León estaba a un paso... Y, sin embargo, de los apenas trece kilómetros, los cinco últimos se me han hecho tan cortos y, a la vez, tan largos... No sé cómo lo podría explicar, no soy capaz de comprender lo que acontecerá... Y no sé si me sienta bien o mal. Apenas tres horas, sumido en conversaciones que me entretuvieran; entretenido, hablando de todo y de nada. Y una eternidad cocinada a fuego lento sobre las ascuas que, sin aún haberse apagado, débiles, rojas, brasas vivas e incómodamente cálidas, amenazaban con volver a resucitar. Me han ido consumiendo ciertas dudas que iban a acabar con mi recién estrenada determinación; y, con la valentía que a su par me estaba embargando para afrontar el resto de una aventura singular... Sin ni siquiera haber aceptado de manera oficial; menos mal, no tendría que disculparme ante Joan; no me sentiría culpable, ni siquiera responsable por haberle chafado el plan.
La misma y dolorosa incertidumbre que, hecha certeza derecha, ya había estado a punto de tirar por la borda la travesía más larga que hasta ahora había tenido que afrontar, allá por tierras palentinas, al estar a punto de no permitirme continuar en Carrión de los Condes. Los mismos amagos de derrota se han cernido sobre mi ya dudosa capacidad para imaginar victorias, aún cuando todos los elementos remasen a mi favor. Menos mal que, a mi pesar, a veces es benevolente la casualidad; mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí... Yo prefiero pensar que cuando todos se contagian del mismo mal es una burda epidemia, nada más. Menos mal, tengo que reconocerlo y lo tuve que reconocer cuando suspiré aliviado entonces porque su enfermedad era mucho más incómoda que la mía. Lo siento, pero había quien lo pasaba peor que yo. Llevas razón, qué inescrutables son tus designios, señor. Los recovecos que guarda bajo sus refajos el azar volvieron a quitarme argumentos para razonar; otra coincidencia, otra extravagancia; esta vez de dos en dos... volvieron a aparecer, no me acuerdo en que momento, para recordarme que no tenía nada que hacer, sino obedecer. ¡Hay que joderse, joder!
Mª Angeles, que así se llamaba la mujer; y su marido Javier. En esta ocasión es lo primero que me he obligado a hacer; me he presentado, nos hemos presentado todos, para no volver a cometer el error; ya sabemos quienes somos, y ya sabemos con que nombre a cada cual nos habremos de dirigir. No les había vuelto a ver desde aquella mañana en que ella no había dejado de vomitar, y él... Él nada más pudo hacer que regalarle buenas palabras, y una mano en que apoyar su frente ardiente para que todo no fuese peor... Bastante tenía la señora con soportar las nauseas y sus arcadas; la cabeza también le estallaba cuan yunque que no deja de ser amartillado por el dolor. Diecisiete kilómetros. Pienso, y me consuelo... Entonces fueron bastantes más; y cada kilómetro, mil trecientos treinta y tres pasos; mil trescientos treinta y tres pasos por kilómetro de cojera; mil trescientos treinta y tres impulsos que, al menos, habría tenido que soportar esta señora en su calvario gastrointestinal. Lo dicho, mal de muchos consuelo de tontos; hoy el tonto, soy yo.
La misma y dolorosa incertidumbre que, hecha certeza derecha, ya había estado a punto de tirar por la borda la travesía más larga que hasta ahora había tenido que afrontar, allá por tierras palentinas, al estar a punto de no permitirme continuar en Carrión de los Condes. Los mismos amagos de derrota se han cernido sobre mi ya dudosa capacidad para imaginar victorias, aún cuando todos los elementos remasen a mi favor. Menos mal que, a mi pesar, a veces es benevolente la casualidad; mal de muchos consuelo de tontos, dicen por ahí... Yo prefiero pensar que cuando todos se contagian del mismo mal es una burda epidemia, nada más. Menos mal, tengo que reconocerlo y lo tuve que reconocer cuando suspiré aliviado entonces porque su enfermedad era mucho más incómoda que la mía. Lo siento, pero había quien lo pasaba peor que yo. Llevas razón, qué inescrutables son tus designios, señor. Los recovecos que guarda bajo sus refajos el azar volvieron a quitarme argumentos para razonar; otra coincidencia, otra extravagancia; esta vez de dos en dos... volvieron a aparecer, no me acuerdo en que momento, para recordarme que no tenía nada que hacer, sino obedecer. ¡Hay que joderse, joder!
Mª Angeles, que así se llamaba la mujer; y su marido Javier. En esta ocasión es lo primero que me he obligado a hacer; me he presentado, nos hemos presentado todos, para no volver a cometer el error; ya sabemos quienes somos, y ya sabemos con que nombre a cada cual nos habremos de dirigir. No les había vuelto a ver desde aquella mañana en que ella no había dejado de vomitar, y él... Él nada más pudo hacer que regalarle buenas palabras, y una mano en que apoyar su frente ardiente para que todo no fuese peor... Bastante tenía la señora con soportar las nauseas y sus arcadas; la cabeza también le estallaba cuan yunque que no deja de ser amartillado por el dolor. Diecisiete kilómetros. Pienso, y me consuelo... Entonces fueron bastantes más; y cada kilómetro, mil trecientos treinta y tres pasos; mil trescientos treinta y tres pasos por kilómetro de cojera; mil trescientos treinta y tres impulsos que, al menos, habría tenido que soportar esta señora en su calvario gastrointestinal. Lo dicho, mal de muchos consuelo de tontos; hoy el tonto, soy yo.
No son un consuelo las epidemias, pero ayudan, si otro lo superó, porqué no habría de hacerlo yo?
ResponderEliminarSumo y sigo, paso a paso, hasta que las tonterías me den un buen porrazo.
No sé si el mal de muchos será consuelo de tontos o no, pero lo que sí sé es que tú, precisamente tonto, no eres.
ResponderEliminarUn beso desde tus espabilados bolsillos.
hola Karu!!!
ResponderEliminarabrazos desde el camino.... siempre avanti!!!
abrazos.
Gracias hacedor de sueños por tus letras y por ser parte de El sentir del Poeta.
ResponderEliminarun humilde proyecto para difundir la poesía.
besitos para ti, que Dios te bendiga.