¡Qué gran sorpresa...! Y muy agradable, por supuesto... No salía de mi asombro cuando le he visto llegar cojeando, sudoroso, acalorado y colorado, todo sudado. Sin un ápice de sufrimiento aparente, componiendo su acostumbrado rictus alegre. Ya se debía de haberse acostumbrado al dolor intenso que había tenido que ir soportando durante toda la jornada; a pesar de arrastrar sus pies inyectados en sangre, y de ir cargado con más de diez kilos sobre sus espaldas y otros cuantos entre nalga y nalga. Se ha ido aproximando, caminando de puntillas y a saltos, cuan bailarina torpe y patosa, recibiendo nuestro aplauso y compartiendo abrazos. Estábamos entusiasmados porque lo había logrado.
Hacía apenas dos horas lo tenía claro y, aunque nos fastidiara, lo habíamos comprendido; lo habíamos aceptado, por supuesto. Se había tenido que rendir a la fuerza, cualquiera en su lugar lo habría hecho... Porque sabía que no sería capaz de aguantar otros seis kilómetros de tortura. Para él, en Hontanas, se había acabado el suplicio. La decisión estaba tomada, aunque le diera pena abandonarnos, aunque a nosotros no nos hiciera gracia. Ya le esperaríamos mañana en cualquier recoveco del Camino que se ofreciera para volver a juntarnos. Muy a nuestro pesar, en esta ocasión, no le íbamos a acompañar. Pero ha debido de arrepentirse enseguida, creo que en cuanto haya tomado un poco de aliento. Aunque le costase mucho tiempo, y tuviese que arrastrar la lengua pintando de baba el tramo que le quedara. Ha llegado sonriendo... Y es que no podía perderse una experiencia tan especial como ésta por un par de ampollas.
Con Miriam, sin embargo, ha ocurrido todo lo contrario, una sorpresa también inesperada pero muy distinta. Ella se había adelantado al grupo allí donde parecía que a Fernando se le habían acabado las pilas... Se había adelantado dejándonos la promesa de que nos reuniríamos en el punto pactado pero no ha debido de convencerle tener que dormir entre ruinas, ni los servicios rudimentarios con los que en el albergue se ha encontrado. Por eso, ha debido de decidir pasar de largo, suponemos que hasta Castrojeriz, a una hora escasa de aquí. Tengo que reconocerlo, a mí no me ha desagradado el cambio, he salido ganando en el reparto porque, si tengo que escoger, prefiero al que se ha quedado. Al final, en el Convento de San Antón, a pesar de los esfuerzos, se ha disgregado el grupo, sólo nos hemos quedado el ya citado Fernando, Joan, Mónica, Ana y yo mismo.
Más sorpresas inesperadas, porque aunque de Mónica me podría esperar cualquier cosa, de Ana ni siquiera me habría imaginado que se quedara. No porque no le apeteciera sino porque Philip había aceptado acompañar a Denis, poco acostumbrado a las incomodidades de este lugar anclado en la época medieval. Me habían roto los esquemas, no encontraba otra razón sino que Philip no había sabido decir que no y que a Ana no le movía la pasión, sino la emoción. El Convento de San Antón, un hito del Camino sin parangón, un albergue alojado en las ruinas de un convento mágico, rodeado de leyenda, de enfermedades cruentas y curaciones curiosas, de monjes y brebajes; de puertas cerradas y trampillas abiertas... Y de alguna que otra historia truculenta.
Hacía apenas dos horas lo tenía claro y, aunque nos fastidiara, lo habíamos comprendido; lo habíamos aceptado, por supuesto. Se había tenido que rendir a la fuerza, cualquiera en su lugar lo habría hecho... Porque sabía que no sería capaz de aguantar otros seis kilómetros de tortura. Para él, en Hontanas, se había acabado el suplicio. La decisión estaba tomada, aunque le diera pena abandonarnos, aunque a nosotros no nos hiciera gracia. Ya le esperaríamos mañana en cualquier recoveco del Camino que se ofreciera para volver a juntarnos. Muy a nuestro pesar, en esta ocasión, no le íbamos a acompañar. Pero ha debido de arrepentirse enseguida, creo que en cuanto haya tomado un poco de aliento. Aunque le costase mucho tiempo, y tuviese que arrastrar la lengua pintando de baba el tramo que le quedara. Ha llegado sonriendo... Y es que no podía perderse una experiencia tan especial como ésta por un par de ampollas.
Con Miriam, sin embargo, ha ocurrido todo lo contrario, una sorpresa también inesperada pero muy distinta. Ella se había adelantado al grupo allí donde parecía que a Fernando se le habían acabado las pilas... Se había adelantado dejándonos la promesa de que nos reuniríamos en el punto pactado pero no ha debido de convencerle tener que dormir entre ruinas, ni los servicios rudimentarios con los que en el albergue se ha encontrado. Por eso, ha debido de decidir pasar de largo, suponemos que hasta Castrojeriz, a una hora escasa de aquí. Tengo que reconocerlo, a mí no me ha desagradado el cambio, he salido ganando en el reparto porque, si tengo que escoger, prefiero al que se ha quedado. Al final, en el Convento de San Antón, a pesar de los esfuerzos, se ha disgregado el grupo, sólo nos hemos quedado el ya citado Fernando, Joan, Mónica, Ana y yo mismo.
Más sorpresas inesperadas, porque aunque de Mónica me podría esperar cualquier cosa, de Ana ni siquiera me habría imaginado que se quedara. No porque no le apeteciera sino porque Philip había aceptado acompañar a Denis, poco acostumbrado a las incomodidades de este lugar anclado en la época medieval. Me habían roto los esquemas, no encontraba otra razón sino que Philip no había sabido decir que no y que a Ana no le movía la pasión, sino la emoción. El Convento de San Antón, un hito del Camino sin parangón, un albergue alojado en las ruinas de un convento mágico, rodeado de leyenda, de enfermedades cruentas y curaciones curiosas, de monjes y brebajes; de puertas cerradas y trampillas abiertas... Y de alguna que otra historia truculenta.
leyendo,leyendo......cariños caminante
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