confirmaré hasta mañana, justo antes de la partida.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (i) (Veinte de Septiembre)

Las últimas palabras que he recordado al despertar de mi noche de desvelo parcial. Intimidad, roncar... ¿Matea? ¿un coño? Hay que ver que perversidad, en que se distrae la mente cuando no tiene otro pito que tocar. Hay que prestar atención a lo que se piensa, por prevenir lo que se hará; lo que jamás se vaya a llevar a cabo, posiblemente; porque los pensamientos se hacen realidad, también para no realizar. Hay que... Eso le decía un amigo mío a su mujer cuando llegaba a casa y detectaba, con su sensible radar, un pelín de suciedad: hay que barrer; no recuerdo ni una ocasión en la que quien barriera fuera él. ¿Hay que? Quiero... Quiero ver su revés, el envés de esta atrocidad, tal vez perversión... Y de otras muchas más. ¿Por qué? ¿Será, tanto preguntar, otra versión, aunque fatal, de la reflexión? Un poquito de elasticidad, para recibir las respuestas sin reaccionar. ¡Joan, que hay que despertarse ya! Hay que ver como duerme el muy mamón, en toda la noche no se había levantado ni siquiera a mear, a no ser que aprovechara las pocas cabezadas en que Morfeo se me ha aparecido; una o dos.

Al grito de “¡vámonos!, nos hemos ido, caminito de León. Para hoy habíamos improvisado una etapa muy corta: una etapita, contra tanto etapón, apenas trece kilómetros, no más de tres horas y media, para poder decidir mejor. Por eso, justamente, habíamos llegado ayer hasta Puente Villarente, sin saber lo que nos encontraríamos allí. Hoy queríamos..., quería, en principio sólo él, ir a la oficina de turismo para enterarse mejor sobre el nuevo recorrido... Hoy queremos descansar para, sea cual fuera la opción que tomemos al final seguir avanzando con ilusión. Andando, andando; hemos conseguido dejarlo atrás; no sin antes darnos cuenta de nuestro gran error. Nos ha costado dar con la salida del pueblo que habíamos tildado de pueblucho. ¡Qué larga que era la travesía! Villarente no era un Puente, más bien una avenida completa... Nos hemos tenido que arrepentir de todos los insultos que habíamos escupido sobre él. Bares, cafeterías, restaurantes... Nos habíamos quedado en la antesala, sin mirar más allá; no sé si por cansancio o por comodidad... El pueblo llegaba mucho más allá. Y en la pastelería que hemos desayunado hacían unos desayunos exquisitos... ¡Qué pena no haber sido más aventureros! ¿Qué se le iba a hacer? Me estaba reservando para causas más importantes, me excusaré.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (viii) (Veinte de Septiembre)

Nada, que no hay forma de dormir. Una, dos, tres... La curiosidad, el miedo a curiosear; por lo que pudiera pasar; ¿arrepentirme antes de empezar? Me arrepentiría si no lo hiciera, si nada aconteciera por haberme quedado parado en el arcén, viendo pasar mi tren... El tren que ya no lo fue. En esta ocasión, va a ser; me aliaré con mi Satanás juguetón; no me resistiré a esta maravillosa tentación; justamente, por el mero hecho de intentar... Y tentar el intento que llegue a más; sin quedarse en otro ya pasó una nueva oportunidad de cambiar. No me volveré a resignar a seguir transformándome en un ente amargado, ornamentado con carcajadas ostentosas y falsas, sin enterarme hasta que, con el tiempo casi caducado, me de otro empujón urgente cualquier embate sospechoso... Y volver a preguntarme: ¿por qué es tan injusto conmigo este mundo?.

No quiero volver a enfermar, ni quiero tener que enfrentarme más a problemas que, aunque no existieran, fuera pariendo mi obsesión recalcitrante, indigna; apremiante, extenuante y, ante todo, pedante. ¿Ten cuidado? No quiero creerme conocedor de todos los riesgos y consecuencias nefastas que seguirán a cualquier actividad amoral, desleal o confidencial. No, por Dios; por mí mismo, por mis razones, contra los argumentos que me vendieron a precio de mejor postor aquellos señores tan importantes. ¡Qué caro precio, Señor de las anillas de aquellos cuadernillos inoportunos! No más represión, no más reverencias sin valor, no más sometimientos a mentiras que no fueran yo. Más “ten cuidado”..., ¡no! No, no y no; y un millón de veces no, ¡claro que no...! Claro que sí, mejor. Aguantaré el insomnio como un campeón, si el precio es velar, para guiar, estos pensamientos crudos... ¡Aquí, despierto me quedo yo! Y aunque no deje Joan de roncar... ¡Hay que joderse, como duerme el muy cabrón!

¿Y si él aún no lo decidió? ¿Y su juega de farol? ¿Y si ha delegado su reacción en la certeza de que yo diré que no? ¿Y si el me cree un cobarde cagón? ¿ Y si pensara que ni siquiera me habría tomado en serio su propuesta? ¿Y si estuviera convencido de que en León nada cambiaría porque a mí no me ve capaz de cambiar? ¿Y si...? Sí, claro que sí ¡Como un puto peón!, como me dijo mi padre, cuando sientas dificultades, y no haya otra puerta por la que salir, o entrar al, del atolladero, aprieta los dientes, cierra los ojos... Y ve, sin pensar. Le voy a sorprender, se va a joder, seré mecánico de la acción que haciendo va aprendiendo a ser mejor, de cada uno de sus errores, todos ellos diferentes, al encuentro del error mayor. Aunque aparente ser un loco, sin condición, ni ambición... No me conformo con cualquier cosa, desde mi lado oscuro se rebela el curioso inconformista, hasta deambulando por los mundos del error, apostaré al todo o nada... Herraré mi aventura al azar; ¡Ordago a mi destino par!

Ronca, ronca sin parar; ameniza esta noche en el que estoy pariendo a mi zar; el nuevo emperador disfrazado de peregrino está a punto de asomar su cabeza por el Coño de la Matea... La verdad, nunca he sabido quien era esa señora, ni por qué tanta importancia se le daba a su medio de evacuación, pero por un rato quiero ser mal hablado, aunque lo haga en la más íntima intimidad.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (vii) (Veinte de Septiembre)

Me puede la curiosidad, no soy capaz de quitarme de la cabeza esta obsesión. Estoy nervioso, como en aquellos días maravillosos en los que, siendo niños, la maestra nos llevaba de excursión; el mismo nerviosismo, aquel. Claro que sé que la excursión ha empezado ya, unos cuantos días atrás, cuando salí de Oyón, cuando recorriendo el trayecto anterior a abandonar mi pueblo me fui encontrando con, y despidiendo de, todos aquellos conocidos, incluso amigos, que mirándome... Con cara de sorpresa, a medias; a medias con cara de incredulidad, de envidia quizás, me preguntaron “¿a dónde vas?; ¿vas lejos, o qué? Mi mochila enorme delataba que mi intención no era dar una vuelta a la manzana... Estaba claro que a muchas manzanas, les daría varias. Deli, Luis Mari, Ángel... Sé que no era envidia enfermiza, se que no comprendían, sé que les debí parecer un fantasma loco, o un loco fantasioso, cuando les respondí: “salgo a dar una vuelta, hasta Finisterre nada más”.

Por encarar, por fin, lo me que ofrezca un reto, por eso estoy aquí acostado, dándole vueltas a una idea de otro loco fantasioso; nos hemos juntado dos buenos elementos... Si nos dejan una cerilla quemamos el bosque con nuestras propuestas indocumentadas. Algo que me haga salir del anonimato, de aquel que me ha tenido encerrado hasta hace nada en mi unidad de vigilancia intensiva particular. Salí en busca de las mentiras que no se adaptaban a mis arrugas, mejor duermo; voy a arar la tierra con los surcos que a mí me convengan de verdad. ¿Qué sentido tendría esta atracción fatal, si no supusiese aceptar la dificultad añadida de romper el tul que oculta lo que esconda detrás? Para freír un huevo hay que romper la cáscara; hay que arriesgar. Quiero rasgarle el himen, por tanto, a mi virginidad. No quiero ser virgen más o quiero, mejor aún, otra locura más... Seré virgen cada despertar y una puta sagrada al acostarme cada noche, tras haber destrozado cientos de velos más.

Algo he ganado, no sé lo que mañana será... Pero antes, hace unos meses nada más, ni siquiera me habría atrevido a plantearme el fracaso de dejarlo de lado, tras haberlo considerado; ni siquiera me hubiese inmolado para abrasarme en el fuego de unas ampollas, que por cierto, me vuelven a molestar... Yo que la creía curada ya, pero... Pero es el otro pie el que siento palpitar. Que sea lo que será, lo que esté siendo ya. ¿Otra ampolla más? ¡Dios dirá! Esto no influirá en mi decisión. No lo hará. No es mi cuerpo quien dicta el guión... Será y ya está.

martes, 14 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (vi) (Veinte de Septiembre)

Y para colmo de bienes, en este caso, y por mor de mi recién renovada ilusión, le acaba de llamar Miriam para contarle, entusiasmada, su maravillosa jornada de hoy. Miriam y entusiasmo no solían ser compañeros de viaje mientras transitaba por el Camino Francés. Ago extraordinario les ha tenido que acontecer para mostrarse tan dicharachera y feliz. Dice que dicen, Mónica, por supuesto, también, que todo les estaba yendo fenomenal. Acababan de llegar a La Robla y estaban buscando el albergue de peregrinos en el que se iban a alojar, tenían prisa y por eso no han hablado más; mañana, con más tranquilidad, nos volverán a llamar para contarnos las novedades que no nos podían contarnos hoy.

No me puedo negar, confirmada y cerrada la decisión. Pero aún no se le voy a comunicar, por si se pone a correr; así vamos bien. Me callaré, al menos hasta León... Aunque sé que, como yo, él ya sabe que mañana será nuestra última jornada por el Camino Francés. Puente Villarente, más que puente un rincón de muerte... No hay más que moscas en el albergue, y ni una cocina decente, tampoco indecente. Hoy toca tirar de restaurante, espero que sea barato, porque la única tienda que hemos encontrado estaba cerrada, por ser domingo; y día de guardar, por tanto. Un restaurante regentado por los mismos amos del lugar en el que nos hemos alojado. Lo cual no me ha dado buena espina, y es que no me ha caído en gracia esta pasarela hacia lo desconocido. Quiero ir conociéndo poco a poco, quiero ir hacia lo que aún en mi recuerdo no existe, quiero que si he de encontrar dificultades no sean las que me proporcionen no tener las comodidades suficientes; no quiero arriesgarme a pasar hambre en un lugar civilizado. Si ha de visitarme la muerte, la muerte alegórica que conste, que sea perdido por aquellas montañas que nos van a traer tan buena suerte.

Que aproveche, una ensalada y unos filetes... Un poco de vino normalito, servido todo ello, eso sí, por una señorita con uniforme y en un ambiente bien ornamentado; aunque a media luz, iluminado... Porque al fin y al cabo, no eramos más de siete los peregrinos que hemos hecho uso del servicio... Diez euros... Si se repite a menudo, un abismo; lo ya presumido el puente se ha convertido en socavón indigno de nuestra condición de peregrinos... Buenas noches Joan, mañana será otro día... Hasta mañana, vecino de litera, compañero de treguas, al final y a mi pesar antiguo, por placer repentino, amigo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (v) (Veinte de Septiembre)

¿Quién me lo iba a decir a mí?; hace poco más de una semana, en Grañón, a la misma pregunta habría contestado, sin dudarlo, que no. Sin apenas darle lugar ni ocasión a la cavilación, encerrado en aquella primera impresión. Si llego a saber que el último eslabón de esta cadena a la que, allí, el destino me ató lo fuese a ocupar Joan... Habría escogido que no. ¿Hoy, siete kilómetros hasta aquí?, ¿y mañana, más de trece hasta León? No me habría sentido capaz de soportar a ese elemento que, desde su primer “choca esa mano”, había clasificado con la etiqueta de ente soberbio del que desconfiar... Habría huido despavorido de mi porvenir, habría renunciado a seguir. Joan, ese catalán y su forma especial de hablar; su extrovertida forma de actuar que en mis defensas había levantado todas las luces de alarma. ¡Ten cuidado, te puede gustar!

¿Cinco días más? ¿Transitando las primeras estribaciones de los Picos de Europa con un desconocido tal? ¿Avisándome además de que en Oviedo él acabaría ya? ¿A quién le querría engañar? ¿Encima de que me quiere liar me va a dejar colgado allá, casi sin empezar? Seguro que no, y no lo dudo ni un poquito así; esta aventura que estamos a punto de afrontar y que es una gran locura, sin añadirle los imprevistos que llegarán, habría sido un suicidio descomunal para mi forma de pensar. Creo que voy a decir que sí. ¿Por qué? Por los mismos motivos que estoy repitiendo este Camino irracional... Porque sí, porque no, porque no sé; por saber. ¿Por qué me llama tanto la atención lo que al resto le da repelús? ¿Por qué siempre aparece algún Judas Iscariote que me traiciona sin ni siquiera besar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me rehuyen mis preguntas? ¿Por qué?¿Por qué no me suele satisfacer lo que acostumbra a aplaudir la mayoría en tropel? ¿Por qué quiero ser diferente, tal vez? ¿Por sentirme especial? ¿Para poderlo contar? ¡Joder, si es que soy como él! ¿No sería más prudente tratar de convencer a Joan de que ha de desistir de su loca intención? No creo que se atreviera a emprender esa odisea solo, sé que va de farol... Sólo tendría que decirle que no para hacerle entrar en razón. ¿Por qué no me apetece decírselo?

Me he sentido muy bien, desde que hemos dejado atrás a Denis, acogiéndonos a un fluir mejor, más rápido y ligero, más doloroso, más gratificante, sincronizando nuestros pasos, y la aptitud, los dos. Ambos parecíamos uno, sin el deambular lastimero que, muy a nuestro pesar, sobrara quizás... ¿o se habría agotado ya, tal vez? Reflejados en dos sombras solidarias, proyectadas por los rayos del sol y su calor atroz, en el último tramo he sudado como jamás lo había hecho hasta ahora; siete kilómetros raudos, por un camino de parcelaria ardiente, entre Mansilla de las Mulas y Puente Villarente. Me han dolido las piernas por el ritmo veloz, pero he llegado convencido, no me ha pesado la mochila, no me apetece responderle que no porque en mi cabeza no existe esa opción para esta propuesta que ha conquistado mi corazón. Pasado mañana, camino de la salvación, por el Camino del Salvador... ¡Y que sea lo que quiera Dios!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (iv) (Veinte de Septiembre)

¿Por qué me atraería su figura incluso antes de enterarme de su profesión? ¿Por qué me ha seguido conquistando su extraña personalidad, también después de desmentir lo que creía yo? Cuando lo he sabido, porque él me lo ha confesado... Al fin y al cabo, él no me había mentido; he sido yo. Escribir no era más que una afición; ¿que no era más que una afición...? Así lo ha confirmado, así lo ha definido; así, desde mi punto de vista, se ha sentenciado. ¿Cómo que sólo era una afición...? ¿Sólo? ¿Y qué otra cosa pudiera ser, mejor? No se había atrevido a dejarlo todo por el que decía que era objeto de su veneración.

¿De verdad necesitaría, necesita, plasmar su llanto en un papel? ¿Y sus alegrías, por qué no? Si lo hubiera dejado todo, quizás ahora no fuera una obsesión. Pero no lo hizo, porque había, hay, otras cosas más importantes que son obligación. Deberes que, aunque no quisiera, tenía que atender; necesidades básicas: había que comer. Creo que se equivoca, pero es una opinión. No sé como habrá transcurrido su vida sumido en esta contradicción, no tengo más elementos de juicio que su queja perpetua y esa cara llena de pena, que ha olvidado ejecutar aquella mueca espontanea infantil. Elementos de juicio, aunque los tuviera no los esgrimiría en su contra, tampoco a su favor. Ya estoy yendo demasiado lejos, criticando su forma de enfocar esta cuestión. Me arrepiento, rectifico, me encierro en mis enredos superficiales; mejor me callo, mucho mejor.

Denis, el gran desconocido, el hombre pequeño y de carnes escasas; el mago manco recluido en su chistera de terciopelo se baja definitivamente de nuestro carro. ¿O tal vez nos bajemos nosotros del suyo? Se queda en Mansilla de las Mulas... Joan y yo, sí que queremos experimentar. De momento, hasta Puente Villarente, esperemos que allí no nos espere el Abismo sin Referente. Allí, o mientras allí llegamos, iremos decidiendo hacia donde mirar. Hasta luego Denis, aún tienes la oportunidad de continuar. Hasta luego Denis, no le ha dado opción a la ocasión de cambiar... Hasta luego Denis, nos escribimos; de verdad que reflexionar a tu lado ha sido un placer. Camino del albergue, siete kilómetros más allá... Hemos continuado andando... Ya sólo quedamos los dos.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (iii) (Veinte de Septiembre)

En busca de la inspiración. O huyendo del folio en blanco que ya no sería capaz de rellenar. Habían dictado sentencia muchas tardes desperdiciadas, sentado delante del reflejo siniestro que su lapicero no se atrevía a quebrar. Tampoco de noche, cuando el sol ya no iluminaba la estancia en la que se empeñaba en prorrogar los lamentos de la velada desvelada anterior, cuando ya no había rayo que rallar con su rallador insustancial. ¡Cuántas horas de sueño perdidas sin ton ni son! Al son del repiqueteo terco del ordenador que dentro de su cabeza le amartillaba con desdén; su fracaso, tantos fracasos pasados; el éxito que nunca existió, tantísimos éxitos que pudieran haber sido, pero que no fueron... Quién sabe por qué, pero el quería ser escritor; ¿famoso?, ¡mucho mejor!

Al encuentro de la Inspiración, de un aliento que completase la respiración forzada que ya no llenaba su pulmón. Inspiración, en mayúsculas; porque se le llenaba la boca cada vez que hablaba de su Dios. ¡Qué no me escuche mentar a su Satanás particular, por favor! No creo que esto acabara con nuestra amistad, pero sé que no le sentaría nada bien que identificara con el Señor a su pasión. Se declara ateo convencido, con gran fervor. No acabo de entender, ni su razón, ni sus argumentos, ni su resignación... Ni como funciona su corazón; pero creo que no he asistido a mejor representación de la Pasión de Cristo en vivo jamás; el “Ecce Homo” cubano, en boca de un singular Pilatos, en vez de romano, americano... Atado de pies y manos a una columna, que no le sirve de pilar, y coronado con una corona de espinas “fashion” que no le da la medida de su función... Flagelándose continuamente como le flagelaron a Aquel, pero éste no sabe por qué.

Porque se niega a aceptar su cruz, el sacrificio que supone estar a la altura de las circunstancias que quiere parir. No quiere pagar el precio que supone ser diferente que los demás. Se resiste a cumplir la misión que le había encomendado el Creador. ¿Por qué atendería un ateo la llamada de este Camino, cristiano y confesor? ¿Para expiar los pecados que no reconoce que cometió?

¿Ulceras, digestiones pesadas, bronquios atascados en alcohol? Un cáncer peor le amenaza pero no quiere escuchar, aunque de momento sea alegoría o metáfora cruel de una situación que empieza a ser insostenible; ya no se puede sostener. Le va a matar, posiblemente otro real; si no se atreve a cambiar; su sequía creativa es la señal; la sequía que asegura que, hasta hace unos meses, nunca le abandonó. Aunque siempre le hicieran sufrir, implora en cada paso trompicado que regresen las musas que tanto le hicieron llorar. Habían sido su salvación, muy a su pesar... Muy a su pesar le libraban de otro sufrimiento mayor... Pero no quiso escuchar, demorando la agonía, cada noche, una noche más.

martes, 7 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (ii) (Veinte de Septiembre)

Aún no le he visto ejecutar contra los demás esa furia que presumo presa en su interior; lo cual explicaría su rictus ritual: triste, amargo; amargado esconde su secreto existencial, exhibiendo la mueca forzada de quien no ha aprendido a sonreír porque se interpone su gran complejo letal. Le devora la paciencia que, ya impaciente, va rechazando, uno a uno, cada desplante que de él ha venido soportando desde los principios de su complicada relación, allá cuando nació. Tras ese aspecto pausado se debate un lobo feroz; una hiena que se ríe a la fuerza de la zafiedad que le asfixia a su alrededor; se esfuerza por retenerlos dentro de él, pero no se cuanto tiempo será capaz... Sus ojos empiezan a reflejar debilidad. Ni siquiera una tregua le concede a su cabeza para respirar, no deja de darle vueltas a esa idea que le atormenta y no le deja en paz. Sé que no podrá dejar de pensar, de preocuparse por todo y por nada, por lo que es, fue y será; creo que no le interesa, no quiere, dejar de perpetrar obsesiones que maquinen castigos contra su error fatal, repetido hasta la saciedad. Mastica lentamente, antes de emitir cada palabra que dice, antes de pensar cada pensamiento que piensa, antes de imaginar cada imagen que elude; sin rendirse a la evidencia; evidenciando hacia sí la total deslealtad. Lo que no puede evitar es fantasear con su fantasma más locuaz.

Una úlcera, no sé si ya incipiente, quizás desbordando la barrera de lo digerible, creo que ya no es en sus carnes un ente indigente, antes o después dictará sentencia. Ya me gustaría que el calendario fuera, con él, más compasivo de lo que él lo es consigo mismo. La impaciencia tranquila, que sólo cubre la nicotina que libera cada cigarro en sus bronquios maltrechos; sin haberse consumido el anterior, ya espera otro sobre la mesa, asomando a medias la cabeza por la cajetilla. Mientras, echa con su acostumbrada pausa urgente la penúltima bocanada de humo de otra colilla. Uno tras otro, consumiendo con sus pitillos las expectativas, han ido encendiendo sus fatigas. A golpe de desencanto, con cada calada se le ha ido escapando el aliento... Creo que llega este punto del Camino exhausto.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (i) (Veinte de Septiembre)

Tal vez sea un conjunto de pequeñas cosas, posiblemente fuera grano a grano como se habría ido formando su grave montaña; apenas minucias, que acumulara el paso del tiempo, muchas penas insignificantes soportadas en silencio, desplantes encadenando diminutos desencuentros en sus adentros. Tantos minutos, segundos y horas; días eternos, semanas que pasaran en balde; meses y años engendrando décadas completas, calladas, amordazadas, esclavas. Tantos complejos renovados, anclados a aquellos milenios de antaño, y que ha ido arrastrando en cada paso pesado, prejuicios que se le han ido atascando en los pasos que no había dado, por cobardía, por determinación, por valentía, por un compendio de obsesiones y contradicciones excusadas tras el escudo de su procedencia humillada. Todos los saltos que había forzado por orgullo, para integrarse como el que más, en una sociedad agresiva, distante, excluyente. Una nueva comunidad completamente distinta a la que, en circunstancias normales, le habría tocado engrosar.

Esas digestiones pesadas... No sé si serían tan graves como aparentaban... Pegado, siempre, a esos compuestos y complementos, sales y jarabes diversos, medicamentos prestos para adherirse a su garganta y evitar el fuego que desde el estómago amenazara abrasarle las cuerdas vocales. Digo yo que será por eso por lo que, a menudo, camine meditabundo, eludiendo cualquier opción de reconciliación con la articulación de palabras sin retranca; no conoce la ironía que no culmine en sarcasmo hiriente. Quizás también tenga que ver en todo ello la soberbia, que la ira acostumbra a cultivar en las entrañas que coloniza. Herida de muerte, se debate, entre la vida y el olvido, una modestia fingida que no le deja ser el mismo. Me recuerda a la que me ha contado un amigo que, según dice una amiga suya, también sufría un enemigo cercano... La mía misma.

La mandíbula, que comprime entre sus garras unos dientes vestidos de blanco impoluto, fruto típico de las gentes que navegan los contornos de esos mares sumergidos en el Triángulo de las Bermudas. Allí, donde así como desaparecen los barcos y los aviones por arte de brujería, por arte de magia se perfilan en las caras sonrisas sinceras y juerga; regalo de la naturaleza. A Denis le ha debido de robar su alegría innata el artificio adquirido a caro precio, ahora su dentadura perfecta es enmarcada por una cara morena y tensa; rasgada por los músculos contraídos, afanados en mantener el rostro compungido; como debe ser para no dejar traslucir los sentimientos que hay que ocultar. Se siente una porquería, aunque asegure que sus emociones mienten; yo creo que no goza de la identidad de la que presume, aunque se esfuerza en identificarla como propio y singular, en lo más hondo de sí es un extranjero más.

Fuerza su intención, tan relajada como la del gimnasta que a base de ímprobos refuerzos finge el movimiento dulce, mientras la amargura crispa su mente entrenada y dura... No es fácil retener con naturalidad una pose artificial; a la corta o a la larga produce úlceras y agresividad.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (x) (Diecinueve de Septiembre)

Y para colmo esas dos señoronas; ahí, plantadas delante de mí, interponiéndose entre mi mirada y otras más agradables. ¿Ahora quieren que me ponga ayudar? No lo haré, me niego a ser una marioneta que baile al son de sus caretas de beatas santonas; me niego y me negaré, aunque me miren mal; aunque no sea decente, aunque me excomulguen, en el peor de los casos me quedaré sin el postre. Peor que me han tratado ya no me pueden tratar. Prefiero que me desprecien con malos modales a que, aparentando lo contrario, me contraríen con su supuesto buen hacer; con sus sonrisas falseadas por la incomodidad de estar haciendo algo que no les apetece de verdad. Mascaré con calma mi orgullo, aunque la impaciencia me pida tirarme a su cuello ladrando improperios sin parar. Mi programación, mis normas de buena educación, mi urbanidad, pisotearé mi anhelo constante por colaborar... ¡Que frieguen ellas lo que no me dejaron ensuciar ayudando a preparar la cena que a punto he estado de negarme a tomar! ¡Que barran ellas! ¿No decían que eran suficientes? Si antes no aceptaron mi cooperación, ahora no les hago tampoco falta... ¡Por mis huevos y porque lo digo yo!

¡Ya está bien de tontear! Aquí se acaba la supuesta ruta nómada por las tierras castellanas, riojanas y navarras; continuaré hasta León, por llegar a una ciudad bien comunicada con el exterior de esta cárcel de sudor. ¿Las tierras gallegas?, hoy, ahora, me quedan lejos, la dejaré para otra ocasión. ¿Y las asturianas?, exigen un esfuerzo al alcance de los menos, aunque hasta ellas lleve ese camino que llamen del Salvador. No sé si estoy dispuesto a afrontar otro fracaso, la única salvación que llego a otear desde este socavón es la rendición. Llevaré mucho mejor el fracaso en mi casa, bien sentado y acomodado en el sillón, alternando mis malos ratos con los distintos canales de televisión. Creo que voy a cambiar las botas por el mando a distancia, y la mochila por palomitas y un buen jarrón de cerveza con gaseosa, y mucho alcohol. Apuesto a caballo ganador; allí no me molestará este turismo sin compasión que a mí también me empieza a hartar, aunque haya querido negarme la mayor. Allí no tendré que luchar contra esta horrible sensación de no tener ni un instante de soledad; allí disfrutaré de estar rodeado del maravilloso ruido que golpetee cada extremidad. De nuevo reconciliado con los extremos de verdad.

Lo dicho, hoy mejor me voy a acostar, y que estas señoras arrastren las fregonas y su arrogancia feroz. Y si no que engañen a otros dos. Vámonos Joan, vamos a ver si nos cuenta algo nuevo Denis, que nos contagie un poco de su pasividad. Que nos escupan esas dos arpías sus silencios terribles encendidos en sus miradas contraídas y reciban de las nuestras la indiferencia sin rubor.
Creative Commons License
Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.