Por todo ello y por aquella promesa que había dejado sobre la mesa... He querido completar una de esas rondas de reconocimiento que aún tenía a medias en la agenda. Para que la fortuna empezase a girar a mi favor, porque creía haber comprendido su función, para que no se parara el ventilador. ¿Otra rueda del montón...? Una de las muchas pequeñas, minúsculas, apenas perceptibles, que amarradas a otras más grandes estaban encargadas de impulsar el complejo engranaje que tendría que mantener en movimiento mi reloj. Otra cuenta más que añadir al rosario para animar a golpe de oración a la confabulación universal para que comenzase, de una vez por todas, a confabular a mi favor. Para darle otro empujón, un elemento fundamental para derrotar a mi maldita y tenaz superstición.
Vereda vital, pilar y cimiento en el que se apoyó la prórroga de mi existencia concupiscente tiempo atrás; más antigua que el mismísimo Camino, otro recorrido singular. Hacía ya ocho años de todo aquello, o al menos haría ocho años desde que yo habría tomado conciencia del lío en que estaba metido. El Camino de Santiago y el feliz cambalache que refiero, ¿cuál a cuál comprende? ¿cuál sería el primero? ¿cuál consecuencia de cuál? La rueda de la fortuna había sujetado todas las sendas para que no me dirigieran de momento al sepulcro pagano que me habría de tocar en suerte en el desenlace fatal. Otro ciclo que aún no se tendría que cerrar, porque antes habría unos cuantos más que clausurar. Aún tenía que aprender a acabar. Tenía una deuda pendiente y hoy por fin estaba decidido... Hoy la saldaría sin esperar a nada más.
Por todo esto y por aquella promesa... Más vale pedir perdón que pedir permiso. El viernes tenía que ser el día elegido, porque los viernes era cuando esa señora acostumbraba, cada seis meses más o menos, para ajustar cuentas conmigo y dictar la siguiente sentencia. Otra cita ineludible como aquella por la que había guardado una jornada de descanso en medio del camino, al pasar por al lado de mi casa.
Vereda vital, pilar y cimiento en el que se apoyó la prórroga de mi existencia concupiscente tiempo atrás; más antigua que el mismísimo Camino, otro recorrido singular. Hacía ya ocho años de todo aquello, o al menos haría ocho años desde que yo habría tomado conciencia del lío en que estaba metido. El Camino de Santiago y el feliz cambalache que refiero, ¿cuál a cuál comprende? ¿cuál sería el primero? ¿cuál consecuencia de cuál? La rueda de la fortuna había sujetado todas las sendas para que no me dirigieran de momento al sepulcro pagano que me habría de tocar en suerte en el desenlace fatal. Otro ciclo que aún no se tendría que cerrar, porque antes habría unos cuantos más que clausurar. Aún tenía que aprender a acabar. Tenía una deuda pendiente y hoy por fin estaba decidido... Hoy la saldaría sin esperar a nada más.
Por todo esto y por aquella promesa... Más vale pedir perdón que pedir permiso. El viernes tenía que ser el día elegido, porque los viernes era cuando esa señora acostumbraba, cada seis meses más o menos, para ajustar cuentas conmigo y dictar la siguiente sentencia. Otra cita ineludible como aquella por la que había guardado una jornada de descanso en medio del camino, al pasar por al lado de mi casa.
Ocho años. Rueda la rueda.
ResponderEliminarLo primero siempre es lo primero, y la rueda tiene que seguir rodando, y nosotros apartando piedras y obstáculos de su camino, para que siga girando muchos más años, y años, y años, y años...
Beso.
Y sí, peregrino si hay que poner orden y saldar cuentas, no hay mas remedio que poner el pecho a las balas!
ResponderEliminarLlevas chaleco?
Abrazos!