La primera intentona se supera con solvencia... Déjame en paz en mi rincón de la desesperación perversa, porque aunque hagan eco en mi cabeza las preguntas sin respuestas, mi hombría resiste cualquier embate de la zozobra. En la siguiente mejor fingir no estar, no contestar a las advertencias, porque no quiero pensar, ni que nadie me vea llorar. A la tercera va la vencida, el aviso más cruel; al fin y al cabo, un traguito a nadie le hace mal; y viene fenomenal para aliviar ese gusanillo voraz que está royendo mis cimientos; sólo por esta vez. Cuarto y definitivo, se desencadena el huracán, el traguito y su excusa ya son miles sin razón. ¡Que me dejéis de una puta vez! Berrea un graznido irreverente que ya no suena educado, ni consciente, ni normal. Acaba por despertarse el borracho de su cajón. Embriagado, embebido en su perdición; repetimos... No son las peores borracheras de alcohol.
Aquello que sintió cuando de crío, casi adolescente, la conoció; cuando, más bien, la reconoció tras un año largo en el que todo había cambiado para mejor. Muy adentro de su pálpito, en unas vacaciones que se presentaron como unas vacaciones más a aquel pueblo alejado de la civilización.Pero de verdad creyó las consignas que recibió; de verdad que no era excusa, ha sonado sincera su argumentación. Era sumamente importante; para su desarrollo, fundamental... No recordar acontecimientos inconvenientes que pudiesen incomodar. Y había triunfado en su esfuerzo durante veinte años al menos, pero cometió un tremendo error... Fracasó. No se protegió. Una compañía improvisada por la casualidad en el Camino que le ha fulminado de sus certezas sin dudas ni condiciones; tanto había ido el cántaro a la piedra, que a la tercera la piedra lo quebró.
Quince años, o quizás catorce; unos pocos menos tendría cuando todo esto aconteció. El suspense del libre albedrío capado por la posibilidad del suspenso perpetuo; mejor sacar buenas notas, que en eso te juegas tu futura libertad. Pero ni la resistencia impuesta por una coraza de hierro aguanta la acción del transcurrir natural. El óxido del tiempo paciente va corroyendo las emociones sin nombre, disfrazadas de etiquetas impuestas... Y se rinden las propuestas mezquinas... Y se desmoronan montones de obsesiones arrestadas por el inconsciente... No haberlas ejecutado en el instante que surgieron, en el único momento idóneo, condena al sujeto en cuestión a arrastrar el arrepentimiento del que reniega, hasta que el mismísimo arrepentimiento se rebele en las formas más diversas.
Este sendero que no entiende de protocolos, y que entretenido en andanzas pilla desprevenido... Y va soltando las lenguas; y tras la lengua que se confiesa, responden las tensiones del cuerpo que se liberan. Y aflora entre las piernas algo que despierta del olvido ciertos recuerdos antiguos. Aquella memoria que fue derrotada por el orgullo, y este orgullo que es vencido por el escalofrío producido por aquel par de tetas que en un invierno habían crecido. La boca abierta de un crío porque nuestras niñas ingenuas se habían hecho mujeres hechas y derechas. Aquellas huellas que no se recorrieron por ser un niño obediente que no haría ciertas cosas, aunque ella también quisiera; terrenos que no se cultivaron, abandonados en otras manos...
Sugerencias dañinas, de buena fe impuestas, por supuesto; aunque con la sutileza de los aspavientos chantajistas de mimos disfrazados de te quieros. Una borrachera, como otra cualquiera pero infantil de grado cero; una borrachera, como otra cualquiera, de la que uno nunca ya se cura.
Aquello que sintió cuando de crío, casi adolescente, la conoció; cuando, más bien, la reconoció tras un año largo en el que todo había cambiado para mejor. Muy adentro de su pálpito, en unas vacaciones que se presentaron como unas vacaciones más a aquel pueblo alejado de la civilización.Pero de verdad creyó las consignas que recibió; de verdad que no era excusa, ha sonado sincera su argumentación. Era sumamente importante; para su desarrollo, fundamental... No recordar acontecimientos inconvenientes que pudiesen incomodar. Y había triunfado en su esfuerzo durante veinte años al menos, pero cometió un tremendo error... Fracasó. No se protegió. Una compañía improvisada por la casualidad en el Camino que le ha fulminado de sus certezas sin dudas ni condiciones; tanto había ido el cántaro a la piedra, que a la tercera la piedra lo quebró.
Quince años, o quizás catorce; unos pocos menos tendría cuando todo esto aconteció. El suspense del libre albedrío capado por la posibilidad del suspenso perpetuo; mejor sacar buenas notas, que en eso te juegas tu futura libertad. Pero ni la resistencia impuesta por una coraza de hierro aguanta la acción del transcurrir natural. El óxido del tiempo paciente va corroyendo las emociones sin nombre, disfrazadas de etiquetas impuestas... Y se rinden las propuestas mezquinas... Y se desmoronan montones de obsesiones arrestadas por el inconsciente... No haberlas ejecutado en el instante que surgieron, en el único momento idóneo, condena al sujeto en cuestión a arrastrar el arrepentimiento del que reniega, hasta que el mismísimo arrepentimiento se rebele en las formas más diversas.
Este sendero que no entiende de protocolos, y que entretenido en andanzas pilla desprevenido... Y va soltando las lenguas; y tras la lengua que se confiesa, responden las tensiones del cuerpo que se liberan. Y aflora entre las piernas algo que despierta del olvido ciertos recuerdos antiguos. Aquella memoria que fue derrotada por el orgullo, y este orgullo que es vencido por el escalofrío producido por aquel par de tetas que en un invierno habían crecido. La boca abierta de un crío porque nuestras niñas ingenuas se habían hecho mujeres hechas y derechas. Aquellas huellas que no se recorrieron por ser un niño obediente que no haría ciertas cosas, aunque ella también quisiera; terrenos que no se cultivaron, abandonados en otras manos...
Sugerencias dañinas, de buena fe impuestas, por supuesto; aunque con la sutileza de los aspavientos chantajistas de mimos disfrazados de te quieros. Una borrachera, como otra cualquiera pero infantil de grado cero; una borrachera, como otra cualquiera, de la que uno nunca ya se cura.
He pasado ha dejarte mis felicitaciones por el triunfo de España!
ResponderEliminarEnhorabuena!
Brindo por la Madre Patria!