jueves, 30 de diciembre de 2010

León – Buiza (xiii) (Veintidos de Septiembre)

Primera jornada del desvío, primera etapa sin ver un solo peregrino más que mi compañero; primer contratiempo; si no llega a ser por él no sé que hubiese sido de mí, me habría rajado, nada habría sido igual. Hasta ese instante incómodo todo había marchado sin problemas; salvo el dolor que producía la ampolla que me había empezado a dar guerra en León no habíamos tenido ninguna dificultad. Ya me estaba acostumbrando a caminar sobre mis pies lacerados, empezaba a ser parte del camino, como las rocas y las cuestas, y el resto de los obstáculos, amigos íntimos del peregrino. Habíamos decidido no alojarnos en La Robla porque ya nos había avisado Miriam de la emboscada que se habían encontrado allí. No es que nos diese grima dormir con mendigos y vagabundos, no estábamos preparados creo yo; no era por ellos, hemos tomado esta decisión melindrosa por nuestros miedos; prejuicios de un par de aprendices que apenas habían salido del cascarón. A ambos nos faltaban aún muchas piedras con las que tropezar, y muchas tormentas que soportar, y muchos sofocones que apagar; no estábamos preparados, a nuestro pesar.

Íbamos a coger el autobús, porque después de casi 30 kms. de subidas y bajadas continuas se nos habían empezaban a amontonar; posiblemente habríamos podido continuar pero eran demasiadas horas ya; la dificultad de este sendero no tenía nada que ver con los caminos planos que habíamos dejado en León. Además, ya temíamos la posible imposibilidad de llegar a tiempo de encontrar sitio en el albergue de La Pola del Gordón, donde habíamos decidido parar. Se nos ha escapado, por dos minutos escasos; quizás menos; lo hemos visto partir desde la pasarela por la que hemos atravesado al otro lado de la carretera general. A las seis de la tarde todo empezaba a complicarse; hemos preguntado en un bar, hasta las ocho no habría otro; menos mal que pasadas las siete de la tarde también salía un tren. Tren con el que no hemos cometido el mismo error, nos habría dado tiempo a echar un bocado con tranquilidad en cualquier otro lugar mas agradable, por si acaso hemos preferido merendar en la estación, por lo que pudiera acontecer.

Una sorpresa, una señal del destino, eramos peregrinos y por eso nos ha regalado los billetes quien quiera que lo maneje; no ha pasado el revisor. Por algo tenía que ser, alguna razón tenía que haber para haber perdido por tan poco margen de tiempo el bus, hemos querido creer que por eso habría sido; porque así tenía que ser. Todo volvía a pintar bien, todo se colocaba otra vez en su lugar, habiendo llegado sin novedad a la estación final, ya sólo nos quedaba preguntar y no hemos demorado la ocasión. Pero no tenían noticia de que hubiese albergue de peregrinos allí, las primeras personas con las que nos hemos encontrado al poner el pie en el andén; una pareja que con gran amabilidad se han puesto en contacto con el alcalde de la localidad y después con el encargado del polideportivo donde, según parecía, adaptarían un rincón para que pudiésemos pasar la noche. Porque en La Robla del Gordón no había albergue de peregrinos, ni infraestructura ocasional para salir de contratiempos como el que le acabábamos de proponer.

¿Qué íbamos hacer? El chico decía que él no sabía nada que pudiera hacer en nuestro favor, sólo atendía las necesidades de las personas que iban a hacer deporte a aquel pabellón. Mientras yo pensaba, tendremos que pagar por una hotel o una pensión; sería la opción más segura, aunque no fuera para mi afán aventurero, ni para mis capacidad económica, la mejor. Aún así se ha preocupado de hablar con el concejal, con cara a medio camino entre la curiosidad y la preocupación, estaba claro que no quería dejarnos tirados, amenazaba la noche; menudo marrón. Un cajero tampoco sería mala elección si fuésemos capaces de superar el ridículo que nos produjera esa situación; quizás sí o quizás no, seguían cruzándose pensamientos entre mi atención y la conversación que manteníamos Joan y yo. Pasadas las ocho de la tarde, la luz del sol avisaba de su retirada, reíamos y bromeábamos por no llorar. Nos esperaba lo peor.

miércoles, 29 de diciembre de 2010

León – Buiza (xii) (Veintidos de Septiembre)

Y nada malo ha ocurrido, salvo el altercado perpetrado por los desmanes de mis sentidos; la razón pidiendo calma y las emociones a punto de perderse en la marejada de fondo de la incertidumbre inminente. En el fondo de mi corral retenida, en la superficie más carcajadas para no reparar en el naufragio con que amenazaba el azar al alma; el ego y el orgullo, primos hermanos o hermanos gemelos; uno mismo escindido del conjunto, por tanto varios en pelea continua por ser el protagonista. ¿Qué ha sido eso? Todo atisbo de grandeza rendida a pagar el tributo impuesto por la soberbia, hasta la falsa modestia agacharía la cabeza, al sentirse humillada, durmiendo bajo las estrellas, por muy hermosas que éstas fueran. Qué mal me ha sentado el fugaz reencuentro con lo peor de lo que guardaba adentro. Miedo, ira, rencor, vergüenza; contra lo que no me atrevo a ser, falsas apariencias. ¿Y si hubiera descubierto Joan, mucho más acostumbrado a lidiar con todas estas dificultades, que sólo era un aventurero de mantequilla, acomodado y cobardica?

No soy capaz aún de identificar, de este barullo de sensaciones contrapuestas, el motor. He querido convencerme de que mi preocupación había sido el frescor levemente congelado que haría, hace en rigor, en el exterior, en estas tierras altas de León, en estas fechas otoñales; realmente creo que no. No estar a la altura de lo que de mí espera mi compañero es lo que me preocupaba más. Me pregunto también si, acaso, él esperaría algo de mí o si el problema sería el nivel que yo acostumbro a poner en boca de otros para exigirme más y más de mí, hasta el límite superior, hasta la extenuación, hasta la imposible ejecución de la perfección. Por suerte, todo ha quedado en un susto, en un rato indiscreto que casi descubre todas mis debilidades. En un rato indiscreto que me ha enfrentado sin compasión con todas las mentiras que yo ya sabía que me estaba contando yo; únicamente yo. Yo, yo y yo; simplemente, de nuevo, yo..

Querer ser, asumiendo los peligros que a ser genuino acompañan; dejar de lado las apariencias, y con ellas todas las comodidades anejas... Ser no es tarea fácil y hoy me acabo de dar cuenta, con toda crudeza.

martes, 28 de diciembre de 2010

León – Buiza (xi) (Veintidos de Septiembre)

Huele a gloria... Pero huele a gloria ahora, cuando nuestros huesos han encontrado un techo bajo el que yacer protegidos. ¡Y un calefactor bendito! Un calefactor con el que están entrando en calor todos aquellos temores que hace un par de horas tiritaban, en silencio, ya rendidos. Hace un par de horas, Joan sonreía y yo fingía seguirle las bromas; y mientras tanto, mi cabeza se debatía para que el llanto de mi cobardía permaneciera amordazado, rebuscando el mejor de los refugios a improvisar, entre aquellos que yo recordaba que solían acompañar al oficio de mendigar. Un par de cajas de cartón, quizás, a los que encargar la función de ataud que nos aislara del frescor nocturno y la humedad; instalarnos en un cajero automático tampoco habría estado mal, aunque la vergüenza me hiciera dudar; ¿el pórtico de la iglesia de aquel lugar? Hace dos horas, la gloria también olía a mierda, pero Joan y yo habíamos pactado sin pactar, taparnos las narices y mirar en otra dirección, como si nada malo nos pudiera acontecer.

jueves, 18 de noviembre de 2010

León – Buiza (x) (Veintidos de Septiembre)

De momento, le tenemos que olvidar por nuestro bien; no sé si también por el suyo. Deshaciendo nudos imaginados, rehaciendo planes erróneamente enfocados; proyectando en un futuro lejano que reduce a misión imposible hacer proyecto alguno. Por aquí solamente es útil la respuesta improvisada, es fundamental aprender a adherirse al terreno encrespado apenas surgida la duda; ¿tiramos hacia la derecha o hacia la izquierda? Todo derecho, ¿acaso no ves la flecha? Flechas amarillas, mejor perfiladas incluso, claras y meridianas, colocadas por no sé que asociación que guarda como oro en paño su vocación por cuidar a los pocos peregrinos que nos atrevemos a dar un paso por estas tierra tan poco transitadas... Para no dejarnos tirados en cualquier rincón de estas pendientes tan complicadas, ya toque en subida o en descenso; no es sencilla la tarea de bajar estas cuestas, con mochilas tan pesadas.

Camino del Salvador, hacia el Camino Primitivo; recién estrenado y ya apenas logro recordarlo... Aquel Camino Francés, apenas abandonado. Aunque me esfuerzo no lo consigo, lo que hasta ayer era todo queda tan lejos; ya no es nada sino un leve sueño... Ni siquiera hace medio día, aún no han sumado doce horas de este casi iniciado entuerto; casi no ha comenzado y ya estamos convencidos de que había merecido la pena el cambio.Distintas caras, grandes historias de personas simples; apenas hablan, pero con los ojos nos lo dicen todo; muchos ojos hundidos en sus cuencas enmarcados por las arrugas del clima y del tiempo nos dan la bienvenida y nos desean buena suerte, buen camino; se nota que no es protocolo baldío... Gente diferente, alegrías sin dramas, ¿una vida plana?, quizás más llana; simpleza que manifiesta calma.

Han ido desapareciendo las almas atormentadas, se han ido transformando a cada paso que hemos ido dando en espíritus libres aferrados a los yugos de sus vacas. Hasta hace nada, los otros, por engañar al peregrino que pasara, se dejaban la vida; desde esta mañana, por darnos su aliento se ha desvivido cada nuevo labriego con el que hemos cruzado miradas. Son de pocas palabras, pero no hace falta que digan nada. Parece otro mundo, como si en León hubiésemos atravesado el túnel del tiempo, pintando de blanco y negro el calendario; a veces dudo si no nos habríamos metido en alguna cueva de la que sus moradores jamás habuieran salido; claro que hasta aquí había llegado la civilización, pero lo había hecho atenuada. En estos valles se conserva ese aroma que me devuelve ambientes que creía ya inexistentes; el de aquellos veranos pasados en el pueblo, entre los bueyes, gallinas y montones de cereal recién trillado, lanzados al cielo para que el viento separara el grano de la paja. Hace ya casi treinta años.

Definitivamente, esto no tiene nada que ver con lo que hemos dejado. Aquí las reacciones acomplejadas no tienen ningún sentido; ni las prisas, cometido... Hemos tenido tiempo y espacio para analizar las etapas superadas; rota y recompuesta, una y mil veces, cada una de las experiencias experimentadas, las vividas por separado, las acontecidas desde que fuéramos grupo; estamos de acuerdo en el veredicto, Joan y yo hemos dictado sentencia: sin duda, había merecido la pena el cambio. Porque había demasiada gente, aun siendo en la zona menos transitada. Si habíamos encontrado aglomeraciones y problemas de alojamiento en la cruda Castilla, ¿qué nos habríamos encontrado a partir de O'Cebreiro? Debía de estar imposible el tránsito por Galicia. Está claro que por esta ruta nos ahorraremos empujones y empellones, al menos hasta Meride; Joan hasta Oviedo, que allí se queda. Y desde Meride hasta Santiago no me quedarán más que dos saltos, dos jornadas, más bien jornada y media. Una noche en la que quizás tenga problemas para encontrar una litera, en los barracones de Monte do Gozo seguro que hay plazas de sobra.

Allá por octubre, allá en el horizonte, allá tan lejos... Hasta entonces paz y vacas, praderas de hierba fresca y montes, aroma a mierda inoculado en vena a través de nuestras fosas nasales desatascadas y huecas. Doce horas después de habernos adentrado en este apartado pestilente, sin el olor a estiercol, no sería este viaje la misma cosa. Este Camino de Salvador huele a gloria.

martes, 16 de noviembre de 2010

León – Buiza (ix) (Veintidos de Septiembre)

El gol que me marque cada paso, al abismo no dar abasto; quiero seguir dando zancos de sorpresa en sorpresa, de latigazo en latigazo, de púlpito a púlpito, palpitando sin mandos. Sin querer decirnos nada nos lo había dicho todo, mirando hacia todos los lados, desviando de nuestras miradas sus ojos, de una a otra botando, otorgando sendos votos a nuestras muecas inquisidoras... Le observábamos devotos, casi sumisos, por si arrodillar nuestra ira a sus pies fuese a hacerle cambiar de opinión. Nos estaba diciendo, sin articular palabra, que se quedaba, que le habría gustado no tener que hacerlo, que seguro que habría sido una experiencia impresionante, que... Que no tenía más remedio, porque si no lo hiciera se arrepentiría toda la vida; y ya no estaba para andar perdiendo el tiempo porque demasiado había derrochado bebido, bebiendo. Quería emborracharse una última vez de algo que no fuera alcohol.

Eso lo digo yo; porque no sé si sería amor, creo que Joan tampoco confiaba en la relación que a Philip le traía de cabeza, enamorado como un colegial. Seguramente, además, no se encontraría con ella, sería como encontrar una aguja en un pajar; ¿eso es lo que queríamos que fuese quizás? Nosotros a él le habíamos encontrado, yo a ellos también unas jornadas antes... No sé lo que es, no sé lo que será, no sé lo que quiero que sea... No sé, y por eso no he querido decir nada más en voz alta, para no influir; por si acaso me equivocara en mi forma de apreciar esta situación singular. Como siempre, que pase lo que tenga que pasar. Si no la encuentra dice Philip que nos seguirá.

lunes, 15 de noviembre de 2010

León – Buiza (viii) (Veintidos de Septiembre)

Como Joan y Philip, que yo ya no sería capaz de concebirlos si no fuera a la par; me gustaría tanto que la realidad no me quitase la razón; pero lo real es más cabezón que mi fusión, tal vez confusión... Me gustaría que siguiesen caminando conmigo ambos, pero no puede ser, y no sé por qué creo que no lo será más. Ojala, aunque al bohemio francés no le sentase bien que lo de Ana le saliera mal; y no es que quiera entrometerme en sus líos de faldas; es que, por lo menos hasta Oviedo, me apetecería que continuaran a mi vera los dos, y yo con ellos, de veras, también. Sería un gran punto y final para esta etapa, aunque a mí me falten muchas más, punto y seguido; pero más allá no quiero pensar. ¡Dios mío!, pero si apenas acabo de comenzar; hace nada, esta mañana, dejábamos León... Por esta senda de cabras, cuesta arriba, cuesta abajo, entre matorrales y bosques variados; Oviedo, Lugo, conexión en Melide con el Camino Francés de nuevo, Santiago, que pasaré de pasada sin intención de visitarla, y allí, al final del mundo conocido no hace tanto, apenas unos pocos siglos, tres o cuatro; ¿o son cinco? Es lo mismo, allí, al principio de un nuevo continente, apenas recién conocido, Finisterre. Me acostumbré en el viaje pasado, no sé, por qué, ni cómo, a llamarle Fisterra que, también en gallego, significa el fin de la tierra...

Y en cuanto llegue allí, aún quedará darse la vuelta. ¡Qué pereza! Mejor si no lo pienso, porque si lo hago me agoto; seguiré con otros enredos menos perezosos, con otros asuntos más triviales; aunque sean para Philip mucho más importantes. Philip, que justamente se ha quedado en tierra, en otras tierras al menos; en tierras de los amoríos remotos, en un territorio que dicen hermoso, pero también cenagal tenebroso; desearía que saliese de ese trance con su recién encontrado porte honroso, sin estocadas que le arrancasen las entrañadas rescatadas... Se lo merece, eso y todo. Aunque su pasión haya roto la mía, y hoy siga echándole su pulso a Cupido sin batirse en retira, avanzado hacia lo que su corazón ya ha decidido...Tras encontrárnoslo ayer en el albergue de las Carbajalas había dado por supuesto que había sido una decepción su reencuentro con Ana; pero no se había producido ni una ni otro; ni decepción ni reencuentro, con su amada por supuesto.- Con nosotros ha funcionado el azar en sentido contrario, primero reencuentro bullicioso y después decepción apenada... Así son las cosas, pocas veces llueve a gusto de todos. Por suerte, y de momento en este intento, las tormentas están de mi lado... Evitando una y tantas. Mejor si lloviera mañana, que mañana ya pediré otro tanto.

miércoles, 10 de noviembre de 2010

León – Buiza (vii) (Veintidos de Septiembre)

No más finales cantados, amordazados por tantos desencantos urgentes que no habría querido ver; mejor había sido hacer como que no fue, pero ya no será; ejecutaré, miraré, seré. Daré más pasos, todos los que haga falta, porque que sean todos ellos importantes; pasos necesarios, pero sin correr... ¿Tal vez innecesarios? Realmente, creo que habría llegado antes si no me hubiese apresurado tanto... Tanto que quise acaparar, tan poco que he avanzado; fue lo que tenía que ser, por no ser yo y dejarme llevar por las prisas de los demás... Dudas por decisiones no tomadas a tiempo... ¿Tiempo? Que elemento tan incierto, sin él, el espacio se queda tuerto; no sé si tendría fundamento este último sin un calendario que le contara sus chismes y entuertos. Momentos que ya han pasado, y que bien situados están en aquel pretérito ajado... Momentos que no serían tan malos, si me sirvieran para haber aprendido algo. Momentos, un montón de huellas impresas en la eternidad y que me están enseñando que daría igual lo que hiciera, que el destino está ya marcado en el cielo y que un montón de estrellas perfilan en mi paladar mi Vía Láctea particular; lo que hay que hacer con la vida es saborearla y poco más. Al fin y al cabo todos los caminos llevan a Roma, y me parece que con Santiago ocurre igual; y no sé si no atreverme a aseverar que Roma y Santiago no se diferencian en nada; en el fondo son lo primos hermanos, hijos gemelos del mismo Señor.

domingo, 7 de noviembre de 2010

León – Buiza (vi) (Veintidos de Septiembre)

Esquemas férreos; voluntarios, en apariencia no eran forzados, me apetecía respetar las reglas de mis ancestros. De verdad que lo creía, era lo normal; lo natural, lo que había que hacer, aunque me sintiera mal tirando a la basura, uno tras otro, otro día más... Había que obedecer y eso me sentaba bien; había que ser obediente pero... ¿Por qué me sentía tan mal? Hasta que dejé de triunfar, todo era fenomenal; hasta que mi flecha particular, pintada de rosa color, me marcaba lo que debía hacer... Deber maquillado de sugerencia, de buenas intenciones... Deber que en su panza escondía un montón de cuidados, miles de miedos, miedo por todo, miedo por nada; miedos integrados, pánico consagrado... Terror a tener anhelos propios, pavor que se han ido transformando en hogueras que me queman.

Hasta que se murió la teta que amamantó el estancamiento, flujo supuesto; en su perfume, oculto el veneno fiero. ¿A quién le quiero engañar? ¿Por qué me deje estafar? ¿Por qué no me rebelé? ¿Por qué no me aventuré...? Ni siquiera entonces, cuando cada aplauso complacido por mi buen hacer era vitoreado por otros tres, cuatro y muchos más; entonces tampoco lo supe celebrar; no era feliz con tanta supuesta felicidad que exhibían mis seres queridos alrededor... Me lo quise creer, pero lo volvía a creer por no decepcionar las expectativas de los demás. Tampoco había decidido yo cuando y por qué me habría de alegrar y entristecer; no había escogido yo el valor de mi satisfacción. La satisfacción, de hecho, era un raro ejemplar; ejemplo y excepción de lo que no era habitual que habitara en mi hogar. Algo dentro de mí, tras mil halagos sinceros, exigía un aplauso más... Monstruo voraz que no deja respirar, que me robaba el aliento dejando en menos de la mitad, la capacidad de mi cavidad abdominal; los músculos tensos como rocas robando la flexibilidad que requiere respirar sin ansiedad.

Deseos frustrados por el afán de callar, de hablar dando la razón a los demás... ¿Deseos? Aquellos no eran mis deseos, de verdad... Deseos de morir o matar, matar al fracasado triunfal, por no ser capaz de disfrutar lo que todos alrededor decían que estaba fenomenal.... Yo quería mucho más... ¿Yo o él? Yo o él, y digo bien... Yo y él, los mismos... ¿Él y yo, por educación y cortesía? Él y yo, yo o él, cara y cruz de la misma moneda, crucificada en una cruz sobrevalorada, de escaso valor. El uno y su enemigo, en el espejo invisible el reflejo que no me permití mirar; de la simplicidad todos los complejos que me quisieron rematar; el retroceso, el avance que jamás pude apreciar.... Una cruz sin valor, que por fin empiezo a entender, a valorar, a amar; el cruce de dos caminos, las encrucijadas que despreciaba; el laberinto necesario de las relaciones en las que no me sabía comunicar... Ese amigo que estoy encontrando gracias a unos cuantos colegas que me están mostrando, a través de sus caminos, el mío de verdad, recorrido sobre la senda que mucho antes de que Santiago hiciera historia ya habían pateado muchos otros seres humanos, como yo pobres hombres, a punto de claudicar... Joan, ahora; Philip, poco antes; Fernando, Denis, Aarón, Ceci, Eny, aquellos amigos amantes; Miriam, Mónica y otros cuantos que hasta hace nada abrigaba con mi menosprecio disfrazado de entendimiento rancio. Esquemas férreos descerrajados por una serie de personas que creo que saben amar... Y ahora, creo de verdad, que lo creo sin rastro de mezquindad.... De todas las formas, para darme o quitar razón, tendremos que esperar al final... Un final, que por suerte o desgracia, presumo que no acontecerá. ¡Menos mal!

viernes, 5 de noviembre de 2010

León – Buiza (v) (Veintidos de Septiembre)

Hasta ahora, no sé si me había percatado de la situación... Ni un instante había sido capaz, y por fin me doy cuenta del error fatal; una tras otra, la misma equivocación... Ni siquiera un rato había logrado dejar de darle vueltas a la posibilidad; uno, dos, tres... miles de veces cada segundo, con una frecuencia feroz; hasta llegar a León, incluso esta mañana, al partir, cuando se ha descolgado definitivamente de la aventura Philip. Acabo de rendirme yo, de lo que él, por haberlo hecho antes, ya se redimió; ya se ha redimido, tendré que aprender la lección. Ahora, hasta este momento, tras la última dificultad, no había sido capaz, menuda capacidad menuda que albergo en mi regazo; en mi regazo debo de tener un tapón.

Un Camino recorrido, desde el principio hasta el final, setecientos cincuenta kilómetros, con algún que otro desvío del guión establecido, posiblemente más; y otro, avanzado de sobra, aunque cuando eche cuentas tan solo añada menguas, sumémosle trescientos, más de mil kilómetros de ampollas. En todo este tiempo, un mes y medio dirección a Santiago de Compostela; más de cuarenta años sin sentido, en direcciones reversas... No había podido dejar de preguntarme por qué no, por qué sí, por qué no, por qué sí... Aferrado a esa margarita, en apariencia inocente, en realidad perversa, que fue transmutando, paso a paso, muy despacio, en un ejercicio de alquimia excelsa, cada uno de sus pétalos blancos, de flor simple y hermosa, en balas acomplejadas jugando a la ruleta rusa en su revolver de repetición... Respondiese lo que respondiese, sabía que me equivocaría, a mí me habría de tocar en cada ocasión la bala negra que me fuera a matar...

La conciencia, de epíteto avieso; muy mala, en esencia, aunque me la vendieran como mercancía exquisita; mi mala conciencia me había confundido tan a menudo. Seguramente, ni esta consideración sea cierta, lo que creía atención atenta no era más que obsesión que rendía beneficios pingües a mi incapacidad para afrontar decisiones y los más que seguros errores. Por fin lo tengo claro, o eso creo; a ver cuanto dura mi seguridad intensa: lo que no había era ni una pizca de reflexión, ni un poquito compasión, nada de amor hacia lo que hiciera, quizás porque no había osado nunca hacer, yo. Otro punto de inflexión, como aquel primero, al que me había amarrado, al comenzar la función; funcionando en continua repetición, constante la reiteración, punto a punto, sin flexión... Puntos suspensivos...¿Por qué no?, puntos suspensivos que no sabía, ni todavía sé, soportar...

Puntos suspensivos, ¿más de tres?, ¿cuántos tendrían que ser? Tantos no, puntos suspensos, suspendidos de un hilo frágil que antes de que se rompiera por el mal uso había roto yo por el abuso; el suspense nunca me ha venido bien, yo quería saber, tener todo bien atado y controlado... Sin tener claro que fuese a ganar, mejor no apostaba yo. Yo, yo y yo, yoyo, como ese juguete juguetón, ida y vuelta, viene y va; y vuelve a ir y a retornar, en esos enredos mentales era un experto cabezota, entre el montón de aficionados de mi alrededor. No lo has hecho bien; huellas en el barro porque ha estado lloviendo sobre mojado, un niño perfecto, obediente por defecto, respetuoso y temeroso por real decreto de la autoridad competente... Un crío tan repelente todo lo hace requetebien... ¿Llegar al próximo albergue, tras un día entero de caminata, con el pantalón pringado? ¡Ni se te ocurra! No, por favor. ¿Caminar por sendas desconocidas, sin ayuda, sin barandillas? ¡Ni se te ocurra! O te castigo sin televisión. ¿Avanzar sin dirección, dejándose llevar por la intuición, hacia un lugar que ni siquiera sea lugar? ¡Castigado sin posible absolución!

Ya sé que esto no es la primera vez que lo digo, y que no será la última; lo siento Joan, pero es que hoy a ti te toca. Es mi obsesión permanente, punto en boca, aún sin punto y a parte, punto y seguido, asistido por una coma, que separa el espacio adverso que me alejara de mí mismo. Un tío divertido, un tipo cercano, que me ha abierto las manos, que me ha despejado la oreja, que me ha escuchado hablando... Que me está enseñando que no hay camino, más que el que se ha recorrido sobre las propias huellas. Que en la vida, día a día, no sirven de mucho las teorías. No me arrepiento de haberme roto los esquemas.

viernes, 29 de octubre de 2010

León – Buiza (iv) (Veintidos de Septiembre)

Todas las dudas carecían de sentido, porque no habría tiempo, lugar, ni posibilidad de rectificar. La decisión estaba tomada, y la pateada desde el desvió avanzada; habíamos elegido el extravío; nos habría costado demasiado esfuerzo siquiera considerar la opción de deshacer los pasos dados... ¡Total, por unas pendientes de más! Animado por el recién estrenado aliento de este que, como por arte de magia, había dejado de ser el acompañante desconocido y pesado... No me apetecía parar, ni echar la vista hacia atrás; no me convirtiera yo en estatua de sal... ¿Qué iba a hacer Joan con tal pedestal? Mi determinación incipiente, hasta hoy timorata y cortada; había dejado de serlo gracias a éste que hasta hace dos días acostumbraba a caminar alejado, conversando, ¿quién sabe si no, alentando? a otro que, indefectiblemente, no fuera yo. Aliado, amigo, hombro de apoyo, saco del penúltimo resuello, cuando la falta de coraje y paciencia aún no es ni amenaza somera. Su disposición no ha dejado espacio, ni reloj, ni brújula en descomposición, en ningún momento, ni razón, para mostrar, alguno de los dos, el más mínimo atisbo de rendición. Con él todo era poco, y sólo me apetecía pedir más... Y más... Mucho mejor.

Se había transformado, de repente, en adalid convincente y fiable; aquella sonrisa forzada y peripuesta, que me había parecido mueca forzosa para convencer al interlocutor de turno me ha cambiado la forma de mirar; ya no la veo igual... Su mirada cristalina dispone bajo mis pies doloridos, un trampolín, el puente que me lleva en volandas mucho más allá; un impulso repetido, continuo e inexcusable para no reparar en lamentos, sin motivos, ni sazón... ¡Vamos! ¿Cotinuámos? ¡Claro que sí! A por otra cuesta más, de esas que por aquí parecen clasificar como de escasa dificultad; aunque nosotros creamos que en el intento hayan dejado varios las partidas de nacimiento y hasta el documento nacional de identidad. Pero nosotros, juntos los dos, hermanos siameses unidos por esta locura dichosa, no nos rendiremos, jamás... Por nosotros y, ahora que nadie me escucha, por Miriam y Mónica; para no ser menos; ¡faltaría más!

¿Cuestas de escasa dificultad? Así calificaba estas pendientes el autor de la revista promocional, única guía en la que nos podíamos apoyar; menudo el favor, un gran error, había sido cargar una de las mochilas con el peso de ese tocho mudo, tan grande como inútil; para ser cuatro hojas mal puestas pesaban un montón... Aunque muy bien grapadas, no le he encontrado la razón, cualquiera diría que fueran grapas de hierro forjado en carbón. La primera etapa, entre León y La Robla, tras abandonar casi diez kilómetros eternos en que el ambiente había ido perdiendo con desesperante lentitud el aroma a ciudad, recorrería, según el autor, unos maravillosos parajes que irían jugando al gato y al ratón con las aguas cristalinas de un río juguetón, protegidos de los rayos del sol, ahora sí, después no, por bosques de árboles de los cuales no recuerdo el nombre, ni la condición. Parecían de esos que aguantan hasta la extenuación la sed de las últimas tierras secas castellanas... Es cierta toda esta narración, en esto no le quito razón. Un trayecto, continua y apostilla este señor, salpicado de continuos y ligerísimos ascensos y descensos... Este hombre tenía que ser del alpinismo un campeón. No hemos querido ni cuestionarnos como serían esas rampas que tendríamos que superar tres días después y que él calificaba, así como quien no quiere la cosa, de fuertes rampas de extrema dureza, valga la redundancia mental... ¿Fuertes, dureza extrema, rampas? Calla, no pienses más, son conceptos irreconciliables, olvídalo... Mirando los perfiles expuestos, daban ganas de... No daban ganas de nada.

Menos mal, que había conquistado mi determinación y mi voluntad, a su lado me siento el mejor escalador; sube y baja sin parar, a nuestro tran tran. Sutil, cortés, tenaz hasta en ciertas indecisiones, éstas sí ligeras de verdad. Y este si que es un ingrediente fundamental: de haberme tocado con otro compañero, habría sido un infierno infernal... Menos mal; aunque al final no hubiese querido completar el trío, Philip; no me arrepiento, no lo siento, aunque tampoco me hubiese sentido mal, todo lo contrario quizás... Si hubiésemos sido los tres, mejor; siendo nosotros dos, mejor; en realidad Philip sigue viajando en nuestro corazón; que ya es uno, que ya no son dos.

miércoles, 27 de octubre de 2010

León – Buiza (iii) (Veintidos de Septiembre)

Una flecha amarilla que no nos iba fallar; hasta aquí, un montón de hitos, bien dispuestos en el camino, habían ido certificando este contrato unilateral; porque así queríamos seguir creyéndolo, pesara a quien pesara, y aunque quien lo negase fuera el mismísimo Santiago; sí o sí, nos habíamos acomodado en el regazo del Señor Salvador... ¿Con ese nombre quien albergaría temor? Además, lo más difícil, hasta el día de hoy habría sido perderse, sembrado como estaba el recorrido de señales indicadoras del rumbo a seguir para no tener otra opción. Y me ha dicho Joan que Miriam no ha le ha dejado ninguna duda sobre esta cuestión. A partir de aquí, y hasta donde ellas habían llegado, estaba tan bien indicado, o incluso mejor. Ellas han dormido esta noche en Buiza, hoy estarán recorriendo la Etapa Reina de todos los caminos de Santiago; ni el Camino Francés, ni la Ruta de la Plata, ni siquiera en el del Norte o en el Primitivo... Según un comentario que, al margen, había redactado el autor de la guía que ellas sí que habían comprado para tener un punto de referencia oficial y fiable, en el que poder apoyarse... Según él, en este camino que habíamos elegido se recorría la etapa más dura de todas, con diferencia...; pero, a la vez, la más hermosa y salvaje, la más azul y verde; el espectáculo más extraordinario con el que un peregrino se pudiera encontrar.

¿Qué podríamos temer? Ellas no se habían destacado hasta ahora por ser unas aventureras experimentadas, más bien todo lo contrario... También es verdad que de la necesidad emana la genialidad; esperemos que no hubiera fluido aún de sus piernas y corazones un manantial descomunal, no porque no quisiera que esto ocurriera, sino para seguir caminando tranquilos confiando en la supuesta mediocridad que compartíamos todos en estas lides santiaguiles. En realidad, ellas eran patosas en temas de orientación, más o menos como yo; estaríamos, por ello, a la par. Si ellas han podido siendo personas normales, nosotros, sin ser extraterrestres, podremos también; aunque haya algún que otro obstáculo que superar... Mejor que los hubiera, para tener algo extraordinario que contar. De oídas sé que Joan ha recorrido otros caminos, mucho más complicados y con dificultades extremas, no solamente orográficas; si es verdad lo que he oído se ha metido en algún que otro berenjenal duro de pelear. Además, tiene buen humor, aspecto que me parece fundamental para no perder el sentido, más allá de la orientación.

Joan, el tapado del grupo, el que más alejado había estado de mí; aquel que había recibido de tan mal gas no hace aún dos semanas. Ahoras sí que estoy seguro de que aquella aparente repulsión no había sido fruto de la casualidad, también estaba perfectamente organiza esta última función. Tenía que retrasarse al máximo el encuentro entre los dos, dejaba el destino este episodio como epílogo final porque sabía que tendríamos tiempo suficiente para conocernos muy bien en este deambular por tierras asturianas, en total soledad. Es lo primero que se siente aquí, que el Creador, lleve o no pantalón, no deja nada en manos del azar; al menos, no es ese el nombre por el que en los estratos celestiales se le conoce al supremo zar. Nos rodea una fuerza singular que va moviendo las piezas a su voluntad, lo queramos nosotros o a nuestro pesar; a él le importa poco nuestra opinión. Si has de pasar por el aro no te resistas, pasarás aunque para ello fuese necesario utilizar calzador.

A veces, pudiera parecer que algo se le escape al poder de su dedo ejecutor; no se engañen, no son más que tretas para que los seres humanos, cegatos para ver más allá de sus narices, nos creamos que en nuestras manos sigue estando el control. Joan, así tenía que ser; y así parece que será.

martes, 26 de octubre de 2010

León – Buiza (ii) (Veintidos de Septiembre)

Cuarenta kilómetros, para empezar; y los que después nos fuesen cayendo, paso viene, tropiezo va; hasta Oviedo, al menos cinco jornadas, más de cien kilómetros que añadir a los completados hoy... Y nos hemos atrevido a comenzar esta aventura sin guión, fiados de la buena voluntad del azar. Confiamos totalmente en nuestros ángeles de la guarda particulares, aunque últimamente nos hubiesen dado motivos para dudar de su lealtad, no hemos querido hacerlo... Los problemas tecnológicos a ellas no se los debíamos achacar. ¡Que pase lo que tenga que pasar! Las dos compañeras que iban abriendo camino, tres jornadas por delante, no nos iban a fallar... Además, si ellas habían completado las tres primeras jornadas sin dificultad, nosotros también lo conseguiríamos aunque fuese arrastrándonos por estos pastizales, entre vacas, caballos, potros, terneros y demás animales de estos que hay por aquí... Por cierto, eso sí que sería un grave problema a afrontar, porque no hacen más que cagar y dejar el camino sembrado de mierda que huelen fatal.

¡Nosotros nos sabríamos orientar...! ¿Sabría hacerlo Joan en caso de necesidad? Me he obligado a pensar que sí, mejor no indagar; he preferido reservar la pregunta en mi cabeza, nada más; por no airear aromas que nos pudiesen incomodar. Por si acaso, para nuestra tranquilidad, no estaría mal que mejorasen considerablemente las coberturas de los móviles que nos tuvieran que salvar en caso de S.O.S. urgente y vital; el de Joan, el de Miriam o el de Mónica, y los tres... Creo que el 112 funciona siempre, menos mal. Yo había decidido desde el principio no utilizar el mío para comunicarme, quería que el destino decidiese... por lo cual, aunque tuviese cobertura no serviría de nada. Al final, aunque llegáramos a considerar fundamental llevarla en la mochila, no nos habíamos comprado una guía decente que nos pudiera sacar de un aprieto en caso de que la flecha amarilla dejara de indicarnos la dirección que nuestros pasos tuvieran que pisar... Ni siquiera una indecente, la revista que nos habían regalado en la Oficina de Turismo de León no podía ser considerada como tal; a duras penas cumplía su función promocional... Preciosa, colorida, de papel couché resistente, muy pesada... Más valdría que Dios nos pillara confesados si con su información tuviéramos que salir de una situación comprometida, el compromiso accidental de la tragedia sobrevenida nos engulliría en su pozo de destrucción, sin dudar.

lunes, 25 de octubre de 2010

León – Buiza (i) (Veintidos de Septiembre)

Lo había conseguido al final, cuando yo me había dormido ya; no había querido quedarme con ellos a conversar porque tenía que librarme como fuera y cuanto antes de la preocupación a la que me había estado sometiendo toda la tarde la recién estrenada nueva opresión; otra ampolla del montón; a las nueve de la tarde ya estaba durmiendo, como un señor. A primera hora, mientras compartíamos el exquisito desayuno con que nos habían obsequiado las Carbajalas, nos lo había contado Joan... Las Carbajalas, aún no sé porque se les llama así a las monjas que atienden el albergue de León, lo tendré que consultar. Hasta última hora de ayer, el móvil de Miriam no había hecho otra cosa que devolver el mismo mensaje desalentador en cada intento que habíamos probado; suspendido por pesado, había estado todo el día apagado o fuera de cobertura...

Nos habíamos ido convenciendo, reiterando uno y otro el mismo comentario cada vez que no obteníamos la respuesta apetecida... Serían problemas de las operadoras que no tendrían por esta zona repetidores suficientes para refrescar la señal... Añadíamos, por supuesto, nuestra queja solapada contra las deficientes comunicaciones que había por estas tierras ya pasado el siglo veinte... Quizás, posiblemente, no tanto porque nos molestase tal desfase como por no añadir ningún comentario al margen que pudiera contrariar la sentencia deseada compartida, tan optimista como falsa. Temía que les hubiese pasado algo, temíamos ambos, como después él también me había confesado... Nos habíamos puesto de acuerdo, sin mediar pausa ni pacto, ninguno de los dos habíamos querido decir lo que no eramos capaces de dejar de pensar, por no incordiar al contrario, compañero, adversario. Había que andar, queríamos cambiar de ruta; anduvimos y estamos cambiando. Y lo que no habíamos sido capaces de dejar de pensar no era verdad... ¡Menos mal!

Salvo un problemilla de clasificación, todo les había marchado fenomenal... Ni siquiera que no fuera el albergue de la Robla lo que esperaban había hecho mella en sus calificaciones superlativas... Todo estaba siendo maravilloso; los paisajes, la gente, el chorizo, el pan y el queso con que les habían obsequiado a su paso; la soledad del camino, el rubor de sus pieles sensibles; el verdor de su destino, el azul azaroso y cristalino. Haber tenido que compartir la primera noche, tras el desvío, su espacio con el de indigentes de dudosa fama no había hecho en ellas mella... Tenía que estar siendo a la fuerza una experiencia extraordinaria para que Miriam, tan..., tan....¿cómo lo diría yo para no faltarme al respeto...? Para que Miriam, tan suya, no hubiese sacado a pasear sus uñas, afiladas como dagas. Y es que, aunque así lo indicase la maravillosa guía del Camino del Norte que habían comprado en León, no era albergue de peregrinos lo que habían encontrado en La Robla. Es un albergue de transeúntes, por lo cual, nosotros hemos decidido alargar la etapa de hoy hasta Pola de Gordón; casi cuarenta kilómetros... Casi nada, para empezar.

jueves, 14 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (x) (Veinte de Septiembre)

Ya eramos tres otra vez, eso es lo que me ha apetecido exclamar; y eso es lo que he querido creer; estaba convencido, si había llegado hasta aquí con tanta celeridad es que nos quería encontrar; Ana ya no se interpondría en nuestro caminar conjunto... Ha tenido que correr un montón y me he alegrado de verdad... Hacía tanto que no le veía, le echaba de menos, me apetecía que todo volviera a ser igual... ¡Cuatro días...! Me parece que hubiera pasado una eternidad entera... Pero al verlo ahí, echado sobre la cama, roncando, se ha ido enrollando sobre sí mismo el tiempo, como si ni siquiera hubiera transcurrido media hora. Hay que ver como se estira y se encoge el calendario, a nuestro capricho... O, más bien, a capricho de quien dirige nuestros sentidos, de quien calma y acelera nuestros latidos, de quien... De ese duende travieso que juega en su tablero nuestra partida.

Entre ampolla y ampolla, los hitos del camino que habían marcado este descuido. Había desaparecido con la primera, hermosa, plena y dolorida; ha reaparecido a la vera de esta otra, incipiente, adolescente y dolorosa. Una ampolla de mierda que había modificado los planes previstos, me había adelantado para tener ventaja porque a su paso sabía que no podría; no sé que habría ocurrido si no me hubiese rendido a la dictadura de su sangre ardiente; la mía fría no había tenido determinación, ni paciencia para soportar los embistes de su acometida. Me había abrasado la ira. Esta tendrá que adaptarse a lo que yo diga; has llegado tarde amiga; si lo prefieres puedes ser mi enemiga, pero la llevas clara, estas perdida. Y tengo experiencia; y te iré machacando poco a poco, pisoteándote sin descanso; allí donde más me quemen tus brasas, allí azuzaré tus ascuas. No te daré ni un respiro, ni un instante de alivio, caminaremos de la mano, y lo haremos sin recato; hasta llegar al orgasmo en que los dos nos corramos; tú de pus secado por la tierra, sudor y asfalto... Yo, porque perdido, me habré vencido, dialogando con mis miedos más íntimos. No te abandonaré ni un paso... Prepárate para una danza sin tregua, en pos de una batalla paciente... Te quiero, compañera, colega.... Muerte fría.

¿Por dónde iría? Había dado por sentado que con nosotros vendría, creo que a Joan tampoco le cabía ninguna duda; Philip, como nosotros le queríamos, nos quería. Sería una aventura inolvidable... Los tres mosqueteros, cabalgando sobre nuestras mochilas, entre los montes que en el horizonte habíamos visto antes de entrar a León... Desde la capital no se veían. ¡Menuda sorpresa! ¡Qué gran alegría! Vamos a despertarle Joan, que tenemos que celebrar el reencuentro de los compañeros de Camino; y las nuevas veredas que a partir de mañana nos regale Salvador.

¡Philip, abre los ojos, que aún es de día!

jueves, 7 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (ix) (Veinte de Septiembre)

Aquí acaba su odisea de momento, no van más allá... Otra casualidad... casualidades que ya empiezan a mostrarse como algo familiar; ¿casualidad o causalidad? Si hubiésemos tardado un poco más en encontrarnos; o si nos hubiésemos alojado en Mansilla de las Mulas con Denis; o si... Si, así hubiera sido, no habríamos coincidido jamás. Porque Mª Angeles y Javier concluyen en León, ya no les quedan más días para continuar, el próximo año será; como Fernando... Quizás el año que viene coincidan los tres en el Monte del Gozo, antes de llegar a Santiago a la par; o, si no, dentro de dos... Sea lo que sea, no será el azar, será lo que tiene que ser... Sea pues, y ya está. Puente Villarente; menos mal... A pesar de habernos quedado en la antesala de lo mejor allí, por no habernos atrevido a adentrarnos en lo que parecía una jungla desierta sin nada más; nos acomodamos, era más fácil no movernos que preguntar, que dar dos pasos para indagar.

En eso le alabo el gusto a Philip, que no va a dejar pasar la ocasión que le exige su corazón, aunque ni siquiera se le hubiera presentado la oportunidad con claridad, él lo intentaría, no iba a abandonar sin luchar, lo estaba probando, sin pensarlo más... Ojalá le saliera bien, aunque yo crea que a Ana no se le pasase por la cabeza enamorarse de él; eso da igual, sólo importa lo que sienta él y descubrir lo que ella pueda llegar a sentir... ¿Y si él que se equivocase fuera yo?, ¿y si él tuviera razón?, ¿y si el supiera algo que no sepa yo? Bastantes límites ficticios, en apariencia férreos, hicieron de mis sueños metas imposibles; ahora soy capaz de verlo claro, barreras interpuestas siempre por un exceso de argumentaciones sin fundamentos, sin motivo salvo mis propios prejuicios, mis complejos ladinos. Pensar por pensar, hasta claudicar, hasta distraer la atención de la ejecución, ejecutando al cobarde que era yo... No eran mentira mis anhelos, la única mentira, por entonces fui yo.

¡Miralo! Joan, ahí está... ¿A qué no sabes quién? Tumbado en la parte de abajo de la litera, Philip, roncando; descansando con cara de felicidad. ¡Vamos Joan! Vamos a despertarle para que nos cuente que ha sido de él. Ya somos tres, otra vez, continuará.

miércoles, 6 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (viii) (Veinte de Septiembre)

Un escape de gas butano, había sido el responsable... ¿O sería el empujón necesario por ser un irresponsable? La vida, la mía, tenía que librarse, como fuera, de obstáculos sibilinos. Tantos alardes urgentes, tantas reacciones felinas, tantos bloqueos mestizos; por un lado quería una cosa, por otro no podía porque a otra le debía mi obediencia... Y, entre tanto, ahí atascado, viendo pasar el tiempo y crecer las telarañas en mis primaveras, en los otoños, veranos e inviernos... Estaciones de paso, que habían ido pasando de largo porque no sabía hacer nada sin la mano que había mecido la cuna, sin el dedo que había dirigido mis pasos, hacia el descalabro... Todo había funcionado mientras el dedo no había faltado, pero todo había estado a un paso del abismo si no hubiese sido por unos cuantos golpes de suerte parecidos.

Porque los bomberos no encontraron el foco, nada estaba estropeado; y porque todas las revisiones estaban en regla, ni una negligencia siquiera; porque todos los canales de escape estaban perfecta y, en apariencia, herméticamente cerrados... Un misterio, el primero del que fui consciente; el que fue descubriendo otros tantos de los que no me había percatado en su momento; el que ha ido abriendo paso a otros muchos que después han ido sorprendiéndome... Ya ni sorpresa siquiera, un hábito que no suelo confesar a menudo; me estoy acostumbrando a ciertos golpes de fortuna... Y yo me pregunto: ¿no estaré volviéndome un poco loco? Matías, qué casualidad haber encontrado aquí el nexo de unión con aquel montón de sensaciones que, si no fuese por ella, seguirían siendo olvido total; y tantos ingredientes más a la par. Joan; no, no será. No será otra asignatura pendiente por darle la espalda de nuevo al azar; la suspenda o la apruebe, pero esa aventura la pisarán mis pies.

Porque sé que si no se volverá a repetir la ocasión, y en vez de sugerencia alegre será bofetón sin compasión; y si no empujón feroz... Y si no... Y si no, tarde o temprano, la vida delegará en alguien peor... En esta ocasión libré, escuché; acepté el reto que se iluminó en mi cabeza mientras los bomberos no encontraban motivo ni razón... El motivo estaba en mi razón, tenía que caminar, para encontrar a Mª Angeles, para encontrarme a Manuel, y también a Philip y a todos los demás, para sufrir las ampollas, para todo esto y mucho más. Prefiero tener a la muerte como amiga, que no se tenga que enfadar; de compañera de viaje me sienta bien... Gracias por eso, a quien se las tenga que dar, quien se sienta aludido que recoja mi plegaria sin plegar. Gracias a quien no me permitió acomodarme en el regazo de aquel sopor... No sé que habría sido de mí, si no... Porque el gas, a pesar de todos los pesares, se había escapado y se escapó... Gracias por todo eso porque aún no quiero morir, Señor.

lunes, 4 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (vii) (Veinte de Septiembre)

¿Gracias a las desgracias? ¿A cuántas cosas inopinadas, supuéstamente buenas o en apariencia malas, habría de dárselas? Habríamos coincidido en mil ocasiones, en situaciones variadas; se habrían cruzado incontables veces nuestros caminos; durante cuatro años completos de nuestras vidas; a diario tantas, un montón de ellas. Posiblemente fuese una de esas muchachas que de su mano me cruzara la carretera que pasaba por delante del portal de nuestra casa, porque Matías, además de un cuidador extraordinario, era un hombre sabio... Conocía sus limitaciones y no se habría permitido arriesgar mi vida sin sentido, por ganar a cambio un poquito más de orgullo podrido.

Si no hubiese sido por las luces rotatorias de aquel camión de bomberos recorriendo la fachada de mi casa no se habría dado esta circunstancia... Cada vez que lo pienso me sorprendo, quise resistirme al principio pero ya no me estoy resistiendo; y disfruto, en ocasiones aún sufro, las sorpresas. ¿Habría logrado el destino reunirnos aunque yo me hubiese negado a escuchar en aquellas circunstancias hostiles su llamada? ¿Y si ella, no haciendo caso omiso a la medicina lógica y coherente se hubiese accedido a ser intervenida? ¿Estará, de verdad, todo presto y preparado de antemano? Otra casa, la actual, la que no ha conocido Matías. Casi cuarenta años después de todo esto, una casa más nueva que aquella, sita en mi lugar actual de residencia; después de casi treinta años viviendo en ella, también se está quedando vieja. En el pueblo donde fui emigrante, como lo fue en mi tierra de nacimiento, Mª Angeles ya hace tiempo. Hoy los emigrantes son otros, y yo... Y ella, y mi familia, y la suya, y sus hijos, y hasta los hijos que no he tenido, ya somos vecinos viejos, reconocidos, cada uno, como uno más de la comunidad, del conjunto, del grupo.

Aquellas sirenas que, aun apagadas, siguieron gritando sus gemidos intermitentes, tenaces, insoportables para mis orejas endebles; su alarido quejumbroso y urgente, que me había hecho su presa voluntaria; la urgencia inoculada en las venas por la catástrofe inminente ya abortada, la queja que con urgencia habían emitido los vecinos por si callarse diese lugar al desastre. En la puerta del portal la policía gestionando las entradas, casi todas prohibidas; y la salidas, no había quien quisiera... Los bomberos, arriba, paseando por el silencio tenso de los cristales de las ventanas el reflejo de sus linternas ignífugas; era Febrero, no era tarde, pero ya era de noche y el interior de mi casa estaba a oscuras. Hacía frío dentro y fuera de mi cuerpo, y el tiritar irrefrenable crispaba mi estabilidad fingida... Por suerte no había pasado nada, todo había quedado en un amago de cualquier cosa; para lo que podría haber sido no había sido nada. Un alarde, un circo; un espectáculo para animar una jornada congelada de gélido invierno.

Oportunidades que pasaron de largo por dejar que las apagara el calendario; lo tenía claro, se me iluminó Santiago. Más de doce años haciendo promesas, excusando haber faltado a mi palabra por mil y una imposibilidades certificables y ciertas; una mierda. No volvería a ocurrir, y no ha ocurrido; sin promesas, la primera promesa reprimida cumplida con creces, y recorriendo este segundo camino, duplicada... Pero merecía la pena, tan solo una duda, lo habría tirado todo por tierra. Dando pasos, poco a poco, sin pensar ni una vez, siquiera, las consecuencias. Si aquel día lo hubiese hecho, las consecuencias fúnebres de aquella propuesta urgente habrían arruinado, todo esto... Seguramente, no estaría aquí evocando con esta señora tan maja la figura de aquel ciego que ya tenía casi olvidado.

viernes, 1 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (vi) (Veinte de Septiembre)

Un niño precioso, acicalado de blanco inmaculado; no solo en las apariencias, también en lo más profundo de su esencia. Mª Angeles y Javier, aunque no eran vascos de nacimiento, en Las Vascongadas habían acabado desterrados, enterrados, al principio, por el sufrimiento de ser allí nuevos y sutilmente menospreciados; aterrados, por cierto agobio incruento... Como otros, como nosotros, como mi familia, por motivos laborales; porque en el pueblo, ya no quedaban caudales. Nosotros: mis padres, mis tíos, mis abuelos, tampoco eran vascos; ellos, esta pareja y sus parientes, creo haber entendido que eran de origen extremeño. Las Vascongadas era el nombre con el que en mi casa, hogar de emigrantes castellanos, se conocía ese lugar en el que todos habíamos desenvocado. Hacía tiempo que no me venía a la cabeza todo esto, ni ese nombre ya pasado de moda; ¿por qué tendría que estar ocurriendo, justamente, en este momento?

¿Otro tipo de ostracismo mucho más complejo?, un hueco que se había abierto allí donde siempre había habido una verja, con su patria y su candado, cerrada con llave y una bandera; preso de una religión que me habían convencido que era propiedad y plegaria de mis ancestros. Por fin, nadie se estaba imponiendo, aquí en este desierto; decidiera lo que decidiera, nadie se interpondría en estas ocasión; esta encrucijada sin nada era únicamente una responsabilidad mía. No habría autoridad que me obligara a cumplir con sus reglas. Nadie tenía potestad para encadenarme a las certezas absolutas que habían ido destruyendo el paso del tiempo y habían matado a tantos muertos anejos que confiaban en ellas. Una elección extraña que ni siquiera la consideraría propia; la estaba tomando un ente que hasta hace nada consideraba ajeno. Una especie de sentencia, no sé si divina o terrena. ¿Una ampolla de mierda? Una, y enorme, descomunal como otras penas... Una piedra monumental en las sandalias del pescador, aún pecador aunque no lo quiera, que, por no cumplir su misión, seguía cojeando y cojea.

Matías... ¿Qué habrá sido de él? ¿Dónde descansaría su alma? Pobre hombre, ¡cuántas veces me había preocupado por sus acechanzas! ¡cuántas, preguntado por lo que fuera de sus andanzas! Sin hacer nada más, por supuesto; seguramente, se habría muerto... La última vez que lo había visto ya era un anciano muy viejo al que le costaba dar más de diez pasos seguidos... Han pasado más de veinte años, desde aquello, casi treinta; demasiadas primaveras; demasiados aniversarios, demasiadas incidencias para que se diese la coincidencia de poder arreglar mi pasada indiferencia. Matías, aquel ciego tan raro, ya debe de ser historia anclada a un epitafio grabada sobre una tumba floreada. ¿Qué quedará en este mundo de aquel ciego tan sensible, tan especial; tan extraño? Ahora lo siento un extranjero entre tantos afincados, otro desterrado, por accidente, de los placeres venéreos; cinco minutos antes de producirse, inesperado e imprevisible era una catástrofe imposible. Quizás tuviera buena suerte, nunca se sabe... No creo que antes de que le aconteciera su desgracia tuviera la sensibilidad preclara que le llamaba tan poderosamente la atención a Mª Angeles, cuando se quedaba mirándole ensimismada. Me ha confesado que no podía evitar contemplarle pasmada, viendo como él estaba pendiente de cada vibración que, a mi alrededor, vibrara. Dice que parecía como si husmeara en el aire contaminado por la polución y las virutas de hierro, las advertencias del cielo. Nada me habría podido ocurrir malo, bajo su tenaz vigilancia. Gracias Matías, gracias.

jueves, 30 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (v) (Veinte de Septiembre)

Su capacidad de elección se fundamentó en aliarse con la determinación... Aún cuando todas los acontecimientos se rebelaran en favor de la indisposición; y todos los accidentes se fueran revelando, uno a uno, para quitarle de la cabeza la ocasión. Cuando el doctor, dueño y señor incidental de su salud, la había condenado con un rotundo no... La señora paciente, prácticamente indolente, con un pellizco pedante, casi insolente, había dado de lado a la impaciencia urgente del galeno remilgado... Se había salido, de lo establecido, por la tangente... Determinó, haciendo oídos sordos a las palabras entendidas del cirujano, que la respuesta correcta tendría que ser, por supuesto, que sí. Las circunstancias opuestas tendrían que esperar.

Paciencia, indolencia; un pelín de inconsciencia; algo de confianza en la providencia; mucha cabezonería y pocos fingimientos; como el destino mismo, como el azar disperso; aliada con el calendario, había llegado a tiempo; casi cuarenta años después. Ella seguía viviendo en un pueblo próximo al que lo hiciera por entonces, como lo había hecho desde que emigrara de cría... A mí también me tocó hacerlo, no viví más de cuatro años allí donde había nacido. Apenas había logrado recordar nada en todo este tiempo, tampoco me había preocupado no hacerlo. Quizás, inconscientemente, lo evitara. No era un tema que me volviera loco, ni siquiera había afectado un poco a mi cordura; otras obsesiones habrían sido las causas. Donde habito ahora, alejado de aquellas tierras, me ocupaban otras faltas; al menos en apariencia. Poco más allá de una guardilla, un trastero relevado de sus funciones; de almacenar trastos, pasó a hacinar gente; allí arriba, encima del sexto piso, desde donde las escaleras se estrechaban y las clarabollas iluminaban los peldaños con más fuerza; los últimos de muchos, hasta entonces sacados de la penumbra por bombillas alimentadas a ciento veinticinco. Hacía el séptimo, por tanto... Sin ascensor, por supuesto; hace tantos años no abundaban esos artefactos.

No habría sido capaz, sin su aparición, de robarle al olvido aquellos retales de aquel pasado fugaz. Aquel camarote enano... Sus techos inclinados, calcados de la disposición de las tejas sobre los tejados; techos que debían de ser el reverso de las prolongaciones de los dos aleros que acostumbraban a evacuar regueros continuos de agua; el sirimiri solía, suele, caer tan menudo, como a menudo, por aquellas tierras que, aunque me encantan, nunca las he considerado propias; creo que no tuve tiempo para apropiarme de ellas. Evoco, como entre sueños brumosos; tal vez imagino, quiero inventar y lo hago; algo, allí en lo alto, en la cúspide del triángulo que formaban, con base en las vigas de madera que cruzaban las pocas estancias que conformaban la que entonces era mi casa; el primer hogar que me había dado sustento. Allí arriba coloco mi Ángel del la Guarda.

¿Sería casualidad? ¿Cuál habrá sido la razón de esta confusión? Si lo llego a planear no me sale mejor. Mª Angeles... Ha sido determinante también, otra vez; una señal fundamental, esta vez para mí. Ella no se acordaba de mis padres, porque mi padre era un señor normal, y mi madre una señora mayor y del montón para ella, por entonces jovenzuela. Pero lo que tenía impreso en su retina, como si lo estuviera viendo ahora mismo, era a aquel ciego, vestido con americana y gafas negras, que cuidaba con más habilidad, si cabe, que un vidente habilidoso a aquel niño repeinado, con raya perfectamente delineada en un costado.

martes, 28 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (iv) (Veinte de Septiembre)

Otra ampolla que se negaba a madurar, tan infantil como el adolescente que se resistía a dejarla marchar. ¿Por qué acontecerán estos accidentes con un patrón tan inexplicablemente plural? A casi todos los que caminamos nos toca, nos ha tocado, y nos tocará, pasar por este suplicio sin parangón. A casi todos, nada más; y algunos afortunados, bastantes, muchos, en más de una ocasión. Sin una receta singular, sin saber a que atenerse para evitarlo. ¿Por qué? Repito la pregunta otra vez, en menos de la mitad de tiempo, dos ampollas enormes martirizan, han martirizado, martirizarán, mis pies; con todas las pequeñitas, que apenas cuentan, hacen más de diez... Se estarán vengando los dioses de la bonanza que tuvieron conmigo ayer, antes de ayer, desde hace ya mil años, en el Camino aquel... De la bonanza perpetua que, sin ser agradecida por mí, me ha ido regalando la vida desde el primer día que... ¡Qué recuerdos! Lo he olvidado, pero... ¿Por qué? Para poder quejarme a gusto, como era costumbre en mi entorno, de la mala suerte, desgraciada y cruel, que me había tocado en el reparto celestial... ¡Aunque no fuera verdad!

Accidentes a granel, circunstancias que no sé cuándo, ni a sazón de qué, sazoné. Mª Angeles, un ángel custodio, mensajero infiel, se estaba destapando como algo más que una compañera ideal, y leal escudera, aun a su pesar. ¿Habría llegado para alentarme? ¿Para mostrarme la otra cara de la casualidad...? No estás solo en este mundo, y todo tiene un motivo, por algo tendrá que pasar; pero no necesariamente para traerte el mal, no se han confabulado todos los elementos del Universo para echarte de él, ni para tenerte atado toda una existencia al potro de tortura... Tengo que continuar, quiero seguir sin quejarme; aunque me duela la planta del pie. Ella no se había parado a pesar de todo su penar. Increíble, si estuviera en otro lugar, si no la hubiese acompañado en cada vomito el día aquel, no le habría creído... ¿Quién se iba a creer una fantasía así?

Pero esa rodillera ostentosa y su probada determinación, avalada con creces por su acción; nada más tendría que demostrar. No me permito dudar de su versión, no me ha saldido de dentro... ¿Quizás exagerase? ¡No tenía por qué! Dice que antes de hacer el Camino de Santiago, en un traspiés retorcido, se le había atascado la rodilla... Faltando diez o doce días para la aventura, el médico le había impuesto reposo y le había recetado una operación posterior, anterior a cualquier paseo sin bastón. Se había roto el menisco interior. Mi ampolla pasaba a ser una tontería de rango superior, y yo un tonto, preocupado por mis tonterías tontas, de los del montón; un tontorrón. Pero esto no era lo mejor, la rodillera la había comprado en el dos mil siete... ¿Que cómo podría ser? Había acabado aquel Camino, el primero de su colección, negándose a demorar lo que había planificado con tanta atención... Tan solo aceptó llevar algún tipo de protección... Este año, año dos mil nueve, está recorriéndolo por tercera vez... Y sin operación, y sin renunciar a la protección, aunque creo que más como símbolo o talismán, que por necesidad. ¿Que cómo lo consiguió? Misterios de este rincón del Mundo... ¡Vaya usted a saber!

No cabe explicación... El destino, el azar... La sal de la vida, del limón el amargo sabor que unos pocos paladean como si fuera bombón. La sonrisa perpetua en sus ojos, el gesto risueño en sus labios, la mirada siempre enfocada en el paso que aún no ha dado; la atención y diligencia en el que estuviera dando... No sé yo, pero me ha dado una gran lección.

jueves, 23 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (iii) (Veinte de Septiembre)

León estaba a un paso... Y, sin embargo, de los apenas trece kilómetros, los cinco últimos se me han hecho tan cortos y, a la vez, tan largos... No sé cómo lo podría explicar, no soy capaz de comprender lo que acontecerá... Y no sé si me sienta bien o mal. Apenas tres horas, sumido en conversaciones que me entretuvieran; entretenido, hablando de todo y de nada. Y una eternidad cocinada a fuego lento sobre las ascuas que, sin aún haberse apagado, débiles, rojas, brasas vivas e incómodamente cálidas, amenazaban con volver a resucitar. Me han ido consumiendo ciertas dudas que iban a acabar con mi recién estrenada determinación; y, con la valentía que a su par me estaba embargando para afrontar el resto de una aventura singular... Sin ni siquiera haber aceptado de manera oficial; menos mal, no tendría que disculparme ante Joan; no me sentiría culpable, ni siquiera responsable por haberle chafado el plan.

La misma y dolorosa incertidumbre que, hecha certeza derecha, ya había estado a punto de tirar por la borda la travesía más larga que hasta ahora había tenido que afrontar, allá por tierras palentinas, al estar a punto de no permitirme continuar en Carrión de los Condes. Los mismos amagos de derrota se han cernido sobre mi ya dudosa capacidad para imaginar victorias, aún cuando todos los elementos remasen a mi favor. Menos mal que, a mi pesar, a veces es benevolente la casualidad; mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí... Yo prefiero pensar que cuando todos se contagian del mismo mal es una burda epidemia, nada más. Menos mal, tengo que reconocerlo y lo tuve que reconocer cuando suspiré aliviado entonces porque su enfermedad era mucho más incómoda que la mía. Lo siento, pero había quien lo pasaba peor que yo. Llevas razón, qué inescrutables son tus designios, señor. Los recovecos que guarda bajo sus refajos el azar volvieron a quitarme argumentos para razonar; otra coincidencia, otra extravagancia; esta vez de dos en dos... volvieron a aparecer, no me acuerdo en que momento, para recordarme que no tenía nada que hacer, sino obedecer. ¡Hay que joderse, joder!

Mª Angeles, que así se llamaba la mujer; y su marido Javier. En esta ocasión es lo primero que me he obligado a hacer; me he presentado, nos hemos presentado todos, para no volver a cometer el error; ya sabemos quienes somos, y ya sabemos con que nombre a cada cual nos habremos de dirigir. No les había vuelto a ver desde aquella mañana en que ella no había dejado de vomitar, y él... Él nada más pudo hacer que regalarle buenas palabras, y una mano en que apoyar su frente ardiente para que todo no fuese peor... Bastante tenía la señora con soportar las nauseas y sus arcadas; la cabeza también le estallaba cuan yunque que no deja de ser amartillado por el dolor. Diecisiete kilómetros. Pienso, y me consuelo... Entonces fueron bastantes más; y cada kilómetro, mil trecientos treinta y tres pasos; mil trescientos treinta y tres pasos por kilómetro de cojera; mil trescientos treinta y tres impulsos que, al menos, habría tenido que soportar esta señora en su calvario gastrointestinal. Lo dicho, mal de muchos consuelo de tontos; hoy el tonto, soy yo.

lunes, 20 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (ii) (Veinte de Septiembre)

León estaba a un paso; y, sin embargo, mientras tanto, hemos dado muchos más hasta alcanzarlo. Tener cuidado, por lo que de satisfacción pudiera ofrecerme saciar mi curiosidad insaciable; y, a la vez, no prestar atención, por si me diese cuenta de la equivocación repetida. Sin analizar lo que estuviera aconteciendo, preocuparme por lo que fuera a ocurrirme; obsesionado porque de las alternativas siempre sucedieran, una tras otras, las peores. No hice, nunca, nada de lo que se me pasó por la cabeza; y, para colmo, no haberlo hecho no me había proporcionado, ni siquiera, el resultado temido. Pero había preferido durante al menos treinta años seguir incurriendo en el mismo tropezón repetido; creo que sentía una especie de regocijo mezquino al confirmar mi desatino. Dejar de controlarlo todo a mi alrededor me causaba un pánico atroz; haberme abandonado a la providencia no me habría dolido más, pero no podía; aún no puedo. Debe de ser que no quiero. ¿Cuál será ese aliciente oculto que me induce a desear lo que detesto?

Hasta que me puse a caminar por este Camino Francés no había sido capaz de alternar la posición de “on”, de ese interruptor maquiavélico que acostumbraba a jugar conmigo, con mis complejos y prejuicios, como si fuera una marioneta a su servicio. En la dirección que el quisiera, sin sentido, sin recibo; por mi falta de determinación, consentido; de fatales consecuencias para mi personalidad y persona; la diana de la la frustración, por mi total indecisión. Mañana, por fin, me voy a quitar de encima otro corsé; le daré una vuelta de tuerca más a la locura; voy a liberarme de una vez por todas de la obligación de tener seguro, en todo instante, el lugar al que vaya a llegar. Me voy a librar de esta barandilla que me lleva en volandas de uno a otro albergue por una vía principal. Ya hace rato que me había empezado a pesar tantos protocolos sin razón; esto no es peregrinar.

Aunque me reserve la última carta en la manga, por si me arrepintiera; para no tener que darle explicaciones a Joan; aún no me quiero comprometer. Para estar seguro de no ir por complacerle, ni por el compromiso adquirido en cuanto le diga que sí; no quiero sentir pena, ni sentirme responsable de su decisión... Esperaré hasta que él, definitivamente, se despida de mí. Para que él se probase también, tal vez. Que si él decidiera ir fuera por sí mismo; y que si no fuera así, que se diera cuenta de su cobardía, para que aprendiera una lección. ¿Lo iba a hacer, de verdad, si yo me negase a aceptar? Mañana, por la mañana, al levantarnos lo comprobaré, lo vamos a testar. Creo que ni él tiene claro lo que hará, creo que está esperando mi respuesta; creo que en el fondo él también teme haber lanzado las campanas al vuelo. No ha dejado de repetir que irá aunque tenga que hacerlo solo, ojala que así fuera; no tiene que certificar con hechos la valentía de la que presume ante mí. Creo que está deseando que yo también quiera, porque yo también me siento muy a gusto caminando con él. Le acompañaré, pero no se lo confirmaré hasta mañana, justo antes de la partida.

domingo, 19 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (i) (Veinte de Septiembre)

Las últimas palabras que he recordado al despertar de mi noche de desvelo parcial. Intimidad, roncar... ¿Matea? ¿un coño? Hay que ver que perversidad, en que se distrae la mente cuando no tiene otro pito que tocar. Hay que prestar atención a lo que se piensa, por prevenir lo que se hará; lo que jamás se vaya a llevar a cabo, posiblemente; porque los pensamientos se hacen realidad, también para no realizar. Hay que... Eso le decía un amigo mío a su mujer cuando llegaba a casa y detectaba, con su sensible radar, un pelín de suciedad: hay que barrer; no recuerdo ni una ocasión en la que quien barriera fuera él. ¿Hay que? Quiero... Quiero ver su revés, el envés de esta atrocidad, tal vez perversión... Y de otras muchas más. ¿Por qué? ¿Será, tanto preguntar, otra versión, aunque fatal, de la reflexión? Un poquito de elasticidad, para recibir las respuestas sin reaccionar. ¡Joan, que hay que despertarse ya! Hay que ver como duerme el muy mamón, en toda la noche no se había levantado ni siquiera a mear, a no ser que aprovechara las pocas cabezadas en que Morfeo se me ha aparecido; una o dos.

Al grito de “¡vámonos!, nos hemos ido, caminito de León. Para hoy habíamos improvisado una etapa muy corta: una etapita, contra tanto etapón, apenas trece kilómetros, no más de tres horas y media, para poder decidir mejor. Por eso, justamente, habíamos llegado ayer hasta Puente Villarente, sin saber lo que nos encontraríamos allí. Hoy queríamos..., quería, en principio sólo él, ir a la oficina de turismo para enterarse mejor sobre el nuevo recorrido... Hoy queremos descansar para, sea cual fuera la opción que tomemos al final seguir avanzando con ilusión. Andando, andando; hemos conseguido dejarlo atrás; no sin antes darnos cuenta de nuestro gran error. Nos ha costado dar con la salida del pueblo que habíamos tildado de pueblucho. ¡Qué larga que era la travesía! Villarente no era un Puente, más bien una avenida completa... Nos hemos tenido que arrepentir de todos los insultos que habíamos escupido sobre él. Bares, cafeterías, restaurantes... Nos habíamos quedado en la antesala, sin mirar más allá; no sé si por cansancio o por comodidad... El pueblo llegaba mucho más allá. Y en la pastelería que hemos desayunado hacían unos desayunos exquisitos... ¡Qué pena no haber sido más aventureros! ¿Qué se le iba a hacer? Me estaba reservando para causas más importantes, me excusaré.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (viii) (Veinte de Septiembre)

Nada, que no hay forma de dormir. Una, dos, tres... La curiosidad, el miedo a curiosear; por lo que pudiera pasar; ¿arrepentirme antes de empezar? Me arrepentiría si no lo hiciera, si nada aconteciera por haberme quedado parado en el arcén, viendo pasar mi tren... El tren que ya no lo fue. En esta ocasión, va a ser; me aliaré con mi Satanás juguetón; no me resistiré a esta maravillosa tentación; justamente, por el mero hecho de intentar... Y tentar el intento que llegue a más; sin quedarse en otro ya pasó una nueva oportunidad de cambiar. No me volveré a resignar a seguir transformándome en un ente amargado, ornamentado con carcajadas ostentosas y falsas, sin enterarme hasta que, con el tiempo casi caducado, me de otro empujón urgente cualquier embate sospechoso... Y volver a preguntarme: ¿por qué es tan injusto conmigo este mundo?.

No quiero volver a enfermar, ni quiero tener que enfrentarme más a problemas que, aunque no existieran, fuera pariendo mi obsesión recalcitrante, indigna; apremiante, extenuante y, ante todo, pedante. ¿Ten cuidado? No quiero creerme conocedor de todos los riesgos y consecuencias nefastas que seguirán a cualquier actividad amoral, desleal o confidencial. No, por Dios; por mí mismo, por mis razones, contra los argumentos que me vendieron a precio de mejor postor aquellos señores tan importantes. ¡Qué caro precio, Señor de las anillas de aquellos cuadernillos inoportunos! No más represión, no más reverencias sin valor, no más sometimientos a mentiras que no fueran yo. Más “ten cuidado”..., ¡no! No, no y no; y un millón de veces no, ¡claro que no...! Claro que sí, mejor. Aguantaré el insomnio como un campeón, si el precio es velar, para guiar, estos pensamientos crudos... ¡Aquí, despierto me quedo yo! Y aunque no deje Joan de roncar... ¡Hay que joderse, como duerme el muy cabrón!

¿Y si él aún no lo decidió? ¿Y su juega de farol? ¿Y si ha delegado su reacción en la certeza de que yo diré que no? ¿Y si el me cree un cobarde cagón? ¿ Y si pensara que ni siquiera me habría tomado en serio su propuesta? ¿Y si estuviera convencido de que en León nada cambiaría porque a mí no me ve capaz de cambiar? ¿Y si...? Sí, claro que sí ¡Como un puto peón!, como me dijo mi padre, cuando sientas dificultades, y no haya otra puerta por la que salir, o entrar al, del atolladero, aprieta los dientes, cierra los ojos... Y ve, sin pensar. Le voy a sorprender, se va a joder, seré mecánico de la acción que haciendo va aprendiendo a ser mejor, de cada uno de sus errores, todos ellos diferentes, al encuentro del error mayor. Aunque aparente ser un loco, sin condición, ni ambición... No me conformo con cualquier cosa, desde mi lado oscuro se rebela el curioso inconformista, hasta deambulando por los mundos del error, apostaré al todo o nada... Herraré mi aventura al azar; ¡Ordago a mi destino par!

Ronca, ronca sin parar; ameniza esta noche en el que estoy pariendo a mi zar; el nuevo emperador disfrazado de peregrino está a punto de asomar su cabeza por el Coño de la Matea... La verdad, nunca he sabido quien era esa señora, ni por qué tanta importancia se le daba a su medio de evacuación, pero por un rato quiero ser mal hablado, aunque lo haga en la más íntima intimidad.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (vii) (Veinte de Septiembre)

Me puede la curiosidad, no soy capaz de quitarme de la cabeza esta obsesión. Estoy nervioso, como en aquellos días maravillosos en los que, siendo niños, la maestra nos llevaba de excursión; el mismo nerviosismo, aquel. Claro que sé que la excursión ha empezado ya, unos cuantos días atrás, cuando salí de Oyón, cuando recorriendo el trayecto anterior a abandonar mi pueblo me fui encontrando con, y despidiendo de, todos aquellos conocidos, incluso amigos, que mirándome... Con cara de sorpresa, a medias; a medias con cara de incredulidad, de envidia quizás, me preguntaron “¿a dónde vas?; ¿vas lejos, o qué? Mi mochila enorme delataba que mi intención no era dar una vuelta a la manzana... Estaba claro que a muchas manzanas, les daría varias. Deli, Luis Mari, Ángel... Sé que no era envidia enfermiza, se que no comprendían, sé que les debí parecer un fantasma loco, o un loco fantasioso, cuando les respondí: “salgo a dar una vuelta, hasta Finisterre nada más”.

Por encarar, por fin, lo me que ofrezca un reto, por eso estoy aquí acostado, dándole vueltas a una idea de otro loco fantasioso; nos hemos juntado dos buenos elementos... Si nos dejan una cerilla quemamos el bosque con nuestras propuestas indocumentadas. Algo que me haga salir del anonimato, de aquel que me ha tenido encerrado hasta hace nada en mi unidad de vigilancia intensiva particular. Salí en busca de las mentiras que no se adaptaban a mis arrugas, mejor duermo; voy a arar la tierra con los surcos que a mí me convengan de verdad. ¿Qué sentido tendría esta atracción fatal, si no supusiese aceptar la dificultad añadida de romper el tul que oculta lo que esconda detrás? Para freír un huevo hay que romper la cáscara; hay que arriesgar. Quiero rasgarle el himen, por tanto, a mi virginidad. No quiero ser virgen más o quiero, mejor aún, otra locura más... Seré virgen cada despertar y una puta sagrada al acostarme cada noche, tras haber destrozado cientos de velos más.

Algo he ganado, no sé lo que mañana será... Pero antes, hace unos meses nada más, ni siquiera me habría atrevido a plantearme el fracaso de dejarlo de lado, tras haberlo considerado; ni siquiera me hubiese inmolado para abrasarme en el fuego de unas ampollas, que por cierto, me vuelven a molestar... Yo que la creía curada ya, pero... Pero es el otro pie el que siento palpitar. Que sea lo que será, lo que esté siendo ya. ¿Otra ampolla más? ¡Dios dirá! Esto no influirá en mi decisión. No lo hará. No es mi cuerpo quien dicta el guión... Será y ya está.

martes, 14 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (vi) (Veinte de Septiembre)

Y para colmo de bienes, en este caso, y por mor de mi recién renovada ilusión, le acaba de llamar Miriam para contarle, entusiasmada, su maravillosa jornada de hoy. Miriam y entusiasmo no solían ser compañeros de viaje mientras transitaba por el Camino Francés. Ago extraordinario les ha tenido que acontecer para mostrarse tan dicharachera y feliz. Dice que dicen, Mónica, por supuesto, también, que todo les estaba yendo fenomenal. Acababan de llegar a La Robla y estaban buscando el albergue de peregrinos en el que se iban a alojar, tenían prisa y por eso no han hablado más; mañana, con más tranquilidad, nos volverán a llamar para contarnos las novedades que no nos podían contarnos hoy.

No me puedo negar, confirmada y cerrada la decisión. Pero aún no se le voy a comunicar, por si se pone a correr; así vamos bien. Me callaré, al menos hasta León... Aunque sé que, como yo, él ya sabe que mañana será nuestra última jornada por el Camino Francés. Puente Villarente, más que puente un rincón de muerte... No hay más que moscas en el albergue, y ni una cocina decente, tampoco indecente. Hoy toca tirar de restaurante, espero que sea barato, porque la única tienda que hemos encontrado estaba cerrada, por ser domingo; y día de guardar, por tanto. Un restaurante regentado por los mismos amos del lugar en el que nos hemos alojado. Lo cual no me ha dado buena espina, y es que no me ha caído en gracia esta pasarela hacia lo desconocido. Quiero ir conociéndo poco a poco, quiero ir hacia lo que aún en mi recuerdo no existe, quiero que si he de encontrar dificultades no sean las que me proporcionen no tener las comodidades suficientes; no quiero arriesgarme a pasar hambre en un lugar civilizado. Si ha de visitarme la muerte, la muerte alegórica que conste, que sea perdido por aquellas montañas que nos van a traer tan buena suerte.

Que aproveche, una ensalada y unos filetes... Un poco de vino normalito, servido todo ello, eso sí, por una señorita con uniforme y en un ambiente bien ornamentado; aunque a media luz, iluminado... Porque al fin y al cabo, no eramos más de siete los peregrinos que hemos hecho uso del servicio... Diez euros... Si se repite a menudo, un abismo; lo ya presumido el puente se ha convertido en socavón indigno de nuestra condición de peregrinos... Buenas noches Joan, mañana será otro día... Hasta mañana, vecino de litera, compañero de treguas, al final y a mi pesar antiguo, por placer repentino, amigo.

lunes, 13 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (v) (Veinte de Septiembre)

¿Quién me lo iba a decir a mí?; hace poco más de una semana, en Grañón, a la misma pregunta habría contestado, sin dudarlo, que no. Sin apenas darle lugar ni ocasión a la cavilación, encerrado en aquella primera impresión. Si llego a saber que el último eslabón de esta cadena a la que, allí, el destino me ató lo fuese a ocupar Joan... Habría escogido que no. ¿Hoy, siete kilómetros hasta aquí?, ¿y mañana, más de trece hasta León? No me habría sentido capaz de soportar a ese elemento que, desde su primer “choca esa mano”, había clasificado con la etiqueta de ente soberbio del que desconfiar... Habría huido despavorido de mi porvenir, habría renunciado a seguir. Joan, ese catalán y su forma especial de hablar; su extrovertida forma de actuar que en mis defensas había levantado todas las luces de alarma. ¡Ten cuidado, te puede gustar!

¿Cinco días más? ¿Transitando las primeras estribaciones de los Picos de Europa con un desconocido tal? ¿Avisándome además de que en Oviedo él acabaría ya? ¿A quién le querría engañar? ¿Encima de que me quiere liar me va a dejar colgado allá, casi sin empezar? Seguro que no, y no lo dudo ni un poquito así; esta aventura que estamos a punto de afrontar y que es una gran locura, sin añadirle los imprevistos que llegarán, habría sido un suicidio descomunal para mi forma de pensar. Creo que voy a decir que sí. ¿Por qué? Por los mismos motivos que estoy repitiendo este Camino irracional... Porque sí, porque no, porque no sé; por saber. ¿Por qué me llama tanto la atención lo que al resto le da repelús? ¿Por qué siempre aparece algún Judas Iscariote que me traiciona sin ni siquiera besar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me rehuyen mis preguntas? ¿Por qué?¿Por qué no me suele satisfacer lo que acostumbra a aplaudir la mayoría en tropel? ¿Por qué quiero ser diferente, tal vez? ¿Por sentirme especial? ¿Para poderlo contar? ¡Joder, si es que soy como él! ¿No sería más prudente tratar de convencer a Joan de que ha de desistir de su loca intención? No creo que se atreviera a emprender esa odisea solo, sé que va de farol... Sólo tendría que decirle que no para hacerle entrar en razón. ¿Por qué no me apetece decírselo?

Me he sentido muy bien, desde que hemos dejado atrás a Denis, acogiéndonos a un fluir mejor, más rápido y ligero, más doloroso, más gratificante, sincronizando nuestros pasos, y la aptitud, los dos. Ambos parecíamos uno, sin el deambular lastimero que, muy a nuestro pesar, sobrara quizás... ¿o se habría agotado ya, tal vez? Reflejados en dos sombras solidarias, proyectadas por los rayos del sol y su calor atroz, en el último tramo he sudado como jamás lo había hecho hasta ahora; siete kilómetros raudos, por un camino de parcelaria ardiente, entre Mansilla de las Mulas y Puente Villarente. Me han dolido las piernas por el ritmo veloz, pero he llegado convencido, no me ha pesado la mochila, no me apetece responderle que no porque en mi cabeza no existe esa opción para esta propuesta que ha conquistado mi corazón. Pasado mañana, camino de la salvación, por el Camino del Salvador... ¡Y que sea lo que quiera Dios!

domingo, 12 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (iv) (Veinte de Septiembre)

¿Por qué me atraería su figura incluso antes de enterarme de su profesión? ¿Por qué me ha seguido conquistando su extraña personalidad, también después de desmentir lo que creía yo? Cuando lo he sabido, porque él me lo ha confesado... Al fin y al cabo, él no me había mentido; he sido yo. Escribir no era más que una afición; ¿que no era más que una afición...? Así lo ha confirmado, así lo ha definido; así, desde mi punto de vista, se ha sentenciado. ¿Cómo que sólo era una afición...? ¿Sólo? ¿Y qué otra cosa pudiera ser, mejor? No se había atrevido a dejarlo todo por el que decía que era objeto de su veneración.

¿De verdad necesitaría, necesita, plasmar su llanto en un papel? ¿Y sus alegrías, por qué no? Si lo hubiera dejado todo, quizás ahora no fuera una obsesión. Pero no lo hizo, porque había, hay, otras cosas más importantes que son obligación. Deberes que, aunque no quisiera, tenía que atender; necesidades básicas: había que comer. Creo que se equivoca, pero es una opinión. No sé como habrá transcurrido su vida sumido en esta contradicción, no tengo más elementos de juicio que su queja perpetua y esa cara llena de pena, que ha olvidado ejecutar aquella mueca espontanea infantil. Elementos de juicio, aunque los tuviera no los esgrimiría en su contra, tampoco a su favor. Ya estoy yendo demasiado lejos, criticando su forma de enfocar esta cuestión. Me arrepiento, rectifico, me encierro en mis enredos superficiales; mejor me callo, mucho mejor.

Denis, el gran desconocido, el hombre pequeño y de carnes escasas; el mago manco recluido en su chistera de terciopelo se baja definitivamente de nuestro carro. ¿O tal vez nos bajemos nosotros del suyo? Se queda en Mansilla de las Mulas... Joan y yo, sí que queremos experimentar. De momento, hasta Puente Villarente, esperemos que allí no nos espere el Abismo sin Referente. Allí, o mientras allí llegamos, iremos decidiendo hacia donde mirar. Hasta luego Denis, aún tienes la oportunidad de continuar. Hasta luego Denis, no le ha dado opción a la ocasión de cambiar... Hasta luego Denis, nos escribimos; de verdad que reflexionar a tu lado ha sido un placer. Camino del albergue, siete kilómetros más allá... Hemos continuado andando... Ya sólo quedamos los dos.

sábado, 11 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (iii) (Veinte de Septiembre)

En busca de la inspiración. O huyendo del folio en blanco que ya no sería capaz de rellenar. Habían dictado sentencia muchas tardes desperdiciadas, sentado delante del reflejo siniestro que su lapicero no se atrevía a quebrar. Tampoco de noche, cuando el sol ya no iluminaba la estancia en la que se empeñaba en prorrogar los lamentos de la velada desvelada anterior, cuando ya no había rayo que rallar con su rallador insustancial. ¡Cuántas horas de sueño perdidas sin ton ni son! Al son del repiqueteo terco del ordenador que dentro de su cabeza le amartillaba con desdén; su fracaso, tantos fracasos pasados; el éxito que nunca existió, tantísimos éxitos que pudieran haber sido, pero que no fueron... Quién sabe por qué, pero el quería ser escritor; ¿famoso?, ¡mucho mejor!

Al encuentro de la Inspiración, de un aliento que completase la respiración forzada que ya no llenaba su pulmón. Inspiración, en mayúsculas; porque se le llenaba la boca cada vez que hablaba de su Dios. ¡Qué no me escuche mentar a su Satanás particular, por favor! No creo que esto acabara con nuestra amistad, pero sé que no le sentaría nada bien que identificara con el Señor a su pasión. Se declara ateo convencido, con gran fervor. No acabo de entender, ni su razón, ni sus argumentos, ni su resignación... Ni como funciona su corazón; pero creo que no he asistido a mejor representación de la Pasión de Cristo en vivo jamás; el “Ecce Homo” cubano, en boca de un singular Pilatos, en vez de romano, americano... Atado de pies y manos a una columna, que no le sirve de pilar, y coronado con una corona de espinas “fashion” que no le da la medida de su función... Flagelándose continuamente como le flagelaron a Aquel, pero éste no sabe por qué.

Porque se niega a aceptar su cruz, el sacrificio que supone estar a la altura de las circunstancias que quiere parir. No quiere pagar el precio que supone ser diferente que los demás. Se resiste a cumplir la misión que le había encomendado el Creador. ¿Por qué atendería un ateo la llamada de este Camino, cristiano y confesor? ¿Para expiar los pecados que no reconoce que cometió?

¿Ulceras, digestiones pesadas, bronquios atascados en alcohol? Un cáncer peor le amenaza pero no quiere escuchar, aunque de momento sea alegoría o metáfora cruel de una situación que empieza a ser insostenible; ya no se puede sostener. Le va a matar, posiblemente otro real; si no se atreve a cambiar; su sequía creativa es la señal; la sequía que asegura que, hasta hace unos meses, nunca le abandonó. Aunque siempre le hicieran sufrir, implora en cada paso trompicado que regresen las musas que tanto le hicieron llorar. Habían sido su salvación, muy a su pesar... Muy a su pesar le libraban de otro sufrimiento mayor... Pero no quiso escuchar, demorando la agonía, cada noche, una noche más.

martes, 7 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (ii) (Veinte de Septiembre)

Aún no le he visto ejecutar contra los demás esa furia que presumo presa en su interior; lo cual explicaría su rictus ritual: triste, amargo; amargado esconde su secreto existencial, exhibiendo la mueca forzada de quien no ha aprendido a sonreír porque se interpone su gran complejo letal. Le devora la paciencia que, ya impaciente, va rechazando, uno a uno, cada desplante que de él ha venido soportando desde los principios de su complicada relación, allá cuando nació. Tras ese aspecto pausado se debate un lobo feroz; una hiena que se ríe a la fuerza de la zafiedad que le asfixia a su alrededor; se esfuerza por retenerlos dentro de él, pero no se cuanto tiempo será capaz... Sus ojos empiezan a reflejar debilidad. Ni siquiera una tregua le concede a su cabeza para respirar, no deja de darle vueltas a esa idea que le atormenta y no le deja en paz. Sé que no podrá dejar de pensar, de preocuparse por todo y por nada, por lo que es, fue y será; creo que no le interesa, no quiere, dejar de perpetrar obsesiones que maquinen castigos contra su error fatal, repetido hasta la saciedad. Mastica lentamente, antes de emitir cada palabra que dice, antes de pensar cada pensamiento que piensa, antes de imaginar cada imagen que elude; sin rendirse a la evidencia; evidenciando hacia sí la total deslealtad. Lo que no puede evitar es fantasear con su fantasma más locuaz.

Una úlcera, no sé si ya incipiente, quizás desbordando la barrera de lo digerible, creo que ya no es en sus carnes un ente indigente, antes o después dictará sentencia. Ya me gustaría que el calendario fuera, con él, más compasivo de lo que él lo es consigo mismo. La impaciencia tranquila, que sólo cubre la nicotina que libera cada cigarro en sus bronquios maltrechos; sin haberse consumido el anterior, ya espera otro sobre la mesa, asomando a medias la cabeza por la cajetilla. Mientras, echa con su acostumbrada pausa urgente la penúltima bocanada de humo de otra colilla. Uno tras otro, consumiendo con sus pitillos las expectativas, han ido encendiendo sus fatigas. A golpe de desencanto, con cada calada se le ha ido escapando el aliento... Creo que llega este punto del Camino exhausto.

lunes, 6 de septiembre de 2010

Bercianos del Real Camino - Puente Villarente (i) (Veinte de Septiembre)

Tal vez sea un conjunto de pequeñas cosas, posiblemente fuera grano a grano como se habría ido formando su grave montaña; apenas minucias, que acumulara el paso del tiempo, muchas penas insignificantes soportadas en silencio, desplantes encadenando diminutos desencuentros en sus adentros. Tantos minutos, segundos y horas; días eternos, semanas que pasaran en balde; meses y años engendrando décadas completas, calladas, amordazadas, esclavas. Tantos complejos renovados, anclados a aquellos milenios de antaño, y que ha ido arrastrando en cada paso pesado, prejuicios que se le han ido atascando en los pasos que no había dado, por cobardía, por determinación, por valentía, por un compendio de obsesiones y contradicciones excusadas tras el escudo de su procedencia humillada. Todos los saltos que había forzado por orgullo, para integrarse como el que más, en una sociedad agresiva, distante, excluyente. Una nueva comunidad completamente distinta a la que, en circunstancias normales, le habría tocado engrosar.

Esas digestiones pesadas... No sé si serían tan graves como aparentaban... Pegado, siempre, a esos compuestos y complementos, sales y jarabes diversos, medicamentos prestos para adherirse a su garganta y evitar el fuego que desde el estómago amenazara abrasarle las cuerdas vocales. Digo yo que será por eso por lo que, a menudo, camine meditabundo, eludiendo cualquier opción de reconciliación con la articulación de palabras sin retranca; no conoce la ironía que no culmine en sarcasmo hiriente. Quizás también tenga que ver en todo ello la soberbia, que la ira acostumbra a cultivar en las entrañas que coloniza. Herida de muerte, se debate, entre la vida y el olvido, una modestia fingida que no le deja ser el mismo. Me recuerda a la que me ha contado un amigo que, según dice una amiga suya, también sufría un enemigo cercano... La mía misma.

La mandíbula, que comprime entre sus garras unos dientes vestidos de blanco impoluto, fruto típico de las gentes que navegan los contornos de esos mares sumergidos en el Triángulo de las Bermudas. Allí, donde así como desaparecen los barcos y los aviones por arte de brujería, por arte de magia se perfilan en las caras sonrisas sinceras y juerga; regalo de la naturaleza. A Denis le ha debido de robar su alegría innata el artificio adquirido a caro precio, ahora su dentadura perfecta es enmarcada por una cara morena y tensa; rasgada por los músculos contraídos, afanados en mantener el rostro compungido; como debe ser para no dejar traslucir los sentimientos que hay que ocultar. Se siente una porquería, aunque asegure que sus emociones mienten; yo creo que no goza de la identidad de la que presume, aunque se esfuerza en identificarla como propio y singular, en lo más hondo de sí es un extranjero más.

Fuerza su intención, tan relajada como la del gimnasta que a base de ímprobos refuerzos finge el movimiento dulce, mientras la amargura crispa su mente entrenada y dura... No es fácil retener con naturalidad una pose artificial; a la corta o a la larga produce úlceras y agresividad.

viernes, 3 de septiembre de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (x) (Diecinueve de Septiembre)

Y para colmo esas dos señoronas; ahí, plantadas delante de mí, interponiéndose entre mi mirada y otras más agradables. ¿Ahora quieren que me ponga ayudar? No lo haré, me niego a ser una marioneta que baile al son de sus caretas de beatas santonas; me niego y me negaré, aunque me miren mal; aunque no sea decente, aunque me excomulguen, en el peor de los casos me quedaré sin el postre. Peor que me han tratado ya no me pueden tratar. Prefiero que me desprecien con malos modales a que, aparentando lo contrario, me contraríen con su supuesto buen hacer; con sus sonrisas falseadas por la incomodidad de estar haciendo algo que no les apetece de verdad. Mascaré con calma mi orgullo, aunque la impaciencia me pida tirarme a su cuello ladrando improperios sin parar. Mi programación, mis normas de buena educación, mi urbanidad, pisotearé mi anhelo constante por colaborar... ¡Que frieguen ellas lo que no me dejaron ensuciar ayudando a preparar la cena que a punto he estado de negarme a tomar! ¡Que barran ellas! ¿No decían que eran suficientes? Si antes no aceptaron mi cooperación, ahora no les hago tampoco falta... ¡Por mis huevos y porque lo digo yo!

¡Ya está bien de tontear! Aquí se acaba la supuesta ruta nómada por las tierras castellanas, riojanas y navarras; continuaré hasta León, por llegar a una ciudad bien comunicada con el exterior de esta cárcel de sudor. ¿Las tierras gallegas?, hoy, ahora, me quedan lejos, la dejaré para otra ocasión. ¿Y las asturianas?, exigen un esfuerzo al alcance de los menos, aunque hasta ellas lleve ese camino que llamen del Salvador. No sé si estoy dispuesto a afrontar otro fracaso, la única salvación que llego a otear desde este socavón es la rendición. Llevaré mucho mejor el fracaso en mi casa, bien sentado y acomodado en el sillón, alternando mis malos ratos con los distintos canales de televisión. Creo que voy a cambiar las botas por el mando a distancia, y la mochila por palomitas y un buen jarrón de cerveza con gaseosa, y mucho alcohol. Apuesto a caballo ganador; allí no me molestará este turismo sin compasión que a mí también me empieza a hartar, aunque haya querido negarme la mayor. Allí no tendré que luchar contra esta horrible sensación de no tener ni un instante de soledad; allí disfrutaré de estar rodeado del maravilloso ruido que golpetee cada extremidad. De nuevo reconciliado con los extremos de verdad.

Lo dicho, hoy mejor me voy a acostar, y que estas señoras arrastren las fregonas y su arrogancia feroz. Y si no que engañen a otros dos. Vámonos Joan, vamos a ver si nos cuenta algo nuevo Denis, que nos contagie un poco de su pasividad. Que nos escupan esas dos arpías sus silencios terribles encendidos en sus miradas contraídas y reciban de las nuestras la indiferencia sin rubor.

lunes, 23 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (ix) (Diecinueve de Septiembre)

En su máximo esplendor, se estaba dejando devorar por la glotonería acomodada. Se le estaban desparramando las primeras lorzas de la obesidad mórbida provocada por la falta de medida. Y es que el espíritu siempre parece perder la partida con una buena bolsa rellena de porquería. Vil metal, agonía sucia. Por querer engullirlo todo sin masticar como es debido, la digestión se está haciendo pesada, preso del atracón se dispara el colesterol, los triglicéridos, el azucar y hasta el alcohol. Poco a poco empiezo a entender también porque me habían aconsejaran no venirme por aquí sin condón. Un negocio móvil y sin complejos; escaparate obsceno de la ambición, forrándose a costa de acomplejados como yo, sin compasión. Esto no fue lo que predicaran los Apóstoles, ni el tío que los formó, el Hijo del Señor. ¿Edificar sobre el fervor religioso un imperio concupiscente? No creo que esto obtenga en el Juicio Final el perdón de Dios. Establecimientos que huelen el dinero y todo aquel que le da opción a la especulación; somos billetes con patas dirigiéndose como borregos a la cartera de algún otro señor, este con minúsculas, comerciante al pormayor. La acumulación sin condición, la desfachatez más atroz.

¿Qué dirían si volviesen aquellos peregrinos de antaño que dormían sobre un montón de paja en cualquier rincón y comían, en un día entero, apenas un mendrugo de pan duro? Me viene a la cabeza Jose Luis, el hospitalero del albergue de Tosantos. Él debió de ser uno de ellos, al menos eso asegura con lágrimas en los ojos cuando recuerda aquellos años en que los que recorrían el Camino eran cuatro, y los alojamientos establecidos ninguno; y para ducharse tenían, cuando llevaban agua, los ríos, y la ropa... La ropa no se lavaba porque viajaban con lo puesto, y porque la higiene no cotizaba por aquellos andurriales llenos de moñigas de vaca. Cuando en los pueblos, los lugareños, aún les abrían las puertas, aunque fueran las verjas de sus pocilgas. No porque creyesen cochinos a aquellos personajes harapientos que llegaban suplicando alojamiento y un poco de comida, sino porque nada más tenían para ofrecerles y ellos eran gente hospitalaria, y todo lo compartirían aunque nada tuvieran. Hasta eso era muy bueno, porque como a él le gusta declamar con voz ligeramente impostada: “el peregrino no exige, sólo se humilla, agradece y camina”.

Una pandemia, gente de todo el mundo contagiados por el mismo virus. ¡Maricón el último...!, y a partir de O'Cebreiro se queda sin alojamiento el que no llegue entre los cien primeros. ¡Pero si somos cuatrocientos! Un hostal me sale caro, hago mis cuentas, destrozadas las barreras de mis previsiones más horrendas; si no hago algo, con mi ruina se habrán forrado unos cuantos. Ya no es lo mismo, peregrinar es otra cosa. ¿Acaso no se dan cuenta de que unos cuantos no estamos de vacaciones? ¿Que no venimos buscando un turismo barato? Ahora que lo pienso, a mí también se me empieza a indigestar esta parodia de sacrificio. No sé si continuar siendo uno más de la procesión de seres cautivos que aseguran venir aquí a liberase de... ¿De qué nos liberamos, por cierto?

Creo que no quiero participar. Esto es el no va más, menos mal que Mónica y sus rarezas me están haciendo reflexionar. Quizás lleve razón Joan y haya que atreverse a dar un cambio radical; ¿seguirles el rastro a ellas, quizás?

jueves, 19 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (viii) (Diecinueve de Septiembre)

¿Y por qué no? ¿Por qué no tomarse en serio todas estas especulaciones vagas? ¿Por qué no elevarlos a la categoría de opción interesante? De repente, mientras el discurso de Joan se difuminaba en la nube vaporosa que estaba, por momentos, obnubilado mi razón, me ha venido a la cabeza algo que se me había pasado por alto hacía ya unos días; algo que posiblemente no hubiera querido ver para no agobiarme. Algo que yo mismo había escuchado, en primera persona, relatado a Serafín, el hospitalero del albergue de Boadilla del Camino, por alguien que decía ser un peregrino que venía de vuelta. Aseguraba haber encontrado en Galicia botellas de agua de litro y medio a tres euros; me pareció una locura de un loco de atar; un payaso con ganas de ser protagonismo, y poco más. Entonces, no le quise creer, pero Serafín le había dado todo su aval sin pestañear; y, además, había echado más leña al fuego, para que la trola se propagase sin dificultad. Yo no salía de mi asombro, me parecieron un desacierto ese cruce de comentarios desafortunados entre los dos, más aún estando presente yo en la conversación. Llegué a dudar si lo que trataban era de asustarme... Una prueba de valentía para el tercero en discordia, la novatada que el novato tenía que pagar.

Si me lo hubiese tomado en serio, lo habrían conseguido pero... ¿Cómo iba a haber en estas épocas tan aseadas y modernas, en los albergues, chinches como chinchetas de la talla xxl? Con el panorama que pintaron, si les hubiese prestado una atención real, seguramente que habría anulado mi planteamiento inicial, para abandonar allí mismo mi determinación... Me habría dado la vuelta, a mi pesar; no lo hice, menos mal, aunque el tiempo no les haya quitado parte de razón. Después he comprobado en otras carnes que han caminado conmigo que chinches había, y que mordían como pirañas voraces. No sé, por cierto, por donde andaría a estas alturas la señora que me había mostrado sus mordeduras, sembradas a conciencia por cada rincón de su cuerpo; no debía de estar muy lejos, creo que me la volveré a encontrar en cualquier momento. Por todo esto, empezaba a pensar que no sería tan descabellada la idea de seguir las huellas de Miriam y Mónica... Para como ellas, evitar todos las desventajas que tiene que este rincón de España este de moda; para alejarse del mogollón y del turismo; para hacer a un lado tantas circunstancias que son ajenas a la peregrinación que yo, como ellas, anhelo.

¿Y si llevaran razón el hospitalero al que tildé de loco y aquel señor bocazas, fanfarrón y cenizo catastrofista? El Camino Francés me parece un enfermo, y yo no quiero que me contagie; ya lo he recorrido entero; no necesito demostrarme que puedo... Quizás ya no quiera, no quiero... No quiero morirme con él de éxito. ¿Quién aceptaría, en su sano juicio, un suicidio colectivo? Una vez ya me había defraudado, no volvería a permitirlo.
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Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.