Menos mal que a media mañana había hecho una de esas paradas que invitan a no continuar avanzando. Me he entretenido un rato largo conversando en el bar de aquel pueblo del cual no logro recordar el nombre. Al entrar he saludado a los que estaban allí, desayunando; y cuando, al instante, han decidido marcharse les he deseado “Buen Camino”. Después, han ido llegando otros, que también nos han abandonado. A mí me ha apetecido quedarme en aquel rincón de Galicia, sentado, recibiendo y despidiendo a otros que pensaban que detenerse en demasía sería una pérdida de su tiempo preciado. Al camarero le he sorprendido, gratamente según me ha confesado..., ¿otro café?, ¿o prefieres un orujo?, lo que fuera; ha querido invitarme..., ese camarero parecía buena gente. Se lamentaba de que, del peregrino original, en la mayoría de los casos, ya sólo quedara la etiqueta y algún que otro amuleto ostentoso; se quejaba de que no se detuvieran apenas y aseguraba que no sabían saborear lo importante. Me había excluido de la plebe, le ha debido confundir mi sombrero, o la barba de más de veinte días; porque la concha la llevaba sobre la mochila, como el resto, en un lugar aparente.
Devorar kilómetros para llegar el primero, era el principal fundamento; antes que nadie, para que no faltase una plaza, todos en procesión, hacia el albergue siguiente... Y el reloj marcando la pauta, aquí también compite el estrés del que creían haberse deshecho; kilómetros de tres en tres y piedras formando catedrales, iglesias y ermitas a granel; se preocupan por las mismas tonterías que decían no querer. Ahí estaban cuando he pasado por Sarria; apoyados en la pared o recostados sobre sus mochilas, uno detrás de otro, todos muy bien organizados, todos recogidos en su hato...; esperando en la puerta el pistoletazo de salida, en este caso de entrada, porque aún estaba cerrado. Todos aquellos que habían salido pitando del bar de aquel pueblo estaban ahí, peleando por su litera merecida. ¡Qué aburrimiento!, haciendo fila el reloj avanza despacio; aun habiéndome entretenido tanto, habría llegado a tiempo. Pero he pasado de largo...
Apenas sin darme cuenta, dándole vueltas al último encuentro; otro movimiento inesperado... Eva, la amiga inseparable de Paqui, le acompañaba un tipo extraño que me ha resultado raramente familiar, como si tuviera algo que contarme... Era extranjero, parecía un chico callado, creo que era yugoslavo, tenía una mirada especial, esta historia no había acabado. Su amiga no estaba allí, imagino que marcharía por delante, definitivamente se habían separado... Calvor, y su bosque mágico, un minuto antes; un instante, un espejismo divino, escuchando el rugir del viento, y el bramar del torrente bravo; observando riachuelos traviesos, recién nacidos, retorciéndose entre el caos de piedras, estas dispuestas al azar por el agua corriente. Sólo faltaban las meigas... he llegado a la conclusión que, quizás, las meigas no se muestren a cualquiera.
Conversar, también, con la naturaleza, otro placer y fundamento; pero para escucharla es necesario caminar callado. Hay que darle tiempo al tiempo, hace falta mucha paciencia para que la fermentación ejecute su efecto; el cocido no desprendería su aroma exquisito sin darle muchas vueltas de cuchara; es un manjar reservado para unos pocos privilegiados. Todavía no eran las doce de la mañana, y ya había cubierto la mayor parte de la jornada prevista; veinte kilómetros serían suficientes, veinte kilómetros iban a ser muy pocos. Parece como si esta mañana, hubiera presentido ese señor mi ajetreo interno, no se ha andando con remilgos cuando le he alcanzado: “Si quiere caminamos juntos pero, si no le importa, lo haremos en silencio”.
Devorar kilómetros para llegar el primero, era el principal fundamento; antes que nadie, para que no faltase una plaza, todos en procesión, hacia el albergue siguiente... Y el reloj marcando la pauta, aquí también compite el estrés del que creían haberse deshecho; kilómetros de tres en tres y piedras formando catedrales, iglesias y ermitas a granel; se preocupan por las mismas tonterías que decían no querer. Ahí estaban cuando he pasado por Sarria; apoyados en la pared o recostados sobre sus mochilas, uno detrás de otro, todos muy bien organizados, todos recogidos en su hato...; esperando en la puerta el pistoletazo de salida, en este caso de entrada, porque aún estaba cerrado. Todos aquellos que habían salido pitando del bar de aquel pueblo estaban ahí, peleando por su litera merecida. ¡Qué aburrimiento!, haciendo fila el reloj avanza despacio; aun habiéndome entretenido tanto, habría llegado a tiempo. Pero he pasado de largo...
Apenas sin darme cuenta, dándole vueltas al último encuentro; otro movimiento inesperado... Eva, la amiga inseparable de Paqui, le acompañaba un tipo extraño que me ha resultado raramente familiar, como si tuviera algo que contarme... Era extranjero, parecía un chico callado, creo que era yugoslavo, tenía una mirada especial, esta historia no había acabado. Su amiga no estaba allí, imagino que marcharía por delante, definitivamente se habían separado... Calvor, y su bosque mágico, un minuto antes; un instante, un espejismo divino, escuchando el rugir del viento, y el bramar del torrente bravo; observando riachuelos traviesos, recién nacidos, retorciéndose entre el caos de piedras, estas dispuestas al azar por el agua corriente. Sólo faltaban las meigas... he llegado a la conclusión que, quizás, las meigas no se muestren a cualquiera.
Conversar, también, con la naturaleza, otro placer y fundamento; pero para escucharla es necesario caminar callado. Hay que darle tiempo al tiempo, hace falta mucha paciencia para que la fermentación ejecute su efecto; el cocido no desprendería su aroma exquisito sin darle muchas vueltas de cuchara; es un manjar reservado para unos pocos privilegiados. Todavía no eran las doce de la mañana, y ya había cubierto la mayor parte de la jornada prevista; veinte kilómetros serían suficientes, veinte kilómetros iban a ser muy pocos. Parece como si esta mañana, hubiera presentido ese señor mi ajetreo interno, no se ha andando con remilgos cuando le he alcanzado: “Si quiere caminamos juntos pero, si no le importa, lo haremos en silencio”.
Que curioso, nunca me habría imaginado que iba hacer el camino, a través de un pantalla de ordenador y con la mirada de un persona que no conozco de nada.
ResponderEliminarHaremos el camino en silencio
Sorpresas que, por suerte, nos prepara la vida... a lo largo de cada camino...
ResponderEliminarPasó el llanto?.... El silencio es fantástico y sumado a la naturaleza se arraiga más en uno, puedes estar rodeado de una multitud y tener tu espacio de silencio, que catarsis habrás experimentado peregrino!
ResponderEliminarBuen Camino.
Abrazos!