Quería retrasar cuanto fuera posible la despedida, por eso les había acompañado hasta su alojamiento en Santiago de Compostela; al fin y al cabo, tenía tiempo, ¿a qué, mejor, dedicarlo? Les esperaba sentado, mientras ellos estaban acomodando sus cosas sobre las literas que les habían asignado, mientras se duchaban, mientras se acicalaban para salir de fiesta.
Y allí estaba, abandonado en un rincón poco accesible de la pequeña biblioteca improvisada; en la única estantería que había, oculto entre otros cuantos de bastante más fama. Todos ellos relacionados con experiencias místicas, esoterismos varios y vías para encontrar sin demora las felicidades particulares y, si hiciera falta, la del mundo. La mayoría relacionados, justamente, con el Camino que aquí concluía en teoría...; era, por lo tanto, un título sugerente para un libro que tratara estos temas; había dado por supuesto que éste lo sería.
Primero lo ojeé por encima, pasando a la carrera las hojas, por si acabasen ellos antes, por si tuviera que dejarlo de repente... Buscaba referencias sobre su procedencia, algún dato que me pusiera sobre su pista; sin haber leído nada ya me había atrapado. Quería hacerme con él, eché un vistazo más pausado para enterarme como podría adquirirlo afuera... me interesaba de veras; pero no encontré más que un montón de dedicatorias que agotaban el espacio para cualquier otra reseña. El autor había protegido su identidad, listando unos cuantos protagonistas, no sé si reales o ficticios, a los que agradecía fervientemente todo lo que le habían aportado; me ha quedado la impresión de que había forzado el anonimato.
La ka, en ese lugar colocado, me llamaba la atención desde el principio, desde que en Roncesvalles aquel extranjero me había deseado “Buen Keminou Peregrino”. Desde entonces, mi mente había dejado de escribir con ce aquel Camino que se iniciaba con mayúscula; muy diferente, y haz que reúne a todos esos caminos minúsculos atestados por multitudes. Montones de arena y piedras compactados por apisonadoras para que por ellos puedan transitar con menos dificultad los caminantes; y también aquellas sendas mucho menos preparadas, de rocas sueltas y polvorientas, enfangadas o secas, que escalaban aquellos paisanos leoneses y gallegos..., sin darse tanta importancia como nosotros por hacerlo. Porque era lo que tocaba. Millones de desconocidos que los llevan recorriendo desde siempre, que Lo transitan, Lo en mayúscula, sin darse cuenta en cada instante que pierden. Un montón de momentos compartidos con todos ellos, que compartimos, que compartiremos... Evoco instantes que aún no han llegado, que no sé si llegarán algún día, con este nuevo término.
“Kamino” con ka de kilo, justamente en un rincón de la memoria, donde las cantidades apenas pesan ni una parte insignificante de lo que miden. También se escriben con ka los kilómetros recorridos, más de 700, y las partes en que había repartido desde el principio las etapas... ¿Latidos?, ¿sensaciones o emociones?, ¿tal vez palabras o conocimientos adquiridos? Desde Villafranca de Montes de Oca hasta Burgos, con 42 kilómetros, la más larga, pero hice trampa; entre Larrasoaña y Obanos, sus 39 se llevaban la palma sin engaños... De Mansilla de las Mulas a León, de O'Cebreiro a Triacastela, de Triacastela a Barbadelos, alrededor de 21 en cada uno, había hecho muy pocos... Kilómetros, emociones constreñidas, sentimientos capados, seguramente controlados con esa regla perniciosa... Aunque así no lo desease, ha sido mi vara de medir... incluso ahora.
“El Kamino de retorno”, así es como se llama este libro. ¿Quién lo habría escrito? ¿Qué se escondería tras ese título? ¿Que descubriría si lo leyera? Me acabó seduciendo su falta de egocentrismo. Me llamaba poderosamente la atención reconocerle en su lista de agradecimientos. Tenía que leerlo y aquí lo tengo.
Y allí estaba, abandonado en un rincón poco accesible de la pequeña biblioteca improvisada; en la única estantería que había, oculto entre otros cuantos de bastante más fama. Todos ellos relacionados con experiencias místicas, esoterismos varios y vías para encontrar sin demora las felicidades particulares y, si hiciera falta, la del mundo. La mayoría relacionados, justamente, con el Camino que aquí concluía en teoría...; era, por lo tanto, un título sugerente para un libro que tratara estos temas; había dado por supuesto que éste lo sería.
Primero lo ojeé por encima, pasando a la carrera las hojas, por si acabasen ellos antes, por si tuviera que dejarlo de repente... Buscaba referencias sobre su procedencia, algún dato que me pusiera sobre su pista; sin haber leído nada ya me había atrapado. Quería hacerme con él, eché un vistazo más pausado para enterarme como podría adquirirlo afuera... me interesaba de veras; pero no encontré más que un montón de dedicatorias que agotaban el espacio para cualquier otra reseña. El autor había protegido su identidad, listando unos cuantos protagonistas, no sé si reales o ficticios, a los que agradecía fervientemente todo lo que le habían aportado; me ha quedado la impresión de que había forzado el anonimato.
La ka, en ese lugar colocado, me llamaba la atención desde el principio, desde que en Roncesvalles aquel extranjero me había deseado “Buen Keminou Peregrino”. Desde entonces, mi mente había dejado de escribir con ce aquel Camino que se iniciaba con mayúscula; muy diferente, y haz que reúne a todos esos caminos minúsculos atestados por multitudes. Montones de arena y piedras compactados por apisonadoras para que por ellos puedan transitar con menos dificultad los caminantes; y también aquellas sendas mucho menos preparadas, de rocas sueltas y polvorientas, enfangadas o secas, que escalaban aquellos paisanos leoneses y gallegos..., sin darse tanta importancia como nosotros por hacerlo. Porque era lo que tocaba. Millones de desconocidos que los llevan recorriendo desde siempre, que Lo transitan, Lo en mayúscula, sin darse cuenta en cada instante que pierden. Un montón de momentos compartidos con todos ellos, que compartimos, que compartiremos... Evoco instantes que aún no han llegado, que no sé si llegarán algún día, con este nuevo término.
“Kamino” con ka de kilo, justamente en un rincón de la memoria, donde las cantidades apenas pesan ni una parte insignificante de lo que miden. También se escriben con ka los kilómetros recorridos, más de 700, y las partes en que había repartido desde el principio las etapas... ¿Latidos?, ¿sensaciones o emociones?, ¿tal vez palabras o conocimientos adquiridos? Desde Villafranca de Montes de Oca hasta Burgos, con 42 kilómetros, la más larga, pero hice trampa; entre Larrasoaña y Obanos, sus 39 se llevaban la palma sin engaños... De Mansilla de las Mulas a León, de O'Cebreiro a Triacastela, de Triacastela a Barbadelos, alrededor de 21 en cada uno, había hecho muy pocos... Kilómetros, emociones constreñidas, sentimientos capados, seguramente controlados con esa regla perniciosa... Aunque así no lo desease, ha sido mi vara de medir... incluso ahora.
“El Kamino de retorno”, así es como se llama este libro. ¿Quién lo habría escrito? ¿Qué se escondería tras ese título? ¿Que descubriría si lo leyera? Me acabó seduciendo su falta de egocentrismo. Me llamaba poderosamente la atención reconocerle en su lista de agradecimientos. Tenía que leerlo y aquí lo tengo.
Una señal... como tantas que has tenido durante el viaje?
ResponderEliminarSiempre hay un Camino....
KAMINO con K....
Nos contarás algo supongo?
Abrazos!!!