Nada más que unos pocos; unos pocos, y añado, afortunados... Sujetos osados, elementos incombustibles que poco parecen tener en común con los objetos corruptibles... Sólo ellos osan ponerse a deshacer el entuerto. Darle la vuelta a todo esto a pata, sin adulteraciones, ni dopajes artificiales no está al alcance de cualquiera. Está claro que los poco más de cinco kilómetros que separan la estación de ferrocarril de Logroño de la puerta de mi casa no iban a ser suficientes para ser incluido en tan selecto grupo. Y aunque lo fueran... No, tampoco estaban contemplados en el camino de retorno privilegios atenuantes a mitad de camino; solamente existe un Sarria a cien kilómetros de la meta en Galicia; y no hay nada más que una Villafranca del Bierzo para acoger peregrinos lisiados con las mismas prebendas que los que llegan a Santiago de Compostela. Definitivamente, regresar en tren no era lo mismo.
Acostumbrarse a aceptar el dolor, que más que esfuerzo requeriría el ejercicio estoico frente a la agonía; no hacer nada para que, con gran paciencia, el tiempo vaya poniéndolo todo en su lugar; dejar que se fuera ejecutando puntualmente cada sentencia sin más, cada paso hasta llegar; contra corriente es mucho más difícil nadar y los kilómetros deben de agotar mucho más. Restañar las quiebras, clausurar etapas caducadas; avanzar sin miedo hacia el cierre de cada ciclo iniciado no era una tarea fácil. Por eso, arriesgar tenía su recompensa, y no hacerlo su castigo; por fin me he enterado de que todo premio cotizaba alto en el mercado de los precios; nada sale gratis, todo requiere por anticipado un servicio. Por eso, para ellos, mi admiración sin resquicios; y, para mí, el arrepentimiento, la cobardía, los deseos incumplidos; y muchos más sarpullidos.
Dicen, de hecho, que ese, y no el partido, sería el camino original; el que va y viene, y además sin renunciar al medio de transporte escogido para empezar. El camino originario, el más antiguo, el de veras no debía de permitir ponerle motor a los pies, ni tampoco ser suspendido a mitad de recorrido sin justificación; posiblemente ni siquiera contemplara ponerse botas de marca, ni gore-tex. La única excusa, tal vez, sería dejar de respirar, y ni eso quizás. No creo, por otra parte, que por entonces habría puesto ya la Renfe su red de ferrocarriles al servicio del peregrinaje..., ya fueran cierto las opiniones cristianas que datan sus principios allí por el 813, ya lo fueran las paganas que las disponen mucho antes.
Para asimilar el contenido de la ida, para no dejar boquetes incongruentes, acabarlo allí donde se hubo comenzado, y empezarlo allí donde tendría que ser finiquitado; empalmar cabos para que no se interrumpa el fluido, no empezar uno nuevo sin haber concluido el anterior; ir dejando todo bien zanjado. Ya no me cabe ninguna duda, tendría que estar retornando, y no aquí muerto de envidia viendo pasar a otros individuos, que creyéndose peregrinos, también serán peregrinos a medias... La mayoría tampoco se darán la vuelta.
Acostumbrarse a aceptar el dolor, que más que esfuerzo requeriría el ejercicio estoico frente a la agonía; no hacer nada para que, con gran paciencia, el tiempo vaya poniéndolo todo en su lugar; dejar que se fuera ejecutando puntualmente cada sentencia sin más, cada paso hasta llegar; contra corriente es mucho más difícil nadar y los kilómetros deben de agotar mucho más. Restañar las quiebras, clausurar etapas caducadas; avanzar sin miedo hacia el cierre de cada ciclo iniciado no era una tarea fácil. Por eso, arriesgar tenía su recompensa, y no hacerlo su castigo; por fin me he enterado de que todo premio cotizaba alto en el mercado de los precios; nada sale gratis, todo requiere por anticipado un servicio. Por eso, para ellos, mi admiración sin resquicios; y, para mí, el arrepentimiento, la cobardía, los deseos incumplidos; y muchos más sarpullidos.
Dicen, de hecho, que ese, y no el partido, sería el camino original; el que va y viene, y además sin renunciar al medio de transporte escogido para empezar. El camino originario, el más antiguo, el de veras no debía de permitir ponerle motor a los pies, ni tampoco ser suspendido a mitad de recorrido sin justificación; posiblemente ni siquiera contemplara ponerse botas de marca, ni gore-tex. La única excusa, tal vez, sería dejar de respirar, y ni eso quizás. No creo, por otra parte, que por entonces habría puesto ya la Renfe su red de ferrocarriles al servicio del peregrinaje..., ya fueran cierto las opiniones cristianas que datan sus principios allí por el 813, ya lo fueran las paganas que las disponen mucho antes.
Para asimilar el contenido de la ida, para no dejar boquetes incongruentes, acabarlo allí donde se hubo comenzado, y empezarlo allí donde tendría que ser finiquitado; empalmar cabos para que no se interrumpa el fluido, no empezar uno nuevo sin haber concluido el anterior; ir dejando todo bien zanjado. Ya no me cabe ninguna duda, tendría que estar retornando, y no aquí muerto de envidia viendo pasar a otros individuos, que creyéndose peregrinos, también serán peregrinos a medias... La mayoría tampoco se darán la vuelta.
Como dice el dicho: Rectificar es de sabios.
ResponderEliminarComo tu lo eres el Universo te dará la oportunidad de ir rectificando.
Un abrazo.
Volver en un medio de transporte, fué un imprevisto (leí hace días). Un imprevisto necesario que debía ser cumplido en una fecha concreta...
ResponderEliminarNo veo cobardes, el arrepentimiento me sobra. Hiciste lo que había que hacer en ese momento. Aquí no cabe la mala conciencia, ni hay sitio para el sentimiento de culpa. A nadie hiciste mal.
Y siempre, habrá un tiempo para reemprender.
Ánimo Peregrino.
Todo es por algo peregrino, no existen las casualidades, estabas en el lugar correcto y en el momento preciso, haciendo lo adecuado.
ResponderEliminarAsí lo veo yo.
Abrazos!!!