Una prueba, ya no es la primera... De que no siempre engañan las apariencias; de que lo aparente es mentira, si no se tienen en cuenta, de lo que se manifiesta, todas las aristas. Una de tantas pruebas que se han ido repitiendo, puntualmente, cada seis meses, para no hacer inútil la osadía del Ángel de la Guarda que me salvará la vida. Me gustaría que fuera mío, Mi Ángel de la Guarda; pero lo tengo claro, en el Reino de los Cielos, la propiedad privada es una contradicción sin sentido.
Hace diez años, y un par de meses. El mismo día en que se cumplía toda una vida de éste que fuera, hasta hace nada, no más que engendro con, poco corazón, y exceso de sexo... Perdón, quise decir seso, menudo entuerto; ¿en que estaría pensando yo, a todo esto? Volviendo al cuento, aquel día alguien haia condenado a muerte a la inmortalidad que yo creía mi bien perenne: mi propiedad privada, posesiva; esa que antes decía que no existía allí arriba. Si he de ser sincero, no habría hecho falta tal sentencia si la parca, sinónimo de muerte con tintes más lúgubres si cabe, hubiese sido tan puta y fría como yo, por entonces, creyera. Yo, que fantaseaba ser inmortal, era quien creaba, a su vez, mi enfermedad; la fusta con la que saciar la sed de un ser que se quejaba del sabor, en su boca, de la hiel. Me declaro hipocondriaco en vías de recuperación; como cualquier adicto sin solución; a punto de la recaída fatídica, y temiendo la curación: otra contradicción. Fui, y soy, no puedo garantizar que no seré, valle que se hace lecho de todos los ecos de cada síntoma ajeno que apenas alcanza a oler. Por todo esto, hoy me alegro; si todos los avisos de los que me quejé hubieran sido verdad en una sola ocasión, tendría que haber estado muerto mucho antes de esta jornada en la que tuve que acatar la amenaza, hasta entonces fingida; por fin era real todo aquel cuento maléfico y fatal. Había sufrido todos los pellizcos que causaban en la carne los cánceres habidos e inciertos, y a algún que otro infarto le había dado motivos para que estrujara mis lamentos en una angina de pecho... Que viene el lobo, que viene el lobo; ya está viniendo, ya vino, en el momento oportuno, para darme en los morros con el diagnóstico que entonces yo acusara injusto; justiciero, vengativo, el único bofetón honesto que me diera la suerte; puso en su lugar a la víctima del acopio de creencias tontas y pánicos ciegos.
Ciego, y lo reconozco; habría elegido seguirlo siendo, hasta mudo, manco, cojo y tanto, si con eso hubiera huido de arriesgar un pelo de mi cabeza para enfrentarme al cambio; cabeza que por cierto, cambalaches del destino, ahora luce su dignidad calva. Ciego, mudo, manco y cojo; en uno de esos momentos de angustia absurda que se aferraba a la destrucción del tiempo. Otra contracción clandestina, otra opresión ficticia; más de lo mismo, ahora lo entiendo, pero no comprendía aquello que, ya lo siento, no sentía. Ahora, por fin, estoy sintiendo. Hoy, esta mañana, a la una en punto rubricaba otra prórroga más, la enésima que se puede contar; una, dos, tres... Ya van veinte, si saben sumar. Sino hubiese sido porque hace diez años, por estas fechas, alguien me puso entre la espada y la pared, yo habría decidido seguir siendo un hipocondriaco más; uno de tantos pero con un poso de verdad. Me habría muerto un año después, quizás; un cancer de colón sí que estaba creciendo, en la más estricta clandestinidad. Y, mientras tanto, yo habría seguido mirando, justamente, hacia donde no tenía que mirar. Puse toda una montaña de posibilidades en peligro porque había aprendido que lo peor que se podía hacer en esta vida seŕia arriesgar.
Las apariencias engañan y dicen la verdad. Aquí me leen, dejando una huella de fortaleza oculta en la debilidad... ¿O será al revés? En nada, en diez días, me lanzo a recorrer el mundo a pie; hoy mi I.T.V. particuar me ha dicho que mi cuerpo aguanta un asalto más; cada seis meses, una endoscopia confirma mi verdad; ¿o serán las mentiras que me he dejado contar? por cierto, ¿cuántas aristas conoces de tu falsedad?
Hace diez años, y un par de meses. El mismo día en que se cumplía toda una vida de éste que fuera, hasta hace nada, no más que engendro con, poco corazón, y exceso de sexo... Perdón, quise decir seso, menudo entuerto; ¿en que estaría pensando yo, a todo esto? Volviendo al cuento, aquel día alguien haia condenado a muerte a la inmortalidad que yo creía mi bien perenne: mi propiedad privada, posesiva; esa que antes decía que no existía allí arriba. Si he de ser sincero, no habría hecho falta tal sentencia si la parca, sinónimo de muerte con tintes más lúgubres si cabe, hubiese sido tan puta y fría como yo, por entonces, creyera. Yo, que fantaseaba ser inmortal, era quien creaba, a su vez, mi enfermedad; la fusta con la que saciar la sed de un ser que se quejaba del sabor, en su boca, de la hiel. Me declaro hipocondriaco en vías de recuperación; como cualquier adicto sin solución; a punto de la recaída fatídica, y temiendo la curación: otra contradicción. Fui, y soy, no puedo garantizar que no seré, valle que se hace lecho de todos los ecos de cada síntoma ajeno que apenas alcanza a oler. Por todo esto, hoy me alegro; si todos los avisos de los que me quejé hubieran sido verdad en una sola ocasión, tendría que haber estado muerto mucho antes de esta jornada en la que tuve que acatar la amenaza, hasta entonces fingida; por fin era real todo aquel cuento maléfico y fatal. Había sufrido todos los pellizcos que causaban en la carne los cánceres habidos e inciertos, y a algún que otro infarto le había dado motivos para que estrujara mis lamentos en una angina de pecho... Que viene el lobo, que viene el lobo; ya está viniendo, ya vino, en el momento oportuno, para darme en los morros con el diagnóstico que entonces yo acusara injusto; justiciero, vengativo, el único bofetón honesto que me diera la suerte; puso en su lugar a la víctima del acopio de creencias tontas y pánicos ciegos.
Ciego, y lo reconozco; habría elegido seguirlo siendo, hasta mudo, manco, cojo y tanto, si con eso hubiera huido de arriesgar un pelo de mi cabeza para enfrentarme al cambio; cabeza que por cierto, cambalaches del destino, ahora luce su dignidad calva. Ciego, mudo, manco y cojo; en uno de esos momentos de angustia absurda que se aferraba a la destrucción del tiempo. Otra contracción clandestina, otra opresión ficticia; más de lo mismo, ahora lo entiendo, pero no comprendía aquello que, ya lo siento, no sentía. Ahora, por fin, estoy sintiendo. Hoy, esta mañana, a la una en punto rubricaba otra prórroga más, la enésima que se puede contar; una, dos, tres... Ya van veinte, si saben sumar. Sino hubiese sido porque hace diez años, por estas fechas, alguien me puso entre la espada y la pared, yo habría decidido seguir siendo un hipocondriaco más; uno de tantos pero con un poso de verdad. Me habría muerto un año después, quizás; un cancer de colón sí que estaba creciendo, en la más estricta clandestinidad. Y, mientras tanto, yo habría seguido mirando, justamente, hacia donde no tenía que mirar. Puse toda una montaña de posibilidades en peligro porque había aprendido que lo peor que se podía hacer en esta vida seŕia arriesgar.
Las apariencias engañan y dicen la verdad. Aquí me leen, dejando una huella de fortaleza oculta en la debilidad... ¿O será al revés? En nada, en diez días, me lanzo a recorrer el mundo a pie; hoy mi I.T.V. particuar me ha dicho que mi cuerpo aguanta un asalto más; cada seis meses, una endoscopia confirma mi verdad; ¿o serán las mentiras que me he dejado contar? por cierto, ¿cuántas aristas conoces de tu falsedad?
Dani, pero si me dijiste que ya no era necesario que pasaras este control médico semestral ¿?
ResponderEliminarYa lo siento eh.
¡Vaya, con la iglesia hemos topado¡¡,
ResponderEliminarvulnerabilidad?,omnipotencia?,
los otros?, yo?, la vida?.....
Ya no queda otra....
el puzle descolocado está aqui, ahora,
de golpe, ya¡¡
Haciendome cargo empieza mi camino,
SALUDOS AFECTUOSOS Y ANIMO ABUNDANTE¡¡