martes, 17 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (vi) (Diecinueve de Septiembre)

Ya no quedaban más que él y Denis. El grupo se había reducido en un par de días a menos de la mitad. Joan me ha estado contando los pormenores de la parte de la aventura que con ellos yo no había compartido por quedarme atrás; por adelantarme, quiero decir.

Parece que hacía tiempo que el bohemio francés miraba más que hacia delante, para atrás; casi que no miraba hacia otro lugar. El horizonte por el que se ocultaba el sol cada tarde estaba perdiendo color para él. Aunque se había resistido a rendirse a aquella desazón, extraña ya para él tras tantos años sumergido en los vapores del alcohol, había acabado por aceptar su nueva condición de persona sensible y normal. Su corazón hacía un par de jornadas al menos que reculaba porque era un capullo estéril, sin su flor. El fruto exigía la fusión de los dos, la necesitaba para darle vida a su ilusión. Aunque quisiera, se había esforzado hasta la extenuación, no había sido capaz de avanzar porque algo quedaba al Este que no le permitía pensar con claridad. La Rosa de los Vientos le estaba volviendo loco y no aguantaría más. Uno y otra tenían que caminar a la vez, si no no podía ser; no al menos sin intentarlo una vez. Ana, la primera que se había quedado atrás, había continuado a nuestro lado, en el pensamiento de Philip. Se sacrificó, nos sacrificó; él y la alegre amistad cedieron su lugar, al menos temporalmente; ha retrocedido en pos del amor. Dice Joan que le dijo, que nos volveríamos a ver.

Lo de Mónica entraba dentro de lo que podría pasar, aunque era más de lo que jamás hubiera pensado, algo parecido sería de esperar. No era, además, una de esas personas de las que su presencia echara en falta. Y, sin embargo, me gustaba, de vez en cuando, tener noticias sobre lo que de ella fuera. Me había acostumbrado a verla aparecer y desaparecer, sin previo aviso y sin causar ni contratiempo, ni espanto. Esta vez parecía ser la definitiva. Si sigue los pasos que Joan me está contando, no habrá más encuentros, ni desencuentros intempestivos o a destiempo. No sé si me da alegría o me entristezco, porque con ella había arrastrado a Miriam; y creo que me ha quedado alguna conversación pendiente con ella. No es normal sentir tal adversión por alguien que no me había hecho nada; por alguien que, aún parca en palabras, nunca me había espetado ninguna andanada desproporcionada. Salvo su cara de perpetua desconfiada no habíamos intercambiado más que intenciones indiferentes y buenos modales. No sé, algo había en su mirada que me incomodaba y se habían acabado las opciones de haber limado esas asperezas raras.

Porque aquí todo estaba saturado, porque ni siquiera plazas libres había en los albergues, porque había demasiados peregrinos ruidosos para el silencio exigido por Mónica, porque estaba harta de todo esto, la eterna descarriada italiana se había salido de madre y había tirado la casa por la ventana. Y porque por sorpresa a Miriam le había convencido en un instante para quebrantar sus estructuras inquebrantables, se habían ido las dos a León en autobús con la idea de tomar allí un camino que dicen que enlaza con el Camino Primitivo; otra vía alternativa a ésta para llegar al mismo destino.

Es curioso, se repite la historia, vuelve a hacer acto de presencia la casualidad. Aquí mismo, en este mismo poyo que me da descanso aquí en Bercianos fue donde por primera vez había oído hablar de ese otro camino que lleva desde Oviedo hasta Santiago de Compostela, la joya de la corona anhelada por todos. Hacia el mismo lugar, por una ruta mucho más agreste, dicen que más dura... María, aquella señora brasileña ya había tomado aquí la misma decisión. El Camino Primitivo... El Camino Primitivo... ¿Qué será?

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