No estoy habituado a aceptar las consecuencias de no ostentar el control sobre todo lo que me rodea, aunque fuera control aparente, y aunque fuera a costa de mi propio beneficio. Sobre todo, aunque ni siquiera lo pudiera ver. La falta de fuerza real, la constatación de una debilidad sin contrastar. Quizás por eso tratara de recomponer en el regazo de la añoranza el orgullo herido de muerte. Paciencia y perseverancia, adaptación a los acontecimientos, soportar que no siempre se lleva la razón, aguantar los latidos de un corazón que me quiten los argumentos que durante tantos años habían tenido valor. Dejar de comparar, dejar de competir... Y lo que es peor, dejar de comparar amasando entre ornamentos insustanciales la defensa de una igualdad que no me interesaba, dejar de competir nada más que en la más íntima seguridad de que sería incapaz de hacerlo con arrojo si lo compitiera en realidad.
Dejar de ser el pobre iluso que se crea víctima de una ilusión que conspire contra él y que, por supuesto, no fuera verdad. La humildad sincera, real, propiedad de la espontaneidad y no de una impostación traicionera. Sin barreras, ni fronteras; a pecho descubierto ir escuchando las propias quimeras, y dejar de atender ataques supuestos de hordas extranjeras. Paciencia y perseverancia, y adaptación a los acontecimientos. Requisitos imprescindibles para recorrer este Camino, aunque me hubiese resistido a ellos hasta ahora; aunque siguiera haciéndolo, aún a sabiendas de que no sería positivo... En la vida normal, según aseveraban peregrinos muy experimentados, exprimidos en mil remolinos emocionales sin sentido, también son estos valores patria y banderas...
En la vida normal, las normas me protegían de la intemperie... Aunque fueran mentira, las leyes y costumbres, me servían de escudo. Aunque me quejara, eran buen colchón mis quejas. Aquí, las quejas suenan huecas y se pierden en el pus purulento de unas ampollas que brotan y no se van cuando quieres, sino cuando a ellas les da la gana. Aquí nada puedo si no quiero, aquí no hay excusas sibilinas que me puedan hacer comulgar con ruedas de molinos. No habría sido mala excusa, habría quedado muy bien con todos; con mis razonamientos, por supuesto. Haber huido hacia los supuestos requerimientos de Fernando, poner tiritas en sus ampollas en lugar de curar las propias, cambiar su mochila vieja por otra nueva por no remendar la propia. Haber justificado mi parada por caridad; para atender la incapacidad de otro, en lugar de aceptar la propia ineficacia.
Por supuesto que no habrían sido demasiadas tampoco dos pérdidas en menos de veinticuatro horas para mis compañeros; claro que lo habrían soportado sin grandes dificultades. Y no me habría preocupado nada si a ellos les hubiese incomodado nuestra falta, ni si para ellos fuéramos o no tan importantes como ahora quiero serlo... Si para mí no fuese tan urgente estar en el foco de su atención permanente esa preocupación me habría sido indiferente, porque habría continuado siendo el roble que ante nada se doblega y que va sujetando abrazos de otro hombres tristes, llámese Fernando o llámese Perico de los Palotes.
Colocar el eje del Universo en el centro de mi barriga era lo único que fundamentaba mis movimientos, el motor de toda esta tonta intriga, no había más misterio ni enigma... No podría dejar que diera vueltas libremente mi destino; tenía que convencerme continuamente de ser imprescindible.
Dejar de ser el pobre iluso que se crea víctima de una ilusión que conspire contra él y que, por supuesto, no fuera verdad. La humildad sincera, real, propiedad de la espontaneidad y no de una impostación traicionera. Sin barreras, ni fronteras; a pecho descubierto ir escuchando las propias quimeras, y dejar de atender ataques supuestos de hordas extranjeras. Paciencia y perseverancia, y adaptación a los acontecimientos. Requisitos imprescindibles para recorrer este Camino, aunque me hubiese resistido a ellos hasta ahora; aunque siguiera haciéndolo, aún a sabiendas de que no sería positivo... En la vida normal, según aseveraban peregrinos muy experimentados, exprimidos en mil remolinos emocionales sin sentido, también son estos valores patria y banderas...
En la vida normal, las normas me protegían de la intemperie... Aunque fueran mentira, las leyes y costumbres, me servían de escudo. Aunque me quejara, eran buen colchón mis quejas. Aquí, las quejas suenan huecas y se pierden en el pus purulento de unas ampollas que brotan y no se van cuando quieres, sino cuando a ellas les da la gana. Aquí nada puedo si no quiero, aquí no hay excusas sibilinas que me puedan hacer comulgar con ruedas de molinos. No habría sido mala excusa, habría quedado muy bien con todos; con mis razonamientos, por supuesto. Haber huido hacia los supuestos requerimientos de Fernando, poner tiritas en sus ampollas en lugar de curar las propias, cambiar su mochila vieja por otra nueva por no remendar la propia. Haber justificado mi parada por caridad; para atender la incapacidad de otro, en lugar de aceptar la propia ineficacia.
Por supuesto que no habrían sido demasiadas tampoco dos pérdidas en menos de veinticuatro horas para mis compañeros; claro que lo habrían soportado sin grandes dificultades. Y no me habría preocupado nada si a ellos les hubiese incomodado nuestra falta, ni si para ellos fuéramos o no tan importantes como ahora quiero serlo... Si para mí no fuese tan urgente estar en el foco de su atención permanente esa preocupación me habría sido indiferente, porque habría continuado siendo el roble que ante nada se doblega y que va sujetando abrazos de otro hombres tristes, llámese Fernando o llámese Perico de los Palotes.
Colocar el eje del Universo en el centro de mi barriga era lo único que fundamentaba mis movimientos, el motor de toda esta tonta intriga, no había más misterio ni enigma... No podría dejar que diera vueltas libremente mi destino; tenía que convencerme continuamente de ser imprescindible.
Karu, tienes una manera tan profunda y a la vez risueña de escribir, que no puedo detenerme, sin duda tus experiencias vividas y compartidas, son mas interesantes que varios tomos de libros.
ResponderEliminar...la imaginación y tu pluma obran maravillas...
Abrazos!
muy reflexiva tu escritura,parece introspectiva la forma en que te revisás,en tu pasado cercano y como vas acomodándote al tiempo...creo que en definitiva hacés pensar que formamos una constelación de seres,no somos el centro ni el eje del universo. gracias por compartir tu experiencia. saludos
ResponderEliminarya lo he dicho.. sos genial, intrigante.. sin igual.. un Fierro.. y fierro.. cariños hacedor
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