viernes, 29 de octubre de 2010

León – Buiza (iv) (Veintidos de Septiembre)

Todas las dudas carecían de sentido, porque no habría tiempo, lugar, ni posibilidad de rectificar. La decisión estaba tomada, y la pateada desde el desvió avanzada; habíamos elegido el extravío; nos habría costado demasiado esfuerzo siquiera considerar la opción de deshacer los pasos dados... ¡Total, por unas pendientes de más! Animado por el recién estrenado aliento de este que, como por arte de magia, había dejado de ser el acompañante desconocido y pesado... No me apetecía parar, ni echar la vista hacia atrás; no me convirtiera yo en estatua de sal... ¿Qué iba a hacer Joan con tal pedestal? Mi determinación incipiente, hasta hoy timorata y cortada; había dejado de serlo gracias a éste que hasta hace dos días acostumbraba a caminar alejado, conversando, ¿quién sabe si no, alentando? a otro que, indefectiblemente, no fuera yo. Aliado, amigo, hombro de apoyo, saco del penúltimo resuello, cuando la falta de coraje y paciencia aún no es ni amenaza somera. Su disposición no ha dejado espacio, ni reloj, ni brújula en descomposición, en ningún momento, ni razón, para mostrar, alguno de los dos, el más mínimo atisbo de rendición. Con él todo era poco, y sólo me apetecía pedir más... Y más... Mucho mejor.

Se había transformado, de repente, en adalid convincente y fiable; aquella sonrisa forzada y peripuesta, que me había parecido mueca forzosa para convencer al interlocutor de turno me ha cambiado la forma de mirar; ya no la veo igual... Su mirada cristalina dispone bajo mis pies doloridos, un trampolín, el puente que me lleva en volandas mucho más allá; un impulso repetido, continuo e inexcusable para no reparar en lamentos, sin motivos, ni sazón... ¡Vamos! ¿Cotinuámos? ¡Claro que sí! A por otra cuesta más, de esas que por aquí parecen clasificar como de escasa dificultad; aunque nosotros creamos que en el intento hayan dejado varios las partidas de nacimiento y hasta el documento nacional de identidad. Pero nosotros, juntos los dos, hermanos siameses unidos por esta locura dichosa, no nos rendiremos, jamás... Por nosotros y, ahora que nadie me escucha, por Miriam y Mónica; para no ser menos; ¡faltaría más!

¿Cuestas de escasa dificultad? Así calificaba estas pendientes el autor de la revista promocional, única guía en la que nos podíamos apoyar; menudo el favor, un gran error, había sido cargar una de las mochilas con el peso de ese tocho mudo, tan grande como inútil; para ser cuatro hojas mal puestas pesaban un montón... Aunque muy bien grapadas, no le he encontrado la razón, cualquiera diría que fueran grapas de hierro forjado en carbón. La primera etapa, entre León y La Robla, tras abandonar casi diez kilómetros eternos en que el ambiente había ido perdiendo con desesperante lentitud el aroma a ciudad, recorrería, según el autor, unos maravillosos parajes que irían jugando al gato y al ratón con las aguas cristalinas de un río juguetón, protegidos de los rayos del sol, ahora sí, después no, por bosques de árboles de los cuales no recuerdo el nombre, ni la condición. Parecían de esos que aguantan hasta la extenuación la sed de las últimas tierras secas castellanas... Es cierta toda esta narración, en esto no le quito razón. Un trayecto, continua y apostilla este señor, salpicado de continuos y ligerísimos ascensos y descensos... Este hombre tenía que ser del alpinismo un campeón. No hemos querido ni cuestionarnos como serían esas rampas que tendríamos que superar tres días después y que él calificaba, así como quien no quiere la cosa, de fuertes rampas de extrema dureza, valga la redundancia mental... ¿Fuertes, dureza extrema, rampas? Calla, no pienses más, son conceptos irreconciliables, olvídalo... Mirando los perfiles expuestos, daban ganas de... No daban ganas de nada.

Menos mal, que había conquistado mi determinación y mi voluntad, a su lado me siento el mejor escalador; sube y baja sin parar, a nuestro tran tran. Sutil, cortés, tenaz hasta en ciertas indecisiones, éstas sí ligeras de verdad. Y este si que es un ingrediente fundamental: de haberme tocado con otro compañero, habría sido un infierno infernal... Menos mal; aunque al final no hubiese querido completar el trío, Philip; no me arrepiento, no lo siento, aunque tampoco me hubiese sentido mal, todo lo contrario quizás... Si hubiésemos sido los tres, mejor; siendo nosotros dos, mejor; en realidad Philip sigue viajando en nuestro corazón; que ya es uno, que ya no son dos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

León – Buiza (iii) (Veintidos de Septiembre)

Una flecha amarilla que no nos iba fallar; hasta aquí, un montón de hitos, bien dispuestos en el camino, habían ido certificando este contrato unilateral; porque así queríamos seguir creyéndolo, pesara a quien pesara, y aunque quien lo negase fuera el mismísimo Santiago; sí o sí, nos habíamos acomodado en el regazo del Señor Salvador... ¿Con ese nombre quien albergaría temor? Además, lo más difícil, hasta el día de hoy habría sido perderse, sembrado como estaba el recorrido de señales indicadoras del rumbo a seguir para no tener otra opción. Y me ha dicho Joan que Miriam no ha le ha dejado ninguna duda sobre esta cuestión. A partir de aquí, y hasta donde ellas habían llegado, estaba tan bien indicado, o incluso mejor. Ellas han dormido esta noche en Buiza, hoy estarán recorriendo la Etapa Reina de todos los caminos de Santiago; ni el Camino Francés, ni la Ruta de la Plata, ni siquiera en el del Norte o en el Primitivo... Según un comentario que, al margen, había redactado el autor de la guía que ellas sí que habían comprado para tener un punto de referencia oficial y fiable, en el que poder apoyarse... Según él, en este camino que habíamos elegido se recorría la etapa más dura de todas, con diferencia...; pero, a la vez, la más hermosa y salvaje, la más azul y verde; el espectáculo más extraordinario con el que un peregrino se pudiera encontrar.

¿Qué podríamos temer? Ellas no se habían destacado hasta ahora por ser unas aventureras experimentadas, más bien todo lo contrario... También es verdad que de la necesidad emana la genialidad; esperemos que no hubiera fluido aún de sus piernas y corazones un manantial descomunal, no porque no quisiera que esto ocurriera, sino para seguir caminando tranquilos confiando en la supuesta mediocridad que compartíamos todos en estas lides santiaguiles. En realidad, ellas eran patosas en temas de orientación, más o menos como yo; estaríamos, por ello, a la par. Si ellas han podido siendo personas normales, nosotros, sin ser extraterrestres, podremos también; aunque haya algún que otro obstáculo que superar... Mejor que los hubiera, para tener algo extraordinario que contar. De oídas sé que Joan ha recorrido otros caminos, mucho más complicados y con dificultades extremas, no solamente orográficas; si es verdad lo que he oído se ha metido en algún que otro berenjenal duro de pelear. Además, tiene buen humor, aspecto que me parece fundamental para no perder el sentido, más allá de la orientación.

Joan, el tapado del grupo, el que más alejado había estado de mí; aquel que había recibido de tan mal gas no hace aún dos semanas. Ahoras sí que estoy seguro de que aquella aparente repulsión no había sido fruto de la casualidad, también estaba perfectamente organiza esta última función. Tenía que retrasarse al máximo el encuentro entre los dos, dejaba el destino este episodio como epílogo final porque sabía que tendríamos tiempo suficiente para conocernos muy bien en este deambular por tierras asturianas, en total soledad. Es lo primero que se siente aquí, que el Creador, lleve o no pantalón, no deja nada en manos del azar; al menos, no es ese el nombre por el que en los estratos celestiales se le conoce al supremo zar. Nos rodea una fuerza singular que va moviendo las piezas a su voluntad, lo queramos nosotros o a nuestro pesar; a él le importa poco nuestra opinión. Si has de pasar por el aro no te resistas, pasarás aunque para ello fuese necesario utilizar calzador.

A veces, pudiera parecer que algo se le escape al poder de su dedo ejecutor; no se engañen, no son más que tretas para que los seres humanos, cegatos para ver más allá de sus narices, nos creamos que en nuestras manos sigue estando el control. Joan, así tenía que ser; y así parece que será.

martes, 26 de octubre de 2010

León – Buiza (ii) (Veintidos de Septiembre)

Cuarenta kilómetros, para empezar; y los que después nos fuesen cayendo, paso viene, tropiezo va; hasta Oviedo, al menos cinco jornadas, más de cien kilómetros que añadir a los completados hoy... Y nos hemos atrevido a comenzar esta aventura sin guión, fiados de la buena voluntad del azar. Confiamos totalmente en nuestros ángeles de la guarda particulares, aunque últimamente nos hubiesen dado motivos para dudar de su lealtad, no hemos querido hacerlo... Los problemas tecnológicos a ellas no se los debíamos achacar. ¡Que pase lo que tenga que pasar! Las dos compañeras que iban abriendo camino, tres jornadas por delante, no nos iban a fallar... Además, si ellas habían completado las tres primeras jornadas sin dificultad, nosotros también lo conseguiríamos aunque fuese arrastrándonos por estos pastizales, entre vacas, caballos, potros, terneros y demás animales de estos que hay por aquí... Por cierto, eso sí que sería un grave problema a afrontar, porque no hacen más que cagar y dejar el camino sembrado de mierda que huelen fatal.

¡Nosotros nos sabríamos orientar...! ¿Sabría hacerlo Joan en caso de necesidad? Me he obligado a pensar que sí, mejor no indagar; he preferido reservar la pregunta en mi cabeza, nada más; por no airear aromas que nos pudiesen incomodar. Por si acaso, para nuestra tranquilidad, no estaría mal que mejorasen considerablemente las coberturas de los móviles que nos tuvieran que salvar en caso de S.O.S. urgente y vital; el de Joan, el de Miriam o el de Mónica, y los tres... Creo que el 112 funciona siempre, menos mal. Yo había decidido desde el principio no utilizar el mío para comunicarme, quería que el destino decidiese... por lo cual, aunque tuviese cobertura no serviría de nada. Al final, aunque llegáramos a considerar fundamental llevarla en la mochila, no nos habíamos comprado una guía decente que nos pudiera sacar de un aprieto en caso de que la flecha amarilla dejara de indicarnos la dirección que nuestros pasos tuvieran que pisar... Ni siquiera una indecente, la revista que nos habían regalado en la Oficina de Turismo de León no podía ser considerada como tal; a duras penas cumplía su función promocional... Preciosa, colorida, de papel couché resistente, muy pesada... Más valdría que Dios nos pillara confesados si con su información tuviéramos que salir de una situación comprometida, el compromiso accidental de la tragedia sobrevenida nos engulliría en su pozo de destrucción, sin dudar.

lunes, 25 de octubre de 2010

León – Buiza (i) (Veintidos de Septiembre)

Lo había conseguido al final, cuando yo me había dormido ya; no había querido quedarme con ellos a conversar porque tenía que librarme como fuera y cuanto antes de la preocupación a la que me había estado sometiendo toda la tarde la recién estrenada nueva opresión; otra ampolla del montón; a las nueve de la tarde ya estaba durmiendo, como un señor. A primera hora, mientras compartíamos el exquisito desayuno con que nos habían obsequiado las Carbajalas, nos lo había contado Joan... Las Carbajalas, aún no sé porque se les llama así a las monjas que atienden el albergue de León, lo tendré que consultar. Hasta última hora de ayer, el móvil de Miriam no había hecho otra cosa que devolver el mismo mensaje desalentador en cada intento que habíamos probado; suspendido por pesado, había estado todo el día apagado o fuera de cobertura...

Nos habíamos ido convenciendo, reiterando uno y otro el mismo comentario cada vez que no obteníamos la respuesta apetecida... Serían problemas de las operadoras que no tendrían por esta zona repetidores suficientes para refrescar la señal... Añadíamos, por supuesto, nuestra queja solapada contra las deficientes comunicaciones que había por estas tierras ya pasado el siglo veinte... Quizás, posiblemente, no tanto porque nos molestase tal desfase como por no añadir ningún comentario al margen que pudiera contrariar la sentencia deseada compartida, tan optimista como falsa. Temía que les hubiese pasado algo, temíamos ambos, como después él también me había confesado... Nos habíamos puesto de acuerdo, sin mediar pausa ni pacto, ninguno de los dos habíamos querido decir lo que no eramos capaces de dejar de pensar, por no incordiar al contrario, compañero, adversario. Había que andar, queríamos cambiar de ruta; anduvimos y estamos cambiando. Y lo que no habíamos sido capaces de dejar de pensar no era verdad... ¡Menos mal!

Salvo un problemilla de clasificación, todo les había marchado fenomenal... Ni siquiera que no fuera el albergue de la Robla lo que esperaban había hecho mella en sus calificaciones superlativas... Todo estaba siendo maravilloso; los paisajes, la gente, el chorizo, el pan y el queso con que les habían obsequiado a su paso; la soledad del camino, el rubor de sus pieles sensibles; el verdor de su destino, el azul azaroso y cristalino. Haber tenido que compartir la primera noche, tras el desvío, su espacio con el de indigentes de dudosa fama no había hecho en ellas mella... Tenía que estar siendo a la fuerza una experiencia extraordinaria para que Miriam, tan..., tan....¿cómo lo diría yo para no faltarme al respeto...? Para que Miriam, tan suya, no hubiese sacado a pasear sus uñas, afiladas como dagas. Y es que, aunque así lo indicase la maravillosa guía del Camino del Norte que habían comprado en León, no era albergue de peregrinos lo que habían encontrado en La Robla. Es un albergue de transeúntes, por lo cual, nosotros hemos decidido alargar la etapa de hoy hasta Pola de Gordón; casi cuarenta kilómetros... Casi nada, para empezar.

jueves, 14 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (x) (Veinte de Septiembre)

Ya eramos tres otra vez, eso es lo que me ha apetecido exclamar; y eso es lo que he querido creer; estaba convencido, si había llegado hasta aquí con tanta celeridad es que nos quería encontrar; Ana ya no se interpondría en nuestro caminar conjunto... Ha tenido que correr un montón y me he alegrado de verdad... Hacía tanto que no le veía, le echaba de menos, me apetecía que todo volviera a ser igual... ¡Cuatro días...! Me parece que hubiera pasado una eternidad entera... Pero al verlo ahí, echado sobre la cama, roncando, se ha ido enrollando sobre sí mismo el tiempo, como si ni siquiera hubiera transcurrido media hora. Hay que ver como se estira y se encoge el calendario, a nuestro capricho... O, más bien, a capricho de quien dirige nuestros sentidos, de quien calma y acelera nuestros latidos, de quien... De ese duende travieso que juega en su tablero nuestra partida.

Entre ampolla y ampolla, los hitos del camino que habían marcado este descuido. Había desaparecido con la primera, hermosa, plena y dolorida; ha reaparecido a la vera de esta otra, incipiente, adolescente y dolorosa. Una ampolla de mierda que había modificado los planes previstos, me había adelantado para tener ventaja porque a su paso sabía que no podría; no sé que habría ocurrido si no me hubiese rendido a la dictadura de su sangre ardiente; la mía fría no había tenido determinación, ni paciencia para soportar los embistes de su acometida. Me había abrasado la ira. Esta tendrá que adaptarse a lo que yo diga; has llegado tarde amiga; si lo prefieres puedes ser mi enemiga, pero la llevas clara, estas perdida. Y tengo experiencia; y te iré machacando poco a poco, pisoteándote sin descanso; allí donde más me quemen tus brasas, allí azuzaré tus ascuas. No te daré ni un respiro, ni un instante de alivio, caminaremos de la mano, y lo haremos sin recato; hasta llegar al orgasmo en que los dos nos corramos; tú de pus secado por la tierra, sudor y asfalto... Yo, porque perdido, me habré vencido, dialogando con mis miedos más íntimos. No te abandonaré ni un paso... Prepárate para una danza sin tregua, en pos de una batalla paciente... Te quiero, compañera, colega.... Muerte fría.

¿Por dónde iría? Había dado por sentado que con nosotros vendría, creo que a Joan tampoco le cabía ninguna duda; Philip, como nosotros le queríamos, nos quería. Sería una aventura inolvidable... Los tres mosqueteros, cabalgando sobre nuestras mochilas, entre los montes que en el horizonte habíamos visto antes de entrar a León... Desde la capital no se veían. ¡Menuda sorpresa! ¡Qué gran alegría! Vamos a despertarle Joan, que tenemos que celebrar el reencuentro de los compañeros de Camino; y las nuevas veredas que a partir de mañana nos regale Salvador.

¡Philip, abre los ojos, que aún es de día!

jueves, 7 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (ix) (Veinte de Septiembre)

Aquí acaba su odisea de momento, no van más allá... Otra casualidad... casualidades que ya empiezan a mostrarse como algo familiar; ¿casualidad o causalidad? Si hubiésemos tardado un poco más en encontrarnos; o si nos hubiésemos alojado en Mansilla de las Mulas con Denis; o si... Si, así hubiera sido, no habríamos coincidido jamás. Porque Mª Angeles y Javier concluyen en León, ya no les quedan más días para continuar, el próximo año será; como Fernando... Quizás el año que viene coincidan los tres en el Monte del Gozo, antes de llegar a Santiago a la par; o, si no, dentro de dos... Sea lo que sea, no será el azar, será lo que tiene que ser... Sea pues, y ya está. Puente Villarente; menos mal... A pesar de habernos quedado en la antesala de lo mejor allí, por no habernos atrevido a adentrarnos en lo que parecía una jungla desierta sin nada más; nos acomodamos, era más fácil no movernos que preguntar, que dar dos pasos para indagar.

En eso le alabo el gusto a Philip, que no va a dejar pasar la ocasión que le exige su corazón, aunque ni siquiera se le hubiera presentado la oportunidad con claridad, él lo intentaría, no iba a abandonar sin luchar, lo estaba probando, sin pensarlo más... Ojalá le saliera bien, aunque yo crea que a Ana no se le pasase por la cabeza enamorarse de él; eso da igual, sólo importa lo que sienta él y descubrir lo que ella pueda llegar a sentir... ¿Y si él que se equivocase fuera yo?, ¿y si él tuviera razón?, ¿y si el supiera algo que no sepa yo? Bastantes límites ficticios, en apariencia férreos, hicieron de mis sueños metas imposibles; ahora soy capaz de verlo claro, barreras interpuestas siempre por un exceso de argumentaciones sin fundamentos, sin motivo salvo mis propios prejuicios, mis complejos ladinos. Pensar por pensar, hasta claudicar, hasta distraer la atención de la ejecución, ejecutando al cobarde que era yo... No eran mentira mis anhelos, la única mentira, por entonces fui yo.

¡Miralo! Joan, ahí está... ¿A qué no sabes quién? Tumbado en la parte de abajo de la litera, Philip, roncando; descansando con cara de felicidad. ¡Vamos Joan! Vamos a despertarle para que nos cuente que ha sido de él. Ya somos tres, otra vez, continuará.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (viii) (Veinte de Septiembre)

Un escape de gas butano, había sido el responsable... ¿O sería el empujón necesario por ser un irresponsable? La vida, la mía, tenía que librarse, como fuera, de obstáculos sibilinos. Tantos alardes urgentes, tantas reacciones felinas, tantos bloqueos mestizos; por un lado quería una cosa, por otro no podía porque a otra le debía mi obediencia... Y, entre tanto, ahí atascado, viendo pasar el tiempo y crecer las telarañas en mis primaveras, en los otoños, veranos e inviernos... Estaciones de paso, que habían ido pasando de largo porque no sabía hacer nada sin la mano que había mecido la cuna, sin el dedo que había dirigido mis pasos, hacia el descalabro... Todo había funcionado mientras el dedo no había faltado, pero todo había estado a un paso del abismo si no hubiese sido por unos cuantos golpes de suerte parecidos.

Porque los bomberos no encontraron el foco, nada estaba estropeado; y porque todas las revisiones estaban en regla, ni una negligencia siquiera; porque todos los canales de escape estaban perfecta y, en apariencia, herméticamente cerrados... Un misterio, el primero del que fui consciente; el que fue descubriendo otros tantos de los que no me había percatado en su momento; el que ha ido abriendo paso a otros muchos que después han ido sorprendiéndome... Ya ni sorpresa siquiera, un hábito que no suelo confesar a menudo; me estoy acostumbrando a ciertos golpes de fortuna... Y yo me pregunto: ¿no estaré volviéndome un poco loco? Matías, qué casualidad haber encontrado aquí el nexo de unión con aquel montón de sensaciones que, si no fuese por ella, seguirían siendo olvido total; y tantos ingredientes más a la par. Joan; no, no será. No será otra asignatura pendiente por darle la espalda de nuevo al azar; la suspenda o la apruebe, pero esa aventura la pisarán mis pies.

Porque sé que si no se volverá a repetir la ocasión, y en vez de sugerencia alegre será bofetón sin compasión; y si no empujón feroz... Y si no... Y si no, tarde o temprano, la vida delegará en alguien peor... En esta ocasión libré, escuché; acepté el reto que se iluminó en mi cabeza mientras los bomberos no encontraban motivo ni razón... El motivo estaba en mi razón, tenía que caminar, para encontrar a Mª Angeles, para encontrarme a Manuel, y también a Philip y a todos los demás, para sufrir las ampollas, para todo esto y mucho más. Prefiero tener a la muerte como amiga, que no se tenga que enfadar; de compañera de viaje me sienta bien... Gracias por eso, a quien se las tenga que dar, quien se sienta aludido que recoja mi plegaria sin plegar. Gracias a quien no me permitió acomodarme en el regazo de aquel sopor... No sé que habría sido de mí, si no... Porque el gas, a pesar de todos los pesares, se había escapado y se escapó... Gracias por todo eso porque aún no quiero morir, Señor.

lunes, 4 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (vii) (Veinte de Septiembre)

¿Gracias a las desgracias? ¿A cuántas cosas inopinadas, supuéstamente buenas o en apariencia malas, habría de dárselas? Habríamos coincidido en mil ocasiones, en situaciones variadas; se habrían cruzado incontables veces nuestros caminos; durante cuatro años completos de nuestras vidas; a diario tantas, un montón de ellas. Posiblemente fuese una de esas muchachas que de su mano me cruzara la carretera que pasaba por delante del portal de nuestra casa, porque Matías, además de un cuidador extraordinario, era un hombre sabio... Conocía sus limitaciones y no se habría permitido arriesgar mi vida sin sentido, por ganar a cambio un poquito más de orgullo podrido.

Si no hubiese sido por las luces rotatorias de aquel camión de bomberos recorriendo la fachada de mi casa no se habría dado esta circunstancia... Cada vez que lo pienso me sorprendo, quise resistirme al principio pero ya no me estoy resistiendo; y disfruto, en ocasiones aún sufro, las sorpresas. ¿Habría logrado el destino reunirnos aunque yo me hubiese negado a escuchar en aquellas circunstancias hostiles su llamada? ¿Y si ella, no haciendo caso omiso a la medicina lógica y coherente se hubiese accedido a ser intervenida? ¿Estará, de verdad, todo presto y preparado de antemano? Otra casa, la actual, la que no ha conocido Matías. Casi cuarenta años después de todo esto, una casa más nueva que aquella, sita en mi lugar actual de residencia; después de casi treinta años viviendo en ella, también se está quedando vieja. En el pueblo donde fui emigrante, como lo fue en mi tierra de nacimiento, Mª Angeles ya hace tiempo. Hoy los emigrantes son otros, y yo... Y ella, y mi familia, y la suya, y sus hijos, y hasta los hijos que no he tenido, ya somos vecinos viejos, reconocidos, cada uno, como uno más de la comunidad, del conjunto, del grupo.

Aquellas sirenas que, aun apagadas, siguieron gritando sus gemidos intermitentes, tenaces, insoportables para mis orejas endebles; su alarido quejumbroso y urgente, que me había hecho su presa voluntaria; la urgencia inoculada en las venas por la catástrofe inminente ya abortada, la queja que con urgencia habían emitido los vecinos por si callarse diese lugar al desastre. En la puerta del portal la policía gestionando las entradas, casi todas prohibidas; y la salidas, no había quien quisiera... Los bomberos, arriba, paseando por el silencio tenso de los cristales de las ventanas el reflejo de sus linternas ignífugas; era Febrero, no era tarde, pero ya era de noche y el interior de mi casa estaba a oscuras. Hacía frío dentro y fuera de mi cuerpo, y el tiritar irrefrenable crispaba mi estabilidad fingida... Por suerte no había pasado nada, todo había quedado en un amago de cualquier cosa; para lo que podría haber sido no había sido nada. Un alarde, un circo; un espectáculo para animar una jornada congelada de gélido invierno.

Oportunidades que pasaron de largo por dejar que las apagara el calendario; lo tenía claro, se me iluminó Santiago. Más de doce años haciendo promesas, excusando haber faltado a mi palabra por mil y una imposibilidades certificables y ciertas; una mierda. No volvería a ocurrir, y no ha ocurrido; sin promesas, la primera promesa reprimida cumplida con creces, y recorriendo este segundo camino, duplicada... Pero merecía la pena, tan solo una duda, lo habría tirado todo por tierra. Dando pasos, poco a poco, sin pensar ni una vez, siquiera, las consecuencias. Si aquel día lo hubiese hecho, las consecuencias fúnebres de aquella propuesta urgente habrían arruinado, todo esto... Seguramente, no estaría aquí evocando con esta señora tan maja la figura de aquel ciego que ya tenía casi olvidado.

viernes, 1 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (vi) (Veinte de Septiembre)

Un niño precioso, acicalado de blanco inmaculado; no solo en las apariencias, también en lo más profundo de su esencia. Mª Angeles y Javier, aunque no eran vascos de nacimiento, en Las Vascongadas habían acabado desterrados, enterrados, al principio, por el sufrimiento de ser allí nuevos y sutilmente menospreciados; aterrados, por cierto agobio incruento... Como otros, como nosotros, como mi familia, por motivos laborales; porque en el pueblo, ya no quedaban caudales. Nosotros: mis padres, mis tíos, mis abuelos, tampoco eran vascos; ellos, esta pareja y sus parientes, creo haber entendido que eran de origen extremeño. Las Vascongadas era el nombre con el que en mi casa, hogar de emigrantes castellanos, se conocía ese lugar en el que todos habíamos desenvocado. Hacía tiempo que no me venía a la cabeza todo esto, ni ese nombre ya pasado de moda; ¿por qué tendría que estar ocurriendo, justamente, en este momento?

¿Otro tipo de ostracismo mucho más complejo?, un hueco que se había abierto allí donde siempre había habido una verja, con su patria y su candado, cerrada con llave y una bandera; preso de una religión que me habían convencido que era propiedad y plegaria de mis ancestros. Por fin, nadie se estaba imponiendo, aquí en este desierto; decidiera lo que decidiera, nadie se interpondría en estas ocasión; esta encrucijada sin nada era únicamente una responsabilidad mía. No habría autoridad que me obligara a cumplir con sus reglas. Nadie tenía potestad para encadenarme a las certezas absolutas que habían ido destruyendo el paso del tiempo y habían matado a tantos muertos anejos que confiaban en ellas. Una elección extraña que ni siquiera la consideraría propia; la estaba tomando un ente que hasta hace nada consideraba ajeno. Una especie de sentencia, no sé si divina o terrena. ¿Una ampolla de mierda? Una, y enorme, descomunal como otras penas... Una piedra monumental en las sandalias del pescador, aún pecador aunque no lo quiera, que, por no cumplir su misión, seguía cojeando y cojea.

Matías... ¿Qué habrá sido de él? ¿Dónde descansaría su alma? Pobre hombre, ¡cuántas veces me había preocupado por sus acechanzas! ¡cuántas, preguntado por lo que fuera de sus andanzas! Sin hacer nada más, por supuesto; seguramente, se habría muerto... La última vez que lo había visto ya era un anciano muy viejo al que le costaba dar más de diez pasos seguidos... Han pasado más de veinte años, desde aquello, casi treinta; demasiadas primaveras; demasiados aniversarios, demasiadas incidencias para que se diese la coincidencia de poder arreglar mi pasada indiferencia. Matías, aquel ciego tan raro, ya debe de ser historia anclada a un epitafio grabada sobre una tumba floreada. ¿Qué quedará en este mundo de aquel ciego tan sensible, tan especial; tan extraño? Ahora lo siento un extranjero entre tantos afincados, otro desterrado, por accidente, de los placeres venéreos; cinco minutos antes de producirse, inesperado e imprevisible era una catástrofe imposible. Quizás tuviera buena suerte, nunca se sabe... No creo que antes de que le aconteciera su desgracia tuviera la sensibilidad preclara que le llamaba tan poderosamente la atención a Mª Angeles, cuando se quedaba mirándole ensimismada. Me ha confesado que no podía evitar contemplarle pasmada, viendo como él estaba pendiente de cada vibración que, a mi alrededor, vibrara. Dice que parecía como si husmeara en el aire contaminado por la polución y las virutas de hierro, las advertencias del cielo. Nada me habría podido ocurrir malo, bajo su tenaz vigilancia. Gracias Matías, gracias.
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