lunes, 15 de febrero de 2010

CALZADILLA DE LA CUEZA (Décimo cuarta etapa)

Calzadilla de la Cueza, su apellido ya anuncia el cocedero; se habla de un horneado de más de 17 kilómetros, desde Carrión de los Condes, sin un solo abrevadero, sin ningún avituallamiento. Aunque fuese bien provisto de todo lo necesario, no estaba seguro si iban a ser suficientes dos botellas de tres cuartos. Litro y medio de agua en aquellas circunstancias, más de tres horas sin un respiro, con viento helado o sol justiciero... Allí afuera me esperaba la etapa más complicada de todo lo que llevaba de camino, pero mi cabeza no dejaba de darle vueltas a otras cosas...

Alguno habría sido el motivo para haber decidido acometer esta aventura solo, por algo habría rechazado tantas propuestas recibidas para haberlo hecho acompañado. Podría haber organizado un Camino de Santiago divertido, entre risas y algarabía, con un montón de conocidos, ya amigos, si así lo hubiese deseado. Pero, entonces lo tuve claro: no quería compromisos. Lo necesitaba..., libre de pasos impuestos, que cada cual atendiera los propios; en la vida ordinaria era complicado salirse de la norma, no más protocolos establecidos y buenas maneras; yo creía que aquí estaría a salvo.

Mi camino no era el suyo, y a mí tampoco me convenía abandonar, por ellos, el mío. He dudado en cada encrucijada, he vacilado en cada recta, cada instante, cada momento... Sabía que esa situación no nos favorecería a ninguno, quizás ellos no se habrían dado cuenta; demoras y caprichos que no compartía, ese ritmo cansino que estaba acabando conmigo..., ya no estaba a gusto a su lado y necesitaba librarme de ellos, como fuera. Pero no sabía como hacerlo, ¿cómo lanzarles la propuesta sin que la recibieran como una ofensa? Llevaba atascado, dando vueltas a la misma rotonda desde el reencuentro; no encontraba la respuesta.

El dolor placentero que sentí durante aquel abrazo eterno, estrecho; el apretón de manos de Enrique, tan sincero, tan prieto; por nada del mundo me gustaría volver a ver correr más lágrimas por sus mejillas al despedirnos de nuevo... O quizás, justamente por eso. ¿Me habría atrapado el chantaje para el que tan malas palabras tengo? ¿Qué me impediría dejarles?. Pactos peligrosos, sibilinos; si siquiera hubiesen sido contratos habría tenido algo firmado a lo que atenerme. Devociones fingidas; me miento, aunque me parezca mentira. ¿Por qué querría convencerme de que todos esos halagos no me habrían salido de lo más profundo de mis entrañas? Una familia que no era la mía, lazos de sangre extrañamente adquiridos, en cuatro días, raudos, eficaces... ¡Claro que yo les quería!, y les sigo apreciando, porque son mis amigos, como Aarón, al que tanto echo de menos; ¿dónde andará Aarón, por cierto?; ¡Hace tanto tiempo...! ¡Maldito virus mezquino!

Me habían estado esperando por algo, y me habían cedido su paso para que les alcanzara, aquellas caras tan contentas en el reencuentro... ¿No habría estado abusando de su confianza? ¿Por qué no había podido conciliar el sueño en toda la noche? Desde las diez, había visto dar, una por una, todas las horas..., y en la cama de al lado Enrique, resoplando sin descanso. Ya eran las cinco de la mañana, ya no podía aguantarlo; el insomnio, las dudas, la sensación de culpabilidad, las pausas, las prisas..., he aprovechado la madrugada para no tener que dar explicaciones. Dudaba de mi aplomo para mirarles a los ojos, lo estaba sintiendo, sería más fácil dejar una escueta nota en su almohada excusando mi ausencia. Algo en mi interior aún se resistía a ponerle pies a mis deseos. Lo que tanto había criticado; sé sincero, no seas falso... Pese a quien pese, no te mientas. Estaba claro, lo haría porque tenía que hacerlo.

Me he levantado, he preparado todo, rápido y sin meter ruido... Y he salido a la calle, conmovido. Todavía no sé lo que he sentido.

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