Rudo, dueño de una cortesía extraña, amordazada por la misma coraza en la que encierra su corazón mudo; el corazón que poco a poco le mata, que encogido en su pecho se va suicidando en cada ataque de rabia; destila ira por cada poro del alma. Hasta esas sus orejas afiladas escalan sus hombros buscando la protección de unas alas que por no saber que están prestas aún no han alzado el vuelo. Anduvieron sus pies mucho tiempo, caminarán muchos kilómetros, pero no es su momento... Sigue atado al suelo, amarrado a cosas mundanas que ya tendría que tener superadas. Quiere aparentar fortaleza, pero la confunde con la dureza; anchando sus omóplatos logra justamente lo contrario. Él es un hombre alto que pierde altura estirando.
Porque le hace daño que todo lo que a él le ataña no se trate con tiento, aunque él destroce sin contemplaciones cualquier argumento que a sus argumentos no se acoplase; tiene un trato discreto con las atenciones a lo ajeno, pero un radar muy complejo para los cuidados que él dice que merece; aquellos de los que en su seno interno no se cree digno. Cualquier opinión que contra la suya atente le da la razón y revierte beneficio pingües en su baúl de recelos. Se enreda, por eso, en gestos grotescos que no hacen justicia a sus valores internos; y como no hay demasiados que tengan la paciencia para ir royendo poco a poco su indiferencia impostada, tanta soberbia mal dispuesta... Se va aislando poco a poco en su disfraz de gótico postmoderno; oculto tras una sonrisa rala que estalla, cuando despierta, en carcajada forzada; ironías espetadas. Deben de descojonársele las entrañas cuando se las arrancan de cuajo, sutiles bromas pesadas. Estás en mi terreno, y en mi terreno manda el menda, de puertas afuera haz lo que quieras; desde que entras, siéntate, obedece y calla.
Exhibe la indiferencia contra la incoherencia, pero por dentro le abrasa la hoguera del peregrino que ve perdida la esencia de un camino que creía y quería propia. Él con sus excusas en su casa ordena y mata; no aguanta. En el fondo de un arroyo se ahoga, fondo negro como su gorra negra... Serafín es su nombre, y es también nombre de ángel, pero le brillan unos ojos del demonio. Así nos pasa por los morros su hegemonía y defiende su patrimonio contra intrusos que no le entiendan, que le pervierten, que le malinterpretan, que le encienden. Hace unos años pactó consigo mismo matrimonio, y con las ampollas que él también había padecido. Injusta, injusticia siniestra; por huevos se había montado su albergue y había abandonado en Abetxuko, un rincón de Vitoria, allí por el País Vasco, padres, novia y una vida alegre.
Porque le hace daño que todo lo que a él le ataña no se trate con tiento, aunque él destroce sin contemplaciones cualquier argumento que a sus argumentos no se acoplase; tiene un trato discreto con las atenciones a lo ajeno, pero un radar muy complejo para los cuidados que él dice que merece; aquellos de los que en su seno interno no se cree digno. Cualquier opinión que contra la suya atente le da la razón y revierte beneficio pingües en su baúl de recelos. Se enreda, por eso, en gestos grotescos que no hacen justicia a sus valores internos; y como no hay demasiados que tengan la paciencia para ir royendo poco a poco su indiferencia impostada, tanta soberbia mal dispuesta... Se va aislando poco a poco en su disfraz de gótico postmoderno; oculto tras una sonrisa rala que estalla, cuando despierta, en carcajada forzada; ironías espetadas. Deben de descojonársele las entrañas cuando se las arrancan de cuajo, sutiles bromas pesadas. Estás en mi terreno, y en mi terreno manda el menda, de puertas afuera haz lo que quieras; desde que entras, siéntate, obedece y calla.
Exhibe la indiferencia contra la incoherencia, pero por dentro le abrasa la hoguera del peregrino que ve perdida la esencia de un camino que creía y quería propia. Él con sus excusas en su casa ordena y mata; no aguanta. En el fondo de un arroyo se ahoga, fondo negro como su gorra negra... Serafín es su nombre, y es también nombre de ángel, pero le brillan unos ojos del demonio. Así nos pasa por los morros su hegemonía y defiende su patrimonio contra intrusos que no le entiendan, que le pervierten, que le malinterpretan, que le encienden. Hace unos años pactó consigo mismo matrimonio, y con las ampollas que él también había padecido. Injusta, injusticia siniestra; por huevos se había montado su albergue y había abandonado en Abetxuko, un rincón de Vitoria, allí por el País Vasco, padres, novia y una vida alegre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario