Cuentas pendientes, saldar las deudas o pagarlas por anticipado sirviendo... Siendo siervo, ofreciéndome había desencadenado el resto, todo esto que me cuento para darme cuenta de lo que siento, de lo que no he sentido, de lo que quiero; y, sobre todo, de lo que no me he atrevido a querer, escudado tras la excusa del no puedo. Por no haberme ofrecido hace mucho tiempo y por ser mezquino, posiblemente, habría forzado a la vida a ponerme contra la espada y la pared, a su pesar, incluso contra su voluntad, por mi mala cabeza, por la falta de determinación para completar mi función...
Por no hacerle caso al corazón en el momento oportuno; y por no hacerle caso en cada una de las múltiples ocasiones en que se habían repetido sus llamadas lastimeras, cada vez más asustadas, cada vez más fieras. ¿Desde cuándo?, ya ni recuerdo una existencia exenta de sufrimiento y quejas, de desgracias complejas; de desenlaces funestos, nefastos; crueles como mi propio sombrero. Aun así tuvo piedad quien dirija todo este cotarro para enviarme aquella enfermedad acompañada de la solución que me sacara del entuerto. Llegaron de la mano acción y reacción sin necesidad de la aportación que, definitivamente, no habría sido capaz de disponer yo.
“El kamino de retorno”; aquel libro que había cambiado en el albergue de Santiago por otro que yo había ido paseando sin ocasión de ser leído. El oasis que deseaba, en el desierto de arena, árido y seco, un cauce de agua fresca; el espejo donde me podría haber mirado antes incluso de verme reconocido en el reflejo de la ventana del tren que me trajera de regreso a casa. No supe escuchar la buena nueva, y el espejo se quedó en espejismo...; por todo lo que debía hacer, por los deberes establecidos que habían quedado aparcados durante poco más de cuatro semanas; porque enseguida había olvidado lo que apenas poco antes acababa de aprender. No soy capaz de recordar el nombre de aquel albergue, pero algo tendría que ver con el agua; el camino no tiene más que piedras; pero quizás la piedra tenga algo de líquido elemento. Agua para beber, la roca que sustenta mis cimientos. En aquel rincón de Galicia creo que estaba la llave de este mundo que aún me desconcierta tanto.
¿Tendré que retornar? ¿Tendría que volverlo a empezar? Tal vez no todo se limite a andar, seguramente no se fundamente en caminar. ¿Volviendo a casa o en casa también sería capaz? Asimilar; paciencia, aceptar. Continuar, ¿pero por qué no sería posible en el tren? ¿Avanzar aun en la vida normal? ¿No tener principio ni final? ¿Estará el regreso en el interior, esté donde esté el exterior? ¿Qué es un peregrino? ¿Qué es el Camino? ¿La ida y la vuelta? Preguntas sin respuestas, quizás esa sea la clave...
La respuesta, porque la pregunta ya venga de serie, como defecto de fabricación... Porque las preguntas ya las llevemos puestas. La respuesta... ¿Cuál será? Una encuesta, una sucesión de cuestas... Arriba y abajo; arriba y abajo... Uno, dos, tres... Cientos de ovejas... Me duermo... Hasta mañana si Dios quiere... Recuerdo, olvido, siento... ¿Cuántas llevo? Silencio, no más preguntas... No más dudas, no más miedos.
¿Ocho años? ¿O eran nueve? ¿Y qué añadiría o restaría a la agonía si tuviera treinta años, o cuarenta y nueve, cuando aquel cáncer inoportuno postró todo mi orgullo para humillado ser sumiso?... Lo que quisiera el hado y el sino... ¿Que también son lo mismo? Hado, sino, azar, destino... Un camino, retornos fracasados o regresos certeros, huellas y vías de hierro. Desatinos...
Por no hacerle caso al corazón en el momento oportuno; y por no hacerle caso en cada una de las múltiples ocasiones en que se habían repetido sus llamadas lastimeras, cada vez más asustadas, cada vez más fieras. ¿Desde cuándo?, ya ni recuerdo una existencia exenta de sufrimiento y quejas, de desgracias complejas; de desenlaces funestos, nefastos; crueles como mi propio sombrero. Aun así tuvo piedad quien dirija todo este cotarro para enviarme aquella enfermedad acompañada de la solución que me sacara del entuerto. Llegaron de la mano acción y reacción sin necesidad de la aportación que, definitivamente, no habría sido capaz de disponer yo.
“El kamino de retorno”; aquel libro que había cambiado en el albergue de Santiago por otro que yo había ido paseando sin ocasión de ser leído. El oasis que deseaba, en el desierto de arena, árido y seco, un cauce de agua fresca; el espejo donde me podría haber mirado antes incluso de verme reconocido en el reflejo de la ventana del tren que me trajera de regreso a casa. No supe escuchar la buena nueva, y el espejo se quedó en espejismo...; por todo lo que debía hacer, por los deberes establecidos que habían quedado aparcados durante poco más de cuatro semanas; porque enseguida había olvidado lo que apenas poco antes acababa de aprender. No soy capaz de recordar el nombre de aquel albergue, pero algo tendría que ver con el agua; el camino no tiene más que piedras; pero quizás la piedra tenga algo de líquido elemento. Agua para beber, la roca que sustenta mis cimientos. En aquel rincón de Galicia creo que estaba la llave de este mundo que aún me desconcierta tanto.
¿Tendré que retornar? ¿Tendría que volverlo a empezar? Tal vez no todo se limite a andar, seguramente no se fundamente en caminar. ¿Volviendo a casa o en casa también sería capaz? Asimilar; paciencia, aceptar. Continuar, ¿pero por qué no sería posible en el tren? ¿Avanzar aun en la vida normal? ¿No tener principio ni final? ¿Estará el regreso en el interior, esté donde esté el exterior? ¿Qué es un peregrino? ¿Qué es el Camino? ¿La ida y la vuelta? Preguntas sin respuestas, quizás esa sea la clave...
La respuesta, porque la pregunta ya venga de serie, como defecto de fabricación... Porque las preguntas ya las llevemos puestas. La respuesta... ¿Cuál será? Una encuesta, una sucesión de cuestas... Arriba y abajo; arriba y abajo... Uno, dos, tres... Cientos de ovejas... Me duermo... Hasta mañana si Dios quiere... Recuerdo, olvido, siento... ¿Cuántas llevo? Silencio, no más preguntas... No más dudas, no más miedos.
¿Ocho años? ¿O eran nueve? ¿Y qué añadiría o restaría a la agonía si tuviera treinta años, o cuarenta y nueve, cuando aquel cáncer inoportuno postró todo mi orgullo para humillado ser sumiso?... Lo que quisiera el hado y el sino... ¿Que también son lo mismo? Hado, sino, azar, destino... Un camino, retornos fracasados o regresos certeros, huellas y vías de hierro. Desatinos...
Primero voy a decirte que tu sombrero no es cruel... es bello, después que la culpa no sirve de mucho, yo diría que de nada, pero en ocasiones es inevitable que se establezca en nuestro corazón, y sabés que?
ResponderEliminarNo creo en el destino.
El Peregrino y el Camino son UNO!
Que duermas bien... Dios mediante.
Abrazos