Iba yo pensando, para mis adentros por supuesto, mientras seguíamos su paso marcial, camino de nuestros aposentos... Menos mal que se había disgregado el grupo... Menos mal que en el Convento de San Antón se había roto en pedazos y a mi lado se habían quedado los toreros que mejor sabían torear; mi cabeza no dejaba de cavilar. Fernando, Joan y yo habíamos compuesto un trío singular, templado, calmado, locuaz; apóstoles del respeto y la libertad. El azar me había vuelto a regalar las piezas que mejor casarían en este puzzle tan... ¿radical? ¿Quién habría sido capaz, si no, de aguantar al morlaco que nos estaba tocando lidiar? No sabían de que iba la historia y ahí han aguantado los dos, callados y sin rechistar, confiando en mi capacidad para elegir un buen lugar donde alojarnos. Viendo las hostias pasar por delante de sus miradas que se cruzaban dueñas de la complicidad adquirida por tantos kilómetros a la par. Bromas aparte, intercambiando bromas entre bastidores que nadie más pudiera cazar. Ponga usted, si es tan amable, tres cortos de cerveza, mientras agota usted su repertorio letal.
Estaba mereciendo la pena afrontar esta pequeña incomodidad; porque la jornada me había deparado alguna que otra alegría que agradecer. Y eso que una de ellas me había pillado a mí en una contradicción. Joan no era el tipo soberbio que yo había vaticinado días atrás, cuando en Grañón se me había presentadocon aires de fanfarrón, en mi opinión; sin ton ni son, haciendo alardes que yo consideraba excesivos para una amistad imposible, por incapacidad. No se hacen amigos en un apretón de manos fugaz, era para mi gusto, por eso y por entonces, una postura aparente, fingida seguramente; no me gustó. Tengo que rectificar, parece ser un tipo majo de verdad; y sus aires de superioridad, un escalón en el que se sube por las mañanas porque es pequeño como yo; pero como yo necesita destacar. Un tío abierto y honesto que tapa sus complejos entre aspavientos, nada más.
No quiero ni imaginar como se habría enredado todo esto, teniendo que soportar además del desencuentro, el enfrentamiento de alguno de los elementos del grupo original con el interfecto en cuestión. Miriam, por ejemplo, y sus miradas inquisidoras sin parangón; si aún sin motivo aparente acostumbraba a lanzar sus lanzas contra cualquiera que respirara a destiempo, no sé como habría reaccionado en esta ocasión. Mejor, mucho mejor no haber sido testigo del posible desenlace... Mejor, mucho mejor... Aunque Joan estaba en contacto telefónico permanente con ellos, no nos habíamos encontrado en todo el recorrido, gracias a Dios. Me habían librado sus pocas ganas de esperar, su impaciencia a flor de piel. Ellos ya sabían que hoy yo tenía un especial interés en visitar este lugar. Cuando hemos llegado, hacía tiempo que habían pasado de largo. Nos lo han comunicado unos peregrinos con los que ellos habían ido coincidiendo desde Roncesvalles; habían reconocido al chico moreno... Nos estaban dejando atrás; ellos sabrían por qué.
Mónica se había vuelto a perder, como solía acontecer... ¿qué le íbamos a hacer? Y Ana se había quedado atrás porque llevábamos un paso que a ella le obligaba a correr. Correr, para ella, era no detenerse a oler cada flor; volar, no tener la opción de pararse a abrazar cada árbol; su afán por sembrar su mirada en cada rincón de cada campo que dejásemos atrás nos sacaba de quicio a los tres. En definitiva, a ella le gustaba sentarse en cualquier piedra y nosotros preferíamos hacerlo mientras avanzábamos; palmo más o palmo menos, pero avanzar algo, más que nada porque queríamos llegar al destino antes de que el sol se pusiera. La habíamos dejado atrás.
Estaba mereciendo la pena afrontar esta pequeña incomodidad; porque la jornada me había deparado alguna que otra alegría que agradecer. Y eso que una de ellas me había pillado a mí en una contradicción. Joan no era el tipo soberbio que yo había vaticinado días atrás, cuando en Grañón se me había presentadocon aires de fanfarrón, en mi opinión; sin ton ni son, haciendo alardes que yo consideraba excesivos para una amistad imposible, por incapacidad. No se hacen amigos en un apretón de manos fugaz, era para mi gusto, por eso y por entonces, una postura aparente, fingida seguramente; no me gustó. Tengo que rectificar, parece ser un tipo majo de verdad; y sus aires de superioridad, un escalón en el que se sube por las mañanas porque es pequeño como yo; pero como yo necesita destacar. Un tío abierto y honesto que tapa sus complejos entre aspavientos, nada más.
No quiero ni imaginar como se habría enredado todo esto, teniendo que soportar además del desencuentro, el enfrentamiento de alguno de los elementos del grupo original con el interfecto en cuestión. Miriam, por ejemplo, y sus miradas inquisidoras sin parangón; si aún sin motivo aparente acostumbraba a lanzar sus lanzas contra cualquiera que respirara a destiempo, no sé como habría reaccionado en esta ocasión. Mejor, mucho mejor no haber sido testigo del posible desenlace... Mejor, mucho mejor... Aunque Joan estaba en contacto telefónico permanente con ellos, no nos habíamos encontrado en todo el recorrido, gracias a Dios. Me habían librado sus pocas ganas de esperar, su impaciencia a flor de piel. Ellos ya sabían que hoy yo tenía un especial interés en visitar este lugar. Cuando hemos llegado, hacía tiempo que habían pasado de largo. Nos lo han comunicado unos peregrinos con los que ellos habían ido coincidiendo desde Roncesvalles; habían reconocido al chico moreno... Nos estaban dejando atrás; ellos sabrían por qué.
Mónica se había vuelto a perder, como solía acontecer... ¿qué le íbamos a hacer? Y Ana se había quedado atrás porque llevábamos un paso que a ella le obligaba a correr. Correr, para ella, era no detenerse a oler cada flor; volar, no tener la opción de pararse a abrazar cada árbol; su afán por sembrar su mirada en cada rincón de cada campo que dejásemos atrás nos sacaba de quicio a los tres. En definitiva, a ella le gustaba sentarse en cualquier piedra y nosotros preferíamos hacerlo mientras avanzábamos; palmo más o palmo menos, pero avanzar algo, más que nada porque queríamos llegar al destino antes de que el sol se pusiera. La habíamos dejado atrás.
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