Se estaba consumando el fracaso, nadie hacía ni siquiera el amago; me sentía un leproso apestado, tostado vuelta y vuelta, en aquel horno de metal. Una hora en una gasolinera bajo el sol justiciero habían dictado sentencia; condenado por el Rey de los Astros, y el reloj de impaciencia preñado, a volver a casa humillado, y con el rabo entre las piernas.
Amagaba su golpe el drama, la llama inicial ya apenas brillaba; sin haber empezado casi nada, todo se acababa. Y es que ya me lo había avisado algún amigo bien intencionado: “nadie se fía en estos tiempos tan complicados; y haciendo dedo, no llegarás a ninguna parte; ¿por qué no haces las cosas como las hace la gente que no es tan rara?”.
Si al menos me hubiera puesto a hacer autoestop en mi pueblo..., pero no me había atrevido, por aquello del que dirían, por no someterme a las miradas que he prejuzgado inquisitivas. Me estaba arrepintiendo, ¿cómo regresaría?; me tendría que recoger un amigo, ¿qué excusa inventaría?. El orgullo, la memoria; ¡Dios no lo quisiera!, ¡qué vergüenza si alguien enterara!.
¡Qué tío más majo el conductor del autobús de Tudela!. Aunque no era su obligación ha parado a mi lado para advertirme de que la línea de Pamplona pasaba por el centro del pueblo; según sus indicaciones aún faltaba un rato para que partiera. No me habría hecho gracia renunciar a mi idea primera, pero mejor habría sido aquello. Como aún tenía algo de tiempo he decidido aguantar allí mismo, por si acaso. En el Camino de Santiago la esperanza es lo último que ha de perderse; y lo mismo me daba esperar arriba, que hacerlo donde estaba, sentado.
¿Un moro?, ¿uno de esos desconfiados de los que ni Dios habría de fiarse?. Me he montado receloso, rogándole a Santiago, que por favor no se diera cuenta; al fin y al cabo, él había sido el Santo que más colegas suyos se cargó. Me arrepiento, consejos doy que para mi no tengo; los prejuicios no son buenos compañeros; no se diferenciaba tanto de otros con los que sí que comparto religión. Era un joven agradable, como ha sido tan generoso conmigo le he querido regalar un presente; lo ha rechazado; quizás tras su aplastante cordialidad ocultara él, también, su gran inseguridad; aquel libro no debía ser para él, o tendría que ser para otro, tal vez.
Viana, una etapa superada; a Estella una hora y media; un poco cruda se presentaba la media. Y para el siguiente trayecto... ¡Lo que faltaba, esta vez un ecuatoriano!, otro de esos desechos de nuestra sociedad radical; y la cara con la que me ha recibido habría dado la razón a quienes de ellos no suelen tener muy buena opinión. A él no le he ofrecido mi presente, por algún motivo habrá sido; ¿quizás no le creyera inteligente?, de nuevo me han traicionado mis prejuicios larvados en los rincones de mi inconsciente. Un rato después me he arrepentido, tras mil rectificaciones, calle abajo, calle arriba, en Pamplona perdidos, buscando como fuera una salida; se ha deshecho en amabilidad para acercarme al lugar donde me viniera mejor. Me alegro por ello, gracias Señor; aunque yo como otros ella cometido el mismo error en mi juicio, por precipitación.
Cuatro coches más... ¡y todos del tirón!. Uno porque le venía de paso, otro al que llevarme no le torcía el rumbo; el siguiente más de lo mismo. Y, sobre todo, como colofón, aquella enfermera en día de fiesta, que para acercarme a mí, pasó de largo diez kilómetros su pueblo (destino), de balde. Me indicó, que aunque ella fuera del Espinal, me acercaría a Roncesvalles.
Gracias a todos por llevarle la contraria a los consejeros agoreros, y a mis propios miedos.
HOLA¡¡¡ Como siempre, me encanta leerte.Nunca pensé hacer el Camino,pero cada vez que leo lo que escribes de él es como si lo estuviera haciendo....Cierto, muy cierto lo de los prejuicios...generalmente miramos con desconfianza al que es diferente....pero diferente en qué en su apariencia, en su religión...lo importante es su interior y eso
ResponderEliminarde primera no lo vemos...
hola Dani. Lo de los prejuicios es algo que he pensado mucho antes, hasta que un dia vi llegar una de tantas pateras y aquellos hombres medio muertos de hambre y sed... con la sonrisa que les acompaña siempre: la sonrisa de la esperanza de un mundo mejor.
ResponderEliminarSaludos, te sigo.-
Me gustaría pensar, quizá, que esta recién iniciada aventura nos permitiera degustar, suave y dulcemente, los frutos esparcidos a lo largo del camino.
ResponderEliminarUn abrazo, Dani.