En el hito de no retorno, poco antes de llegar allí hasta donde mi ineficacia había demorado el enfrentamiento con la encrucijada personal, en el punto de inflexión pactado con mi ombligo orgulloso para tomar la decisión definitiva... Ha aparecido sin ni siquiera darme tiempo a plantear disputas entre corazones y razones, como si todo ya estuviese dispuesto mucho antes de los achaques que me habían llevado a esa situación... Como para dejarme claro que mi propuesta valiente no sería mucho más que un accidente, y que poco tendría que hacer sino obedecer.
Cabalgando sobre sus botas apenas usadas, con su barba blanca cerrada, a pesar de las circunstancias peregrinas perfectamente recortada; coronada, sobre su frente generosa, por un flequillo cano ralo. La Luna Cenicienta creciente había atendido mis plegarias, meciendo entre sus mejillas un par de estrellas risueñas que traspasaban con su brillo rutilante aquellas gafas de intelectual interesante. ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu mal? ¿Por qué renqueas fatal? Si no te molesto, te puedo acompañar. Una voz desconocida, una sombra que me olía familiar, alguien a quien no acertaba a encuadrar en mi esquema mental. ¿Lo habría visto antes en otro lugar? Creo que no me había dicho ni siquiera tal, pero pedir ayuda se me daba fatal. Pude imaginar, tal vez eso fuera lo que, aunque no me lo permitiese jamás, quisiera escuchar. Una voz de ánimo con un timbre especial. Alguien que me guiara, alguien que me transmitiera su paz. Pobre necio insustancial.
¿Qué habría hecho yo aferrado a un apósito artificial e incomodado por la humedad que lo fuera a despegar? Me había abandonado a afrontar la jornada más complicada del Camino sin barandilla, sin muletas, sin aderezos, sin apoyos... Por cojones, a la fuerza, con un esparadrapo en la planta del pie y poco más. Menos mal que, como por arte de magia, un milagro me ha regalado el único antídoto válido contra la rendición, cuando la rendición planea alrededor. ¡Qué difícil de aceptar..! Que no me habría preocupado el malestar de Philip, Miriam o Joan por un impulso de altruismo incondicional. Que lo que me fastidiaba justamente es que no se dieran cuenta de mi ausencia al faltarles mi presencia, que yo quería que fuese en sus aventuras requisito imprescindible y fundamental. ¡Qué complicada dificultad! Asumir que una de las razones para continuar sufriendo esa jornada atroz habría sido no permitirme darles la opción de olvidarme... ¿Qué habría sido de mí sin ellos, aplaudiendo mis ocurrencias? Por mucho que me fastidie, no me habría importado tanto que me dejaran atrás... Que también, por mi afán de competición... Como por no hacerles falta y descubrirme un inútil más.
Por fin, acabo de descubrir la importancia real de los demás, y la de ser protagonista sin hacer nada. Por estar y poco más, lejos de un valor artificial, totalmente interesado y venal. Más allá de la utilización chantajista para elevar a la potencia deseada mi cuota de egocentrismo visceral; el antagonista del alarde insustancial, el que a mí aún me costaba afrontar. Menos mal, por fin... ni siquiera, a mi pesar. Javier y, unas veces delante y otras veces detrás, esa mujer que había conocido ayer en el albergue de Carrión, a la que habían devorado los chinches sin compasión... Y a pesar de ello, iba a continuar. Iba peor que yo, había ido todo el día vomitando por las cunetas los últimos posos de cordura que le pudieran quedar, porque los medicamentos que le habían recetado para solucionar su desafortunado encuentro con los insectos le estaban sentando muy mal. ¡Qué locura caminar tantos kilómetros deshidratándose en bocanadas nauseabundas que no era capaz de dominar! Pero lo había tenido claro, no quería claudicar.
Cabalgando sobre sus botas apenas usadas, con su barba blanca cerrada, a pesar de las circunstancias peregrinas perfectamente recortada; coronada, sobre su frente generosa, por un flequillo cano ralo. La Luna Cenicienta creciente había atendido mis plegarias, meciendo entre sus mejillas un par de estrellas risueñas que traspasaban con su brillo rutilante aquellas gafas de intelectual interesante. ¿Qué te pasa? ¿Cuál es tu mal? ¿Por qué renqueas fatal? Si no te molesto, te puedo acompañar. Una voz desconocida, una sombra que me olía familiar, alguien a quien no acertaba a encuadrar en mi esquema mental. ¿Lo habría visto antes en otro lugar? Creo que no me había dicho ni siquiera tal, pero pedir ayuda se me daba fatal. Pude imaginar, tal vez eso fuera lo que, aunque no me lo permitiese jamás, quisiera escuchar. Una voz de ánimo con un timbre especial. Alguien que me guiara, alguien que me transmitiera su paz. Pobre necio insustancial.
¿Qué habría hecho yo aferrado a un apósito artificial e incomodado por la humedad que lo fuera a despegar? Me había abandonado a afrontar la jornada más complicada del Camino sin barandilla, sin muletas, sin aderezos, sin apoyos... Por cojones, a la fuerza, con un esparadrapo en la planta del pie y poco más. Menos mal que, como por arte de magia, un milagro me ha regalado el único antídoto válido contra la rendición, cuando la rendición planea alrededor. ¡Qué difícil de aceptar..! Que no me habría preocupado el malestar de Philip, Miriam o Joan por un impulso de altruismo incondicional. Que lo que me fastidiaba justamente es que no se dieran cuenta de mi ausencia al faltarles mi presencia, que yo quería que fuese en sus aventuras requisito imprescindible y fundamental. ¡Qué complicada dificultad! Asumir que una de las razones para continuar sufriendo esa jornada atroz habría sido no permitirme darles la opción de olvidarme... ¿Qué habría sido de mí sin ellos, aplaudiendo mis ocurrencias? Por mucho que me fastidie, no me habría importado tanto que me dejaran atrás... Que también, por mi afán de competición... Como por no hacerles falta y descubrirme un inútil más.
Por fin, acabo de descubrir la importancia real de los demás, y la de ser protagonista sin hacer nada. Por estar y poco más, lejos de un valor artificial, totalmente interesado y venal. Más allá de la utilización chantajista para elevar a la potencia deseada mi cuota de egocentrismo visceral; el antagonista del alarde insustancial, el que a mí aún me costaba afrontar. Menos mal, por fin... ni siquiera, a mi pesar. Javier y, unas veces delante y otras veces detrás, esa mujer que había conocido ayer en el albergue de Carrión, a la que habían devorado los chinches sin compasión... Y a pesar de ello, iba a continuar. Iba peor que yo, había ido todo el día vomitando por las cunetas los últimos posos de cordura que le pudieran quedar, porque los medicamentos que le habían recetado para solucionar su desafortunado encuentro con los insectos le estaban sentando muy mal. ¡Qué locura caminar tantos kilómetros deshidratándose en bocanadas nauseabundas que no era capaz de dominar! Pero lo había tenido claro, no quería claudicar.
Acompañándote en tu camino, he podio sentir el fatal descubrimiento de saberse no necesario para nadie.
ResponderEliminarHe visto pasar a la señora comida por los crueles insectos.
y he sufrido con el débil apósito de tu dañado pie.
Aceptas una nueva compañera de viaje, que no será molesta ni a tus pasos ni a tu corazón?
Aqui ando viendo como va mi amigo caminante,con las buenas y malas siempre continuando,cariños amigo.
ResponderEliminarDespués del primer paso...todos los demás.
ResponderEliminarQuien dijo claudicar?
Abrazos Karu!!