Al mediodía el café y la partida, para los maridos. El primer día había echado de menos a sus esposas, por la mañana. Dudé, me pregunté si habrían cambiado las costumbres durante mi ausencia. Eran protocolos establecidos que se habían mantenido durante años,y me habría extrañado... Una chispa de esperanza me había hurgado por dentro por un momento, ¿estaríamos aún a tiempo? Un instante, lo que tardé en preguntarle a la camarera, enseguida me puso al día... Hasta que llegue el otoño y, con la caída de las hojas, la escuela, el punto de reunión se trasladaba a las piscinas, como todos los años.
Los mismos ritos por lo tanto, aunque cumpliendo un ciclo más amplio. Por estas fechas, también era obligado; por inercia, se siguen haciendo las cosas, como el resto de año. Porque no había más remedio, encadenadas a la disciplina férrea de acudir a las mismas quejas...; durante el verano, y de vacaciones, remojadas, vuelta y vuelta bajo el sol; tarde, mediodía y mañana. También eso formaba parte del hábito del que costaría despojarnos, ni siquiera nos lo habríamos propuesto por lo que pudiera haber pasado; no estábamos contentos, pero y eso... ¿a quién le importaría? Artificios disfrazados de espontaneidad; impregnaban el ambiente y todo aquello parecía natural. En este contexto, hasta la mismísima Naturaleza parecía extranjera en su propio local; la hacienda es la hacienda, y que no se hable más. Una piscina, como un bonsai; árboles y charcas diminutas que parecen la verdad.
Como esa mujer que apenas puede avanzar, arrastra sus zapatillas de paño retorcidas en torno a sus tobillos maltrechos, por tan maltrecha y retorcida vida, por la fuerza de la inercia. ¿Por qué iba a ser, si no? Se apoya en el brazo de su marido jorobado, seguramente por tener que soportar la inutilidad de los dos. Una pareja anciana, los mismos viejos que habrían estado pasando media vida por delante de la misma ventana, la misma ventana por la que yo no he dejado de mirar durante estos últimos tres años; me ha hecho dudar también de mi capacidad. Habrían subido y bajado la misma cuesta cada día pero yo no me había fijado jamás. ¡Vaya sorpresa, al verlos pasar! No tienen buena cara, en realidad no la tuvieron nunca, de eso sí que me acuerdo. Me asustaba el mal genio de ambos, eran un par de amargados amargándose la existencia al compás, a sí mismos y hasta a la madre que les parió. Ya ni siquiera son capaces de amagar aquella colección de insultos que acostumbraban a intercambiar y que, de crío, me hacían sentir tan mal.
Adversarios obligados a soportarse, fingieron convivir bajo el mismo techo pero no dejaron de escupirse a la cara sus impotencias. Se peleaban por conveniencia, no debe ser fácil repartirse una apariencia postiza; más que convivencia, guerra de guerrillas entre intereses contrapuestos. La lucha continua les debió mantener despiertos; o, tal vez, les anestesiara proporcionándoles el aliento para no asfixiarse en tan hedionda zozobra. Creo que ellos tampoco se atrevieron a romper las normas, y creo que ellos también decidieron que los sueños no eran más que sueños. Creo que ellos dejaron pasar de largo el instante en que yo me encuentro.
Traspasaron el umbral del ruido, y se les apagaron los oídos; y los gritos se transformaron en susurros advenedizos; y los insultos les parecieran halagos, y los halagos ya no fueron necesarios. Se había extinguido el fuego encendido de sus miradas, y pareciera que aquellos alaridos desgañitados, ya también viejos como ellos, hubiesen huido surcando sus mejillas tristes, desde aquella oportunidad que les había dado el destino de dejar de ser un proyecto de viejos agrios. ¡Hacía ya tantos años...! Ya no se escupen nada más que el reflejo de lo que nunca fueron; la indiferencia mutua trabajada con denuedo inusitado, tras tantos años de ruina contenida, de resistencia a lo que la naturaleza ya les había otorgado... Cada uno considera que el otro le ha arruinado la vida.
No puedo soportarlo, aún debo de estar a tiempo, pero me cuesta tanto. Yo también me siento forastero, en mi hogar ya no soy uno más; preso en esta caja de cristal; mi casa, un pueblo, la cárcel fatal. Aquí, también en el bar, el fuego ha dejado de caldear el ambiente, y me abrasa por dentro no ser capaz de azuzarlo a mi voluntad. Encerrados en su sordera, nadie quiere escuchar; hablan todos a la vez, monólogos contra tres o cuatro monólogos más que no saben conversar.
Un árbol, un bosque, visitarlo, eso parece aquí lo extraordinario, lo que hasta hace poco menos de una semana, era mi rito cotidiano... Y poco más me hacía falta.
Los mismos ritos por lo tanto, aunque cumpliendo un ciclo más amplio. Por estas fechas, también era obligado; por inercia, se siguen haciendo las cosas, como el resto de año. Porque no había más remedio, encadenadas a la disciplina férrea de acudir a las mismas quejas...; durante el verano, y de vacaciones, remojadas, vuelta y vuelta bajo el sol; tarde, mediodía y mañana. También eso formaba parte del hábito del que costaría despojarnos, ni siquiera nos lo habríamos propuesto por lo que pudiera haber pasado; no estábamos contentos, pero y eso... ¿a quién le importaría? Artificios disfrazados de espontaneidad; impregnaban el ambiente y todo aquello parecía natural. En este contexto, hasta la mismísima Naturaleza parecía extranjera en su propio local; la hacienda es la hacienda, y que no se hable más. Una piscina, como un bonsai; árboles y charcas diminutas que parecen la verdad.
Como esa mujer que apenas puede avanzar, arrastra sus zapatillas de paño retorcidas en torno a sus tobillos maltrechos, por tan maltrecha y retorcida vida, por la fuerza de la inercia. ¿Por qué iba a ser, si no? Se apoya en el brazo de su marido jorobado, seguramente por tener que soportar la inutilidad de los dos. Una pareja anciana, los mismos viejos que habrían estado pasando media vida por delante de la misma ventana, la misma ventana por la que yo no he dejado de mirar durante estos últimos tres años; me ha hecho dudar también de mi capacidad. Habrían subido y bajado la misma cuesta cada día pero yo no me había fijado jamás. ¡Vaya sorpresa, al verlos pasar! No tienen buena cara, en realidad no la tuvieron nunca, de eso sí que me acuerdo. Me asustaba el mal genio de ambos, eran un par de amargados amargándose la existencia al compás, a sí mismos y hasta a la madre que les parió. Ya ni siquiera son capaces de amagar aquella colección de insultos que acostumbraban a intercambiar y que, de crío, me hacían sentir tan mal.
Adversarios obligados a soportarse, fingieron convivir bajo el mismo techo pero no dejaron de escupirse a la cara sus impotencias. Se peleaban por conveniencia, no debe ser fácil repartirse una apariencia postiza; más que convivencia, guerra de guerrillas entre intereses contrapuestos. La lucha continua les debió mantener despiertos; o, tal vez, les anestesiara proporcionándoles el aliento para no asfixiarse en tan hedionda zozobra. Creo que ellos tampoco se atrevieron a romper las normas, y creo que ellos también decidieron que los sueños no eran más que sueños. Creo que ellos dejaron pasar de largo el instante en que yo me encuentro.
Traspasaron el umbral del ruido, y se les apagaron los oídos; y los gritos se transformaron en susurros advenedizos; y los insultos les parecieran halagos, y los halagos ya no fueron necesarios. Se había extinguido el fuego encendido de sus miradas, y pareciera que aquellos alaridos desgañitados, ya también viejos como ellos, hubiesen huido surcando sus mejillas tristes, desde aquella oportunidad que les había dado el destino de dejar de ser un proyecto de viejos agrios. ¡Hacía ya tantos años...! Ya no se escupen nada más que el reflejo de lo que nunca fueron; la indiferencia mutua trabajada con denuedo inusitado, tras tantos años de ruina contenida, de resistencia a lo que la naturaleza ya les había otorgado... Cada uno considera que el otro le ha arruinado la vida.
No puedo soportarlo, aún debo de estar a tiempo, pero me cuesta tanto. Yo también me siento forastero, en mi hogar ya no soy uno más; preso en esta caja de cristal; mi casa, un pueblo, la cárcel fatal. Aquí, también en el bar, el fuego ha dejado de caldear el ambiente, y me abrasa por dentro no ser capaz de azuzarlo a mi voluntad. Encerrados en su sordera, nadie quiere escuchar; hablan todos a la vez, monólogos contra tres o cuatro monólogos más que no saben conversar.
Un árbol, un bosque, visitarlo, eso parece aquí lo extraordinario, lo que hasta hace poco menos de una semana, era mi rito cotidiano... Y poco más me hacía falta.
Ahora comenzarás a observar todo con ojos nuevos... de situaciones que no son tan nuevas, los viejos con el reflejo de lo que nunca han sido...el barrio...el bar los amigos...el paisaje, todo está igual, sos vos el que ha cambiado.
ResponderEliminarenhorabuena peregrino, cuando observamos las cosas que antes nos parecían normales y ahora parecen tonterias sin sentido, estamos activando la brújula del despertar!!
Abrazos!
Hola peregrino buen camino el realizado sentirse forastero en la propia casa cambios se han relizado.
ResponderEliminarNos pasa a muchos y ciertamente activa.
Desde el hospital que tengo guadia y tambien con los de siempre me siento forastera.
Riso abrazos Mariajo