Naranja, desengrasante. Tras una exquisita paella, ha dictado sentencia el valenciano, es fundamento y complemento extraordinario. No nos queda ninguna... ¡Qué pena tan grande...! Se queja. Pero es que aquí comemos manzanas, que nos salen más baratas..
Esta noche hemos tenido un cocinero de lujo en el albergue de Tosantos; anfitrión improvisado en esta ocasión, uno de los que entraran a mediodía como peregrinos invitados. Ha seguido, paso a paso, toda la parafernalia; ha ido añadiendo, uno a uno, cada ingrediente, en el instante y cantidad pertinentes. Antes había preparado, a regañadientes, la base donde colocar el recipiente... Que, por cierto, no se llama paellera, como yo pensaba de manera equivocada: paella, según parece, es esa especie de sartén con dos asas en la que se hace. Define, por tanto, el envase al contenido, y no al contrario. El peregrino valenciano no ha logrado nivelarla a su gusto; lo cual, tarde o temprano, iba a acarrearnos problemas, según él nos ha dicho, ligeramente malhumorado..
Para ella; estaba caminando por ella, porque él no lo entendía; ahora atisba la respuesta pero se resiste... ¿Por qué a mí?, se pregunta; era demasiado joven, sentencia; ¿por qué, tras tres años de sufrimiento sin descanso?, tanto esfuerzo para nada, se lamenta y sus ojos se tornan llorosos. Tan bien que se había comportado siempre; tan afortunados tras cincuenta años de disfrute conjunto, tan bien que les había tratado la vida hasta que, tres años atrás , comenzara el cruel martirio. No lo entendía, ni lo quería entender..
Le paella estaba deliciosa, le había quedado insuperable; y él lo ha reconocido, en un principio, pero... Pero, le faltaba el conejo; y, además, al estar desnivelada la paella, no se había hecho correctamente... Y..., y..., y... Y una retahila de peros me han sugerido que todos sus logros debían de haber sido jalonados con un pero inclemente que les quitara el mérito y la satisfacción consecuente. No ha podido disfrutarla plenamente. Tenía pollo, tenía pimientos verdes y rojos, tenía alubias planas, hasta tenía un chorrito de buen vino tinto; tenía un ambiente excelente... Pero le faltaba el conejo dichoso, que le convertía a él, de repente, en un desdichado. El resto de peregrinos se estaban relamiendo de gusto pero....
A mí me asalta una duda, una cuestión peliaguda: ¿Sería, tal y como él cuenta, tan maravillosa la vida que disfrutara en su matrimonio hasta que ese maldito cáncer se la robara? Con tantos peros, no sé si en el instante de disfutarla, realmente, hubo el disfrute que añora y, del que ahora, presume.
Esta noche hemos tenido un cocinero de lujo en el albergue de Tosantos; anfitrión improvisado en esta ocasión, uno de los que entraran a mediodía como peregrinos invitados. Ha seguido, paso a paso, toda la parafernalia; ha ido añadiendo, uno a uno, cada ingrediente, en el instante y cantidad pertinentes. Antes había preparado, a regañadientes, la base donde colocar el recipiente... Que, por cierto, no se llama paellera, como yo pensaba de manera equivocada: paella, según parece, es esa especie de sartén con dos asas en la que se hace. Define, por tanto, el envase al contenido, y no al contrario. El peregrino valenciano no ha logrado nivelarla a su gusto; lo cual, tarde o temprano, iba a acarrearnos problemas, según él nos ha dicho, ligeramente malhumorado..
Para ella; estaba caminando por ella, porque él no lo entendía; ahora atisba la respuesta pero se resiste... ¿Por qué a mí?, se pregunta; era demasiado joven, sentencia; ¿por qué, tras tres años de sufrimiento sin descanso?, tanto esfuerzo para nada, se lamenta y sus ojos se tornan llorosos. Tan bien que se había comportado siempre; tan afortunados tras cincuenta años de disfrute conjunto, tan bien que les había tratado la vida hasta que, tres años atrás , comenzara el cruel martirio. No lo entendía, ni lo quería entender..
Le paella estaba deliciosa, le había quedado insuperable; y él lo ha reconocido, en un principio, pero... Pero, le faltaba el conejo; y, además, al estar desnivelada la paella, no se había hecho correctamente... Y..., y..., y... Y una retahila de peros me han sugerido que todos sus logros debían de haber sido jalonados con un pero inclemente que les quitara el mérito y la satisfacción consecuente. No ha podido disfrutarla plenamente. Tenía pollo, tenía pimientos verdes y rojos, tenía alubias planas, hasta tenía un chorrito de buen vino tinto; tenía un ambiente excelente... Pero le faltaba el conejo dichoso, que le convertía a él, de repente, en un desdichado. El resto de peregrinos se estaban relamiendo de gusto pero....
A mí me asalta una duda, una cuestión peliaguda: ¿Sería, tal y como él cuenta, tan maravillosa la vida que disfrutara en su matrimonio hasta que ese maldito cáncer se la robara? Con tantos peros, no sé si en el instante de disfutarla, realmente, hubo el disfrute que añora y, del que ahora, presume.