Me ha evocado el recuerdo de lo que era, de lo que fui, de lo que soy. Lo había olvidado; me siento extraño ensimismado, por primera vez repasando mi vida sin mirarme al ombligo. Durante muchos años, toda una vida, había sido el centro de mi atención permanente; escudo y combatiente. Sin temer daños colaterales, sin envidiar las virtudes ajenas, sin preguntarme por qué no estaría yo haciéndolo en su lugar y mucho mejor, sin pensar en las consecuencias de estar mirando sin complejos; no me reconozco. Desde el día que cargué con la mochila había empezado a aliviar mis pesares, a librarme de tantas penas que al corazón aún le aquejan, de las almorranas que sufría en silencio mi alma. ¡Qué bueno!, me siento satisfecho disfrutando del reflejo de ese espejo improvisado en la ventana. Es una realidad cierta, no son imaginaciones necias, es lo que siento.
¡Qué fácil había sido librarse de las facturas, de los compromisos y de los protocolos! Todos esos gastos imprescindibles que se habían delatado por sí solos..., ¡eran, son innecesarios! Tres calzoncillos, otros tantos pares de calcetines, las mismas camisetas, un trozo de jabón compartido por mi piel y la ropa sucia. Lo justo y necesario, muy bien colocado, muy comprimido, casi arrugado. Me he dado cuenta de la inutilidad del planchado. Mi casa a cuestas, empaquetada en poco más de 45 centímetros cúbicos. ¿Mi casa?, de mi casa apenas me he acordado; la eché de menos a ratos, pero esos ratos ya eran pasado. He deseado, es curioso, no poseer nada. ¡Si fuera capaz de vagar por el mundo por gusto...! En cuatro semanas de vida errante habían desaparecidos síntomas y obsesiones acumuladas durante cuarenta años.
Los paisanos me habían mostrado que ellos no necesitaban zapatos, ni artículos imprescindibles de calidad extraordinariamente cara. Y que la lluvia era su amiga, y que no les molestaba mojarse; su chubasquero de piel natural impermeable era mucho más eficaz que el mejor gore-tex del mercado. Armonía; viviendo y dejando vivir, a favor de cada bestia, porque de la naturaleza también eran parte; parte ellos y parte los animales. Partes, todas ellas, necesarias y dependientes del mismo conjunto. ¿Para qué pelearse con un ser superior? ¿Quién acabaría con su progenitor? Un desgraciado quizás, un cegato de esos que me volveré a encontrar al regresar a la civilización.
Un cegato como yo, siempre tarde, nunca a tiempo, y ese tren en movimiento, repitiendo su itinerario machacón; dando vueltas al mismo recorrido, girando a mi alrededor, repitiéndose hasta la extenuación. Y cada vez que llegara a la estación, de la misma estampa la repetición; allí le esperaba yo más puntual que el mismísimo reloj, y la sirena pitando su son para avisarme de que llegó. Siempre dispuesto, aparentemente presto, soñando escenas maravillosas de túneles iluminados y a oscuras... Volvía a pasar por delante de mis narices, habría derrochado otra ocasión. Fracasado, otro tren que no sería mi tren, el que llegase después; y a mis pies las mismas maletas repletas de muchos proyectos para un futuro remoto incierto. Proyectos que no eran los nuestros, que no eran los míos por supuesto; imposiciones y exigencias de quién sabe que esperpento. Me habían enseñado a ser enemigo de lo espontáneo; lo natural era lo normal, y las normas para algo estarán; durante mucho tiempo me convencieron de que era posible ponerle verjas al campo, y de que esas verjas nadie las podría saltar porque yo sería su dueño y señor. De las mismas verjas de las que no pude escapar.
Lo había rehuido a menudo, evitaba mirarme de frente, por miedo a perderme en esos pozos de los que no era capaz de imaginar su fondo. Porque no se adaptaban a mi mirada aquellos ojos, porque sufría de vértigo al mirar, a través de ellos, el abismo; porque me topaba con un enemigo en el espejo que vomitaba un hálito nauseabundo. Viana y sus escaparates, la primera semana; mi sombra abrasada en los suelos castellanos, la segunda y tercera; los días nublados gallegos y mi reflejo en sus charcos, la cuarta... Algo estaba cambiando...
El traqueteo del tren me mece, y me pierdo en el túnel del tiempo, ensoñando posibilidades despierto. No había utilizado este medio desde aquellos desplazamientos entre Vitoria y Miranda subvencionados por el ministerio de defensa. Asoma al fondo el perfil de la Sierra de Cantabria, y de ella destaca el León Dormido, mi monte preferido, santo y seña, para mí de mi tierra. Y los primeros barrios de Logroño, creo que eso es El Cortijo. ¿Por qué no me alegro? ¿Por qué busco consuelo? ¿Qué me falta, ahora que se acercan todas mis pertenencias? Amigos, conocidos, mi entorno; mi casa. Creo que algo huye de mis entrañas, y creo que vuelve a pesarme la vida. Me siento huérfano de nuevo. Temo que al dejar la mochila, ahora que veo próxima mi casa, retornen todos los miedos.
Creo, creo y creo... Y creo que desde Logroño voy a subir andando a casa, para retrasar el desenlace...
¡Qué fácil había sido librarse de las facturas, de los compromisos y de los protocolos! Todos esos gastos imprescindibles que se habían delatado por sí solos..., ¡eran, son innecesarios! Tres calzoncillos, otros tantos pares de calcetines, las mismas camisetas, un trozo de jabón compartido por mi piel y la ropa sucia. Lo justo y necesario, muy bien colocado, muy comprimido, casi arrugado. Me he dado cuenta de la inutilidad del planchado. Mi casa a cuestas, empaquetada en poco más de 45 centímetros cúbicos. ¿Mi casa?, de mi casa apenas me he acordado; la eché de menos a ratos, pero esos ratos ya eran pasado. He deseado, es curioso, no poseer nada. ¡Si fuera capaz de vagar por el mundo por gusto...! En cuatro semanas de vida errante habían desaparecidos síntomas y obsesiones acumuladas durante cuarenta años.
Los paisanos me habían mostrado que ellos no necesitaban zapatos, ni artículos imprescindibles de calidad extraordinariamente cara. Y que la lluvia era su amiga, y que no les molestaba mojarse; su chubasquero de piel natural impermeable era mucho más eficaz que el mejor gore-tex del mercado. Armonía; viviendo y dejando vivir, a favor de cada bestia, porque de la naturaleza también eran parte; parte ellos y parte los animales. Partes, todas ellas, necesarias y dependientes del mismo conjunto. ¿Para qué pelearse con un ser superior? ¿Quién acabaría con su progenitor? Un desgraciado quizás, un cegato de esos que me volveré a encontrar al regresar a la civilización.
Un cegato como yo, siempre tarde, nunca a tiempo, y ese tren en movimiento, repitiendo su itinerario machacón; dando vueltas al mismo recorrido, girando a mi alrededor, repitiéndose hasta la extenuación. Y cada vez que llegara a la estación, de la misma estampa la repetición; allí le esperaba yo más puntual que el mismísimo reloj, y la sirena pitando su son para avisarme de que llegó. Siempre dispuesto, aparentemente presto, soñando escenas maravillosas de túneles iluminados y a oscuras... Volvía a pasar por delante de mis narices, habría derrochado otra ocasión. Fracasado, otro tren que no sería mi tren, el que llegase después; y a mis pies las mismas maletas repletas de muchos proyectos para un futuro remoto incierto. Proyectos que no eran los nuestros, que no eran los míos por supuesto; imposiciones y exigencias de quién sabe que esperpento. Me habían enseñado a ser enemigo de lo espontáneo; lo natural era lo normal, y las normas para algo estarán; durante mucho tiempo me convencieron de que era posible ponerle verjas al campo, y de que esas verjas nadie las podría saltar porque yo sería su dueño y señor. De las mismas verjas de las que no pude escapar.
Lo había rehuido a menudo, evitaba mirarme de frente, por miedo a perderme en esos pozos de los que no era capaz de imaginar su fondo. Porque no se adaptaban a mi mirada aquellos ojos, porque sufría de vértigo al mirar, a través de ellos, el abismo; porque me topaba con un enemigo en el espejo que vomitaba un hálito nauseabundo. Viana y sus escaparates, la primera semana; mi sombra abrasada en los suelos castellanos, la segunda y tercera; los días nublados gallegos y mi reflejo en sus charcos, la cuarta... Algo estaba cambiando...
El traqueteo del tren me mece, y me pierdo en el túnel del tiempo, ensoñando posibilidades despierto. No había utilizado este medio desde aquellos desplazamientos entre Vitoria y Miranda subvencionados por el ministerio de defensa. Asoma al fondo el perfil de la Sierra de Cantabria, y de ella destaca el León Dormido, mi monte preferido, santo y seña, para mí de mi tierra. Y los primeros barrios de Logroño, creo que eso es El Cortijo. ¿Por qué no me alegro? ¿Por qué busco consuelo? ¿Qué me falta, ahora que se acercan todas mis pertenencias? Amigos, conocidos, mi entorno; mi casa. Creo que algo huye de mis entrañas, y creo que vuelve a pesarme la vida. Me siento huérfano de nuevo. Temo que al dejar la mochila, ahora que veo próxima mi casa, retornen todos los miedos.
Creo, creo y creo... Y creo que desde Logroño voy a subir andando a casa, para retrasar el desenlace...
Con que poco puede vivir una persona y ser feliz, verdad? Nos aferramos a tantas cosas supérfluas e innecesarias...Seguro que volver te traerá nostalgia del camino, pero la experiencia acumulada valió la pena!
ResponderEliminary Dios dijo"Hágase la Luz... y la Luz se hizo"
Dios es Luz y nosotros una Chispa de Él.
Abrazos Peregrino.
Y andando, andando...
ResponderEliminar¿Hasta donde? ¿Hasta cuando?
Seguir caminando, abre caminos.
Hasta que desee el destino.
Feliz principio de nuevos viajes.
Un abrazo.