jueves, 18 de febrero de 2010

PEPE (Décimo quinta etapa)

Pepe, y su forma de tratar a la gente... Recién inaugurada la entrada oficial al albergue que parecía regentar ha sacado a pasear su ordeno y mando, como si nos quisiera impresionar. Nos ha puesto firmes con maneras de militar exigente: ¡aquí, a su derecha, la botas!, ¡allí, en el rincón de la izquierda, los bastones!, ¡quítese la mochila!, ¡siéntese en la silla!, ¡su nombre, la credencial...!, ¿lleva usted el carnet de identidad? Por nuestro bien, obligado por sus cojones sabios, porque le estaba saliendo de un par de pelotas cuadriculadas. Dos horas y media de descanso no habían servido sino para despertar al tirano que había intuido en nuestro primer encontronazo.

Escrupuloso hasta vomitar, tanta corrección me hacía temblar, adherido a todas las fórmulas de cortesía, habidos y por haber; su impostura distante rozaba la falta de respeto. Aquellos ojos pequeños, a su vez penetrantes y esquivos, otea desde su torre de vigilancia el detalle minúsculo que le permita desmontar mi cuartada, y la de cualquiera que ante su mirada inquisitiva cayera. Lo suyo más parecía el interrogatorio policial de un resentido, que alguien que nos quisiera ayudar. Más que peregrino me he sentido delincuente en su rueda de reconocimiento, como todos los demás. ¿Quién estaría al otro lado del espejo? ¿Cómo me iba a fiar de quién partía de la desconfianza total? Me han dado ganas de arrepentirme, me habían aconsejado parar, pero he estado a punto de huir... Aquello, más que refugio, me ha parecido la cárcel de la que jamás volvería a salir.

No me quiero imaginar como se habrá sentido ese hombre que ha llegado después, al atardecer; el pobre francés al que le habían robado la documentación y sus pertenencias en la estación de León. Claro está que no ha podido demostrar su identidad; tendríamos que confiar en su palabra, aunque tal vez fuera un ladrón... Tampoco arriesgábamos la seguridad del país, veinte peregrinos, no más. Pero el soldadito de papel no quería dejarle entrar, incluso ha propuesto denunciarle, creo que hasta le habría metido en prisión; si por él hubiese sido habría llamado a la Guardia Civil. Y es que no le podía creer... ¿pero quién era él? ¿El responsable de la seguridad de las personas que allí íbamos a dormir?, cualquiera diría que corriésemos todos peligro de muerte... Yo no sé si no preferiría la cueva de los cuarenta ladrones y Ali Babá.

¡Menos mal que Pepe sólo estaba de paso...! Un peregrino que se había ofrecido a ayudar porque uno de los dos hospitaleros se había tenido que marchar. Hasta la hospitalera oficial solía recriminarle de vez en cuando su actitud, a ella también le enervaba su excesiva rigidez... aunque enseguida le excusara, con la misma rotundidad: aseguraba que era un buen chaval. Al final he reculado de mi sentencia inicial, todo el mundo merece una segunda oportunidad; quería disfrutar de una etapa especial: él no me la iba amargar.

Y sin mediar palabra, ahí estaba pelando patatas con un tío al que no entendía nada. No es difícil comunicarse, cuando se comparte esencia: el servicio como cimiento del edificio que queremos construir. Ofrecerse para lo que fuera y facilitar al otro las cosas, no hacer diferencias, comulgar en común. Hoy me había tocado cocinar, otro día fregar, en el albergue siguiente..., lo que sea será, pero siempre con alegría y buena voluntad; entre todos, para todos los demás. Colegas, en la misma celebración, para no tener nada más que rumiar que el agotamiento de la jornada de calor. Si hiciera falta, sobre la esterilla, en el suelo; aquí nadie se quedaría en la calle y se comparte el espacio que haya. Todos nos prestaríamos un poco de incomodidad para acomodar a esos que acabasen de llegar... “Creo que nos han quedado exquisitas estas patatas con chorizo; sin lujos ni ornamentos, los pies requieren fundamentos con sacramentos. Es tarde ya, toca cenar.”

Y para acabar, una puesta de sol hermosa..., que ha propuesto, aunque suene gracioso, Pepe. Desconfiado por real decreto, embriagado por su misión especial; el guardián encerrado en su cuartel, vigilado por la formación castrense de su coronel... hasta se ha soltado a cantar. Un payaso de verdad, el soldado se había quitado el disfraz. Un poco de vino, un par de discusiones que le habían acabado por derrotar; comprobar que nadie salía a caminar para armar follón... Entre dos chicas muy guapas, se ha despojado de la coraza que le solía imponer a su corazón. No cantaba tan mal, entonaba bien, pero tenía que demostrarnos que era el mejor, y por eso nos hizo reír con algún que otro “kíkiriki”.

“Buenas noches compañeros, felices sueños, hasta mañana. Sean buenos”; al final, la hospitalera tenía razón y ha merecido la pena soportar el tirón inicial. Gracias Pepe por quitarmela a mí... Nadie reparte ira. sin ton ni son.

1 comentario:

  1. Cuántos Pepes tenemos en nuestra vida! jajaja
    no se salva ni El Camino de Compostela! jajaja

    Abrazos peregrino, me encanta leer tus caminatas!!!!

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