jueves, 19 de agosto de 2010

Lédigos – Bercianos del Real Camino (viii) (Diecinueve de Septiembre)

¿Y por qué no? ¿Por qué no tomarse en serio todas estas especulaciones vagas? ¿Por qué no elevarlos a la categoría de opción interesante? De repente, mientras el discurso de Joan se difuminaba en la nube vaporosa que estaba, por momentos, obnubilado mi razón, me ha venido a la cabeza algo que se me había pasado por alto hacía ya unos días; algo que posiblemente no hubiera querido ver para no agobiarme. Algo que yo mismo había escuchado, en primera persona, relatado a Serafín, el hospitalero del albergue de Boadilla del Camino, por alguien que decía ser un peregrino que venía de vuelta. Aseguraba haber encontrado en Galicia botellas de agua de litro y medio a tres euros; me pareció una locura de un loco de atar; un payaso con ganas de ser protagonismo, y poco más. Entonces, no le quise creer, pero Serafín le había dado todo su aval sin pestañear; y, además, había echado más leña al fuego, para que la trola se propagase sin dificultad. Yo no salía de mi asombro, me parecieron un desacierto ese cruce de comentarios desafortunados entre los dos, más aún estando presente yo en la conversación. Llegué a dudar si lo que trataban era de asustarme... Una prueba de valentía para el tercero en discordia, la novatada que el novato tenía que pagar.

Si me lo hubiese tomado en serio, lo habrían conseguido pero... ¿Cómo iba a haber en estas épocas tan aseadas y modernas, en los albergues, chinches como chinchetas de la talla xxl? Con el panorama que pintaron, si les hubiese prestado una atención real, seguramente que habría anulado mi planteamiento inicial, para abandonar allí mismo mi determinación... Me habría dado la vuelta, a mi pesar; no lo hice, menos mal, aunque el tiempo no les haya quitado parte de razón. Después he comprobado en otras carnes que han caminado conmigo que chinches había, y que mordían como pirañas voraces. No sé, por cierto, por donde andaría a estas alturas la señora que me había mostrado sus mordeduras, sembradas a conciencia por cada rincón de su cuerpo; no debía de estar muy lejos, creo que me la volveré a encontrar en cualquier momento. Por todo esto, empezaba a pensar que no sería tan descabellada la idea de seguir las huellas de Miriam y Mónica... Para como ellas, evitar todos las desventajas que tiene que este rincón de España este de moda; para alejarse del mogollón y del turismo; para hacer a un lado tantas circunstancias que son ajenas a la peregrinación que yo, como ellas, anhelo.

¿Y si llevaran razón el hospitalero al que tildé de loco y aquel señor bocazas, fanfarrón y cenizo catastrofista? El Camino Francés me parece un enfermo, y yo no quiero que me contagie; ya lo he recorrido entero; no necesito demostrarme que puedo... Quizás ya no quiera, no quiero... No quiero morirme con él de éxito. ¿Quién aceptaría, en su sano juicio, un suicidio colectivo? Una vez ya me había defraudado, no volvería a permitirlo.

2 comentarios:

  1. No, no necesitas probarte nada y menos probarlo a los demás.
    Tu camino ya está poblado de muchas incidencias, ausencias y silenciosasí que adelante que hay quien te acompaña cada segundo, estoy segura.
    Besos.

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  2. El suicidio colectivo es la incapacidad de pensarse por fuera de la masisficación actual, aunque nos cueste vernos, somos viajeros (o caminantes si tu prefieres) del tiempo, aunque se lastimen tu pies en el camino y a mí me "pinte" siempre la voracidad....me pregunto: a dónde quiere llegar karul , por qué desconfía de algunos de sus compañeros de viaje....sí, hay caminos enfermos que pueden contaminar tus pasos. Pero te digo, que en mí hay necesidad de descanso en la letra, de producir un poema y de alimentarme de toda la belleza que pueda leer de otros.gracias por repetirte en mi blog. un abrazo

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