Tal vez sea un conjunto de pequeñas cosas, posiblemente fuera grano a grano como se habría ido formando su grave montaña; apenas minucias, que acumulara el paso del tiempo, muchas penas insignificantes soportadas en silencio, desplantes encadenando diminutos desencuentros en sus adentros. Tantos minutos, segundos y horas; días eternos, semanas que pasaran en balde; meses y años engendrando décadas completas, calladas, amordazadas, esclavas. Tantos complejos renovados, anclados a aquellos milenios de antaño, y que ha ido arrastrando en cada paso pesado, prejuicios que se le han ido atascando en los pasos que no había dado, por cobardía, por determinación, por valentía, por un compendio de obsesiones y contradicciones excusadas tras el escudo de su procedencia humillada. Todos los saltos que había forzado por orgullo, para integrarse como el que más, en una sociedad agresiva, distante, excluyente. Una nueva comunidad completamente distinta a la que, en circunstancias normales, le habría tocado engrosar.
Esas digestiones pesadas... No sé si serían tan graves como aparentaban... Pegado, siempre, a esos compuestos y complementos, sales y jarabes diversos, medicamentos prestos para adherirse a su garganta y evitar el fuego que desde el estómago amenazara abrasarle las cuerdas vocales. Digo yo que será por eso por lo que, a menudo, camine meditabundo, eludiendo cualquier opción de reconciliación con la articulación de palabras sin retranca; no conoce la ironía que no culmine en sarcasmo hiriente. Quizás también tenga que ver en todo ello la soberbia, que la ira acostumbra a cultivar en las entrañas que coloniza. Herida de muerte, se debate, entre la vida y el olvido, una modestia fingida que no le deja ser el mismo. Me recuerda a la que me ha contado un amigo que, según dice una amiga suya, también sufría un enemigo cercano... La mía misma.
La mandíbula, que comprime entre sus garras unos dientes vestidos de blanco impoluto, fruto típico de las gentes que navegan los contornos de esos mares sumergidos en el Triángulo de las Bermudas. Allí, donde así como desaparecen los barcos y los aviones por arte de brujería, por arte de magia se perfilan en las caras sonrisas sinceras y juerga; regalo de la naturaleza. A Denis le ha debido de robar su alegría innata el artificio adquirido a caro precio, ahora su dentadura perfecta es enmarcada por una cara morena y tensa; rasgada por los músculos contraídos, afanados en mantener el rostro compungido; como debe ser para no dejar traslucir los sentimientos que hay que ocultar. Se siente una porquería, aunque asegure que sus emociones mienten; yo creo que no goza de la identidad de la que presume, aunque se esfuerza en identificarla como propio y singular, en lo más hondo de sí es un extranjero más.
Fuerza su intención, tan relajada como la del gimnasta que a base de ímprobos refuerzos finge el movimiento dulce, mientras la amargura crispa su mente entrenada y dura... No es fácil retener con naturalidad una pose artificial; a la corta o a la larga produce úlceras y agresividad.
Esas digestiones pesadas... No sé si serían tan graves como aparentaban... Pegado, siempre, a esos compuestos y complementos, sales y jarabes diversos, medicamentos prestos para adherirse a su garganta y evitar el fuego que desde el estómago amenazara abrasarle las cuerdas vocales. Digo yo que será por eso por lo que, a menudo, camine meditabundo, eludiendo cualquier opción de reconciliación con la articulación de palabras sin retranca; no conoce la ironía que no culmine en sarcasmo hiriente. Quizás también tenga que ver en todo ello la soberbia, que la ira acostumbra a cultivar en las entrañas que coloniza. Herida de muerte, se debate, entre la vida y el olvido, una modestia fingida que no le deja ser el mismo. Me recuerda a la que me ha contado un amigo que, según dice una amiga suya, también sufría un enemigo cercano... La mía misma.
La mandíbula, que comprime entre sus garras unos dientes vestidos de blanco impoluto, fruto típico de las gentes que navegan los contornos de esos mares sumergidos en el Triángulo de las Bermudas. Allí, donde así como desaparecen los barcos y los aviones por arte de brujería, por arte de magia se perfilan en las caras sonrisas sinceras y juerga; regalo de la naturaleza. A Denis le ha debido de robar su alegría innata el artificio adquirido a caro precio, ahora su dentadura perfecta es enmarcada por una cara morena y tensa; rasgada por los músculos contraídos, afanados en mantener el rostro compungido; como debe ser para no dejar traslucir los sentimientos que hay que ocultar. Se siente una porquería, aunque asegure que sus emociones mienten; yo creo que no goza de la identidad de la que presume, aunque se esfuerza en identificarla como propio y singular, en lo más hondo de sí es un extranjero más.
Fuerza su intención, tan relajada como la del gimnasta que a base de ímprobos refuerzos finge el movimiento dulce, mientras la amargura crispa su mente entrenada y dura... No es fácil retener con naturalidad una pose artificial; a la corta o a la larga produce úlceras y agresividad.
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