Finisterre, mañana. Fisterra; antes he pasado por Muxía donde hoy reposo. Empiezo por el final, os he robado el mientras tanto. Mientras he estado caminando, en silencio; riendo y llorando; conversando. Intercambiando: recogiendo el reflejo de los que solían ser objetos de crítica, en lugar de sujetos que descubriesen todas aquellas cosas que siempre han viajado conmigo; ahí adentro, tan calladas, amordazando mis encuentros. Provocando desencuentros.
Fisterra, alguien decía el otro día que no aceptaba ese nombre; que el real y único cierto era Finisterre, en castellano. No sé quien viviría antes en estas tierras; tampoco es importante, creo. Ese lugar que alcanzaré mañana representaba el fin de la tierra para castellanos y gallegos, en aquellos tiempos remotos; que por supuesto no recuerdo.
No recuerdo, ni siquiera, todo aquel tiempo que viví deseando esto, no sé si porque no quiero, no sé si porque no puedo, no sé... No me interesa recordarlo, hace un mes apenas... No echo nada de menos. No echo de menos aquellos espejos que se tornaban opacos cuando de mí decían algo que no me interesaba. Hace ya treinta días que a mi alrededor no escucho el runrun acusador de la queja sin motivo, ni el arrullo aburrido de los chantajes furtivos de quien ofrece diciendo no esperar, esperando le sea devuelto lo que asegura haber ofrecido en un gesto de desesperación; en mi favor.
Y no echo, por supuesto, de menos las comodidades que tanto me incomodaban. Andando, rodeado de ampollas y dolores varios... De los dolores caminados sin quejas por tantos y tantos compañeros que, a pesar de caminar doloridos, siempre han tenido para mí, para todos, su mejor sonrisa; su mano dispuesta, su hombro presto... Mientras tanto, desde Muxía, a un paso de Finisterre, o Fisterra; para castellanos y gallegos del medievo comienzo del abismo sin fondo; para mí principio, continuación, fundamento... Origen de todos los finales que nunca llegan... Sintiendo todo esto, tan intenso... ¿Qué se puede echar de menos?
Fisterra, alguien decía el otro día que no aceptaba ese nombre; que el real y único cierto era Finisterre, en castellano. No sé quien viviría antes en estas tierras; tampoco es importante, creo. Ese lugar que alcanzaré mañana representaba el fin de la tierra para castellanos y gallegos, en aquellos tiempos remotos; que por supuesto no recuerdo.
No recuerdo, ni siquiera, todo aquel tiempo que viví deseando esto, no sé si porque no quiero, no sé si porque no puedo, no sé... No me interesa recordarlo, hace un mes apenas... No echo nada de menos. No echo de menos aquellos espejos que se tornaban opacos cuando de mí decían algo que no me interesaba. Hace ya treinta días que a mi alrededor no escucho el runrun acusador de la queja sin motivo, ni el arrullo aburrido de los chantajes furtivos de quien ofrece diciendo no esperar, esperando le sea devuelto lo que asegura haber ofrecido en un gesto de desesperación; en mi favor.
Y no echo, por supuesto, de menos las comodidades que tanto me incomodaban. Andando, rodeado de ampollas y dolores varios... De los dolores caminados sin quejas por tantos y tantos compañeros que, a pesar de caminar doloridos, siempre han tenido para mí, para todos, su mejor sonrisa; su mano dispuesta, su hombro presto... Mientras tanto, desde Muxía, a un paso de Finisterre, o Fisterra; para castellanos y gallegos del medievo comienzo del abismo sin fondo; para mí principio, continuación, fundamento... Origen de todos los finales que nunca llegan... Sintiendo todo esto, tan intenso... ¿Qué se puede echar de menos?