En su máximo esplendor, se estaba dejando devorar por la glotonería acomodada. Se le estaban desparramando las primeras lorzas de la obesidad mórbida provocada por la falta de medida. Y es que el espíritu siempre parece perder la partida con una buena bolsa rellena de porquería. Vil metal, agonía sucia. Por querer engullirlo todo sin masticar como es debido, la digestión se está haciendo pesada, preso del atracón se dispara el colesterol, los triglicéridos, el azucar y hasta el alcohol. Poco a poco empiezo a entender también porque me habían aconsejaran no venirme por aquí sin condón. Un negocio móvil y sin complejos; escaparate obsceno de la ambición, forrándose a costa de acomplejados como yo, sin compasión. Esto no fue lo que predicaran los Apóstoles, ni el tío que los formó, el Hijo del Señor. ¿Edificar sobre el fervor religioso un imperio concupiscente? No creo que esto obtenga en el Juicio Final el perdón de Dios. Establecimientos que huelen el dinero y todo aquel que le da opción a la especulación; somos billetes con patas dirigiéndose como borregos a la cartera de algún otro señor, este con minúsculas, comerciante al pormayor. La acumulación sin condición, la desfachatez más atroz.
¿Qué dirían si volviesen aquellos peregrinos de antaño que dormían sobre un montón de paja en cualquier rincón y comían, en un día entero, apenas un mendrugo de pan duro? Me viene a la cabeza Jose Luis, el hospitalero del albergue de Tosantos. Él debió de ser uno de ellos, al menos eso asegura con lágrimas en los ojos cuando recuerda aquellos años en que los que recorrían el Camino eran cuatro, y los alojamientos establecidos ninguno; y para ducharse tenían, cuando llevaban agua, los ríos, y la ropa... La ropa no se lavaba porque viajaban con lo puesto, y porque la higiene no cotizaba por aquellos andurriales llenos de moñigas de vaca. Cuando en los pueblos, los lugareños, aún les abrían las puertas, aunque fueran las verjas de sus pocilgas. No porque creyesen cochinos a aquellos personajes harapientos que llegaban suplicando alojamiento y un poco de comida, sino porque nada más tenían para ofrecerles y ellos eran gente hospitalaria, y todo lo compartirían aunque nada tuvieran. Hasta eso era muy bueno, porque como a él le gusta declamar con voz ligeramente impostada: “el peregrino no exige, sólo se humilla, agradece y camina”.
Una pandemia, gente de todo el mundo contagiados por el mismo virus. ¡Maricón el último...!, y a partir de O'Cebreiro se queda sin alojamiento el que no llegue entre los cien primeros. ¡Pero si somos cuatrocientos! Un hostal me sale caro, hago mis cuentas, destrozadas las barreras de mis previsiones más horrendas; si no hago algo, con mi ruina se habrán forrado unos cuantos. Ya no es lo mismo, peregrinar es otra cosa. ¿Acaso no se dan cuenta de que unos cuantos no estamos de vacaciones? ¿Que no venimos buscando un turismo barato? Ahora que lo pienso, a mí también se me empieza a indigestar esta parodia de sacrificio. No sé si continuar siendo uno más de la procesión de seres cautivos que aseguran venir aquí a liberase de... ¿De qué nos liberamos, por cierto?
Creo que no quiero participar. Esto es el no va más, menos mal que Mónica y sus rarezas me están haciendo reflexionar. Quizás lleve razón Joan y haya que atreverse a dar un cambio radical; ¿seguirles el rastro a ellas, quizás?
¿Qué dirían si volviesen aquellos peregrinos de antaño que dormían sobre un montón de paja en cualquier rincón y comían, en un día entero, apenas un mendrugo de pan duro? Me viene a la cabeza Jose Luis, el hospitalero del albergue de Tosantos. Él debió de ser uno de ellos, al menos eso asegura con lágrimas en los ojos cuando recuerda aquellos años en que los que recorrían el Camino eran cuatro, y los alojamientos establecidos ninguno; y para ducharse tenían, cuando llevaban agua, los ríos, y la ropa... La ropa no se lavaba porque viajaban con lo puesto, y porque la higiene no cotizaba por aquellos andurriales llenos de moñigas de vaca. Cuando en los pueblos, los lugareños, aún les abrían las puertas, aunque fueran las verjas de sus pocilgas. No porque creyesen cochinos a aquellos personajes harapientos que llegaban suplicando alojamiento y un poco de comida, sino porque nada más tenían para ofrecerles y ellos eran gente hospitalaria, y todo lo compartirían aunque nada tuvieran. Hasta eso era muy bueno, porque como a él le gusta declamar con voz ligeramente impostada: “el peregrino no exige, sólo se humilla, agradece y camina”.
Una pandemia, gente de todo el mundo contagiados por el mismo virus. ¡Maricón el último...!, y a partir de O'Cebreiro se queda sin alojamiento el que no llegue entre los cien primeros. ¡Pero si somos cuatrocientos! Un hostal me sale caro, hago mis cuentas, destrozadas las barreras de mis previsiones más horrendas; si no hago algo, con mi ruina se habrán forrado unos cuantos. Ya no es lo mismo, peregrinar es otra cosa. ¿Acaso no se dan cuenta de que unos cuantos no estamos de vacaciones? ¿Que no venimos buscando un turismo barato? Ahora que lo pienso, a mí también se me empieza a indigestar esta parodia de sacrificio. No sé si continuar siendo uno más de la procesión de seres cautivos que aseguran venir aquí a liberase de... ¿De qué nos liberamos, por cierto?
Creo que no quiero participar. Esto es el no va más, menos mal que Mónica y sus rarezas me están haciendo reflexionar. Quizás lleve razón Joan y haya que atreverse a dar un cambio radical; ¿seguirles el rastro a ellas, quizás?
Gracias por tus comentarios Karu!!!
ResponderEliminarAhora que estoy haciendo mis primeros pinitos con la escritura, entiendo aún más el valor de lo que leo.
Gracias.
En algún momento descubriré si este largo y sufrido camino metida en tus bolsillos, que no en tus botas (por la herida) habrá merecido la pena, por el fervor o por la aventura.
ResponderEliminarUn beso, peregrino.
esto que escribe aqui es todo un libro......... muchos saludos y gracias por leer mis loqueras, sus textos me impresionan
ResponderEliminarsaludos