lunes, 20 de septiembre de 2010

Puente Villarente – León (ii) (Veinte de Septiembre)

León estaba a un paso; y, sin embargo, mientras tanto, hemos dado muchos más hasta alcanzarlo. Tener cuidado, por lo que de satisfacción pudiera ofrecerme saciar mi curiosidad insaciable; y, a la vez, no prestar atención, por si me diese cuenta de la equivocación repetida. Sin analizar lo que estuviera aconteciendo, preocuparme por lo que fuera a ocurrirme; obsesionado porque de las alternativas siempre sucedieran, una tras otras, las peores. No hice, nunca, nada de lo que se me pasó por la cabeza; y, para colmo, no haberlo hecho no me había proporcionado, ni siquiera, el resultado temido. Pero había preferido durante al menos treinta años seguir incurriendo en el mismo tropezón repetido; creo que sentía una especie de regocijo mezquino al confirmar mi desatino. Dejar de controlarlo todo a mi alrededor me causaba un pánico atroz; haberme abandonado a la providencia no me habría dolido más, pero no podía; aún no puedo. Debe de ser que no quiero. ¿Cuál será ese aliciente oculto que me induce a desear lo que detesto?

Hasta que me puse a caminar por este Camino Francés no había sido capaz de alternar la posición de “on”, de ese interruptor maquiavélico que acostumbraba a jugar conmigo, con mis complejos y prejuicios, como si fuera una marioneta a su servicio. En la dirección que el quisiera, sin sentido, sin recibo; por mi falta de determinación, consentido; de fatales consecuencias para mi personalidad y persona; la diana de la la frustración, por mi total indecisión. Mañana, por fin, me voy a quitar de encima otro corsé; le daré una vuelta de tuerca más a la locura; voy a liberarme de una vez por todas de la obligación de tener seguro, en todo instante, el lugar al que vaya a llegar. Me voy a librar de esta barandilla que me lleva en volandas de uno a otro albergue por una vía principal. Ya hace rato que me había empezado a pesar tantos protocolos sin razón; esto no es peregrinar.

Aunque me reserve la última carta en la manga, por si me arrepintiera; para no tener que darle explicaciones a Joan; aún no me quiero comprometer. Para estar seguro de no ir por complacerle, ni por el compromiso adquirido en cuanto le diga que sí; no quiero sentir pena, ni sentirme responsable de su decisión... Esperaré hasta que él, definitivamente, se despida de mí. Para que él se probase también, tal vez. Que si él decidiera ir fuera por sí mismo; y que si no fuera así, que se diera cuenta de su cobardía, para que aprendiera una lección. ¿Lo iba a hacer, de verdad, si yo me negase a aceptar? Mañana, por la mañana, al levantarnos lo comprobaré, lo vamos a testar. Creo que ni él tiene claro lo que hará, creo que está esperando mi respuesta; creo que en el fondo él también teme haber lanzado las campanas al vuelo. No ha dejado de repetir que irá aunque tenga que hacerlo solo, ojala que así fuera; no tiene que certificar con hechos la valentía de la que presume ante mí. Creo que está deseando que yo también quiera, porque yo también me siento muy a gusto caminando con él. Le acompañaré, pero no se lo confirmaré hasta mañana, justo antes de la partida.

2 comentarios:

  1. Guardando un as en la manga a estas alturas del camino...
    Eres un bribón precavido.
    Besos.

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