Había comenzado El Camino de Santiago preocupado, tendría que llegar a Logroño enseguida; no estaba seguro de ser capaz de cubrir los 160 kilómetros que había desde Sant Jean Pied de Port en seis etapas . Gracias a Dios, salí desde Roncesvalles y la media se había reducido a tan sólo 25 kms. por jornada. Entonces, eso también me parecían una burrada.
El primer embate había cumplido las expectativas, sin problemas. Ayer, el segundo había cojeado conmigo por las calles de Pamplona; atascado en Zariquiegui, no las tenía todas conmigo; estuve seguro de que fracasaría; no llegaría a tiempo. Al final cayeron 39, en unas pocas horas había cambiado el cuento por completo. Destrocé todas las barreras, me bastarían poco más de 20 kms. para llegar a la cita. Estaba contento, me lamentaba perplejo; me he propuesto no avanzar en exceso, sería una tontería tener que esperar, un día o dos, parado en mi pueblo por haber llegado con demasiado adelanto. Me impondría unas cuantas paradas para que la aventura se arrastrara a gatas.
Dicho y hecho. En algo más de tres horas, ni siquiera había cubierto la quinta parte del recorrido previsto. Me he sometido voluntariamente al ritmo plomizo de todas aquellas personas con las que he fingido conversaciones interesantes; he disfrutado de cada árbol, de cada flor incipiente, de cada rama invisible; he dibujado nubes inexistentes en el cielo despejado... Me he escudado en el Románico Navarro, un estilo peculiar; y extraordinario, donde los haya; siendo uno de los pocos con adjetivo propio, iba a ser extraordinario tener tanto tiempo para apreciarlo. He prestado atención inquisitorial a todos sus escudos grotescos, hay muchos por estos pueblos; con medias lunas, estrellas y supuestos payasos, ¿qué sería todo aquello?. No lo entiendo, no creo que fueran caricaturas; debían proteger secretos ocultos de alguna logia vetusta. He examinado cada resquicio buscando indicios inexistentes, he imaginado conspiraciones de señores feudales contra la historia; he buscado el significado de cada muesca...
Excusas; ¡como cuesta, pararse cuando el cuerpo pide marcha!; posiblemente fueran muescas impresas por la climatología adversa. Tendría que haber continuado andando, hasta donde hubiese llegado. Puente la Reina es, además de hermosa, valiosa; punto de confluencia de varios caminos que llegan, de la mano, a visitar al Santo; Mañeru, aunque diminuto, también interesa pero... ¿Qué hacía allí sentado?, ¿qué buscaba?, ¿a qué o quién estaría esperando?. Tras hora y media mirando como un palurdo tantos blasones de armas, estaba harto de hacer el tonto.
Menos mal que ha llegado la italiana a la que había conocido ayer, cenando. Creo que se llama Tiziana, compañera de Mª Cristina, una suiza residente en Italia; aunque en ese instante no venía con ella. Creo que, aunque la apreciara, para ella estaba siendo un estorbo; era una señora mayor que ella, que avanzaba demasiado despacio; ella era una joven entusiasmada. Hacía como que la esperaba, quizás no supiera como espantarla sin hacerle daño. Aún no sé cómo acabé en esa mesa, compartiendo mantel y conversación con toda aquella gente. Era un peregrino de verdad y tenía claro lo de la austeridad; me iba saltando a las primeras de cambio todas las reglas fundamentales: no podía permitirme comer en restaurantes sin un presupuesto acorde.
Una Torre de Babel impresionante; un laberinto de idiomas sin rejas. Además de las susodichas, que aportaban suizo, inglés, italiano y alemán, un teutón que no sé si era tal, pero era grandullón y también hablaba alemán. También había dos españolas que, además de español, hablaban inglés. Y aquel viejo francés, que sólo hablaba, justamente, francés. Una Torre de Babel que se quería comprender, haciendo traducciones en grupos de tres, cuatro y hasta cien. Chapurreando una mezcla de no sé que... ¿Intérpretes, quiénes de quién?. Por desgracia, acababa de decidir que ya era suficiente, ya estaba marchando; aunque me apetecía no podía darme la vuelta y esperarla; no tenía tanta confianza. La italiana se ha quedado sentada en el banco en el que yo había dejado consumir al reloj los minutos que me sobraba.
Pero necesitaba agua, la hidratación es importante, en estos casos, y ya no me quedaba ni una gota de agua. He tenido que dar media vuelta; retroceder sobre mis pasos en busca de la fuente por la que había pasado hacía ya una hora. Allí estaba el viejo francés sentado, el que había aumentado el trío a cuarteto, el que me había invitado ayer a cenar caliente; me he sentido culpable por no haberle esperado, por no haberle acompañado; no tenía buena cara. Me ha dicho que caminaba despacio porque tenía los pies destrozados, parece que aunque no se habría quejado si que le pesaba la marcha; ayer ya venía fastidiado. Me ha invitado a que continuara, y me he sentido aliviado; no sería necesario acompañarle, ni esperarle.
Aunque había insistido en que me había invitado por que quería, sin compromiso, me he despedido un poco angustiado. Otra relación recién comenzada que empezaba a ser pasado, y otra que daba sus primeros pasos, apenas sin darme cuenta. No recuerdo ni dónde ni cómo, Tiziana me había alcanzado; y ya hacía un rato que me hablaba de sus plantas, mientras comíamos unos hierbajos que ella aseguraba que eran extraordinarios contra las flatulencias . Más valía, iba yo pensando mientras tanto, que fuera una bruja avezada, y buena, esa mujer que caminaba a mi lado.
El primer embate había cumplido las expectativas, sin problemas. Ayer, el segundo había cojeado conmigo por las calles de Pamplona; atascado en Zariquiegui, no las tenía todas conmigo; estuve seguro de que fracasaría; no llegaría a tiempo. Al final cayeron 39, en unas pocas horas había cambiado el cuento por completo. Destrocé todas las barreras, me bastarían poco más de 20 kms. para llegar a la cita. Estaba contento, me lamentaba perplejo; me he propuesto no avanzar en exceso, sería una tontería tener que esperar, un día o dos, parado en mi pueblo por haber llegado con demasiado adelanto. Me impondría unas cuantas paradas para que la aventura se arrastrara a gatas.
Dicho y hecho. En algo más de tres horas, ni siquiera había cubierto la quinta parte del recorrido previsto. Me he sometido voluntariamente al ritmo plomizo de todas aquellas personas con las que he fingido conversaciones interesantes; he disfrutado de cada árbol, de cada flor incipiente, de cada rama invisible; he dibujado nubes inexistentes en el cielo despejado... Me he escudado en el Románico Navarro, un estilo peculiar; y extraordinario, donde los haya; siendo uno de los pocos con adjetivo propio, iba a ser extraordinario tener tanto tiempo para apreciarlo. He prestado atención inquisitorial a todos sus escudos grotescos, hay muchos por estos pueblos; con medias lunas, estrellas y supuestos payasos, ¿qué sería todo aquello?. No lo entiendo, no creo que fueran caricaturas; debían proteger secretos ocultos de alguna logia vetusta. He examinado cada resquicio buscando indicios inexistentes, he imaginado conspiraciones de señores feudales contra la historia; he buscado el significado de cada muesca...
Excusas; ¡como cuesta, pararse cuando el cuerpo pide marcha!; posiblemente fueran muescas impresas por la climatología adversa. Tendría que haber continuado andando, hasta donde hubiese llegado. Puente la Reina es, además de hermosa, valiosa; punto de confluencia de varios caminos que llegan, de la mano, a visitar al Santo; Mañeru, aunque diminuto, también interesa pero... ¿Qué hacía allí sentado?, ¿qué buscaba?, ¿a qué o quién estaría esperando?. Tras hora y media mirando como un palurdo tantos blasones de armas, estaba harto de hacer el tonto.
Menos mal que ha llegado la italiana a la que había conocido ayer, cenando. Creo que se llama Tiziana, compañera de Mª Cristina, una suiza residente en Italia; aunque en ese instante no venía con ella. Creo que, aunque la apreciara, para ella estaba siendo un estorbo; era una señora mayor que ella, que avanzaba demasiado despacio; ella era una joven entusiasmada. Hacía como que la esperaba, quizás no supiera como espantarla sin hacerle daño. Aún no sé cómo acabé en esa mesa, compartiendo mantel y conversación con toda aquella gente. Era un peregrino de verdad y tenía claro lo de la austeridad; me iba saltando a las primeras de cambio todas las reglas fundamentales: no podía permitirme comer en restaurantes sin un presupuesto acorde.
Una Torre de Babel impresionante; un laberinto de idiomas sin rejas. Además de las susodichas, que aportaban suizo, inglés, italiano y alemán, un teutón que no sé si era tal, pero era grandullón y también hablaba alemán. También había dos españolas que, además de español, hablaban inglés. Y aquel viejo francés, que sólo hablaba, justamente, francés. Una Torre de Babel que se quería comprender, haciendo traducciones en grupos de tres, cuatro y hasta cien. Chapurreando una mezcla de no sé que... ¿Intérpretes, quiénes de quién?. Por desgracia, acababa de decidir que ya era suficiente, ya estaba marchando; aunque me apetecía no podía darme la vuelta y esperarla; no tenía tanta confianza. La italiana se ha quedado sentada en el banco en el que yo había dejado consumir al reloj los minutos que me sobraba.
Pero necesitaba agua, la hidratación es importante, en estos casos, y ya no me quedaba ni una gota de agua. He tenido que dar media vuelta; retroceder sobre mis pasos en busca de la fuente por la que había pasado hacía ya una hora. Allí estaba el viejo francés sentado, el que había aumentado el trío a cuarteto, el que me había invitado ayer a cenar caliente; me he sentido culpable por no haberle esperado, por no haberle acompañado; no tenía buena cara. Me ha dicho que caminaba despacio porque tenía los pies destrozados, parece que aunque no se habría quejado si que le pesaba la marcha; ayer ya venía fastidiado. Me ha invitado a que continuara, y me he sentido aliviado; no sería necesario acompañarle, ni esperarle.
Aunque había insistido en que me había invitado por que quería, sin compromiso, me he despedido un poco angustiado. Otra relación recién comenzada que empezaba a ser pasado, y otra que daba sus primeros pasos, apenas sin darme cuenta. No recuerdo ni dónde ni cómo, Tiziana me había alcanzado; y ya hacía un rato que me hablaba de sus plantas, mientras comíamos unos hierbajos que ella aseguraba que eran extraordinarios contra las flatulencias . Más valía, iba yo pensando mientras tanto, que fuera una bruja avezada, y buena, esa mujer que caminaba a mi lado.
Me hiciste reir... "todas ésas personas con las que he FINGIDO tener conversaciones interesantes", pero bueno Tiziana te protege de las flatulencias... y quien te dice de bruja se convierte en Hada!!! jajaja
ResponderEliminarAbrazos!
¡Como cuesta pararse cuando el cuerpo pide marcha! Cuesta pararse: A sentir. A integrar e integrarnos en el paisaje.
ResponderEliminarFelicidades. Sigo atenta.