Hasta ahora, no sé si me había percatado de la situación... Ni un instante había sido capaz, y por fin me doy cuenta del error fatal; una tras otra, la misma equivocación... Ni siquiera un rato había logrado dejar de darle vueltas a la posibilidad; uno, dos, tres... miles de veces cada segundo, con una frecuencia feroz; hasta llegar a León, incluso esta mañana, al partir, cuando se ha descolgado definitivamente de la aventura Philip. Acabo de rendirme yo, de lo que él, por haberlo hecho antes, ya se redimió; ya se ha redimido, tendré que aprender la lección. Ahora, hasta este momento, tras la última dificultad, no había sido capaz, menuda capacidad menuda que albergo en mi regazo; en mi regazo debo de tener un tapón.
Un Camino recorrido, desde el principio hasta el final, setecientos cincuenta kilómetros, con algún que otro desvío del guión establecido, posiblemente más; y otro, avanzado de sobra, aunque cuando eche cuentas tan solo añada menguas, sumémosle trescientos, más de mil kilómetros de ampollas. En todo este tiempo, un mes y medio dirección a Santiago de Compostela; más de cuarenta años sin sentido, en direcciones reversas... No había podido dejar de preguntarme por qué no, por qué sí, por qué no, por qué sí... Aferrado a esa margarita, en apariencia inocente, en realidad perversa, que fue transmutando, paso a paso, muy despacio, en un ejercicio de alquimia excelsa, cada uno de sus pétalos blancos, de flor simple y hermosa, en balas acomplejadas jugando a la ruleta rusa en su revolver de repetición... Respondiese lo que respondiese, sabía que me equivocaría, a mí me habría de tocar en cada ocasión la bala negra que me fuera a matar...
La conciencia, de epíteto avieso; muy mala, en esencia, aunque me la vendieran como mercancía exquisita; mi mala conciencia me había confundido tan a menudo. Seguramente, ni esta consideración sea cierta, lo que creía atención atenta no era más que obsesión que rendía beneficios pingües a mi incapacidad para afrontar decisiones y los más que seguros errores. Por fin lo tengo claro, o eso creo; a ver cuanto dura mi seguridad intensa: lo que no había era ni una pizca de reflexión, ni un poquito compasión, nada de amor hacia lo que hiciera, quizás porque no había osado nunca hacer, yo. Otro punto de inflexión, como aquel primero, al que me había amarrado, al comenzar la función; funcionando en continua repetición, constante la reiteración, punto a punto, sin flexión... Puntos suspensivos...¿Por qué no?, puntos suspensivos que no sabía, ni todavía sé, soportar...
Puntos suspensivos, ¿más de tres?, ¿cuántos tendrían que ser? Tantos no, puntos suspensos, suspendidos de un hilo frágil que antes de que se rompiera por el mal uso había roto yo por el abuso; el suspense nunca me ha venido bien, yo quería saber, tener todo bien atado y controlado... Sin tener claro que fuese a ganar, mejor no apostaba yo. Yo, yo y yo, yoyo, como ese juguete juguetón, ida y vuelta, viene y va; y vuelve a ir y a retornar, en esos enredos mentales era un experto cabezota, entre el montón de aficionados de mi alrededor. No lo has hecho bien; huellas en el barro porque ha estado lloviendo sobre mojado, un niño perfecto, obediente por defecto, respetuoso y temeroso por real decreto de la autoridad competente... Un crío tan repelente todo lo hace requetebien... ¿Llegar al próximo albergue, tras un día entero de caminata, con el pantalón pringado? ¡Ni se te ocurra! No, por favor. ¿Caminar por sendas desconocidas, sin ayuda, sin barandillas? ¡Ni se te ocurra! O te castigo sin televisión. ¿Avanzar sin dirección, dejándose llevar por la intuición, hacia un lugar que ni siquiera sea lugar? ¡Castigado sin posible absolución!
Ya sé que esto no es la primera vez que lo digo, y que no será la última; lo siento Joan, pero es que hoy a ti te toca. Es mi obsesión permanente, punto en boca, aún sin punto y a parte, punto y seguido, asistido por una coma, que separa el espacio adverso que me alejara de mí mismo. Un tío divertido, un tipo cercano, que me ha abierto las manos, que me ha despejado la oreja, que me ha escuchado hablando... Que me está enseñando que no hay camino, más que el que se ha recorrido sobre las propias huellas. Que en la vida, día a día, no sirven de mucho las teorías. No me arrepiento de haberme roto los esquemas.
Un Camino recorrido, desde el principio hasta el final, setecientos cincuenta kilómetros, con algún que otro desvío del guión establecido, posiblemente más; y otro, avanzado de sobra, aunque cuando eche cuentas tan solo añada menguas, sumémosle trescientos, más de mil kilómetros de ampollas. En todo este tiempo, un mes y medio dirección a Santiago de Compostela; más de cuarenta años sin sentido, en direcciones reversas... No había podido dejar de preguntarme por qué no, por qué sí, por qué no, por qué sí... Aferrado a esa margarita, en apariencia inocente, en realidad perversa, que fue transmutando, paso a paso, muy despacio, en un ejercicio de alquimia excelsa, cada uno de sus pétalos blancos, de flor simple y hermosa, en balas acomplejadas jugando a la ruleta rusa en su revolver de repetición... Respondiese lo que respondiese, sabía que me equivocaría, a mí me habría de tocar en cada ocasión la bala negra que me fuera a matar...
La conciencia, de epíteto avieso; muy mala, en esencia, aunque me la vendieran como mercancía exquisita; mi mala conciencia me había confundido tan a menudo. Seguramente, ni esta consideración sea cierta, lo que creía atención atenta no era más que obsesión que rendía beneficios pingües a mi incapacidad para afrontar decisiones y los más que seguros errores. Por fin lo tengo claro, o eso creo; a ver cuanto dura mi seguridad intensa: lo que no había era ni una pizca de reflexión, ni un poquito compasión, nada de amor hacia lo que hiciera, quizás porque no había osado nunca hacer, yo. Otro punto de inflexión, como aquel primero, al que me había amarrado, al comenzar la función; funcionando en continua repetición, constante la reiteración, punto a punto, sin flexión... Puntos suspensivos...¿Por qué no?, puntos suspensivos que no sabía, ni todavía sé, soportar...
Puntos suspensivos, ¿más de tres?, ¿cuántos tendrían que ser? Tantos no, puntos suspensos, suspendidos de un hilo frágil que antes de que se rompiera por el mal uso había roto yo por el abuso; el suspense nunca me ha venido bien, yo quería saber, tener todo bien atado y controlado... Sin tener claro que fuese a ganar, mejor no apostaba yo. Yo, yo y yo, yoyo, como ese juguete juguetón, ida y vuelta, viene y va; y vuelve a ir y a retornar, en esos enredos mentales era un experto cabezota, entre el montón de aficionados de mi alrededor. No lo has hecho bien; huellas en el barro porque ha estado lloviendo sobre mojado, un niño perfecto, obediente por defecto, respetuoso y temeroso por real decreto de la autoridad competente... Un crío tan repelente todo lo hace requetebien... ¿Llegar al próximo albergue, tras un día entero de caminata, con el pantalón pringado? ¡Ni se te ocurra! No, por favor. ¿Caminar por sendas desconocidas, sin ayuda, sin barandillas? ¡Ni se te ocurra! O te castigo sin televisión. ¿Avanzar sin dirección, dejándose llevar por la intuición, hacia un lugar que ni siquiera sea lugar? ¡Castigado sin posible absolución!
Ya sé que esto no es la primera vez que lo digo, y que no será la última; lo siento Joan, pero es que hoy a ti te toca. Es mi obsesión permanente, punto en boca, aún sin punto y a parte, punto y seguido, asistido por una coma, que separa el espacio adverso que me alejara de mí mismo. Un tío divertido, un tipo cercano, que me ha abierto las manos, que me ha despejado la oreja, que me ha escuchado hablando... Que me está enseñando que no hay camino, más que el que se ha recorrido sobre las propias huellas. Que en la vida, día a día, no sirven de mucho las teorías. No me arrepiento de haberme roto los esquemas.
Haces un alto en el camino y una profunda reflexión, ahora la duda está en si el caminante seguirá el sendero o se dará definitivamente por rendido.
ResponderEliminarUn abrazo.
Hay caminos en los puntos suspensivos?
ResponderEliminarBuen Camino, Peregrino.