jueves, 21 de enero de 2010

LARRASOAÑA (Primera etapa)

Se había ido apagando la ilusión del principio, cada paso había empezado a suponer un martirio, he visto alejarse la meta aunque siguiese viendo su iglesia; estaba ahí, tan cerca, el último tramo se me ha hecho eterno. La impaciencia ha vuelto hacer acto de presencia, durante mucho tiempo fue mi compañera de viaje habitual; la responsable de que nunca hubiera acabado nada y de que dejase de emprender cualquier plan.

Y la misma estrofa desinflando mi castillo hinchable sin cesar: ella merecía la pena, ella merecía la pena, ella merecía la pena. Había caminado con ella a gusto, ejecutando errores a diestro y siniestro, riéndonos de tonterías en idiomas distintos. Había logrado que fueran fáciles los veinte primeros kilómetros de mi aventura. Pero no podía pararme, tenía que dejarla atrás y pasar de largo.

Tengo que seguir caminando a solas, sin permitirle una oportunidad a la pereza. La compañía agradable acomoda pero, antes o después, estorba; no quiero a mi lado ladrones perpetuos que roben otros contactos furtivos, fugaces, especiales. No soportaré más mordazas que me amarren a lo normal aparentando felicidad. Para ese viaje no harían falta estas alforjas, la mochila aún me pesa un quintal. Sin aferrarme a nadie, ni a nada; para enfrentarme a pecho descubierto a los acontecimientos. He venido al encuentro de dificultades para crecer.

Un caminante solitario, y nada más; enfundado en mi concha, santo y seña, mi bandera; una de esas que todo peregrino hemos de llevar para identificarnos como tal. Un loco, como otros muchos, avanzando hacia el abismo, un lugar impreciso que no quiero saber donde está; allí donde el corazón me quiera llevar. Dejar que me recorra el camino; algo así creo que quiere decir el título de mi guía: “Lo importante no es llegar, sino que te llegue”. La verdad es que el lema es hermoso; ¡quién pudiera!. No puedo evitarlo, no sé como lograrlo; ¿qué tengo que hacer?. No quiero ser yo quien mande, y me esfuerzo en ello continuamente. Quiero fiarme, sea quien fuera ese ente abstracto; que mis decisiones sean las que él vaya decidiendo. Pero sigo controlando todo el rato, y pierdo el dominio de la situación a cada tropezón, así no me recorrerá ni siquiera un escalofrío.

Por fin..., he respirado aliviado al divisar el puente que tanto había añorado; no sabía que me esperara un puente a la llegada de Larrasoaña, pero el cartel que le acompañaba le ha delatado; se titulaba como el final de mi etapa. Lo he alcanzado hace un rato; y es curioso, ya es otra historia olvidada. ¿Y esa señora? ¿qué hace ahí apostada?. Tapada a medias, tras el visillo, a través del ventanuco; pareciera que me vigilara, cuan vigía que desde la almena proteja su fortaleza. Mira que viste rara, ataviada con esos trajes gruesos... Seguramente que ella no piense diferente: ¿por qué vestirán así estos tipos tan raros?. Al fin y al cabo, ella es la que está aquí desde siempre; yo soy el intruso. Ahora somos muchos, antes dicen que eran menos y que el trato entre lugareños y peregrinos era otro; mucho más próximo, mucho más educado. Los primeros peregrinos tenían las c osas más claras, no venían a lo que venimos ahora.

Ayer, al solicitar la credencial en Roncesvalles, me preguntaron los motivos; tuve que contarles una mentira porque así me lo habían aconsejado..., para no tener problemas futuros. Aduje razones espirituales y, aunque ya no me sienta tal, puse la cruz en el escaño cristiano. No sé si he empezado bien; si bien fui sincero, tal vez ocultara parte de la realidad. El otro día, antes de salir de mi pueblo unos amigos me habían preguntado lo mismo: “¿por qué coño vas a hacer el camino?”. Lo único que sé es que hasta aquí no me han arrastrado fundamentos materiales y que ellos, aunque lo parezcan, tampoco son santos; en un descanso, ojeando la credencial me enterado que pagué dos euros por obtenerla, cuando lo estipulado es no cobrar más de medio.

“Buen camino”, peregrino; estoy respondiendo a un colega. Ya me enterado, por cierto, que no es un saludo cualquiera. Lo repiten todo el rato los extranjeros para desearse buena suerte, ellos vienen bien aleccionados. Camino, en boca de uno de ellos, suena muy distinto. Es un Camino con mayúsculas, el nuestro no suena lo mismo. El “Keminou” que estoy recorriendo. “Buen “keminou”, por eso, me desea buena suerte.

2 comentarios:

  1. Por lo que deduzco, estás escribiendo sobre el Camino de compostela", el que hizo el Apóstol Santiago, nunca me interiorice sobre el tema, y eso que conozco varias personas que lo han hecho... pero ésta es "tu experiencia" y me detuve, cuando tuviste que presentar la credencial y decir que eras cristiano.... como para justificar "El Camino". Todos los caminos se empiezan por dentro, igual que los viajes, quizás ésto de querer caminar sólo, sea el comienzo de un despertar no importa si es Compostela o Roma!

    Te deseo lo mejor Peregrino!!

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  2. Justificarse ante la autoridad que aun controlaba mi interior, y algo más que ya verás. Así es el camino esta dentro de uno.

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