miércoles, 3 de marzo de 2010

FUERA DE SI (Vigésimo primera etapa)

A las diez punto y final, hora de roncar; a las once, con los ojos abiertos, aún todo parecía normal. A las doce me ha empezado a incomodar la situación, pero todavía aguantaba la calma en paz. A la una he aspirado e inspirado profundo, y he contado al menos hasta cien. Las dos, partido por la mitad, ha sido el odio quien ha mirado el reloj. Eran las tres de la madrugada y ya no sabía que hacer... Uno, dos, tres...; lo dicho, hasta cien. Una tras otra, ir viendo pasar las horas, al ritmo de su tos violenta, me estaba sacando de quicio; su sufrimiento público y notorio me empezaba a sentar fatal. ¿Por qué no se callaría de una vez? ¡Ya no lo podía soportar!

A estas alturas de la aventura que ya me sentía seguro...; creía haberme acostumbrado a dormir las noches a saltos; sabía que los ronquidos de mis compañeros de viaje formaban parte del lote. Hasta había forzado instantes de desvelo para escuchar el susurro de la melodía inconclusa que imperaba debajo de aquel caos oscuro; me había sentido uno con aquel orden desordenado del silencio estruendoso. Acoplar mi respiración a la del coro, sentir resoplar las gargantas cazalleras de los vecinos de litera...; había llegado a ser mi juego preferido para volver a sumirme enseguida en otro sueño profundo. Y si así no lograra conciliarlo, evocar tantos momentos acontecidos, más o menos apetecibles, me solía mantener colgado al estado de ensueño agradable... Pero esta noche, nada de eso había funcionado... ¡Ya estaba harto!

A media luz, con mi linterna, casi a oscuras; por si escribiendo lograra diluir lo que estaba empezando a sentir contra ella... ¡Hay que ver como tosía la condenada! Tenso, irracional; desesperado... En las letras he descubierto mis cartas, componiendo frases inconexas, rogando a Dios para que me librara de la boca por la que esa chica estaba escupiendo el alma. He deseado que se desgañitaría; en esos momentos creo lo habría agradecido. Me imaginaba que a ella le estaría haciendo menos gracia que a mí aquella tortura, y que no eran justas mis palabras...; parecía tener la garganta irritada y los pulmones en carne viva, pero una noche en blanco no le apetece a nadie; y la suya estaba pintando de negro aciago mi velada obligada.

Miedos, tantos anhelos y deseos; quizás se diluyera el martirio en las página en blanco regada por tinta roja, intensa, sangre de mi misma sangre, desangrándose. Contra el rugido continuo, contra mis propios pensamientos; acurrucado en un rincón del colchón, amarrado a la almohada; luchando por controlar una mente casi descontrolada. Mi paciencia yacía a mi lado quebrada; temiendo que volvieran a aflorar ciertos sentimientos que detesto. La sucesión de tosidos estaba componiendo mi responso. Si hubiese continuado tumbado me habría muerto de asco. ¡Por favor, Señor Mío, una tregua para mí y para ella!

Por suerte estaba la puerta abierta; y aunque afuera hiciera mucho frío no se escucharían las quejas. Embozado en una par de mantas, medio tumbado en aquella hamaca de plástico rota, he recibido a la aurora despierto... Y al sol le hacía compañía una extraña sensación de que todo lo acontecido no habría sido más que un espejismo horroroso. Al lavarme la cara, el espejo ha colocado la realidad en su sitio: mis ojos ojerosos no dejaban lugar a dudas... Eso y que Ximena continuaba tosiendo... He pensado: "mejor si partiera, yo también, cuanto antes".

Una pausa, para descansar. Aún arrastraba la sensación amarga de una noche pasada en vela, necesitaba un instante; quería recordar rincones como aquellos que había dejado atrás; sus pueblos, las maravillosas casas de El Acebo; Riego de Ambrós y Molinaseca, el entorno de la Cruz de Ferro. En Ponferrada ha sido el lugar..., parada, fonda y ratificación; nada especial, un bar de barrio en medio de una avenida de doble sentido y hormigón; una señora encantadora, mayor... y detrás, los mismos paisajes verdes: un cuadro impresionante, de verdad... Una conversación sin más intención que reconciliarme con el buen humor. La capital de El Bierzo, había comprendido el porqué. Bercianos del Real Camino, otro faro, la otra señal, aquella puesta de sol...; bercianos era el gentilicio de las gentes de esta región... Por fin encuentro la relación, sutil, leve, furtiva y hasta pueril... fueron gente que había emigrado desde aquí para fundar un destino próspero, allí.

2 comentarios:

  1. Leí en una guía de recomendaciones para caminantes inexpertos, que es conveniente llevar tapones para los oídos, claro que, en ese caso, no te hubieras enterado, si Ximena se encontraba enferma, ni hubieras saludado a la aurora desde esa maravillosa hamaca roja.
    Buena gente, los bercianos, nobles y acogedores.
    Buen camino, abrazos, peregrino.

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  2. Peregrino, me encanta como relatas, como juegas con el humor y la seriedad de los hechos!

    Pobre mujer... si tenía tos tendrías que haberla comprendido, o darle una medicina!Lo del golpe en la cabeza no creo que lo hayas pensado... no? o me equivoco... jajajaja

    Te sigo, COMO PUEDO...

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