jueves, 30 de junio de 2011

Treinta de Junio de Dos Mil Once

Finisterre, mañana. Fisterra; antes he pasado por Muxía donde hoy reposo. Empiezo por el final, os he robado el mientras tanto. Mientras he estado caminando, en silencio; riendo y llorando; conversando. Intercambiando: recogiendo el reflejo de los que solían ser objetos de crítica, en lugar de sujetos que descubriesen todas aquellas cosas que siempre han viajado conmigo; ahí adentro, tan calladas, amordazando mis encuentros. Provocando desencuentros.

Fisterra, alguien decía el otro día que no aceptaba ese nombre; que el real y único cierto era Finisterre, en castellano. No sé quien viviría antes en estas tierras; tampoco es importante, creo. Ese lugar que alcanzaré mañana representaba el fin de la tierra para castellanos y gallegos, en aquellos tiempos remotos; que por supuesto no recuerdo.

No recuerdo, ni siquiera, todo aquel tiempo que viví deseando esto, no sé si porque no quiero, no sé si porque no puedo, no sé... No me interesa recordarlo, hace un mes apenas... No echo nada de menos. No echo de menos aquellos espejos que se tornaban opacos cuando de mí decían algo que no me interesaba. Hace ya treinta días que a mi alrededor no escucho el runrun acusador de la queja sin motivo, ni el arrullo aburrido de los chantajes furtivos de quien ofrece diciendo no esperar, esperando le sea devuelto lo que asegura haber ofrecido en un gesto de desesperación; en mi favor.

Y no echo, por supuesto, de menos las comodidades que tanto me incomodaban. Andando, rodeado de ampollas y dolores varios... De los dolores caminados sin quejas por tantos y tantos compañeros que, a pesar de caminar doloridos, siempre han tenido para mí, para todos, su mejor sonrisa; su mano dispuesta, su hombro presto... Mientras tanto, desde Muxía, a un paso de Finisterre, o Fisterra; para castellanos y gallegos del medievo comienzo del abismo sin fondo; para mí principio, continuación, fundamento... Origen de todos los finales que nunca llegan... Sintiendo todo esto, tan intenso... ¿Qué se puede echar de menos?

jueves, 16 de junio de 2011

Dieciséis de Junio de Dos Mil Once

Andreas. Motor incombustible, compañero apetecible; el ligero temblo de sus dedos no transmiten guerra, sino devoción y entrega. No afecta ese run run ligero a su verbo pausado, inteligente y sabio. En Hospital de Orbigo he caído en la cuenta, aunque ya ya llevaba tiempo avisándome no sé que extraña cosa de esto... Orbigo, donde se bifurcan las aguas de dos ríos que allí se encuentran; en Hospital de Orbigo, estacíón de paso en esta ocasión, han cambiado muchas cosas que ya estaban cambiando aquí adentro, hace tiempo.

La envidia que amenazaba en cada esquina, se ha ido diluyendo en la calma que he respirado profundo... A su lado la admiración sin aristas es la moneda de cambio; creo; creo que la relación es de ida y vuelta; si no, no sería, por cierto; lo siento. La urgencia que ayer nos acosó sin descanso ha dejado su espacio agobiado a la calma con reposo, caminando por esas tierras rojas de las sendas empolvadas algo ha ido creciendo por dentro. Lo que llevaba buscando tanto tiempo, lo que en meditaciones falsas he tratado de forzar sin tiento, lo que sólo aparece cuando dejas de forzar su apariencia y rebozo. Rebozados en arena de estas tierras leonesas hemos caminado en silencio, diciéndonos casi todo.


Negando lo que siempre se me habían dicho, y que yo creía a pies juntillas, por supuesto; los tópicos tienen estas cosas, se confía en mentiras inciertas. Me dijeron que los alemanes tienen la cabeza cuadriculada, que son inquebrantables en sus medidas regladas; duros como las piedras que adornan este camino de espinas y rosas... Hasta que este alemán atópico, y un pelín utópico, me las ha ido desgranando en granitos de arena digerible para mi cabeza terca. En este camino me están interesando las catedrales, vistas desde su punto de vista.

Aprendiz eterno de latín y griego; su basta cultura se expresa en cualquier idioma. Puede parecer una utopía, en busca del desencuentro; pero llevo más de siete días mamando de su verbo fácil; mis orejas me están sorprendiendo, son canales hábiles para entregarme traducido su inglés ágil. Gótico tardía, mezclado con románico temprano; y entre uno y otro, en la entrada algo de arte romano. Hemos descubierto que algún símbolo cristiano quizás fuera parido por los celtas antiguos. Filosofar en idiomas extraños se está haciendo, con él a mi lado, algo cotidiano.

Una jornada determinante, en un instante mi futuro queda impreso por delante; ambos, acabábamos la jornada en Astorga... Un poco antes, David ha aparecido como un ángel... Vital, joven, bronceado... Un loco, un genio... Eramos tres tíos raros hablando de planes irreverentes. Hacer un Camino donde la gente pudiera ofrecerse, donde el dinero no fuese el interés predominante... David, quizás otro día de él algo cuente, hoy es el día de la despedida de este tipo tan especial que a lo largo de más de una semana ha sido mi colega, amigo y confidente. Mañana, será otro día; pasado mañana otro distinto... Andrea, se queda y yo sigo.

lunes, 13 de junio de 2011

Trece de Junio de Dos Mil Once

Silencio. Tributo exigido por el rugido de los motores anfibios. Mi mente discute con el corazón, vencida no encuentra alivio. Sus latidos laten hacia el abismo. el eccema ha desaparecido. Mi cara, durante más de un año y medio en permanente sucidio. Mi cara ya no parece un mapa enrojecido; han desaparecido aquellas dunas, las peladuras de la piel irritada perfilando un desierto en la mirada. Poco a poco, el rubor extremo le había ido ganándole terreno al color sano y moreno.

Yo sabía cómo resolvería el misterio; yo conocía, de su curación, el secreto. Un encuentro. Ahora que lo he confirmado con hechos reclama mi atención otra duda, tan indiscreta como cierta: ¿cuál es el motivo de que en casa mis mejillas no brillaran?. ¿cuál es la medician que se esconde en los rincones de este infierno divino?

Entre los cuernos de este Satanás Santo vuelvo a encontrar el cielo. El cielo azul y cristalino, que nos ha deparado una jornada tórrida... Aliviada, sólo a ratos, por las nubes ligeras; ligeras, pequeñas, furtivas. Pasajeras. Un grave problema, la solución que aligera mis defectos. Grave el dilema que me plantea esta aventura de cuento. Descuento. ¿Tendré que continuar caminando todo lo que me reste de vida para que no vuelvan a corroerme la cara esos ronchones encendidos en fuego. Quizás sea el motivo que aquí, en contacto con las personas, a corazón abierto, sin escudos, ni muros, se consuma sin causar incendios la hoguera que me consume por dentro. Amor sin retorcidos entuertos.

Hace doce días que dejé mi vida estancada; amparados mis pasos foragidos por la luna nueva, hace doce días que vuelvo a ser nomada, no sólo de pensamiento. También de obra y de sentido. También de omisión de raras conjeturas que a este objetivo quitaban razón y sumaban deudas. En doce días, el aislamiento me ha devuelto la conexión con mi destino. Ya sólo hace falta desentrañar el significado de sus extraños símbolos; detalles sin importancia de gran importancia: las flechas amarillas que me dirigen más allá, más arriba.

Quizás si no hiciera nada, tal vez si no me resistiera... Posiblemente si me miro cada mañana al espejo y el azar me sigue devolviendo la pauta todo siga siendo perfecto... Mientras el eccema sea... Mientras el eccema no sea... Mientras el eccema permanezca en silencio, no dando señales de vida.

Motores terrenales... Paralelo al camino vuelan sobre la carretera de asfalto los coches... Discurren paralelos, pero son tan distintos.

miércoles, 1 de junio de 2011

Uno de Junio de Dos Mil Once

Hace más de nueve años que recorro la historia sin quejas... Hace nueve que di el primer paso, aferrado a la consciencia. Mañana continúo la aventura, sin protestas... El Camino me espera, a tientas. A tientas lo recorreré; cerrando los ojos, a ciegas. Perdiéndome en detalles cualquiera.

Ya me voy, mañana madrugo.
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