¿Algún día tal vez? Alergias a tutiplén, por no estar donde me apetece estar, por tener mi mente allí y acullá; por volverme a excusar, la culpa la tiene la imposibilidad. ¡No puedo! ¿Y ya está? En realidad yo lo sé, no debo de querer. Pero..., ¿por qué? ¿Por qué he de hacer lo que hay que hacer? “Hay que...” delata mi incapacidad, hacer porque sí, o no hacerlo porque no; para hacer y no hacer, en este mundo que defiende a capa y espada la decisión individual de cada cual, pero..., ¿quién decidió?
La rutina me contagió... Vicios de virtuosos acomplejados como yo; oculto, escondido detrás de excusas de papel. De papel, y digo bien. Fui un niño aplicado, lo sé; que nunca supo jugar porque el juego que aprendí imponía, sutilmente claro está, obedecer. Aquel juego mezquino que la teoría me hizo hacer creer, a la que yo me resigné. Virtuosos, genios; personas normales, normadas. ¿Y aún me cuestiono el porqué?
Desde que regresé, hace siete días ya, no han dejado de pasar personas por este bar, unas han entrado, otras han pasado de largo; no he dejado de preguntarme... ¿Qué coño hacen todos esos ahí? Manos nerviosas que barajan naipes a la carrera, copas teñidas de los variados colores de los alcoholes con los que están rellenas y que se vacían enseguida con parsimonia supuesta, apuestas a favor del ganador, discusiones por los errores, y por los aciertos no favorables, por los favores hechos, por los no cobrados; porque todos estáis equivocados. Señoras y señores que pasan por delante de la puerta paseando sus prisas para llegar a ningún sitio, mirando sin mirar nada con esas miradas perdidas en un objetivo lejano; mucho más allá de donde quieran llevarles sus zapatos.
Estos jugadores de partidas no se divierten, no hacen más que gritar sus iras. El juego cuando compite, y se convierte en paladín de frustraciones propias se fundamenta en el resultado perfecto en cada intento; ludopatía atroz, sin rubor; ruborizados porque no lo lograron... ¿Qué era lo que habían apostado?, les falta, me falta, la diversión. En siete días, por cierto, no ha dejado de sonar la tonadilla de la máquina tragaperras, y el mismo soniquete del retrete de los que no dejan de jugar. ¡Y es que huele tan mal!
Quiero volar, quiero salir de aquí, quiero jugar y conjugar el verbo disfrutar; dividirme, equivocarme, dejar de tropezar contra la misma piedra; cometer errores a tropel. ¡Qué fácil es complicarse la vida otra vez! Sabía que me arrepentiría, aposté a caballo ganador y perdí, por unos pocos euros, por un compromiso, por no sé qué. Sé que no lo tuve que hacer pero el 18 de Junio yo estaba aquí, asumiendo el compromiso adquirido, para no faltar a la palabra dada, como había quedado. Cumplí y, por ello, ahora lloro en silencio mi fracaso.
La rutina me contagió... Vicios de virtuosos acomplejados como yo; oculto, escondido detrás de excusas de papel. De papel, y digo bien. Fui un niño aplicado, lo sé; que nunca supo jugar porque el juego que aprendí imponía, sutilmente claro está, obedecer. Aquel juego mezquino que la teoría me hizo hacer creer, a la que yo me resigné. Virtuosos, genios; personas normales, normadas. ¿Y aún me cuestiono el porqué?
Desde que regresé, hace siete días ya, no han dejado de pasar personas por este bar, unas han entrado, otras han pasado de largo; no he dejado de preguntarme... ¿Qué coño hacen todos esos ahí? Manos nerviosas que barajan naipes a la carrera, copas teñidas de los variados colores de los alcoholes con los que están rellenas y que se vacían enseguida con parsimonia supuesta, apuestas a favor del ganador, discusiones por los errores, y por los aciertos no favorables, por los favores hechos, por los no cobrados; porque todos estáis equivocados. Señoras y señores que pasan por delante de la puerta paseando sus prisas para llegar a ningún sitio, mirando sin mirar nada con esas miradas perdidas en un objetivo lejano; mucho más allá de donde quieran llevarles sus zapatos.
Estos jugadores de partidas no se divierten, no hacen más que gritar sus iras. El juego cuando compite, y se convierte en paladín de frustraciones propias se fundamenta en el resultado perfecto en cada intento; ludopatía atroz, sin rubor; ruborizados porque no lo lograron... ¿Qué era lo que habían apostado?, les falta, me falta, la diversión. En siete días, por cierto, no ha dejado de sonar la tonadilla de la máquina tragaperras, y el mismo soniquete del retrete de los que no dejan de jugar. ¡Y es que huele tan mal!
Quiero volar, quiero salir de aquí, quiero jugar y conjugar el verbo disfrutar; dividirme, equivocarme, dejar de tropezar contra la misma piedra; cometer errores a tropel. ¡Qué fácil es complicarse la vida otra vez! Sabía que me arrepentiría, aposté a caballo ganador y perdí, por unos pocos euros, por un compromiso, por no sé qué. Sé que no lo tuve que hacer pero el 18 de Junio yo estaba aquí, asumiendo el compromiso adquirido, para no faltar a la palabra dada, como había quedado. Cumplí y, por ello, ahora lloro en silencio mi fracaso.
¿Porqué a veces tengo la sensación de que vivo una vida prestada? ¿Prestada por quién? Otras veces, tan solo un peón en el tablero al servicio de no se qué. Unas pocas, cuando me atrevo...reina y señora del universo, fluyendo con él. Y si esto es lo que deseo, ¿de qué depende que regrese una y otra vez al redil seguro y cómodo? ¿porqué?, ¿porqué?, ¿porqué? si así no me siento bien.
ResponderEliminar"Señoras y señores que pasan por delante de la puerta paseando sus prisas para llegar a ningún sitio, mirando sin mirar nada con esas miradas perdidas en un objetivo lejano; mucho más allá de donde quieran llevarles sus zapatos..."Copié literalmente ésto que escribiste, porque para mí resume lo que estás sintiendo, Ángel mío, yo pasé por lo que tú, hace unos años...pero vale la pena lo que se viene!...espero?
ResponderEliminarAbrazos!
hola amigo muchisimas gracias por tu comentario en poetas,lo que lei aca me gusto...y te estoy siguiendo por marcadores,o favoritos,hace un tiempo...es una novela?
ResponderEliminarlidia-la escriba