De otro modo, no habría sido capaz de reconocerlo, no de “motu propio”; el manipulador astuto que vive agazapado en mis entrañas se las habría vuelto a ingeniar para ocultarme la realidad; de hecho ya se había encargado de asomar en el momento oportuno para dejarme con esa cara de tonto que me resulta tan familiar... Delante de aquellos dos, tratando de excusar lo que no tenía justificación. Me tenía ganado a pulso el escarmiento; ¿a quién se le ocurriría volver a dedo desde tan lejos? Como la virgen no se aparece siempre..., solamente a mí, por supuesto.
De repente, una mueca de perplejidad..., sus caras, hasta entonces impenetrables, se habían quedado mudas; ¡parecían tan seguras parapetadas tras sus gafas de sol! Un instante de lucidez, que había apagado mi candidez, me había redimido también... ¡Tantos complejos adquiridos en la niñez! Habían quedado al descubierto dos críos pillos pillados con las manos en la masa... ¿Esos eran los representantes de la autoridad competente de verdad? Han empezado a titubear; ya me habían extendido la receta, menos mal. Al mirarles de frente... Podrían denunciarme, y de hecho lo habían hecho; no creía posible que me detuviesen por hacer preguntas tontas; al fin y al cabo, ¿qué podrían esperar de un pobre hombre con barbas de mes y medio? No les he faltado al respeto... ellos tampoco lo habían hecho. Esos dos hombretones, que tienen como misión nuestra seguridad, no habían sabido responderme... ¿Quizás no habrían querido? ¿O no se habrían atrevido acaso?
Entonces, lo he visto claro; su indumentaria les imponía una cárcel, he imaginado dos caracoles llevando sus condenas a cuestas; los tres portábamos mochilas, pero la mía la dejaría enseguida, en cualquier sitio aparente. No eran más que vigilantes vigilados por sus herrajes... El decorado, ya sea en forma de uniforme o protocolo, no les dejaba penetrar en los fondos. En el fondo no había más que dos personas que, parapetadas tras el rictus erecto, se defendían como podían de una respuesta incómoda. Yo lo tengo claro... Ellos, también cometen errores.
Otra oportunidad para rectificar, en esta ocasión vestida de verde; Galicia, sus prados..., y un par de uniformes próximos al caqui. ¡Viva las fuerzas del orden que aún velan por nosotros...!, que, aun desordenadas en apariencia, por la naturaleza de sus acciones rectifican mis afrentas; qué desgraciada esta ironía que, apoyada en otro cambalache del destino testarudo, me devuelve a la idea obsesiva de confabulaciones y chantajes contra mi persona. Eran meros instrumentos, aunque no necesariamente del patrón que creían velar; sin quererlo, imponiendo el reglamento contra el desorden impuesto; se rebelan sin darse cuenta, y revela a su pesar lo que esconden debajo de ese lienzo perfecto; un bonito disfraz.
Aunque a veces se crean dioses no eran más que otras dos marionetas que, al servicio de unas manos tan todopoderosas como discretas, me han devuelto a mi senda. Me han dado el empujón que necesitaba para no salirme a la cuneta, sometidos a la autoridad del supremo, uno que dicen que no viste pantalones. De verde, mimetizados con los bosques y sus arboles; aunque el refractante les delate, han sido artificio y artificieros que estallaron para recordarme lo mismo; Dani, tienes que buscar las respuestas entre los detalles... Allí encontraras las señales.
Y si hubiese acertado equivocándome... ¡Qué ocurrencias estas!, las mías sin pies, ni cabeza; avaladas por una credibilidad sin garantía, metida en estas situaciones grotescas; pero me viene bien... como excusa; aunque suena mejor justificación no es lo mismo. Lo he hecho fatal, ¿para qué justificar, o excusar, un error garrafal? Gracias a las fuerzas del orden, el orden se ha restablecido sin más... ¿o quizás me haya hundido en otro berenjenal? ¡Qué difícil está siendo abandonar Galicia! Hechizado por un calendario travieso, convencido por las fuerzas del orden, “El día de la marmota” a la gallega... Y es que esta Tierra me atrapa, ya me tenía seducido sin haberla visitado. Y ahora que ya había llegado, ella era la que se había empeñado en no soltarme. En sus redes primitivas, de terrenos escarpados, morriñas y sílabas alargadas. ¡Qué difícil, Dios mío!, no sólo eran sus paisanos los que no sabían si iban o venían; los extranjeros enseguida nos acostumbramos a ir cuando regresabamos. ¿Por completar la aventura o por no pagar el billete? Creo que no he sido sincero, yo tampoco sé si voy o vuelvo; por ello, y por lo que fuera, mañana regreso en tren, como ayer a estas horas tenía previsto; pero hoy voy a tener que pagar por partida doble mi mentira.
En diez horas, como mucho, se acabará la odisea; regreso a lo establecido. Sesenta euros el más caro, cuarenta y cinco el más barato hasta Miranda. A las ocho de la mañana... Mañana, por la mañana lo decido.
De repente, una mueca de perplejidad..., sus caras, hasta entonces impenetrables, se habían quedado mudas; ¡parecían tan seguras parapetadas tras sus gafas de sol! Un instante de lucidez, que había apagado mi candidez, me había redimido también... ¡Tantos complejos adquiridos en la niñez! Habían quedado al descubierto dos críos pillos pillados con las manos en la masa... ¿Esos eran los representantes de la autoridad competente de verdad? Han empezado a titubear; ya me habían extendido la receta, menos mal. Al mirarles de frente... Podrían denunciarme, y de hecho lo habían hecho; no creía posible que me detuviesen por hacer preguntas tontas; al fin y al cabo, ¿qué podrían esperar de un pobre hombre con barbas de mes y medio? No les he faltado al respeto... ellos tampoco lo habían hecho. Esos dos hombretones, que tienen como misión nuestra seguridad, no habían sabido responderme... ¿Quizás no habrían querido? ¿O no se habrían atrevido acaso?
Entonces, lo he visto claro; su indumentaria les imponía una cárcel, he imaginado dos caracoles llevando sus condenas a cuestas; los tres portábamos mochilas, pero la mía la dejaría enseguida, en cualquier sitio aparente. No eran más que vigilantes vigilados por sus herrajes... El decorado, ya sea en forma de uniforme o protocolo, no les dejaba penetrar en los fondos. En el fondo no había más que dos personas que, parapetadas tras el rictus erecto, se defendían como podían de una respuesta incómoda. Yo lo tengo claro... Ellos, también cometen errores.
Otra oportunidad para rectificar, en esta ocasión vestida de verde; Galicia, sus prados..., y un par de uniformes próximos al caqui. ¡Viva las fuerzas del orden que aún velan por nosotros...!, que, aun desordenadas en apariencia, por la naturaleza de sus acciones rectifican mis afrentas; qué desgraciada esta ironía que, apoyada en otro cambalache del destino testarudo, me devuelve a la idea obsesiva de confabulaciones y chantajes contra mi persona. Eran meros instrumentos, aunque no necesariamente del patrón que creían velar; sin quererlo, imponiendo el reglamento contra el desorden impuesto; se rebelan sin darse cuenta, y revela a su pesar lo que esconden debajo de ese lienzo perfecto; un bonito disfraz.
Aunque a veces se crean dioses no eran más que otras dos marionetas que, al servicio de unas manos tan todopoderosas como discretas, me han devuelto a mi senda. Me han dado el empujón que necesitaba para no salirme a la cuneta, sometidos a la autoridad del supremo, uno que dicen que no viste pantalones. De verde, mimetizados con los bosques y sus arboles; aunque el refractante les delate, han sido artificio y artificieros que estallaron para recordarme lo mismo; Dani, tienes que buscar las respuestas entre los detalles... Allí encontraras las señales.
Y si hubiese acertado equivocándome... ¡Qué ocurrencias estas!, las mías sin pies, ni cabeza; avaladas por una credibilidad sin garantía, metida en estas situaciones grotescas; pero me viene bien... como excusa; aunque suena mejor justificación no es lo mismo. Lo he hecho fatal, ¿para qué justificar, o excusar, un error garrafal? Gracias a las fuerzas del orden, el orden se ha restablecido sin más... ¿o quizás me haya hundido en otro berenjenal? ¡Qué difícil está siendo abandonar Galicia! Hechizado por un calendario travieso, convencido por las fuerzas del orden, “El día de la marmota” a la gallega... Y es que esta Tierra me atrapa, ya me tenía seducido sin haberla visitado. Y ahora que ya había llegado, ella era la que se había empeñado en no soltarme. En sus redes primitivas, de terrenos escarpados, morriñas y sílabas alargadas. ¡Qué difícil, Dios mío!, no sólo eran sus paisanos los que no sabían si iban o venían; los extranjeros enseguida nos acostumbramos a ir cuando regresabamos. ¿Por completar la aventura o por no pagar el billete? Creo que no he sido sincero, yo tampoco sé si voy o vuelvo; por ello, y por lo que fuera, mañana regreso en tren, como ayer a estas horas tenía previsto; pero hoy voy a tener que pagar por partida doble mi mentira.
En diez horas, como mucho, se acabará la odisea; regreso a lo establecido. Sesenta euros el más caro, cuarenta y cinco el más barato hasta Miranda. A las ocho de la mañana... Mañana, por la mañana lo decido.
Excelente película, "Atrapado en el Tiempo". Y, acertado el paralelismo con El Camino de Santiago. Como sabemos, el personaje de esta peli, es retenido por el Tiempo, hasta que va alcanzando digamos la "perfección". No como un triunfador, competitivo, etc., sino como ser humano.
ResponderEliminar!Qué grande!
Amigo vengo a leerte como siempre un abrazo
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