viernes, 28 de octubre de 2011

Veintiocho de Octubre de Dos Mil Once

Se complica el camino cuando se acaba el Camino. Las lenguas partidas no dicen lo mismo que decían allí donde Santiago susurraba al oido de todos la oración que todos compartimos. Suma, intégrate en la nube de estrellas que indican el sentido de tu vida, el sentido de todas las vidas: de cada una, el propio e intrasferible; de todas, en conjunto, el único motivo. El rezo para mí también, cada mañana, casi de madrugada, calmaba el alma; la mía, la suya, la nuestra. Mamaba, aún a oscuras, la paciencia de la Vía Láctea; y saboreando, degustando, su leche condensada, se iban endulzando, en cada instante, aquellos pasados amargos que, de mi vida terca, traía arrastrando. Simplificando.

Aquí, de nuevo, el ruido me hace daño; y las prisas de otros me hacen sentir torpe y lento. Y, aunque creía tener claro cual habría de ser mi ritmo... Siento que, sin quererlo, mi ritmo se acelera. Si, como ellos, viviera acelerando, la carrera tendría excusa; yo también estaría persiguiendo esa meta que se les escapa con pies ligeros. Si, como ellos, yo así corriera, el rugido de mi ambición también amordazaría el crugido perpetuo de un corazón atrapado en la competición de bólidos que vienen y van, sin otro objetivo que producir mucho más ruido, sin ton ni son.

El otro día un bebé de cuatro meses me regaló una gran lección. No paraba de llorar, y su llanto desgarrado hacía jirones la calma aparente que compartíamos su madre y yo. Tras probar todas las alternativas posibles: falta de alimento, exceso de sueño, dolores varios ella descubrió el quiz de la cuestión. La aparente paz de la conversación que sosteníamos los adultos le molestaba al bebé. La madre me miró diciendo: quiere silencio, nada más. Vamos a callarnos, por favor.

miércoles, 19 de octubre de 2011

Diecinueve de Octubre de Dos Mil Once

"El eccema está de vuelta, tras las vacaciones lleva la cuenta: ¿ Qué es lo que mi cuerpo, de esta vida sedentaria, detesta? Cuatro meses, casual apuesta; mientras mi casa estuvo indispuesta, brillaba mi tez lozana; y brillaban mis ojos aun agotados por el cansancio. Creo que sé lo que me ocurre: me pesa no llevar mi casa a cuestas. Diez kilos de mochila no eran tantos, mi atadura actual pesa gramos y son muchos.

En las mejillas enrojecidas siento claro mi fracaso, el valor leve, aquí acurrucado no doy la cara, y mi basura se acumula; mis manos no dicen, mis ojos no escuchan; por eso no pasa nada y la sangre se estanca alrededor de una nariz atascada. No es necesario el instinto en este nicho; protegido, todo alrededor cerrado el olfato me hace ascos. Parece una tumba mi hastío.

Paciencia, lo dicho... Para dejarme encontrar por el resquicio que, en mi memoria, abra el olvido.

jueves, 13 de octubre de 2011

Trece de Octubre de Dos Mil Once

"Señor, haz de mí un instrumento de tu paz".

He repetido cada día la oración que comienza así. Desde que el Camino me la regaló sentí la necesidad de rezarla una y otra vez. Antes de comenzar a andar ya había recibido el primer toque de atención: el último libro que leí la utilizaba como estructura de reflexión, como patrón y guión. En ocasiones atrajo mi atención rayando la obsesión. De hecho, ha viajado todo el tiempo acariciándome la pierna, desde el bolsillo de mi pantalón. Se ha convertido en la protagonista de mi meditación.

Y ayer aún me preguntaba por qué. ¿Por qué se erigió en mi compañera fiel? ¿Y por qué su autor no dejaba de aparecer en cada rincón? ¿En cada conversación? En la runa que aquel hospitalero de Muxia me regaló; en la entrada del albergue de Tosantos, santo de mi devoción, y parada obligada en todas mis peregrinaciones. Este y cien ejemplos más serían señal de que no media casualidad. Algo me deben de querer mostrar estas señales, sean del destino o del azar.

Me está costando aterrizar; desorientado, mi cabeza no para de dar vueltas a esta mediocridad que siento en mi interor, este hueco que me empieza a mortificar. El sábado se cumplirá una semana que ha vuelto a atraparme ese ente sedentario sediento de sueños y de libertad. Quiero... Quiero volar, pero las alas se niegan a desplegar su envergadura para cumplir mi solaz. Quiero, y no puedo aguantar. Quiero, quiero y quiero. Reitero este rezo apócrifo de niño caprichoso... ¿De qué me han servido tantos pasos en tu compañía, Señor? San Francisco de Asis, aunque ha sido cabezón... Más terco demuestro ser yo.

"Que no me empeñe tanto en ser consolado, como en consolar; en ser comprendido, como en comprender; en ser amado como en amar". Ser instrumento de paz, además de estos tres ingredientes, requieren paciencia y humildad. "Touché", de nuevo, otra vez. ¿Para qué? ¿De qué me sirve tantas peregrinaciones a lugares remotos si sin apenas haber regresado se me olvida la lección?

Tendré que tener paciencia también con el ente extraño que desde mi interior me impone urgencias, sin humillación.
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Hacedor de Sueños by Daniel Calvo is licensed under a Creative Commons Reconocimiento-No comercial 3.0 España License.