¿Quién me lo iba a decir a mí?; hace poco más de una semana, en Grañón, a la misma pregunta habría contestado, sin dudarlo, que no. Sin apenas darle lugar ni ocasión a la cavilación, encerrado en aquella primera impresión. Si llego a saber que el último eslabón de esta cadena a la que, allí, el destino me ató lo fuese a ocupar Joan... Habría escogido que no. ¿Hoy, siete kilómetros hasta aquí?, ¿y mañana, más de trece hasta León? No me habría sentido capaz de soportar a ese elemento que, desde su primer “choca esa mano”, había clasificado con la etiqueta de ente soberbio del que desconfiar... Habría huido despavorido de mi porvenir, habría renunciado a seguir. Joan, ese catalán y su forma especial de hablar; su extrovertida forma de actuar que en mis defensas había levantado todas las luces de alarma. ¡Ten cuidado, te puede gustar!
¿Cinco días más? ¿Transitando las primeras estribaciones de los Picos de Europa con un desconocido tal? ¿Avisándome además de que en Oviedo él acabaría ya? ¿A quién le querría engañar? ¿Encima de que me quiere liar me va a dejar colgado allá, casi sin empezar? Seguro que no, y no lo dudo ni un poquito así; esta aventura que estamos a punto de afrontar y que es una gran locura, sin añadirle los imprevistos que llegarán, habría sido un suicidio descomunal para mi forma de pensar. Creo que voy a decir que sí. ¿Por qué? Por los mismos motivos que estoy repitiendo este Camino irracional... Porque sí, porque no, porque no sé; por saber. ¿Por qué me llama tanto la atención lo que al resto le da repelús? ¿Por qué siempre aparece algún Judas Iscariote que me traiciona sin ni siquiera besar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me rehuyen mis preguntas? ¿Por qué?¿Por qué no me suele satisfacer lo que acostumbra a aplaudir la mayoría en tropel? ¿Por qué quiero ser diferente, tal vez? ¿Por sentirme especial? ¿Para poderlo contar? ¡Joder, si es que soy como él! ¿No sería más prudente tratar de convencer a Joan de que ha de desistir de su loca intención? No creo que se atreviera a emprender esa odisea solo, sé que va de farol... Sólo tendría que decirle que no para hacerle entrar en razón. ¿Por qué no me apetece decírselo?
Me he sentido muy bien, desde que hemos dejado atrás a Denis, acogiéndonos a un fluir mejor, más rápido y ligero, más doloroso, más gratificante, sincronizando nuestros pasos, y la aptitud, los dos. Ambos parecíamos uno, sin el deambular lastimero que, muy a nuestro pesar, sobrara quizás... ¿o se habría agotado ya, tal vez? Reflejados en dos sombras solidarias, proyectadas por los rayos del sol y su calor atroz, en el último tramo he sudado como jamás lo había hecho hasta ahora; siete kilómetros raudos, por un camino de parcelaria ardiente, entre Mansilla de las Mulas y Puente Villarente. Me han dolido las piernas por el ritmo veloz, pero he llegado convencido, no me ha pesado la mochila, no me apetece responderle que no porque en mi cabeza no existe esa opción para esta propuesta que ha conquistado mi corazón. Pasado mañana, camino de la salvación, por el Camino del Salvador... ¡Y que sea lo que quiera Dios!
¿Cinco días más? ¿Transitando las primeras estribaciones de los Picos de Europa con un desconocido tal? ¿Avisándome además de que en Oviedo él acabaría ya? ¿A quién le querría engañar? ¿Encima de que me quiere liar me va a dejar colgado allá, casi sin empezar? Seguro que no, y no lo dudo ni un poquito así; esta aventura que estamos a punto de afrontar y que es una gran locura, sin añadirle los imprevistos que llegarán, habría sido un suicidio descomunal para mi forma de pensar. Creo que voy a decir que sí. ¿Por qué? Por los mismos motivos que estoy repitiendo este Camino irracional... Porque sí, porque no, porque no sé; por saber. ¿Por qué me llama tanto la atención lo que al resto le da repelús? ¿Por qué siempre aparece algún Judas Iscariote que me traiciona sin ni siquiera besar? ¿Por qué? ¿Por qué? ¿Por qué me rehuyen mis preguntas? ¿Por qué?¿Por qué no me suele satisfacer lo que acostumbra a aplaudir la mayoría en tropel? ¿Por qué quiero ser diferente, tal vez? ¿Por sentirme especial? ¿Para poderlo contar? ¡Joder, si es que soy como él! ¿No sería más prudente tratar de convencer a Joan de que ha de desistir de su loca intención? No creo que se atreviera a emprender esa odisea solo, sé que va de farol... Sólo tendría que decirle que no para hacerle entrar en razón. ¿Por qué no me apetece decírselo?
Me he sentido muy bien, desde que hemos dejado atrás a Denis, acogiéndonos a un fluir mejor, más rápido y ligero, más doloroso, más gratificante, sincronizando nuestros pasos, y la aptitud, los dos. Ambos parecíamos uno, sin el deambular lastimero que, muy a nuestro pesar, sobrara quizás... ¿o se habría agotado ya, tal vez? Reflejados en dos sombras solidarias, proyectadas por los rayos del sol y su calor atroz, en el último tramo he sudado como jamás lo había hecho hasta ahora; siete kilómetros raudos, por un camino de parcelaria ardiente, entre Mansilla de las Mulas y Puente Villarente. Me han dolido las piernas por el ritmo veloz, pero he llegado convencido, no me ha pesado la mochila, no me apetece responderle que no porque en mi cabeza no existe esa opción para esta propuesta que ha conquistado mi corazón. Pasado mañana, camino de la salvación, por el Camino del Salvador... ¡Y que sea lo que quiera Dios!
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