Se han quedado extrañados, mis ángeles de la guarda no me habían reconocido; supongo que no esperarían volver a encontrarse conmigo. Al menos haría cinco horas que les había pasado como una moto tras haber compartido con ellos unos kilómetros. Era una pareja muy maja; él, andariego experimentado; aunque viejo se movía como pez en el agua por aquellos sube y baja; corría como una gacela entre arbustos y charcos; tan pronto se adelantaba perdiéndose entre la maleza como reculaba para ser alcanzado por su esposa. Ella, aunque acompañada, caminaba en solitario, no se quejaba pero le pesaba la caminata; era una pareja curiosa. Por eso, me había quedado un rato con ella. Por eso y porque han sido los primeros españoles que me he topado por estos lares. Esto no parece España, por aquí no hay más que extranjeros; merecían un trato diferenciado.
Les había abandonado a las diez de la mañana porque ya me estaba aburriendo de ir tan despacio; y porque ella me había dado permiso, al darse cuenta de su ritmo cansino y de mi cara de hastío. Creo que ha hecho como que se paraba para librarme de compromiso, y así me fuera tranquilo. Se lo he agradecido en silencio; me había cansado y necesitaba ir a mi aire.
El segundo día..., no me había dado tiempo a tener motivos. El run run mortecino del paso mezquino, el aburrimiento continuo, la mochila y sus diez kilos, el silencio cetrino; ¿la soledad del camino...?, la paciencia agoniza. Quizás estos sean los obstáculos, que aquí llaman retos; se han rebelado los fantasmas que yo creía muertos. Recluido en lo más profundo del griterío me había creído valiente; lo siento, parece que aquí no soy tan fuerte como rodeado de comodidades y de gente. Apariencias, una coraza para un corazón reprimido; la lección no se aprende recostado entre algodones; no es un camino de rosas, son necesarias las espinas de aquella corona infame.
Zariquiegui, el monte Calvario, y en lo alto de una cuesta mi cruz. El segundo día, y el tormento me estaba devolviendo ciento. ¿Ni siquiera una ampolla?; la envidia de tantos, la estocada certera en lo más profundo de... Me creía veterano, aunque apenas hubiese empezado, pero era un lerdo novato. Mis ampollas estaban supurando pus en lo más profundo del alma. Tras una hora y media postrado, antecedida por otro tanto cojeando, han llegado a mi altura para librarme de la condena. Les he dado las gracias sin haber mediado palabra; a ellos y a Dios, por supuesto, aunque dudo que Dios me haya oído.
Ahora me parece un sueño evocar esta pesadilla desde este rincón tranquilo. Una caña de medio litro, disfrutando de esta terraza de delicias y sus ninfas; ninfa cualquier peregrina. Todo ello compartido con un francés desconocido que ha aparecido por sorpresa, y que ha transformado nuestro trío en cuarteto. A trece kilómetros de mi bloqueo mental, ya lejano; unos veinticinco más allá de la Plaza del Castillo; casi cuarenta kilómetros recorridos, ¿quién lo habría imaginado tan solo hace un rato?. Este pueblo se llama Obanos, Obanos tampoco era, para hoy, mi destino preferido... Pero aquí, en el Camino de Santiago, así funcionan las cosas. El hombre propone y cada paso dispone...
Les había abandonado a las diez de la mañana porque ya me estaba aburriendo de ir tan despacio; y porque ella me había dado permiso, al darse cuenta de su ritmo cansino y de mi cara de hastío. Creo que ha hecho como que se paraba para librarme de compromiso, y así me fuera tranquilo. Se lo he agradecido en silencio; me había cansado y necesitaba ir a mi aire.
El segundo día..., no me había dado tiempo a tener motivos. El run run mortecino del paso mezquino, el aburrimiento continuo, la mochila y sus diez kilos, el silencio cetrino; ¿la soledad del camino...?, la paciencia agoniza. Quizás estos sean los obstáculos, que aquí llaman retos; se han rebelado los fantasmas que yo creía muertos. Recluido en lo más profundo del griterío me había creído valiente; lo siento, parece que aquí no soy tan fuerte como rodeado de comodidades y de gente. Apariencias, una coraza para un corazón reprimido; la lección no se aprende recostado entre algodones; no es un camino de rosas, son necesarias las espinas de aquella corona infame.
Zariquiegui, el monte Calvario, y en lo alto de una cuesta mi cruz. El segundo día, y el tormento me estaba devolviendo ciento. ¿Ni siquiera una ampolla?; la envidia de tantos, la estocada certera en lo más profundo de... Me creía veterano, aunque apenas hubiese empezado, pero era un lerdo novato. Mis ampollas estaban supurando pus en lo más profundo del alma. Tras una hora y media postrado, antecedida por otro tanto cojeando, han llegado a mi altura para librarme de la condena. Les he dado las gracias sin haber mediado palabra; a ellos y a Dios, por supuesto, aunque dudo que Dios me haya oído.
Ahora me parece un sueño evocar esta pesadilla desde este rincón tranquilo. Una caña de medio litro, disfrutando de esta terraza de delicias y sus ninfas; ninfa cualquier peregrina. Todo ello compartido con un francés desconocido que ha aparecido por sorpresa, y que ha transformado nuestro trío en cuarteto. A trece kilómetros de mi bloqueo mental, ya lejano; unos veinticinco más allá de la Plaza del Castillo; casi cuarenta kilómetros recorridos, ¿quién lo habría imaginado tan solo hace un rato?. Este pueblo se llama Obanos, Obanos tampoco era, para hoy, mi destino preferido... Pero aquí, en el Camino de Santiago, así funcionan las cosas. El hombre propone y cada paso dispone...
Que hermoso, estás escribiendo mientras recorrés esos lares? o ya lo hiciste y lo están contando? Igual es pura curiosidad!!!
ResponderEliminarTe envío un fuerte, fuerte abrazo y Fuerza!!!
Te sigo leyendo!
Adri
¿Tus andares fueron para dejar algo? ¿Recogiste buenas cosas?
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