Una pocilga maloliente; dos o tres, ¿tres o cuatro, tal vez? Posiblemente más de un millón de millones... Tantos como individuos que habitemos en este mundo superpoblado, cinco o seis, por lo tanto. Algo tendrá eso que ver, aunque ninguno reconozca, ni en la más íntima intimidad, ocultar que en un rincón de su despensa guarde montones de basura sin orear... Que por cierto huele fatal. Mucho mejor, y cómodo a más no poder, no tener narices para oler; mucho mejor taparse los ojos con una máscara de metal... Mucho mejor enseñar a mantener una higiene pulcra rayando la obscenidad; en el extremo de la limpieza engendrada la más sucia falsedad, manchas que no se puedan lavar... Perfumada con perfume, con alcohol, con vicios de todo color...; para confundir la opinión, la propia y la del mejor sumiller...
Estoy seguro de que todos hieden igual, y hieren también. No sé por qué pero acaba de venirme a la mente Philip, quizás porque hoy hayamos cenado a su salud. Ha cocinado para todos,por propia voluntad, y no lo ha hecho nada mal. Philip me ha vuelto a sorprender, acaba de descubrirme otra de las cartas que guarda en su enorme chistera de mago de barrio. También era experto en cualquier cata que se le pudiera presentar. Pienso que a él fuera, quizás, el único al que no le desorientan estas chorradas sobre las que acababa de divagar. Creo que su olfato funcionaría fenomenal hasta para identificar, entre varios, el aroma de su estiercol particular; y estoy seguro de que no lo rechazaría, además.
Philip, un personaje singular; aquí extranjero, en su patria emigrante y en todos los lugares, pobre; no porque le faltaran recursos, ni estatus social. Quizás haya evocado su figura por deseo de parecerme a él. Porque otros olfatos, incluido el mío, tenían tragaderas para engullir todo lo que, sin ellas, sabría fatal. Nuestros sentidos yacían embotados en la comodidad letal, nuestras napias se acostumbraron a no probar; la suya no. El olfato es el tacto que antes se adapta a cualquier rugosidad... ¡Joder, qué bien me huele esto que tan mal me olía ayer!
Fernando y Philip, curiosa asociación de ideas sin porqué aparente. Tan distintos y distantes, tan afines los dos. Un par de gemelos, tan diferentes. ¿A cuál mejor? ¿A cuál peor? El uno gordo y enorme, el otro escuálido magro; altos. El uno alcohólico enfermo, el otro se emborrachaba con cervezas en sus ratos libres. Las melenas negras despeinadas del francés contrastaban con el peinado castaño perfecto y casto del otro. El destello retorcido que esconden los ojos del español en contraste con la ingenuidad que salta a la vista de Philip. La cara traviesa y el rostro de la obediencia, la misma moneda sujetada de canto entre ambos. Para dos meses uno, para una semana el otro, de una tirada o tirando pedradas; caminos diferentes que se daban estos días la mano. Y yo disfrutando, entre tanto, de la honestidad de ambos, de su sensibilidad extrema, de las disquisiciones que me plantean sobre mi propia persona. ¿A cuál de los dos le habría jugado su vida la peor pasada? ¿A quién de los tres, mejor?
Estoy seguro de que todos hieden igual, y hieren también. No sé por qué pero acaba de venirme a la mente Philip, quizás porque hoy hayamos cenado a su salud. Ha cocinado para todos,por propia voluntad, y no lo ha hecho nada mal. Philip me ha vuelto a sorprender, acaba de descubrirme otra de las cartas que guarda en su enorme chistera de mago de barrio. También era experto en cualquier cata que se le pudiera presentar. Pienso que a él fuera, quizás, el único al que no le desorientan estas chorradas sobre las que acababa de divagar. Creo que su olfato funcionaría fenomenal hasta para identificar, entre varios, el aroma de su estiercol particular; y estoy seguro de que no lo rechazaría, además.
Philip, un personaje singular; aquí extranjero, en su patria emigrante y en todos los lugares, pobre; no porque le faltaran recursos, ni estatus social. Quizás haya evocado su figura por deseo de parecerme a él. Porque otros olfatos, incluido el mío, tenían tragaderas para engullir todo lo que, sin ellas, sabría fatal. Nuestros sentidos yacían embotados en la comodidad letal, nuestras napias se acostumbraron a no probar; la suya no. El olfato es el tacto que antes se adapta a cualquier rugosidad... ¡Joder, qué bien me huele esto que tan mal me olía ayer!
Fernando y Philip, curiosa asociación de ideas sin porqué aparente. Tan distintos y distantes, tan afines los dos. Un par de gemelos, tan diferentes. ¿A cuál mejor? ¿A cuál peor? El uno gordo y enorme, el otro escuálido magro; altos. El uno alcohólico enfermo, el otro se emborrachaba con cervezas en sus ratos libres. Las melenas negras despeinadas del francés contrastaban con el peinado castaño perfecto y casto del otro. El destello retorcido que esconden los ojos del español en contraste con la ingenuidad que salta a la vista de Philip. La cara traviesa y el rostro de la obediencia, la misma moneda sujetada de canto entre ambos. Para dos meses uno, para una semana el otro, de una tirada o tirando pedradas; caminos diferentes que se daban estos días la mano. Y yo disfrutando, entre tanto, de la honestidad de ambos, de su sensibilidad extrema, de las disquisiciones que me plantean sobre mi propia persona. ¿A cuál de los dos le habría jugado su vida la peor pasada? ¿A quién de los tres, mejor?
Sigo apasionada con tus relatos y con ellos voy conociendo y conociéndote y eso me enriquece.
ResponderEliminarUn beso, mi querido Hacedor.