jueves, 30 de diciembre de 2010

León – Buiza (xiii) (Veintidos de Septiembre)

Primera jornada del desvío, primera etapa sin ver un solo peregrino más que mi compañero; primer contratiempo; si no llega a ser por él no sé que hubiese sido de mí, me habría rajado, nada habría sido igual. Hasta ese instante incómodo todo había marchado sin problemas; salvo el dolor que producía la ampolla que me había empezado a dar guerra en León no habíamos tenido ninguna dificultad. Ya me estaba acostumbrando a caminar sobre mis pies lacerados, empezaba a ser parte del camino, como las rocas y las cuestas, y el resto de los obstáculos, amigos íntimos del peregrino. Habíamos decidido no alojarnos en La Robla porque ya nos había avisado Miriam de la emboscada que se habían encontrado allí. No es que nos diese grima dormir con mendigos y vagabundos, no estábamos preparados creo yo; no era por ellos, hemos tomado esta decisión melindrosa por nuestros miedos; prejuicios de un par de aprendices que apenas habían salido del cascarón. A ambos nos faltaban aún muchas piedras con las que tropezar, y muchas tormentas que soportar, y muchos sofocones que apagar; no estábamos preparados, a nuestro pesar.

Íbamos a coger el autobús, porque después de casi 30 kms. de subidas y bajadas continuas se nos habían empezaban a amontonar; posiblemente habríamos podido continuar pero eran demasiadas horas ya; la dificultad de este sendero no tenía nada que ver con los caminos planos que habíamos dejado en León. Además, ya temíamos la posible imposibilidad de llegar a tiempo de encontrar sitio en el albergue de La Pola del Gordón, donde habíamos decidido parar. Se nos ha escapado, por dos minutos escasos; quizás menos; lo hemos visto partir desde la pasarela por la que hemos atravesado al otro lado de la carretera general. A las seis de la tarde todo empezaba a complicarse; hemos preguntado en un bar, hasta las ocho no habría otro; menos mal que pasadas las siete de la tarde también salía un tren. Tren con el que no hemos cometido el mismo error, nos habría dado tiempo a echar un bocado con tranquilidad en cualquier otro lugar mas agradable, por si acaso hemos preferido merendar en la estación, por lo que pudiera acontecer.

Una sorpresa, una señal del destino, eramos peregrinos y por eso nos ha regalado los billetes quien quiera que lo maneje; no ha pasado el revisor. Por algo tenía que ser, alguna razón tenía que haber para haber perdido por tan poco margen de tiempo el bus, hemos querido creer que por eso habría sido; porque así tenía que ser. Todo volvía a pintar bien, todo se colocaba otra vez en su lugar, habiendo llegado sin novedad a la estación final, ya sólo nos quedaba preguntar y no hemos demorado la ocasión. Pero no tenían noticia de que hubiese albergue de peregrinos allí, las primeras personas con las que nos hemos encontrado al poner el pie en el andén; una pareja que con gran amabilidad se han puesto en contacto con el alcalde de la localidad y después con el encargado del polideportivo donde, según parecía, adaptarían un rincón para que pudiésemos pasar la noche. Porque en La Robla del Gordón no había albergue de peregrinos, ni infraestructura ocasional para salir de contratiempos como el que le acabábamos de proponer.

¿Qué íbamos hacer? El chico decía que él no sabía nada que pudiera hacer en nuestro favor, sólo atendía las necesidades de las personas que iban a hacer deporte a aquel pabellón. Mientras yo pensaba, tendremos que pagar por una hotel o una pensión; sería la opción más segura, aunque no fuera para mi afán aventurero, ni para mis capacidad económica, la mejor. Aún así se ha preocupado de hablar con el concejal, con cara a medio camino entre la curiosidad y la preocupación, estaba claro que no quería dejarnos tirados, amenazaba la noche; menudo marrón. Un cajero tampoco sería mala elección si fuésemos capaces de superar el ridículo que nos produjera esa situación; quizás sí o quizás no, seguían cruzándose pensamientos entre mi atención y la conversación que manteníamos Joan y yo. Pasadas las ocho de la tarde, la luz del sol avisaba de su retirada, reíamos y bromeábamos por no llorar. Nos esperaba lo peor.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

León – Buiza (xii) (Veintidos de Septiembre)

Y nada malo ha ocurrido, salvo el altercado perpetrado por los desmanes de mis sentidos; la razón pidiendo calma y las emociones a punto de perderse en la marejada de fondo de la incertidumbre inminente. En el fondo de mi corral retenida, en la superficie más carcajadas para no reparar en el naufragio con que amenazaba el azar al alma; el ego y el orgullo, primos hermanos o hermanos gemelos; uno mismo escindido del conjunto, por tanto varios en pelea continua por ser el protagonista. ¿Qué ha sido eso? Todo atisbo de grandeza rendida a pagar el tributo impuesto por la soberbia, hasta la falsa modestia agacharía la cabeza, al sentirse humillada, durmiendo bajo las estrellas, por muy hermosas que éstas fueran. Qué mal me ha sentado el fugaz reencuentro con lo peor de lo que guardaba adentro. Miedo, ira, rencor, vergüenza; contra lo que no me atrevo a ser, falsas apariencias. ¿Y si hubiera descubierto Joan, mucho más acostumbrado a lidiar con todas estas dificultades, que sólo era un aventurero de mantequilla, acomodado y cobardica?

No soy capaz aún de identificar, de este barullo de sensaciones contrapuestas, el motor. He querido convencerme de que mi preocupación había sido el frescor levemente congelado que haría, hace en rigor, en el exterior, en estas tierras altas de León, en estas fechas otoñales; realmente creo que no. No estar a la altura de lo que de mí espera mi compañero es lo que me preocupaba más. Me pregunto también si, acaso, él esperaría algo de mí o si el problema sería el nivel que yo acostumbro a poner en boca de otros para exigirme más y más de mí, hasta el límite superior, hasta la extenuación, hasta la imposible ejecución de la perfección. Por suerte, todo ha quedado en un susto, en un rato indiscreto que casi descubre todas mis debilidades. En un rato indiscreto que me ha enfrentado sin compasión con todas las mentiras que yo ya sabía que me estaba contando yo; únicamente yo. Yo, yo y yo; simplemente, de nuevo, yo..

Querer ser, asumiendo los peligros que a ser genuino acompañan; dejar de lado las apariencias, y con ellas todas las comodidades anejas... Ser no es tarea fácil y hoy me acabo de dar cuenta, con toda crudeza.

martes, 28 de diciembre de 2010

León – Buiza (xi) (Veintidos de Septiembre)

Huele a gloria... Pero huele a gloria ahora, cuando nuestros huesos han encontrado un techo bajo el que yacer protegidos. ¡Y un calefactor bendito! Un calefactor con el que están entrando en calor todos aquellos temores que hace un par de horas tiritaban, en silencio, ya rendidos. Hace un par de horas, Joan sonreía y yo fingía seguirle las bromas; y mientras tanto, mi cabeza se debatía para que el llanto de mi cobardía permaneciera amordazado, rebuscando el mejor de los refugios a improvisar, entre aquellos que yo recordaba que solían acompañar al oficio de mendigar. Un par de cajas de cartón, quizás, a los que encargar la función de ataud que nos aislara del frescor nocturno y la humedad; instalarnos en un cajero automático tampoco habría estado mal, aunque la vergüenza me hiciera dudar; ¿el pórtico de la iglesia de aquel lugar? Hace dos horas, la gloria también olía a mierda, pero Joan y yo habíamos pactado sin pactar, taparnos las narices y mirar en otra dirección, como si nada malo nos pudiera acontecer.
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