¿Prueba superada? Ya me habría gustado pero aún quedaban unas cuantas espinas para enfilar el camino de rosas. De repente se ha sacado de la manga una pregunta, tan inesperada como inoportuna. Que quién era el que roncaba ha preguntado; sin medir las consecuencias, como parecía hacerlo todo, de forma directa y sin dobleces; cortante y, como siempre, contundente. Tenía fino el oído este amigo “sorderas”; sólo se hacía el orejas para no oír lo que no le interesara, cuando le diera la gana. Hacía como que no escuchara, pero no daba puntada sin hilo, tenía una boca fiera y dos orejas aguzadas para componer una terna abrasiva, agresiva y asesina. Es un audaz felino, atento en cualquier momento a la presa que saltara. Una confidencia tonta, por una chanza jocosa entre amigos de confianza. Joan bromeaba con Fernando, refugiados ambos en un hálito discreto bajo una escafandra que ellos creían que les protegería. Imperceptible para cualquiera, ni yo, que estaba a ellos pegado, habría reparado en el percance si el sargento de guardia no les hubiese delatado.
En este albergue no está bien visto el que ronca. Sería admitido sin problemas quien tuviera la lepra, incluso el portador de cualquier otra enfermedad contagiosa, pero en su fortaleza sus peregrinos descansan. Condenado a la hoguera, confinado en un rincón inmundo, no sé si de olor nauseabundo, el pobre desgraciado que, aunque fuera a su pesar, emitiera ruidos extraños por sus narizotas después de pagar la cuota que cuesta alojarse en este local. Tal y como estaban las cosas, he imaginado un lugar fatal; tal cual, una de esas pateras en la que cruzaban la frontera los paisanos de los padres de Denis para dejar su Cuba natal. En mi casa los peregrinos descansan, es su bandera y su lema; y tú que roncas, ya lo sabes, molestas.
El uno por el otro, los dos condenados al destierro, porque aunque todo había comenzado en broma, no ha habido forma de deshacer después el entuerto. Por si acaso el vigilante de su trinchera no ha querido abandonarla... Les ha dejado claro, por tanto, que los dos dormirían aislados, cuan deshechos de esta comunidad fraticida. La chanza les había sentenciado a ambos por roncadores pertinaces a tener que pasar la noche en una habitación de dos camas separadas del resto. Así, en el peor de los casos, no habría ningún otro dagnificado por el intercambio de monólogos ruidosos que pudieran establecer entre ambos. Nos dejarían a los demás tranquilos, ocurriera lo que ocurriera entre sus ronquidos.
El primero que pariría al segundo; y por éste sería engendrado uno tercero; así se iría sucediendo el historial de truenos ruidosos. Sinfonía de ronquidos y otra noche más despierto. El silencio completo, impuesto por real decreto, esto ya no es lo que era. ¿No decían que no era acomodada la vida del peregrino? ¿Si la quieres la tomas y si no la dejas? No es que viniera con la idea de escuchar tormentas, pero todo esto me estaba sorprendiendo.
Me lo merezco y se lo merecen, sobretodo, vuestros compañeros. ¿Se estaría disculpando ,acaso? Porque, aunque parezca que no pueda hacerlo os comprendo; sé que como roncadores empedernidos no podéis evitarlo, y que no lo hacéis a conciencia; en el momento en el que la empezáis a perder justamente comenzáis a ser un problema. Entiendo que es una actividad involuntaria pero si no pongo remedio... Poneos en el lugar del resto, vosotros os levantaréis descansados y los demás insomnes, agotados y enfadados. Con el respeto que hasta entonces había brillado por su ausencia, con un destello fugaz en su cara arisca que explicaba: no lo hago porque me de gusto putear a todo el mundo, sino porque es necesario... ¿Quién lo diría viniendo de su boca...? Por respeto.
Una experiencia extraordinaria ésta que está aconteciendo en este pozo dichoso; en éste que ya habíamos catalogado como el peor de los infiernos. La mordaza impuesta al ronquido sin fronteras estaba cambiando las cosas; y la forma recién estrenada en que había tratado al final el tema empezaba a darle la razón a mi paciencia. Sería la noche perfecta, sin siquiera un sobresalto fugitivo. Tú sí que sabes colega; me empezaba a caer simpático este tío estrafalario.
En este albergue no está bien visto el que ronca. Sería admitido sin problemas quien tuviera la lepra, incluso el portador de cualquier otra enfermedad contagiosa, pero en su fortaleza sus peregrinos descansan. Condenado a la hoguera, confinado en un rincón inmundo, no sé si de olor nauseabundo, el pobre desgraciado que, aunque fuera a su pesar, emitiera ruidos extraños por sus narizotas después de pagar la cuota que cuesta alojarse en este local. Tal y como estaban las cosas, he imaginado un lugar fatal; tal cual, una de esas pateras en la que cruzaban la frontera los paisanos de los padres de Denis para dejar su Cuba natal. En mi casa los peregrinos descansan, es su bandera y su lema; y tú que roncas, ya lo sabes, molestas.
El uno por el otro, los dos condenados al destierro, porque aunque todo había comenzado en broma, no ha habido forma de deshacer después el entuerto. Por si acaso el vigilante de su trinchera no ha querido abandonarla... Les ha dejado claro, por tanto, que los dos dormirían aislados, cuan deshechos de esta comunidad fraticida. La chanza les había sentenciado a ambos por roncadores pertinaces a tener que pasar la noche en una habitación de dos camas separadas del resto. Así, en el peor de los casos, no habría ningún otro dagnificado por el intercambio de monólogos ruidosos que pudieran establecer entre ambos. Nos dejarían a los demás tranquilos, ocurriera lo que ocurriera entre sus ronquidos.
El primero que pariría al segundo; y por éste sería engendrado uno tercero; así se iría sucediendo el historial de truenos ruidosos. Sinfonía de ronquidos y otra noche más despierto. El silencio completo, impuesto por real decreto, esto ya no es lo que era. ¿No decían que no era acomodada la vida del peregrino? ¿Si la quieres la tomas y si no la dejas? No es que viniera con la idea de escuchar tormentas, pero todo esto me estaba sorprendiendo.
Me lo merezco y se lo merecen, sobretodo, vuestros compañeros. ¿Se estaría disculpando ,acaso? Porque, aunque parezca que no pueda hacerlo os comprendo; sé que como roncadores empedernidos no podéis evitarlo, y que no lo hacéis a conciencia; en el momento en el que la empezáis a perder justamente comenzáis a ser un problema. Entiendo que es una actividad involuntaria pero si no pongo remedio... Poneos en el lugar del resto, vosotros os levantaréis descansados y los demás insomnes, agotados y enfadados. Con el respeto que hasta entonces había brillado por su ausencia, con un destello fugaz en su cara arisca que explicaba: no lo hago porque me de gusto putear a todo el mundo, sino porque es necesario... ¿Quién lo diría viniendo de su boca...? Por respeto.
Una experiencia extraordinaria ésta que está aconteciendo en este pozo dichoso; en éste que ya habíamos catalogado como el peor de los infiernos. La mordaza impuesta al ronquido sin fronteras estaba cambiando las cosas; y la forma recién estrenada en que había tratado al final el tema empezaba a darle la razón a mi paciencia. Sería la noche perfecta, sin siquiera un sobresalto fugitivo. Tú sí que sabes colega; me empezaba a caer simpático este tío estrafalario.
Porqué muchas veces creemos que no somos merecedores?
ResponderEliminarTe lo preguntas alguna vez?.... siempre estamos midiendo las consecuencias y nos perdemos el disfrute!!!
Abrazos Karu!