lunes, 4 de octubre de 2010

Puente Villarente – León (vii) (Veinte de Septiembre)

¿Gracias a las desgracias? ¿A cuántas cosas inopinadas, supuéstamente buenas o en apariencia malas, habría de dárselas? Habríamos coincidido en mil ocasiones, en situaciones variadas; se habrían cruzado incontables veces nuestros caminos; durante cuatro años completos de nuestras vidas; a diario tantas, un montón de ellas. Posiblemente fuese una de esas muchachas que de su mano me cruzara la carretera que pasaba por delante del portal de nuestra casa, porque Matías, además de un cuidador extraordinario, era un hombre sabio... Conocía sus limitaciones y no se habría permitido arriesgar mi vida sin sentido, por ganar a cambio un poquito más de orgullo podrido.

Si no hubiese sido por las luces rotatorias de aquel camión de bomberos recorriendo la fachada de mi casa no se habría dado esta circunstancia... Cada vez que lo pienso me sorprendo, quise resistirme al principio pero ya no me estoy resistiendo; y disfruto, en ocasiones aún sufro, las sorpresas. ¿Habría logrado el destino reunirnos aunque yo me hubiese negado a escuchar en aquellas circunstancias hostiles su llamada? ¿Y si ella, no haciendo caso omiso a la medicina lógica y coherente se hubiese accedido a ser intervenida? ¿Estará, de verdad, todo presto y preparado de antemano? Otra casa, la actual, la que no ha conocido Matías. Casi cuarenta años después de todo esto, una casa más nueva que aquella, sita en mi lugar actual de residencia; después de casi treinta años viviendo en ella, también se está quedando vieja. En el pueblo donde fui emigrante, como lo fue en mi tierra de nacimiento, Mª Angeles ya hace tiempo. Hoy los emigrantes son otros, y yo... Y ella, y mi familia, y la suya, y sus hijos, y hasta los hijos que no he tenido, ya somos vecinos viejos, reconocidos, cada uno, como uno más de la comunidad, del conjunto, del grupo.

Aquellas sirenas que, aun apagadas, siguieron gritando sus gemidos intermitentes, tenaces, insoportables para mis orejas endebles; su alarido quejumbroso y urgente, que me había hecho su presa voluntaria; la urgencia inoculada en las venas por la catástrofe inminente ya abortada, la queja que con urgencia habían emitido los vecinos por si callarse diese lugar al desastre. En la puerta del portal la policía gestionando las entradas, casi todas prohibidas; y la salidas, no había quien quisiera... Los bomberos, arriba, paseando por el silencio tenso de los cristales de las ventanas el reflejo de sus linternas ignífugas; era Febrero, no era tarde, pero ya era de noche y el interior de mi casa estaba a oscuras. Hacía frío dentro y fuera de mi cuerpo, y el tiritar irrefrenable crispaba mi estabilidad fingida... Por suerte no había pasado nada, todo había quedado en un amago de cualquier cosa; para lo que podría haber sido no había sido nada. Un alarde, un circo; un espectáculo para animar una jornada congelada de gélido invierno.

Oportunidades que pasaron de largo por dejar que las apagara el calendario; lo tenía claro, se me iluminó Santiago. Más de doce años haciendo promesas, excusando haber faltado a mi palabra por mil y una imposibilidades certificables y ciertas; una mierda. No volvería a ocurrir, y no ha ocurrido; sin promesas, la primera promesa reprimida cumplida con creces, y recorriendo este segundo camino, duplicada... Pero merecía la pena, tan solo una duda, lo habría tirado todo por tierra. Dando pasos, poco a poco, sin pensar ni una vez, siquiera, las consecuencias. Si aquel día lo hubiese hecho, las consecuencias fúnebres de aquella propuesta urgente habrían arruinado, todo esto... Seguramente, no estaría aquí evocando con esta señora tan maja la figura de aquel ciego que ya tenía casi olvidado.

3 comentarios:

  1. En contínuo movimiento, nada se pierde, todo se transforma, las desgracias acarrean cambios, nuevas circunstancias y encuentros. Sí, también por ellas hemos de dar gracias.
    Feliz camino.

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  3. Eres un gran narrador.
    Saludos caminante.

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