Lo había conseguido al final, cuando yo me había dormido ya; no había querido quedarme con ellos a conversar porque tenía que librarme como fuera y cuanto antes de la preocupación a la que me había estado sometiendo toda la tarde la recién estrenada nueva opresión; otra ampolla del montón; a las nueve de la tarde ya estaba durmiendo, como un señor. A primera hora, mientras compartíamos el exquisito desayuno con que nos habían obsequiado las Carbajalas, nos lo había contado Joan... Las Carbajalas, aún no sé porque se les llama así a las monjas que atienden el albergue de León, lo tendré que consultar. Hasta última hora de ayer, el móvil de Miriam no había hecho otra cosa que devolver el mismo mensaje desalentador en cada intento que habíamos probado; suspendido por pesado, había estado todo el día apagado o fuera de cobertura...
Nos habíamos ido convenciendo, reiterando uno y otro el mismo comentario cada vez que no obteníamos la respuesta apetecida... Serían problemas de las operadoras que no tendrían por esta zona repetidores suficientes para refrescar la señal... Añadíamos, por supuesto, nuestra queja solapada contra las deficientes comunicaciones que había por estas tierras ya pasado el siglo veinte... Quizás, posiblemente, no tanto porque nos molestase tal desfase como por no añadir ningún comentario al margen que pudiera contrariar la sentencia deseada compartida, tan optimista como falsa. Temía que les hubiese pasado algo, temíamos ambos, como después él también me había confesado... Nos habíamos puesto de acuerdo, sin mediar pausa ni pacto, ninguno de los dos habíamos querido decir lo que no eramos capaces de dejar de pensar, por no incordiar al contrario, compañero, adversario. Había que andar, queríamos cambiar de ruta; anduvimos y estamos cambiando. Y lo que no habíamos sido capaces de dejar de pensar no era verdad... ¡Menos mal!
Salvo un problemilla de clasificación, todo les había marchado fenomenal... Ni siquiera que no fuera el albergue de la Robla lo que esperaban había hecho mella en sus calificaciones superlativas... Todo estaba siendo maravilloso; los paisajes, la gente, el chorizo, el pan y el queso con que les habían obsequiado a su paso; la soledad del camino, el rubor de sus pieles sensibles; el verdor de su destino, el azul azaroso y cristalino. Haber tenido que compartir la primera noche, tras el desvío, su espacio con el de indigentes de dudosa fama no había hecho en ellas mella... Tenía que estar siendo a la fuerza una experiencia extraordinaria para que Miriam, tan..., tan....¿cómo lo diría yo para no faltarme al respeto...? Para que Miriam, tan suya, no hubiese sacado a pasear sus uñas, afiladas como dagas. Y es que, aunque así lo indicase la maravillosa guía del Camino del Norte que habían comprado en León, no era albergue de peregrinos lo que habían encontrado en La Robla. Es un albergue de transeúntes, por lo cual, nosotros hemos decidido alargar la etapa de hoy hasta Pola de Gordón; casi cuarenta kilómetros... Casi nada, para empezar.
Nos habíamos ido convenciendo, reiterando uno y otro el mismo comentario cada vez que no obteníamos la respuesta apetecida... Serían problemas de las operadoras que no tendrían por esta zona repetidores suficientes para refrescar la señal... Añadíamos, por supuesto, nuestra queja solapada contra las deficientes comunicaciones que había por estas tierras ya pasado el siglo veinte... Quizás, posiblemente, no tanto porque nos molestase tal desfase como por no añadir ningún comentario al margen que pudiera contrariar la sentencia deseada compartida, tan optimista como falsa. Temía que les hubiese pasado algo, temíamos ambos, como después él también me había confesado... Nos habíamos puesto de acuerdo, sin mediar pausa ni pacto, ninguno de los dos habíamos querido decir lo que no eramos capaces de dejar de pensar, por no incordiar al contrario, compañero, adversario. Había que andar, queríamos cambiar de ruta; anduvimos y estamos cambiando. Y lo que no habíamos sido capaces de dejar de pensar no era verdad... ¡Menos mal!
Salvo un problemilla de clasificación, todo les había marchado fenomenal... Ni siquiera que no fuera el albergue de la Robla lo que esperaban había hecho mella en sus calificaciones superlativas... Todo estaba siendo maravilloso; los paisajes, la gente, el chorizo, el pan y el queso con que les habían obsequiado a su paso; la soledad del camino, el rubor de sus pieles sensibles; el verdor de su destino, el azul azaroso y cristalino. Haber tenido que compartir la primera noche, tras el desvío, su espacio con el de indigentes de dudosa fama no había hecho en ellas mella... Tenía que estar siendo a la fuerza una experiencia extraordinaria para que Miriam, tan..., tan....¿cómo lo diría yo para no faltarme al respeto...? Para que Miriam, tan suya, no hubiese sacado a pasear sus uñas, afiladas como dagas. Y es que, aunque así lo indicase la maravillosa guía del Camino del Norte que habían comprado en León, no era albergue de peregrinos lo que habían encontrado en La Robla. Es un albergue de transeúntes, por lo cual, nosotros hemos decidido alargar la etapa de hoy hasta Pola de Gordón; casi cuarenta kilómetros... Casi nada, para empezar.
Un paso más, para seguir en el camino...
ResponderEliminarUn abrazo.
Me apasionan estos buenos relatos, estos caminos que nos lleva a soñar y a veces a permitirnos viajar a otros lugares, hoy me permito escribir con ilusión, aún leyendo siempre estos sueños formidables. Enhorabuena por darnos la oportunidad de leer, de soñar, de aprender a redactar, gracias por ello. aún sin comentar, estoy cerca.
ResponderEliminarSaludos
Sigue el camino y la magnífica narración.
ResponderEliminarEnhorabuena.