Le busco el sentido a todo lo acontecido, pero mi memoria apenas me devuelve un sueño. ¡Qué pronto se olvida el recuerdo!, ¿será que el camino realizado ya fue pasado, y que en el pasado haya que abandonarlo? Momentos remotos que acontecieron hace poco; lo que concluyó ayer, y lo que había empezado hacía un año; hoy parece separarme la misma distancia, desde este un punto intermedio, ambiguo... Parecen fantasmas, como aquellas siluetas rasgadas por la niebla y que, entre los bosques de O'Cebreiro, asomaban y se escondían... Tampoco habrían permitido ser atrapados por mis garras, pasara lo que pasara.
¿Qué les voy a contar a mis amigos? ¿Qué experiencias relataría? Querrán conocer peripecias extraordinarias, que les hable de gente interesante, como aquellos iluminados de los que a mí me habían hablado cuando yo tampoco sabía de que se trataba. No se me ocurre nada interesante, y lo peor de todo es que no tengo ganas. Ni siquiera he sacado unas cuantas fotografías que demuestren mis fantasías cristalizadas. Prados verdes, y bosques de árboles enormes; pensamientos mecidos por al aroma de eucaliptos esbeltos; una mirada tranquila perdida en el firmamento, acariciando las hojas alargadas que los coronan; sombras que se diluyen perforando el firmamento, azul cielo, en las mismas narices de San Pedro. Caminos empapados por las lluvias perpetuas. Los torrentes que desatascaron mis venas, venas que estaban obstruidas por problemas cotidianos, que no lo eran tanto. Pueblos que huelen a mierda. Vacas y ovejas gallegas cagando boñigas y pelotillas; que mala costumbre la suya... pastar, cada día, en sus montes. Abuelos y abuelas, en zapatillas de paño acarreando leña por todas aquellas cuestas. Perros ladrando moviendo de lado a lado su rabo contento a mi paso.
¡Son mundos tan diferentes...!, existencias paralelas, aferrados a distintos ritmos; destinos que me dieron la mano de vez en cuando; a unos cuantos, vecinos, me aferré por estar próximos en el espacio; a pesar de las voluntades, a pesar de las circunstancias, porque me salía de las entrañas... Somos un par de extranjeros, por fin lo entiendo... Hablamos cada cual un idioma diferente, los esfuerzos de traducciones inconexas no serán suficiente para explicar el mensaje... ahora hay demasiada distancia entre nuestras ampollas. Un par de caminos, por tanto, que creyeron compartir una línea; el mío discurría en zigzag, se encontraron en un punto por ello, perpendiculares en realidad... Varios cruces habituales que cada vez se alejan más, muchos encuentros casuales que ya tienen que ser causales si se quieren dar... Cada vez menos frecuentes, cada vez más forzados... El protocolo había podido a la espontaneidad; ya nada salía del corazón, porque razones tiene el ser adulto para olvidar lo que le satisface de verdad.
Así tiene que ser, lo sé; no se si he sido yo, o hemos sido los dos... Sin apenas decirme nada, lo sentí tenso y descontento; sin saber de que hablar con él, desconcertado. Ahora comprendo porque no fui capaz de conversar fluido con aquel amigo mío aquel día, por teléfono... Andando no acontece nada extraordinario, sino sucesivamente, uno tras otro, los mismos pasos.
Ningún amigo, conocidos que dejarían de serlo en un futuro cercano; hoy mismo o mañana temprano; como mucho en un par de semanas. Aquella coreana, de facciones risueñas perpetuas; hasta ayer no había fruncido el ceño para llorar desconsolada. Se había apagado su mirada habitualmente iluminada; ya no era la misma, algo se le estaba muriendo por dentro; se había roto su cuento de hadas. Sus ojos rasgados callaban, porque no quería decir nada; o quizás hablaran más claro que jamás lo hubieran hecho... Hasta ayer, en la Plaza del Obradoiro, no habríamos cruzado más de tres palabras en dos semanas de bastantes encuentros fugaces; porque yo no entendía coreano, porque ella justo chapurreaba un inglés espartano; por la diferencia de culturas, porque...
Detalles insustanciales, que pasan desapercibidos para el día a día. Más gestos, símbolos sembrados en el camino a los que es difícil prestar atención por ser más de lo mismo. Encima de la mesilla de noche, al lado de la primera cama que han catado mis huesos en las últimas tres semanas; entre las páginas del libro que había empezado a leer anoche, para indicar el punto en el que había dejado la lectura. Un cordel amarillo trenzado a mano que asoma entre las dos páginas que lo aplastan. Un libro, de todos yo era el lector empedernido... No me esperaba ser uno de los afortunados, no creía que se fijara tanto, quizás fuera pura casualidad. Había sido el agraciado con uno de los cuatro objetos que había traído a España para regalárselo a quien fuera merecedor de ello... Me había reservado el marcador de páginas. ¿Cómo explicaría, a mi regreso, lo que por esa desconocida de rasgos chinescos estoy sintiendo? Mejor me callo todo esto, por supuesto.
¿Qué les voy a contar a mis amigos? ¿Qué experiencias relataría? Querrán conocer peripecias extraordinarias, que les hable de gente interesante, como aquellos iluminados de los que a mí me habían hablado cuando yo tampoco sabía de que se trataba. No se me ocurre nada interesante, y lo peor de todo es que no tengo ganas. Ni siquiera he sacado unas cuantas fotografías que demuestren mis fantasías cristalizadas. Prados verdes, y bosques de árboles enormes; pensamientos mecidos por al aroma de eucaliptos esbeltos; una mirada tranquila perdida en el firmamento, acariciando las hojas alargadas que los coronan; sombras que se diluyen perforando el firmamento, azul cielo, en las mismas narices de San Pedro. Caminos empapados por las lluvias perpetuas. Los torrentes que desatascaron mis venas, venas que estaban obstruidas por problemas cotidianos, que no lo eran tanto. Pueblos que huelen a mierda. Vacas y ovejas gallegas cagando boñigas y pelotillas; que mala costumbre la suya... pastar, cada día, en sus montes. Abuelos y abuelas, en zapatillas de paño acarreando leña por todas aquellas cuestas. Perros ladrando moviendo de lado a lado su rabo contento a mi paso.
¡Son mundos tan diferentes...!, existencias paralelas, aferrados a distintos ritmos; destinos que me dieron la mano de vez en cuando; a unos cuantos, vecinos, me aferré por estar próximos en el espacio; a pesar de las voluntades, a pesar de las circunstancias, porque me salía de las entrañas... Somos un par de extranjeros, por fin lo entiendo... Hablamos cada cual un idioma diferente, los esfuerzos de traducciones inconexas no serán suficiente para explicar el mensaje... ahora hay demasiada distancia entre nuestras ampollas. Un par de caminos, por tanto, que creyeron compartir una línea; el mío discurría en zigzag, se encontraron en un punto por ello, perpendiculares en realidad... Varios cruces habituales que cada vez se alejan más, muchos encuentros casuales que ya tienen que ser causales si se quieren dar... Cada vez menos frecuentes, cada vez más forzados... El protocolo había podido a la espontaneidad; ya nada salía del corazón, porque razones tiene el ser adulto para olvidar lo que le satisface de verdad.
Así tiene que ser, lo sé; no se si he sido yo, o hemos sido los dos... Sin apenas decirme nada, lo sentí tenso y descontento; sin saber de que hablar con él, desconcertado. Ahora comprendo porque no fui capaz de conversar fluido con aquel amigo mío aquel día, por teléfono... Andando no acontece nada extraordinario, sino sucesivamente, uno tras otro, los mismos pasos.
Ningún amigo, conocidos que dejarían de serlo en un futuro cercano; hoy mismo o mañana temprano; como mucho en un par de semanas. Aquella coreana, de facciones risueñas perpetuas; hasta ayer no había fruncido el ceño para llorar desconsolada. Se había apagado su mirada habitualmente iluminada; ya no era la misma, algo se le estaba muriendo por dentro; se había roto su cuento de hadas. Sus ojos rasgados callaban, porque no quería decir nada; o quizás hablaran más claro que jamás lo hubieran hecho... Hasta ayer, en la Plaza del Obradoiro, no habríamos cruzado más de tres palabras en dos semanas de bastantes encuentros fugaces; porque yo no entendía coreano, porque ella justo chapurreaba un inglés espartano; por la diferencia de culturas, porque...
Detalles insustanciales, que pasan desapercibidos para el día a día. Más gestos, símbolos sembrados en el camino a los que es difícil prestar atención por ser más de lo mismo. Encima de la mesilla de noche, al lado de la primera cama que han catado mis huesos en las últimas tres semanas; entre las páginas del libro que había empezado a leer anoche, para indicar el punto en el que había dejado la lectura. Un cordel amarillo trenzado a mano que asoma entre las dos páginas que lo aplastan. Un libro, de todos yo era el lector empedernido... No me esperaba ser uno de los afortunados, no creía que se fijara tanto, quizás fuera pura casualidad. Había sido el agraciado con uno de los cuatro objetos que había traído a España para regalárselo a quien fuera merecedor de ello... Me había reservado el marcador de páginas. ¿Cómo explicaría, a mi regreso, lo que por esa desconocida de rasgos chinescos estoy sintiendo? Mejor me callo todo esto, por supuesto.
Creo que siempre es más importante el "con-quién"
ResponderEliminarque el "donde.."
Cuando ibas a salir hacia Santiago, te lo dije. ¿Recuerdas?
"Aunque quieras hacer tú solo ElCamino,ojalá,coincidas con alguien-especial para poder compartirlo."
Me alegró mucho saber que ha sido así.
.....
Qué bien contado está PEREGRINO.
Cada uno suele ver lo que lleva dentro; otros ven lo que van dejando por el camino.
ResponderEliminarPero que el camino no es una sola etapa, nos lo demuestra la vida.
Creo que he contestado a tu duda en "La llave del mundo", aunque puede que la respuesta no te valga porque es una opinión.