Se había acostumbrado a odiar a todo lo que sin su permiso se menease... Porque tenía motivos. ¿Porque no le había tratado bien la vida? ¿Porque las circunstancias no le hubieran sido propicias? ¿Porque los demás...? Maldita la cabezonería de la envidia. Porque yo también echaría balones fuera si de mis balones se tratara, pero como no era ese el caso, mejor me callaba. O al menos eso creía. Creo, por todo esto, que como otros muchos ha acabado creyendo las mentiras que le contaron padres, tíos y demás familia... Para no verse reflejado en los espejos que le pone la gente de frente. Ha heredado las mismas excusas de progenitores incapaces de afrontar las pendientes, las subidas y bajadas de los valles y montañas; accidentes naturales como esos que dice que le divierten. Una postura aprendida que le solía rendir los réditos apetecidos; cuando cacarear era el arma esgrimida por el adolescente pendenciero. Confundía el respeto, que él seguía perdiendo, con el miedo, que producía por ser un desalmado. Rompo tu espejo quebradizo con mi escudo de hierro y lo hago añicos, por si acaso reflejas algo que no me interesa.
Pero en el mundo de las personas coherentes y valientes no asustan esas tonterías de críos. Aquí somos peregrinos hartos de subir y bajar cuestas abruptas. No alcanza su vista más allá de sus narices, no quiere hacerlo por si acaso descubre todas las cosas buenas, todos los rincones y promontorios, cada una de las oportunidades que ha ido tirando a la basura, dejando que pasaran de largo, por estar mirando hacia el lugar equivocado. Por él, y por lo que si se encierra en su camerino no me aporta, me ha dado pena que no se mostrara a jornada completa con la sinceridad que ante mí lo estaba haciendo. Aquí se siente útil y en su tierra era un currante inútil expuesto a la indiferencia de la gente. Aunque sea para criticarle, aquí está en boca de todo el que pasa por delante de su mirador privilegiado; un balcón al exterior por el que miran sus entrañas rasgadas. Aquí le reconocen y eso es suficiente. Están justificados todos los sinsabores que aquejen a su ira; por ello lo ha dejado todo, aunque aquí también le duela a menudo el alma.
Porque no se regalaba a cualquier precio me estaba sintiendo recompensado. Acostumbrado a darlo todo guardándose en lo más profundo de su sima su fondo; daba esperando el retorno. ¿Recibir algo a cambio?, ¿tal vez, sentir recibida de buen grado la generosidad que él ofrecía? Estableciendo baremos, por escaldado baremos extremos. ¡Qué menos...! Suele exclamar para justificar lo que sabe que no tiene excusa, porque es el problema, con su propia persona. En el fondo de lo más profundo de ese ser acomplejado sabe que el fraude ya viajaba con él mucho antes de que todo esto que experimenta no fuera más que el parto de tiempos inmemoriales. ¿Y si no fuera tan bueno aquello que dice haber dejado atrás? ¿Y si justamente lo hubiera hecho extraordinario no tenerlo? ¿Por qué, si no, se habría metido en este lío? No exige correspondencia, suplica que la vida no pase por su vida con indiferencia. Por eso y por un montón de cosas que sólo acontecen a altas horas compartiendo calimochos, me he reconocido un privilegiado. ¡Premio, por eso, para el caballero eternamente enfadado!
Pero en el mundo de las personas coherentes y valientes no asustan esas tonterías de críos. Aquí somos peregrinos hartos de subir y bajar cuestas abruptas. No alcanza su vista más allá de sus narices, no quiere hacerlo por si acaso descubre todas las cosas buenas, todos los rincones y promontorios, cada una de las oportunidades que ha ido tirando a la basura, dejando que pasaran de largo, por estar mirando hacia el lugar equivocado. Por él, y por lo que si se encierra en su camerino no me aporta, me ha dado pena que no se mostrara a jornada completa con la sinceridad que ante mí lo estaba haciendo. Aquí se siente útil y en su tierra era un currante inútil expuesto a la indiferencia de la gente. Aunque sea para criticarle, aquí está en boca de todo el que pasa por delante de su mirador privilegiado; un balcón al exterior por el que miran sus entrañas rasgadas. Aquí le reconocen y eso es suficiente. Están justificados todos los sinsabores que aquejen a su ira; por ello lo ha dejado todo, aunque aquí también le duela a menudo el alma.
Porque no se regalaba a cualquier precio me estaba sintiendo recompensado. Acostumbrado a darlo todo guardándose en lo más profundo de su sima su fondo; daba esperando el retorno. ¿Recibir algo a cambio?, ¿tal vez, sentir recibida de buen grado la generosidad que él ofrecía? Estableciendo baremos, por escaldado baremos extremos. ¡Qué menos...! Suele exclamar para justificar lo que sabe que no tiene excusa, porque es el problema, con su propia persona. En el fondo de lo más profundo de ese ser acomplejado sabe que el fraude ya viajaba con él mucho antes de que todo esto que experimenta no fuera más que el parto de tiempos inmemoriales. ¿Y si no fuera tan bueno aquello que dice haber dejado atrás? ¿Y si justamente lo hubiera hecho extraordinario no tenerlo? ¿Por qué, si no, se habría metido en este lío? No exige correspondencia, suplica que la vida no pase por su vida con indiferencia. Por eso y por un montón de cosas que sólo acontecen a altas horas compartiendo calimochos, me he reconocido un privilegiado. ¡Premio, por eso, para el caballero eternamente enfadado!
Me has enredado en esta magnífica entrega por capítulos.
ResponderEliminarEres un ladrón de espíritus ávidos de conocimientos.
Un beso
Premio merecido. Para ti también que él te honre con sus confidencias.
ResponderEliminar..Rompo tu espejo quebradizo con mi escudo de hierro y lo hago añicos, por si acaso reflejas algo que no me interesa...
ResponderEliminarEn ocasiones tendemos a repetir historias o viejos patrones que lo único que hacen es poner palos en la rueda...
Mirarnos en el espejo implica ver cosas que quizás no nos gusten, ahí radica nuestro cambio!
Abrazos pergrino!